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¿ESTÁS HACIENDO LO QUE REALMENTE QUIERES HACER? (¿O te conformas con lo que haces?) “Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere. Aquí lloramos todos, gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos, porque es mejor llorar que traicionar, porque es mejor llorar que traicionarse”. (Mario Benedetti) En mi opinión, se nos olvida a menudo que en muchas ocasiones disponemos de la opción de hacer lo que realmente queremos en vez de conformarnos con lo que hacemos habitualmente de un modo inconsciente y, a veces, hasta indeseado. Ya sé que uno no siempre puede hacer lo que realmente quiere –las circunstancias inevitables mandan en algunas ocasiones-, pero sí se puede hacer en muchísimas ocasiones, solamente que… no nos paramos a hacernos la más trascendental de las preguntas: ¿QUÉ ES LO QUE REALMENTE QUIERO? Para hacer algo no basta con darse cuenta de ese algo y querer hacerlo, sino que también se necesita que exista la posibilidad real de poder hacerlo, el convencimiento y la decisión, la voluntad y la fortaleza o perseverancia, creer firmemente que uno tiene derecho a hacerlo, estar convencido de que es lícito y ser consciente de que posiblemente alguien se oponga o que puede llegar a perjudicar ligeramente a otro; es necesaria la fe, que exista la ocasión de poder hacerlo–y si no es así, hay que crearla-, disponer de amor o autoestima suficiente para enfrentarse a las adversidades o inconvenientes, y cualquier otro elemento que nos ayude en esa tarea. Pero lo primero, lo primordial, es tener clara la idea de lo que se quiere. Saberlo. Y saberlo claramente. ¿Qué es lo que REALMENTE QUIERO AHORA? (Y añado lo de “AHORA” porque esta no es una pregunta con una sola y definitiva respuesta, ya que seguramente se querrán muchas cosas y distintas, y, además, al matizar lo de “AHORA” se deja la opción de que se quiera otra cosa en otro momento). Cuando uno mira algo que puede ser un bien para sí mismo, si no es demasiado codicioso y despóticamente egoísta, pensará también si con ello va a perjudicar a terceras personas, aunque esto último es inevitable en ocasiones, y no es malo, salvo que uno quiera perjudicar al otro intencionadamente. No siempre es posible tomar una decisión en la que uno mire por sus intereses y al mismo tiempo satisfaga a todos los otros, porque es casi seguro que esos otros, mirando egoístamente sólo por sus intereses y no por los de quien tiene que tomar la decisión, no estén de acuerdo. Por ejemplo, si yo soy una persona que siempre concede a los otros todo aquello que me piden, y un día decido que no debo hacer algo que me solicitan porque me perjudica, o porque quiero dejar el servilismo que los otros me han impuesto, ellos no van a estar de acuerdo con mi decisión -¡por supuesto!-, pero yo, mirando por mis intereses o mi bienestar, tendré que oponerme a lo que me piden y esperan de mí, aunque con ello esté “perjudicando” aparentemente los intereses de los otros. Esto es del todo lícito. Es conveniente ir desapegándose de esa creencia en que es imprescindible el cumplimiento de la llamada “Caridad Cristiana”, que en demasiadas ocasiones no es más que una mala interpretación del amor al prójimo. (Existe una frase que dice: “La caridad empieza por uno mismo”, y otra: “Amarás al prójimo COMO A TI MISMO”, o sea, que no dice “amarás al prójimo MÁS que a ti mismo”, ni “amarás al prójimo aunque con ello te perjudiques tú”). Amar al prójimo no es el servilismo a los intereses de los otros en detrimento de los propios. Amar al prójimo no es renunciar continuamente a ser Uno Mismo. Amar al prójimo no es mortificación continua, renuncia constante, ni perder siempre. Porque si el otro amara a su prójimo –que en este caso soy yo, o eres tú-, miraría por mis intereses antes que por los suyos y por lo tanto no me exigiría. Si ambos amamos al prójimo –y yo soy el prójimo del otro- que me ame y me libere de la carga de tener que satisfacer sus deseos o caprichos. Y así como en este ejemplo, conviene también revisarse en todos los otros aspectos de la vida. ¿Estoy con la persona que quiero estar? ¿Mi relación con los otros –has de revisarlos uno por uno- es como yo quiero? ¿Me doy caprichos? ¿Pienso en mí y en mis necesidades? ¿Pido lo que necesito? ¿Estudio, leo, escribo, pinto, o hago lo que realmente quiero? ¿Cumplo mis ilusiones? ¿Me concedo tiempo para hacer lo que quiero hacer? ¿Me pongo impedimentos para todo, pospongo hacer lo que me gusta? ¿Me pregunto alguna vez qué es realmente quiero?, y, sobre todo, ¿Si me hago la pregunta busco sus respuestas correspondientes? Uno tiene que hacerse preguntas de este estilo, casi interrogatorios, ponerse contra la pared y no permitirse escapar hasta haber manifestado lo que realmente quiere. Y uno tiene que sentarse después consigo mismo, tranquilamente, en un acto de amor, y llegar al acuerdo y compromiso de ir evitando hacer esas cosas que dejan mala sensación, y empezar a reclamar y exigir respeto y colaboración para poder hacer LO QUE REALMENTE QUIERE HACER. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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QUIEN TIENE LA VOLUNTAD, TIENE LA FUERZA En mi opinión, este es uno de esos títulos que no necesitaría de un texto posterior que añada algo o trate de aclararlo. Es tan rotundo, tan directo, y lleva tal verdad concentrada, que debiera ser una sentencia de esas que llegan al corazón directamente sin necesidad de la interpretación intelectual o intelectualoide de la mente. La voluntad, esa maravillosa capacidad de persistir, de no admitir la rendición ni la derrota ante el primer inconveniente, es el motor imparable que nos puede llevar a cualquiera de las metas razonables que nos propongamos. La voluntad, además, aporta energía a la Autoestima, porque provoca la satisfacción personal de comprobar que si uno quiere puede; que uno tiene un poderío interior a su servicio y un potencial y una reciedumbre que aportan una muy agradable sensación en la relación consigo mismo. ¿Y cómo se consigue la voluntad? Buena pregunta a la que creo no tener respuesta. Supongo que a partir de una buena relación consigo mismo en la que todas las partes que le integran a uno –o, por lo menos, la mayoría de ellas- se ponen de acuerdo en colaborar por el bien del conjunto que es uno mismo. Quiero imaginar que de la conciliación de ideas desiguales que conviven en el interior de cada cual, surge el acuerdo de aunarse y aliarse con el fin de alcanzar un objetivo favorable. Quiero suponer que esa energía que compone la voluntad es la aportación amorosa de cada una de las partes que nos integran, y que, unidas y con un objetivo uniforme, nos aportan el arranque necesario para poner en marcha cualquier cosa; el atrevimiento para acometer lo que sea necesario; persistencia para no rendirse ante cualquiera de los impedimentos que pueden aparecer y van a aparecer; bravura para seguir adelante contra las dificultades; la firmeza y el tesón irreductibles, y la constancia necesaria para no desfallecer. La voluntad sin el convencimiento o la fe necesarios carece de uno de sus elementos principales, por lo que está prácticamente condenada a su desaparición. La voluntad no surge espontáneamente a partir de un pensamiento o una idea, sino que requiere, sobre todo, de un convencimiento firme -en uno mismo y en lo que se pretende-, y de una certidumbre en sentirse arropado por una capacidad casi sobrenatural de la que todos disponemos: la de aspirar a lo mejor o lo más conveniente, por dignidad, por amor propio, y por respeto a quien uno es y lo que uno se merece. Así que parece ser que con una voluntad firme –y mejor mientras más firme-, que a fin de cuentas es la manifestación notoria del libreo albedrío o la libre determinación, con unas ideas claras en un proyecto o propósito, más el amor propio –amor a sí mismo- necesario que sea capaz de enfrentarse y vencer a todos los inconvenientes –que van a aparecer, sin duda-, uno puede acceder a la realización de sus intenciones. La tarea que uno tiene que realizar es la de mantener la voluntad y la constancia necesaria, y lograr que no desfallezcan, y si es posible que se acrecienten cada día. Todo ello como demostración de un respeto a la propia dignidad, de una devoción a la esencia de cada uno que se merece esa insistencia/persistencia que aporta la voluntad cuando se trata de alcanzar un objetivo o conseguir un logro, y como demostración de respeto a las decisiones propias. Así que es necesario tener un proyecto o propósito –que sea viable o tenga casi todas las posibilidades de llegar a serlo-, poner todo por parte de uno –no conformarse sólo con pensarlo-, fijarse en esa aspiración, y no abandonarla, insistir, persistir, no flaquear, no rendirse, luchar, no desfallecer, volver a ello con empeño y energía, y todo ello se convertirá en fuerza, pero no en una fuerza bruta sino en una fuerza constante, mantenida, que llevará –aunque sea a un paso lento- inexorablemente hasta la realización del propósito. Tal vez la demostración más visual sea la de esa agua de río que con su voluntad, y no con su fuerza, ha sido capaz de erosionar la piedra. Te deseo voluntad. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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NO ES NECESARIO LLORAR Y LLORAR
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Gracias. Eres muy amable. Estoy de acuerdo contigo. Es un duro y hermoso camino. Saludos -
NO ES NECESARIO LLORAR Y LLORAR Un sabio se paró ante un público, contó un chiste y todos rieron. Volvió a contar el mismo chiste y casi nadie se rió. Contó el mismo chiste una y otra vez hasta que ya nadie se reía. Y dijo: “Si no puedes reírte varias veces de una sola cosa… ¿Por qué lloras por lo mismo una y otra vez?” La lectura de este cuentecito me hizo pensar en una mala costumbre que, en mi opinión, algunas personas suelen mantener de un modo innecesario y de una manera repetitiva. Algunas personas no terminan de perdonarse nunca algo que arrastran desde mucho tiempo antes –por un motivo que es muy probable que desconozcan conscientemente o que ya no recuerden, o que han engrandecido cuando la realidad era nimia- y ese es el motivo de su mala relación consigo mismas -cosa que, posiblemente, negarán rotundamente-. Otras personas no son capaces de escapar de un círculo de auto-reproches ya que consideran que no tienen derecho a su propio perdón ni a ser perdonadas. Estas personas lloran un llanto sin lágrimas, se cobijan en una nube negra y tormentosa, se encierran en su caparazón inquebrantable, reniegan de la parte hermosa de la vida, y se estancan en una melancolía perversa de la que no saben o no quieren salir porque se regodean en su propio sufrimiento. Otras, por variar, se instalan en la tristeza y el llanto porque creen –tal vez equivocadamente- que eso es lo correcto. Por ejemplo, si ha fallecido algún familiar o ser querido –que es algo indeseado pero absolutamente inevitable ya que es el destino de todos y cada uno de nosotros-, piensan que un luto sentimental es adecuado, un abatimiento perpetuo es indispensable, y que llorar y llorar es lo que se espera de ellas. Desde un punto de vista esotérico, con el llanto y la tristeza no sólo no se beneficia al fallecido sino, más bien al contrario, se le impide la transición correcta a su nuevo estado. Se dice que, a pesar de no tener ya un cuerpo físico, siguen unidos aún a su vida en la Tierra, y siguen manteniendo parte de los apegos y sentimientos, y si ven llorando a un ser querido o lo ven muy decaído no dan el paso siguiente, que es el desprendimiento de todo lo terrenal, y se quedan en un terreno entre la vida y el espíritu, ya que no se desentienden del todo de uno ni se integran adecuadamente en el otro. Desde este punto de vista, lo adecuado –pero no lo fácil- sería hablarle al que ya no está desde la comprensión, con serenidad y convencimiento, y darle permiso para que siga su proceso. Algo del estilo de “No te preocupes por mí, que me haré a la idea de la nueva situación y me acostumbraré. Te quiero y te seguiré queriendo siempre. Me alegro por ti porque estás yendo hacia donde te corresponde. Sigue tu camino en paz”. Cada uno lo hará, por supuesto, hablando en su forma habitual de hablar y con sus propias palabras. Llorar y llorar dificulta el proceso del que ya no está y a quien se queda lo único que le aporta es pesimismo, tristeza, desánimo, desconsuelo, angustia, desolación, pena, sufrimiento, aflicción, dolor… en fin, una retahíla de tormentos que no le aportan nada positivo y, en cambio, en mal cambio, le ennegrecen y cercenan el presente y el porvenir. Además que, para el que ya no está aquí, esté donde esté, le gustará más vernos con ánimo y serenidad, ya que si nos ve sufrir se contagiará de nuestro dolor y, además, no podrá consolarnos cosa que le provocará aún más dolor. EL AMOR A QUIEN YA NO ESTÁ NO SE MIDE POR LO QUE SE LE LLORA, SINO POR EL AMOR QUE PROVOCA CUANDO SE LE RECUERDA. Llorar alguna vez, está bien, pero llorar y llorar y no hacer otra cosa que insistir en ese llorar, con o sin lágrimas, debiera ser preferiblemente evitable por su auto-agresividad, porque condena a un presente sin luz, y porque impide la propuesta divina de vivir la vida con felicidad y de hacer de ella una experiencia lo más agradable y grandiosa posible. Llorar y llorar –y esto conviene revisarlo en cada caso personal- puede llegar a ser una forma de no enfrentarse al presente y al futuro, a la realidad y al proyecto de vida pendiente, porque “mientras uno llora bastante tiene con su pena, -pensará mintiéndose consciente o inconscientemente-, como para ponerse a pensar en otra cosa, ya que su dolor no le permite atender a otros asuntos”. La vida sigue, aunque la frase les suene a algunos a chino. La vida sigue, cada instante, a pesar del desdén, de las tristezas, de la desatención a ella, de la rabieta, de los ojos cerrados, del corazón roto, de la incomprensión… la vida sigue y uno ha de seguir presente en ella. Y será mejor que no te obstines en llorar por los que se fueron, en llorar por lo que no hiciste o hiciste mal, por las oportunidades que perdiste, por el pasado, por lo que la vida no te dio, por lo que no tienes… Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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LA VIDA CASI NUNCA ES COMO UNO QUISIERA En mi opinión, es casi imposible que en la vida -en todos sus componentes-, se alcancen a cumplir todos los sueños o propósitos que uno se marca. Y esto, que es tan evidente, tan comprensible, y tan lógico y habitual, no debiera llegar a afectar lo suficiente como para que se pueda llegar a pensar o sentir que la vida no es completa porque no se cumplieron todas las previsiones ni se hicieron realidad todas las ilusiones. Ya sabemos que las ilusiones son solamente ilusiones (quimeras, utopías, figuraciones, imaginaciones, ficciones…) y no siempre tienen todas las probabilidades de llegar a convertirse en realidad; que las previsiones o expectativas pueden llegar a ser excesivas, irreales, e inalcanzables; que todos los componentes de una vida son muchos como para que lleguen a ser realizados en su totalidad (tarea que roza la imposibilidad, sin duda), y que los sueños, por el fantasioso hecho de haber sido soñados o imaginados (y la imaginación no se topa con los límites de lo imposible) no tienen poder para ser realidad. La vida casi nunca es como uno quisiera. Hay demasiados deseos que nunca, jamás, se cumplirán. Y eso hay que aceptarlo con mansedumbre y resignación, sin drama, sin culpabilizaciones ni culpables, sin frustración ni rabia, sin enojo ni dolor. Uno puede llegar a renegar de su vida si no es capaz de conformarse con el lado positivo de las cosas, que siempre lo tienen; si no es capaz de disfrutar de lo que es, de quien es, de lo que sí ha logrado, de lo que sí es real, y en cambio se regodea masoquistamente en lo que no es, en lo que no logró ni logrará, o en lo que no existe en su vida y tampoco va a llegar a existir. O por lo menos, de momento. La vida no es casi nunca como uno quisiera. Y uno no es experto en todo como para poder hacerlo todo bien, ni tampoco uno es Dios ni tiene poderes especiales para hacer milagros de los grandes, ni se han alineado todos los planetas ni se han aliado todos los espíritus para beneficiarle, ni las circunstancias especiales han confluido en uno para hacer de su vida un paraíso, un paseo por la playa, o un camino alfombrado, ni ha tenido uno las posibilidades de un rey o todos los magos a su servicio. Parece como si nos hubieran incrustado la frustración en alguna parte, para que nos recrimine continuamente con su argumentario de quejas, con su insaciabilidad de reproches, con su eterna rabieta de malhumorado. En cambio, sería bueno acostumbrarse a renunciar a lo que no está a nuestro alcance sin que ello sea motivo de catástrofe, de auto-reproche, de depresión, o de fracaso, y sería positivo entender que ante cualquier deseo o sueño tal vez sólo existe una posibilidad de realización mientras que existen miles de trabas o imposibilidades para que se cumplan. Un dato tan estadístico como este, analítico y real, podría ser suficiente para que una mente desenrabietada pudiera aceptarlo. Pero no. Siempre hay un protestón defraudado, un quejica inconsolable, un idiota obtuso y sin razón, alguien que se opone a la realidad –tan potente e indiscutible- con la única oposición de su falta de comprensión y su rabieta absurda e infantil. Sabemos que es bueno disponer de una gran capacidad para poder tolerar la frustración sin que eso se vuelva contra nosotros, aceptándola como parte indisoluble de la vida, como otra de las posibilidades –aunque sea la menos deseada-, y que solamente uno es el perjudicado en la inútil oposición a aceptar lo que es. Todo lo anterior no pretende justificar que uno no se ha de esforzar en conseguir lo que quiera conseguir, ya que esforzarse es muy digno y loable… siempre que lo que se pretenda conseguir no tenga todas las posibilidades de ser algo imposible. Los objetivos han de ser alcanzables. No fácilmente alcanzables, pero tampoco absolutamente inalcanzables. Y en esto conviene ser muy pero que muy realistas. ¿Cuántas posibilidades reales tienes?, ¿Una de cien? Adelante, si quieres. Si eres optimista o confías mucho en ti, inténtalo. Tienes una a tu favor. Y si no lo consigues te queda la satisfacción de haberlo intentado, que no deberá ser enturbiada por el hecho de no haberlo conseguido. ¿Cuántas posibilidades reales tienes?, ¿Cincuenta de cien? Adelante, si quieres. No te quedes sin intentarlo. El resto de tu vida podría ser un bucle de quejas preguntándote que hubiera pasado “si lo hubieras intentado”. Eso sí, si decides hacerlo, hazlo como si las opciones fueran de cien por cien, en cuanto a poner empeño y confiar, pero con el realismo del cincuenta por cien en el caso de que no llegue a cumplirse, para que puedas reconfortarte. La vida casi nunca es como uno quisiera. No es posible en el cien por cien de los asuntos, pero sí que cada uno, con su tenacidad, resolución y esfuerzo, puede lograr que se aproxime lo máximo posible a ese ideal, ese noblemente ambicioso proyecto. Son la ilustre aspiración de mejorar y el sano deseo de perfeccionar quienes han hecho progresar el mundo. Y cada uno es el responsable y el Dios de su Universo Personal, indudablemente capacitado para hacer pequeños milagros. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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ENTENDERSE UNO MISMO En mi opinión, tener claros los conceptos ayuda mucho a hacer las cosas mejor o bien. A veces, para definir o hablar de las cosas, se emplean términos que damos por supuesto que se entienden, cuando en realidad cada uno entiende una cosa distinta. Se habla de “Crecimiento Personal”, de “Desarrollo Emocional”, de “Espiritualidad” (todavía no me he encontrado con alguien que sepa explicarme qué es exactamente la espiritualidad), y casi nadie sabría definir a qué nos estamos refiriendo. Y todo lo anterior podría explicarse de un modo sencillo: o bien como “conciliar las contradicciones propias” –que todos las tenemos-, o, más claramente: ENTENDERSE UNO MISMO. Entender la propia vida, la mente, y lo que cada uno considere que es el alma o su religión. Entender de un modo sentimental, no racionalizándolo y describiéndolo con palabras –tarea ardua y difícil, para la que no estamos preparados, ya que no se trata de un asunto racional- sino sintiéndolo de algún modo. Generalmente, sintiendo comprensión con uno mismo -y la paz que se deriva de ello-, y tolerancia y respeto hacia los otros. Entenderse, es llevarse bien con uno mismo, y conciliarse con el Uno Mismo, tras un acuerdo de buena convivencia y de colaboración por parte de todas las contradicciones en la que uno incurre. Entenderse es saber de los fallos propios y sentir que forman parte de la naturaleza humana y de las dificultades que conlleva la vida en el mundo, y no hacer un drama de ello, sino aceptarlo con serenidad y como algo natural. Entenderse es defenderse de los agravios con los que uno se agrede de un modo inconsciente, y evitarlos en el convencimiento de que no son provechosos de ningún modo, sino que atentan contra la dignidad personal y contra la idea que uno tiene de sí mismo. Entenderse es acogerse tras una caída, y más aún tras una recaída, recibiéndose siempre con una sonrisa, una palabra de ánimo, un abrazo, y la fraternidad con que uno trataría a su ser más querido. Uno es siempre un ser pequeño, siempre inexperto, siempre aprendiendo, siempre necesitado de comprensión y afecto. Y es uno mismo quien ha de convertirse en el proveedor de todo lo necesario para seguir adelante indemne, sin desavenencias, de su propia mano. Entenderse es admitir los altibajos, las dudas, los miedos, la inexperiencia, los tropiezos, el incumplimiento de los propósitos firmes, no saber dar respuesta a todas las preguntas, tener días apáticos, o malos, y descubrirse un día como rencoroso, o perverso, y no por ello menguar el concepto que se tiene de sí mismo ni tratarse con desprecio a partir de entonces. Entenderse es tener siempre una palabra de ánimo dispuesta para decírsela con el corazón cuando sea necesario. Escuchar con paciencia y sin juicio las elucubraciones, los interrogantes reiterativos que nos reclaman una contestación que no somos capaces de dar, las disquisiciones del residente perdido que nos habita, y a todo contestar con un “no importa: no estoy bien, pero voy bien”. Entenderse es hacerse muchas preguntas: ¿Qué?, ¿Por qué?, ¿Cómo?, ¿Para qué? Indagar hasta saber, pero saber para conocer y no saber para atacar. Entenderse es saber discernir que en el caos que nos invade lo que sobresale es el deseo de mejorar, de encontrar y sacar a la luz a ese Ser Extraordinario que alojamos dentro –mejor dicho: que en realidad somos-, de hermanarnos con quien intuimos que somos en vez del personaje que estamos siendo. Entenderse es seguir al lado de uno mismo, en lo bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte nos separe. No es necesario bautizarlo con un nombre rimbombante o grandilocuente, no es necesario encuadrarlo en una ideología, es más simple: Entenderse uno mismo. Lo llamemos como lo llamemos, de esto se trata: de conocerse, del modo más íntimo y profundo posible, como un objetivo de vida, o como una misión sagrada: la de conciliar lo que es sólo Humano con lo que es Divino. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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SÓLO PARA MAYORES DE CUARENTA ¿Llevas una temporada que cuando ves a un actor de cine, por ejemplo, o a un personaje conocido, dices: “¡Uy, qué mayor le veo!”? Atención, porque este es un síntoma de que tú también te estás haciendo mayor. El comentario quiere decir que le conociste con bastante menos años como para ser capaz de apreciar ahora la diferencia, o bien que te interesa el tema de la gente que se hace mayor –tal vez porque lo empiezas a notar en ti-. En cualquiera de estos casos, o por la razón que sea, es un excelente momento para tomar consciencia –esta vez con total intensidad- de que te estás haciendo mayor. Como todos los demás humanos. Como todos los que nos han precedido en esto de vivir. El siguiente paso en esto de envejecer –aunque no nos haga gracia- es la muerte. Como todos los demás humanos. Como todos los que nos han precedido en esto de vivir. Y esto, lejos de ser un motivo de depresión, de rabia, o de rebeldía inútil, debiera ser el detonante que nos hiciera tomar consciencia, de una vez para siempre, que esto de hacerse mayor y acercarse paulatinamente a la muerte es tan real en nuestro caso como en del resto de la Humanidad. Y como es innegociable, irrechazable, irremediable, habrá que seguir caminando hacia el destino que nos espera. Pero no como el animal que va al matadero, que no es nuestro caso, sino llegando a ese momento con la sensación de una vida plena y la satisfacción del deber cumplido. Bien es cierto que, hasta ahora, por las circunstancias personales de cada uno, o por falta de atención, se ha desperdiciado mucho tiempo de vida, se han hecho algunas cosas de las que uno no se siente muy orgulloso, se han dejado de hacer otras que todavía se podrían remediar, no se han podido hacer otras por falta de medios o porque no se ha propiciado la ocasión, se han callado muchas cosas bonitas que aún siguen en la garganta esperando ser dichas, quedan sueños pendientes de ser convertidos en realidad… En fin, que todo eso es pasado y en el pasado no puede ser resuelto, pero… nos queda este presente y todos los presentes que quedan por llegar, así que es el momento de cargarse de optimismo, de energía, de buenos propósitos, de amor universal y de amor propio, de dignidad, de buena voluntad y buenos deseos, de proyectos que van a ser realizados, de más energía –porque va a hacer falta-, de más amor propio –porque pueden llegar momentos de decaída-, de fe en uno mismo, de esperanza en que tiene que haber Alguien o Algo que nos tiene reservadas cosas buenas, de la creencia en que nos merecemos todo lo bueno, de sonrisas y felicitaciones para in entregándonos a medida que pasen los días… Es un momento emocionante: el de la decisión de qué y cómo va a ser nuestro futuro. Cada uno tiene la opción –y la responsabilidad y la obligación- de hacer de su vida una vida digna, en la que sucedan las cosas que uno quiere que sucedan y que transcurra –en la medida de lo posible- del modo que uno desea que transcurra. Este es el mejor momento para hacerlo. No se pude hacer en el pasado y no conviene ir aplazándolo para el futuro. La vida no acepta negociaciones con su pasar. No va a parar. Y a cada segundo que pasa nos queda un segundo menos para hacer realidad nuestros planes. Un segundo menos para disfrutar de una vida de la que seamos conscientes y que se desarrolle del modo que se ha decidido. Si no lo haces ahora, tal vez llegues a otra etapa antes de la muerte, que es la que se llama EL TIEMPO DE LOS ARREPENTIMIENTOS (si es que no has llegado ya…) Es una etapa dura, difícil y larga. Es una etapa llena de auto-reproches por lo que no se hizo o se hizo de un modo inadecuado, por lo que no se decidió o se decidió de un modo equivocado, por lo que pudo haber sido y no fue. Es una etapa en que la relación con uno mismo se puede llegar a deteriorar, se repiten estos pensamientos funestos como si no hubiera otros, y, lo peor, ya no tiene remedio. Es tarde. Parece que lo que queda entonces es la opción de añorar; la frustración por un balance de la vida que no es satisfactorio; la rabia por no haber tenido la valentía de enfrentarse para ganar; por haber perdido la oportunidad irrepetible y por haber dejado ir una vida bastante vacía; la insatisfacción por no poder mirar al pasado y verse desde una sonrisa de complacencia o de felicidad. Puede quedar el consuelo/realidad de que muchas cosas no se hicieron por falta de posibilidades o por las circunstancias personales, pero desde el momento en que -como ahora mismo, como en este mismo instante- tienes la oportunidad de hacerlo porque te has dado cuenta, ya empieza la cuenta del tiempo en que si no lo haces es porque no quieres. Y entonces sí tendrás razones para el arrepentimiento. Mi sugerencia es que leas y releas lo anterior, para ver si resuena en tu interior, para ver si se une a ese pensamiento de cambio que has tenido en alguna ocasión y está aletargado a la espera de que algo lo despierte para ser llevado a la realidad. Ya lo ves… ahora sólo depende de ti. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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NO TE OBLIGUES A SER FELIZ Dice R. May en “El hombre en busca de sí mismo” que el hombre contemporáneo vive una época caracterizada por la soledad, el sentimiento de vacío y la ansiedad. Esto, dicho así para empezar, suena terrible. Y es posible que algo de terrible sí que tenga pero tampoco vamos a deprimirnos por ello (o sí, que cada uno que reaccione como pueda o sepa). Religión, tradiciones, educación, ideologías han ido perdiendo el valor que en otras épocas han tenido y esto nos deja enfrentados a un vacío. Y como la sensación es bastante desagradable e incómoda, cada cual se las arregla como puede. Hay quien se sumerge en el consumismo acumulando objetos que se supone darán la felicidad, quien cae en el paroxismo del éxito buscando la admiración de los demás, o quien se entrega a distracciones diversas como internet o los videojuegos para evitar así el pensamiento. Puedo apuntarme al gimnasio, leer lo último en libros de autoayuda, hacerme la depilación láser, ponerme bótox, apostarlo todo a la actitud mental positiva y, a pesar de todo, seguir sintiendo que “algo” no marcha bien, que “algo” falta. Es lo que pasa cuando nos planteamos como objetivo en la vida algo tan etéreo como “ser feliz”. P. Bruckner en su libro “La euforia perpetua” afirma cómo la sociedad occidental ha asumido un mandato esencial pero que nos conduce a un callejón sin salida: “¡Hay que ser felices!” Y añade: “Por deber de ser feliz entiendo esta ideología propia de la segunda mitad del siglo XX que lleva a evaluarlo todo desde el punto de vista del placer y del desagrado, este requerimiento a la euforia que sume en la vergüenza o en el malestar a quienes no lo suscriben”. Estamos pues ante la felicidad como obligación. “¿Qué quieres que tu hijo sea cuando sea mayor?”; “¿yo?, ¡que sea feliz!” Es raro encontrar respuestas del tipo “que sea una persona íntegra,… o de provecho,… o justa,… o generosa,… o trabajadora,…” Parece que se impone la necesidad de aumentar la cuota de personas felices y autorrealizadas que pueblan el planeta. Yo puedo plantearme muy seriamente “voy a ser feliz”. Convencido ¿eh? Y a continuación el desconcierto, mirando a mi alrededor, a mí mismo, al cielo, y pensando “y ahora ¿qué tengo que hacer para serlo?” o “¿soy ya feliz?” y si me considero feliz “¿soy lo suficiente?” Pero la vida se nos complica aún más cuando observamos que los modelos propuestos para ser feliz tienen que ver con ser atractivo, joven, exitoso, rápido en las respuestas, con alto concepto de uno mismo, autosuficiente, sano, disfrutando de la vida (a tope, ya que estamos), no rendirse nunca, económicamente solvente, bien musculado y tonificado, bronceado, sexualmente activo (multiorgásmico a ser posible), entusiasta y sobre todo, esto es muy importante: Autorrealizado. Durante las últimas décadas se ha estimulado la ambición, la conquista de poder y dinero, la independencia, ser joven, el placer, o la belleza. Metas que no tienen nada de negativo en sí mismas siempre y cuando no se trate de convertir la vida en algo que no es. O sea, siempre y cuando no se le dé la espalda a la muerte, la vejez, la enfermedad, el fracaso y la derrota. Como expresa J. A. Marina en “El laberinto sentimental” acerca de la sociedad occidental, ésta “se basa en una continua incitación al deseo”. Queremos algo y además lo queremos ya. Sin respetar el tiempo de las cosas. Todo debe ser fácil y ameno. ¿Aprender inglés? Si es en 30 días mejor que en 31. ¿Superar la muerte de un ser querido? Un par de semanas ya debería ser tiempo suficiente para estar afligido y “dejar de dar la chapa”. ¿Adelgazar? Seguro que hay algún método fácil y rápido para conseguirlo. Esperar la satisfacción inmediata, poner como objetivo primordial “ser feliz” dejando en segundo plano otros valores como el amor, el compromiso, la generosidad u otros, nos conduce a banalizar la vida. Al ser humano no le gusta nada lo inevitable ni lo incontrolable. Pero ambas cosas están ahí. Lógicamente no queremos sufrir. Pero eso es una cosa y otra muy distinta creernos que erradicar el dolor y el sufrimiento es posible. Ante el miedo a sufrir podemos optar por vivir adormecidos. El problema está en que cuando adormecemos el dolor también anestesiamos el alma y con ello la capacidad de aprender algo, de convertirnos en alguien. Un alguien en disposición de dar un sentido constructivo a la experiencia. Es habitual que ante el sufrimiento psicológico muchos nos acercamos a los profesionales de la psique demandando la última técnica psicotrónica o la combinación química definitiva para que el dolor y el malestar desaparezcan. Con frecuencia queremos “La Solución” para tal o cual problema, o malestar, o “defecto”. Como si fuésemos un electrodoméstico que no funciona bien y hay que dar con la solución que lo arregle. “Tengo que cambiar el chip” solemos decir. Pero qué chip ni qué chip. No tenemos “chips”. No somos objetos que haya que arreglar o reprogramar. No hay “La Solución”. Lo que sí existe es reflexión, procesos, caminos a explorar, búsqueda de significados a lo que hacemos, sentimos y fantaseamos, creación de nuevos sentidos, alternativas, introspección. Y con todo ello evolución y desarrollo. Propongo ser conscientes que solo nos vamos completando si nos mantenemos en el proceso de integrar virtud y limitaciones, vitalidad y desánimo, fantasía y realidad, pérdidas y encuentros, luz y sombra, triunfos y derrotas, aciertos y errores. Conectar con el valor de afrontar el proceso de encontrarse con uno mismo, con el otro y con la vida misma. Y quizás, sin buscarlo directamente, como consecuencia inesperada, la felicidad forme parte de nuestro existir. Mario Puente http://www.psicologiapuente.com/?p=313
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CREO YO, ME PARECE, OPINO, SUPONGO… En mi opinión, hay una tendencia -que se ha convertido en habitual- a aseverar las opiniones que uno tiene con una convicción y una rotundidad tan apabullantes, de tal rigidez y tan innegociables, que no dejan resquicios para que otra opción u opinión puedan manifestarse en el caso de que difieran de la nuestra. Ya lo sé: generalizar es un error, pero es que veo que se repite tanto y tanto y tanto, que está a punto de convertirse en norma y acabará pareciendo normal que cada uno tenga su propia opinión –que eso está muy bien- pero que se enganche a ella con tal aferramiento, tan obstinadamente, que se cierre a sí mismo la posibilidad de contemplar otras distintas, y se impida con ello la posibilidad de crecer con otros puntos de vista. No quiero decir que uno no tenga sus propias ideas y criterios asentados con una cierta firmeza de forma que no se tambaleen o cambien cada vez que se conozca otra distinta, sino que, manteniendo sus criterios y sin que tengan que ser modificados o adecuados a los de otros, se pueda permitir cuanto menos contemplar como posibilidad la opción de que puedan ser otros. En mi trabajo recibimos de vez en cuando personal nuevo, y siempre desde el primer día se les deja claro que tenemos unas formas de hacer las cosas que hasta ahora han demostrado ser correctas, pero que estamos abiertos a escuchar otras cosas distintas. Se les dice que, ya que vienen con ojos nuevos y pueden ver lo que la rutina tal vez nos impida ver, nos hagan saber todo lo que vean que tiene posibilidades de ser mejorado. Les animamos a que lo manifiesten, incluso aunque tal vez suene disparatado. “Si es una buena idea, la aplicamos inmediatamente; si no es posible te diremos por qué, y si se demuestra que es una gran tontería nos reiremos juntos”. A veces nos obcecamos con una idea, o no somos capaces de desapegarnos de nuestras costumbres, y nos da miedo atrevernos y arriesgarnos a probar algo nuevo, o nos da tanto desasosiego quedarnos sin aquellos que creemos que son nuestros principios que preferimos no poder en duda su validez o veracidad ya que podríamos pensar que no hay una base cierta en nosotros y eso nos daría una inseguridad atroz (Hasta hay un refrán que dice “más vale malo conocido que bueno por conocer”) Dudar de lo que sabemos –o creemos que sabemos- es la mejor forma de aprender y crecer. Uno tiene que mantener sus normas, sus costumbres, sus principios, y su ética solamente hasta el momento exacto en que se dé cuenta de que ya no está plenamente de acuerdo con ellas y prefiere modificarlas o cambiarlas por otras. No hay una obligación indestructible por la que uno se haya comprometido a mantener algo, o ser de cierto modo y pensar de tal manera, y menos aún desde el momento en que se da cuenta de que ya no está de acuerdo con ello. Los principios pueden ser movibles, y siempre que una evolución lógica y natural proponga algo nuevo -por lo que se va aprendiendo en la vida y porque con los años cambian los intereses y los modos de ver las cosas- hay que escucharlo/escucharse, y si uno se da cuenta de los beneficios de la nueva idea, del nuevo modo, de la nueva forma, es conveniente ponerlo en marcha a la mayor brevedad, y no hacerlo desde el enojo del rey destronado sino desde la ilusión de quien acaba de hacer un descubrimiento que le aúpa en su Desarrollo Personal. Si uno se alegra cuando cambia de vehículo o de vivienda por algo mejor, más aún debiera alegrarse cuando descubre algo que puede hacer aumentar su valía como persona. Así que es mejor salirse de la intolerancia de los principios rígidos e inamovibles, es mejor abandonar los dogmatismos, las ideas ancladas, las afirmaciones incuestionables, las aseveraciones rotundas a las que uno está anclado y esclavizado, la tradición y lo de siempre, y darse el lujo de utilizar más a menudo expresiones como “creo yo”, “me parece”, “opino”, “supongo”… De momento te dan la libertad de no sentirte irremediablemente atado a nada, y te dan la tranquilidad de que puedes estar equivocado y no tienes que penalizarte por ello, y la comodidad de no tener que defender tu postura de un modo belicoso. Te descargan de la rigidez que padece quien está indisolublemente atado a unas ideas. Te permiten relajarte, ya que lo que supones u opinas no tienen sujeciones sino que tienen el derecho a ser modificadas sin dar explicaciones a nada. Uno se tiene que reservar el derecho a cambiar de ideas o de opiniones en cuanto lo crea conveniente. Sin más. Porque ha encontrado otras que le parecen más adecuadas. No afirmar todo taxativamente es un descanso. Y no merece la pena enfrentarse a nadie por defender unas ideas que pueden estar equivocadas, que son etéreas, intangibles, carentes de entidad y existencia… salvo que caigamos en el fanatismo y las dotemos de lo que no son y no tienen. Creer…opinar… suponer…parecer…Todo lo que no sea afirmar con una rotundidad rígida a la que se le adjudica la cualidad de infalible es un descanso enorme, una despreocupación, una paz… Y no olvidemos que lo que consideramos nuestra verdad en realidad solamente es una opinión temporal y circunstancial que puede variar –sin previo aviso- en cualquier momento. O sea, algo que no se merece una defensa a ultranza. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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CUANDO HABLAMOS DE TIEMPO ESTAMOS HABLANDO DE NUESTRA VIDA En mi opinión, tratamos el asunto con ligereza e insensatez cuando hablamos de tiempo, como si fuera un concepto hipotético, ajeno o relativo, mientras que el tiempo –y que nunca se olvide esto-, no es más que un modo teórico de medir nuestra vida. Así que el tiempo no son segundos de un reloj, no es un espacio o un período, no es un calendario ni los días que van cambiando de nombre: es nuestra vida. NUESTRA VIDA. Y a pesar de que seamos capaces de llegar a comprender el sentido de esto, en demasiadas ocasiones derrochamos nuestra vida, la perdemos en pasatiempos, en inútiles distracciones, en matar el rato, o la perdemos haciendo algo que no nos apetece hacer sólo porque no somos capaces de sobreponernos a la pereza, o la apatía, y ponernos a hacer LO QUE REALMENTE QUERRÍAMOS HACER o LO QUE REALMENTE NOS GUSTA. En cambio –en mal cambio-, nos quedamos la tarde entera tirados en el sofá, frente al televisor, soportando una programación inútil y aburrida, o desperdiciamos el tiempo sin darnos cuenta. Aunque “hacer nada” no es perder el tiempo si uno decide voluntariamente que lo quiere es “hacer nada” expresamente, entonces está haciendo LO QUE REALMENTE QUIERE HACER. No está mal. Lo que deja una sensación desagradable es cuando uno se da cuenta de que se ha pasado la tarde, o el día, en un “hacer nada” indeseado que deja una sensación desagradable, una rabia más o menos disimulada. Si fuésemos capaces de sentir con toda su contundencia, y con el peso drástico de su realidad, la limitación de nuestro tiempo en esta vida, la irrecuperabilidad y la irrepetibilidad de la misma, la imposibilidad de desandar lo mal andado, la imposibilidad de negociar un regreso a cada día de los que se han consumido –a pesar de nuestra desatención- y notáramos en el alma, en lo más sensible del corazón, el tesoro que se ha esfumado, la oportunidad que se fue desatendida, un estremecimiento cuanto menos debiera recorrernos imparable. Y no es necesario hacer un drama por ello. Queramos o no, la atendamos o no, nuestra vida camina implacable hacia su destrucción como cuerpo físico y esto es innegociable, así que la mejor opción es aceptarlo –preferiblemente con mucho agradecimiento por la oportunidad de estar aquí aunque sea brevemente-, y no hacer un drama de lágrimas ácidas y un llanto continuo. Lo interesante es darse cuenta de que esto es así y no tiene solución ni negociación posible. El regalo de la vida nos lo entregan con fecha de caducidad. Por eso es trascendental no desatender este asunto, para evitar que llegue el día de la desesperación en que uno ya no pueda hacer otra cosa más que lamentarse por lo que para entonces no tendrá remedio. Hoy estamos a tiempo de prestar atención a este presente y a todos lo que lleguen a partir de ahora. Si ya hemos tomado conciencia de la seriedad del asunto, si ya somos capaces de mirar hacia atrás con el recuerdo y ver cómo desapareció el bebé que una vez fuimos, la niña que sólo pensaba en jugar, el niño que fue al colegio, o la joven que se convirtió en mujer... es un buen momento de verificar que esto de que se pasen los días de nuestra vida va en serio. No hay que enfadarse –o sí, pero sólo un poquito-, lo pasado no tiene remedio. Podemos extraer, eso sí, y como siempre y de todo, lo positivo. Y siempre hay algo positivo. Aunque simplemente sea la verificación y confirmación de que la vida va pasando, y los días de vida se van descontando infatigablemente. Cada día nos trae, cuanto menos, dos cosas. La primera es que nos garantiza que llegará a su fin de todos modos, sin estar condicionado por nuestra atención o desatención, ni que aprendamos ya de una vez o que les dejemos escurrirse de entre nuestras manos sin poder retenerlos, y cada día también nos trae una excelente, grandiosa, extraordinaria, impresionante, maravillosa, imponente, fastuosa, espléndida y magnífica oportunidad de comenzar de nuevo. Esto es interesante. Yo puedo gobernar en gran medida mi vida. Yo puedo decidir qué es lo que quiero y lo que no. Yo soy consciente y vivo en esa consciencia. Yo escojo y trato de escoger lo mejor. Tomo consciencia de MI VIDA, y siento con orgullo y satisfacción ese privilegio y esa responsabilidad, me miro las manos, me noto, me acaricio, y compruebo que “soy yo” –aunque no tenga claro qué soy- y siento “estoy aquí” –aunque no tenga claro lo que eso implica-, y un escalofrío apenas perceptible debería acompañarme en este momento de claridad y comprensión sin palabras. MI VIDA. YO. Estamos juntos: somos lo mismo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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YO SOY UN ÁNGEL Me ha costado tiempo darme cuenta. Con eso de que estaba convencido de que había que tener alas o alitas, vivir en lo ignoto del cielo, no tener sexo, tener ricitos rubios, y tocar la lira como un virtuoso, me había descartado a mí mismo como un aspirante a ser ángel o angelito. Y me he dado cuenta, hace muy poquito tiempo, que he conocido a un ángel (por lo menos) y que yo mismo soy un ángel. ¡Ah!, y de que tú también eres o puedes ser un ángel. Yo tenía 6 o 7 años, no más. En mi casa pasábamos mucha hambre y teníamos acumuladas las insuficiencias. Aquel 6 de enero TAMPOCO vinieron los Reyes Magos. Yo había madrugado con esa inquietud de qué habrían dejado para mí. Nada. Lo averigüé enseguida. Nada de nada. Todavía no se habían despertado los demás y comprobé por la ventana que aún era de noche. No quería seguir en casa. Supongo que tenía tanta rabia como decepción, así que cogí un hierro que yo tenía, con la punta afilada, y salí a la calle para jugar a un juego que se llama el hinque. Como seguía siendo de noche, me quedé en el portal esperando a que hubiera un poco de luz. Apareció la luz, escasa, entre grisácea y descolorida, y me puse a jugar. Estaba yo solo en el mundo. No sé cuánto tiempo después apareció una mujer, joven, muy grande –y no era una extraterrestre: simplemente es que yo era muy pequeño- y me preguntó qué hacía. Jugar, le respondí. Sé que me hizo más preguntas pero no las recuerdo. Recuerdo lo que sucedió: sacó de un bolso una pistola grandísima, de calamina, y me la entregó diciendo que los Reyes Magos la habían dejado en su casa para mí. No recuerdo si fui muy agradecido. Sé que me duró poco y que me olvidé de aquello hasta que a mis 59 años apareció de nuevo la escena en mi mente y me di cuenta de que aquella mujer era un ángel. Hace unos poquitos años estaba yo mirando algo en una tienda de esas que tienen un batiburrillo de mil cosas y vi a una vecinita de mi edificio. De 6 o 7 años. Estaba sola, curioseando entre las cosas que había para ver. Le sonreí. Me sonrió tímidamente. Tenía en sus manos una especie de bombonera de cristal. Unos instantes después escuché el ruido que hace una cosa de cristal que cae al suelo y se convierte en añicos. La dependienta, como poseída, convertida en una auténtica energúmena, se dirigió hacia la niña, con los brazos en jarra, y con una actitud verdaderamente amenazante. Gritó: “ahora tienes que pagar lo que has roto”. Evidentemente, no tenía dinero y, además, estaba atemorizada por la fiera. La observé y casi me atrevería a decir que la vi encogerse físicamente. No sabía qué hacer. Miraba hacia la mujer y su silencio era la única solución que podía aportar. La fiera no aflojaba en su actitud. Yo lo pago, dije. Y la cara de la niña se iluminó. Volvió a su tamaño normal. Se marchó sin decir nada pero me miró desde la puerta y en sus ojos vi muchas cosas que soy incapaz de describir. Estoy seguro de que algún día contará la anécdota y dirá que se le apareció un ángel. Como ves, es muy fácil ser un ángel. Solamente hace falta tener voluntad de serlo. Se dice que los ángeles representan la bondad, la belleza –del alma- y la inocencia –la falta de malicia intencionada-. Y que su misión es ser nexo de unión entre Dios y el Ser Humano. Así que uno se puede convertir –si es su deseo- en alguien que transmita la felicidad a otros, que les recuerde la naturaleza divina que nos forma, que les lleve la esperanza o el amor, el cuidado y la ternura, o la Humanidad que nos hermana. Y no se trata de hacer milagros deslumbrantes, sino esos milagritos que son tan necesarios a veces. ALEGRAR EL DÍA A LOS OTROS, por ejemplo. Y puede llegar a ser tan simple… una atención, una sonrisa sincera, una palabra de agradecimiento, el reconocimiento por su labor… ANIMAR AL DESANIMADO puede ser otra buena idea. Ya sabes que la palabra ánimo significa “Alma o espíritu en cuanto es principio de la actividad humana”. Y que animar es “infundir energía al ánima”, que es el alma. Y resucitar el alma del otro está al alcance de cualquier aspirante a ángel… COMPARTIR. Lo poco o lo mucho. Lo material o lo etéreo. El optimismo o una palabra… CUIDAR, LLAMAR POR TELÉFONO, VISITAR, ACOMPAÑAR, EMPATIZAR, SER POSITIVO, DAR LAS GRACIAS, CONTAGIAR LO BUENO QUE TENGA UNO, ESPANTAR TRISTEZAS, RELATIVIZAR SUFRIMIENTOS, PLANTAR SONRISAS, REVITALIZAR, ALIMENTAR LA AUTOESTIMA DEL OTRO, HABLARLE DE SENTIMIENTOS EN UNA CONVERSACIÓN DE CORAZÓN A CORAZÓN… ¡¡Hay tantas posibilidades de convertirse en ángel!! ¿Te atreves a serlo? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el creador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
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YO NO QUIERO QUE OTRO DECIDA POR MÍ En mi opinión, este es un hermoso grito de guerra. Una excelente rúbrica para usar tras cada decisión, cada gesto, cada pensamiento, porque tiene una fuerza determinativa, taxativa, que aporta una firmeza de carácter y decisión, y que puede cambiar –indudablemente- el resto de la vida. Hay muchas personas que están excesivamente dependientes de alguien en concreto -o de todos en general-, y no tienen el carácter suficiente para imponerse, ni la Autoestima necesaria para tomar sus propias decisiones y el control de su vida, y tal vez se hayan dejado arrastrar a lo largo de su vida siguiendo las directrices que les imponían los demás, y no haciendo otra cosa más que sufrir su conflicto interno entre hacer caso a los otros –y no ser capaz de rebelarse- y sus propios deseos que le sugieren hacer otras cosas distintas. Hay personas a las que les falta el empuje necesario y la decisión animada e imparable para poner en marcha sus propios proyectos. O que tal vez lo que le faltan son sus propios proyectos porque han estado gobernadas por otras personas que se les han impuesto o en las que han confiado ya que no confiaban en sí mismas. Con mayor o menor intensidad, siempre se presenta una rebeldía que propone salir de ese estado y tomar el mando. A veces es fácil de aplacarla, porque se argumentan todas las incapacidades e inseguridades que uno tiene, todas las oposiciones e imposibilidades, y con eso se acalla, aunque con un secreto gran dolor y pena. En otras ocasiones, uno ha reunido ya la suficiente rabia para la insurrección, la revolución se ha puesto en marcha y parece ser imparable, y es entonces el momento de lanzar el grito: YO NO QUIERO QUE OTRO DECIDA POR MÍ. Dar este paso, y lograr que se respete esta nueva norma, es muy difícil para quien no esté acostumbrado a gobernar su vida, para aquellos a quienes le cueste confiar en sus fuerzas y posibilidades, para quienes estén habituados a navegar entre inseguridades, o para quienes son miedosos o excesivamente dependientes de la opinión y la aprobación de los otros. En mi opinión, si es una decisión deseada, y no la rebeldía efímera de un momento de calentón, se convierte en muy plausible, digna, honrosa, merecida, y es algo que se merece todo el esfuerzo que se le dedique porque es un acto muy loable. Quien ha estado acostumbrado a soportar el yugo implacable de una dictadura que ha marcado su vida y su destino –un padre tirano, un marido opresor, el miedo, las dudas…- y, por fin, se atreve a lanzar el grito y toma la decisión, merece mi apoyo –el apoyo de todos-, mi felicitación, y mi bendición –la felicitación y la bendición de todos-. Ya he repetido en demasiadas ocasiones que Dios –o el Creador, o quien cada uno considere- entrega la vida junto con la responsabilidad de esa misma vida. Y depende de uno llevarla a buen término. Un buen término que incluye la felicidad, la libertad, la soberanía sobre Uno Mismo, el control sobre las decisiones, y la realización de una vida acorde a sus deseos dentro de sus posibilidades. Y es conveniente que cualquier persona revise de vez en cuando si hay algún aspecto de su vida que requiera una revolución que comience al grito de YO NO QUIERO QUE OTRO DECIDA POR MÍ. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, y el Autoconocimiento para la mejoría y el Desarrollo Personal.
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¡¡Y OTRO ARTÍCULO MÁS QUE SE TITULA “TODO ESTÁ DENTRO DE UNO MISMO”!! En mi opinión, “TODO ESTÁ DENTRO DE UNO MISMO” es una frase impactante, o un título de artículo o libro de esos atractivos, sugerentes, prometedores, de lo más exotérico y esotérico, pero que solamente será útil para quien de verdad es capaz de comprenderlo porque ya lo ha experimentado. O sea, que si uno no lo ha experimentado y no ha sentido que TODO ESTÁ DENTRO DE UNO MISMO, sin que se lo tengan que explicar, no sirve para nada –porque será simplemente una teoría-, y si uno ya lo ha experimentado, no necesita que se lo expliquen. Decir que TODO ESTÁ DENTRO DE UNO MISMO es, por tanto, inútil –y yo escribí un artículo que se titula así…-, porque subliminalmente induce a una esperanza: la de que tiene que ser fácil -puesto que ya está dentro de uno-, y ser accesible –por el mismo motivo-, pero esto conduce por dos caminos equivocados. Por lo menos. El de pensar entonces, de un modo inconsciente o fervientemente, que si ya está dentro no hay que seguir buscándolo y ya se ha acabado el proceso. Y eso no es correcto. Otra equivocación de plantear esta afirmación es que se volverá en contra, y será frustrante, para quien crea en ello, se ponga a la tarea de ver todo eso que está dentro… y no vea nada. Eso puede acrecentar aún más el sentimiento de inutilidad personal, y alimentar la frustración por no ser capaz de ver o contactar con algo que parecer ser que debería ser muy evidente. Y uno mismo tendrá que soportar su propia retahíla de reproches y lamentos: “No valgo para nada… yo no tengo nada dentro… otros sí que tienen todo dentro y no tienen que buscar tan inútilmente como lo hago… no sirvo ni siquiera para algo que debería ser tan fácil… soy incapaz…” A esto se añade que hay otra persona que le dice que sí lo ha encontrado –aunque sea mentira y sea solamente por disimular que tampoco lo ha encontrado-, y entonces se acrecienta de nuevo y con más fuerza su sentimiento de inutilidad. ¿Qué es lo que crees cuando alguien te dice que TODO ESTÁ DENTRO DE UNO MISMO?, ¿Qué te imaginas o en qué piensas? ¿Tesoros intelectuales?, ¿La comprensión del sentido de la vida?, ¿Dios?, ¿El contacto directo con el misticismo?, ¿Un conocimiento ilimitado?, ¿Un estado de Iluminación permanente?, ¿La paz?, ¿La respuesta a “Quién soy yo”? ¿Y si lo que está dentro –o lo que debería estar dentro- es la falta de ambiciones intelectuales o terrenales?, ¿Y si no hay nada, y es esa nada, precisamente y en contraposición a lo que nos propone la sociedad, el tesoro?, ¿Y si lo que hay es amor y eso es lo único que tiene que haber? ¿Desde qué perspectiva buscamos dentro?, ¿Con qué afán miramos?, ¿Qué es lo que no nos permitimos ver –aunque sea tan evidente- y lo que nos esforzamos en querer ver donde no existe? ¿Lo que hay dentro de Uno Mismo es igual en todas las personas?, ¿Y es siempre lo mismo?, ¿Cada vez que se mira se encuentra uno lo mismo? ¿Y si lo que tenemos dentro son cosas tan elementales y grandiosas como son el amor, la ausencia de ambición, y la paz?, ¿Es que realmente tiene que haber algo más? Porque si buscamos algo más tal vez no sea dentro de uno mismo donde hay que mirar… tal vez haya que buscar en el ego… ¿Y si lo que debiéramos mirar dentro de nosotros mismos fuera un terreno neutral en el que no hubiera conflictos entre uno y Uno Mismo, y pudieran convivir el misticismo, lo espiritual y lo cotidiano? ¿Y si lo que tenemos dentro es la comprensión de la vida sin intelectualidad, sentida con el corazón?, O sea, sin palabras ni definiciones. ¿Y si es la nobleza de dejar pasar los días sin querer agobiarlos de cosas, y la comprensión de que es mejor la contemplación de las cosas grandiosas que habitualmente se nos escapan? Después de toda una vida de trabajo y sacrificios, lo que uno ansía es la jubilación, la descarga de responsabilidades, y procurar vivir lo más tranquilamente posible. ¿Y si eso en lo que hay dentro: la enseñanza de que no hay que esperar a que llegue la jubilación para hacerlo? Cuando uno se va haciendo más mayor va permitiendo que emerja el sabio interior, que es quien tiene la capacidad de relativizar las cosas, quien las va poniendo en su sitio despojándolas de los oropeles o del dramatismo, quien comprende –con retraso- que no es necesario dotar a la vida de sufrimiento, inquietud, ambición, compromisos sin ganas, o pérdidas de tiempo –que es pérdida de vida-. Resulta que ese sabio interior es el mismo que lleva toda la vida dándonos los consejos que acallamos con nuestra cháchara, a quien desatendemos por satisfacer a las distracciones que nos ofrece este mundo. TODO ESTÁ DENTRO DE UNO MISMO, decimos, y muchas veces nos conformamos con decirlo, como si el hecho de pronunciarlo nos abriera las puertas de la comprensión. ¿Qué es TODO?, ¿Cuánto es TODO?, ¿Qué quiere decir TODO? Uno Mismo es quien está dentro de uno mismo. El de las mayúsculas es el auténtico, es el Ser, es el Humano que contiene también lo divino, lo que trasciende a lo que no pasa de lo terrenal –en el sentido más peyorativo de la palabra-, mientras que el de las minúsculas es el distraído, el rutinario que no se hace preguntas y no tiene una sana ambición de conocerse realmente, el que no sabe por qué o para qué está en la vida y deja que ésta se extinga lenta pero inexorablemente. Rainer María Rilke escribía esto: “Usted es tan joven, está tan lejos de toda iniciación, que quisiera pedirle, lo mejor que sé, querido señor, que tenga paciencia con lo que no está aún resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas por sí mismas, como habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua muy extraña. No busque ahora las respuestas: no le pueden ser dadas, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas. Quizá después, poco a poco, un día lejano, sin advertirlo, se adentrará en la respuesta.” Pero hay que hacerse las preguntas, hay que observar y observarse, hay que darse cuenta, hay que estar en la vida y no conformarse con pasar por la vida derrochándola como si fuera a ser eterna. Hay que comprender que, en realidad, somos consumidos por el tiempo. En mi opinión, que no tiene por qué coincidir con la verdad, cada persona tiene algo distinto, que es eso que la hace única e irrepetible, aunque la esencia de lo que tenemos dentro sí es común, pero cada uno deberá encontrar su grandiosidad o su propia sencillez, porque es conveniente que cada uno viva su vida con sus propias capacidades mejor que tratar de vivir otra vida ajena, estereotipada, idealizada, en la que uno se va a sentir extraño. ¿Qué es lo que yo tengo dentro de mí?–ya que eso es lo que soy realmente- y no ¿Qué es lo que quiero encontrar? -mientras desecho lo que sí encuentro, que es lo que sí hay y es lo que sí soy-, es la propuesta adecuada y puede que esa sea la dirección en la que hay que andar. La sugerencia es no quedarse quietos en el sufrimiento o el deseo de ponerse en marcha, aplazándolo nuevamente, sino enfrentarse a la inquietud y las preguntas, a los deseos interiores y a la propia costumbre de boicotearse, y entrar dentro, y buscar, y buscarse, hasta encontrar y abrazar –ya para siempre- a Uno Mismo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, y el Autoconocimiento para la mejoría y el Desarrollo Personal.
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¿QUÉ ME HACE FELIZ?, o también… ¿QUÉ ME HACÍA FELIZ? En mi opinión, la felicidad puede manifestarse, simplemente, a partir de ser capaz de vivir el presente con consciencia, tasando en su justa medida los inconvenientes –sin desmesurarlos como se hace habitualmente- y apreciando en su justa medida los que son agradables –sin infravalorarlos como se hace habitualmente-. La felicidad es una cosa distinta para cada persona, por supuesto, pero básicamente se consigue encontrando la paz interior –que posteriormente se manifestará en el exterior-, sabiendo disfrutar los pequeños momentos –que en realidad son los grandes momentos- y procurando sentir de continuo, por lo menos una moderada satisfacción personal. Ser feliz no es una opción para la que unos han resultado agraciados, sino una opción posible para cada persona. El alcanzar una cota de felicidad razonable depende exclusivamente de la persona y no de sus circunstancias. Todos hemos visto fotografías en las que niños que viven en la miseria sonríen, juegan, y muestran una indudable felicidad. Eso pasa antes de que uno se haga mayor y empiece a valorar, equivocadamente, que la felicidad está supeditada al logro de bienes materiales, posición social, o cumplimiento de los objetivos personales. La felicidad depende de uno y es uno quien se la permite. Pero para poder tener la sensación de felicidad, y permitir que ésta se manifieste y la podamos festejar, conviene previamente marcar los mínimos que nos den acceso a ella. Esto se debe hacer porque puede suceder que las aspiraciones para la felicidad sean excesivas, inalcanzables, y eso condene a la frustración e imposibilite una felicidad que, si fuera un poco más sencilla en sus exigencias, podría tenerla a su alcance. Por ejemplo, un motivo puede ser tener salud –que ya es un buen motivo-, pero de modo que a su vez no condicione el que si uno está enfermo se elimine la posibilidad de felicidad. Otra persona puede ser feliz si está emparejada, pero que lo tenga claro y no base únicamente su felicidad en ello; que no sea una condición imprescindible, sino que pueda ser feliz y permitirse la felicidad incluso si está solo. Conviene, cuando uno se pregunta si es feliz, tener una sensación indefinible pero convencida que pueda contestar a la pregunta sin tener que hacer para ello un inventario de la situación personal en todos los aspectos de la vida, porque en ese caso siempre se va a encontrar una piedrecita en el zapato. Siempre hay algo que no está como uno quisiera, y eso se debe a que tenemos demasiados frentes abiertos de exigencias como para que todas estén en estado óptimo. Si observamos en el recuerdo, con tranquilidad, algunos de los momentos de felicidad de nuestra vida, comprobaremos que coinciden con momentos en los que no hemos estado atentos a los “problemas pendientes”, o la situación global actual, sino que han sido en momentos de atención a lo que estaba sucediendo, y no estaba presente ese inquisidor exigente, riguroso, negativo y pesimista, que todos llevamos dentro: ese que pone los peros y las pegas. Para promocionar la felicidad, y que sea cada vez más continua y asequible, es interesante averiguar las razones que la producen, y para ello nada mejor que preguntárselo a uno mismo, o dejar una parte vigilante y atenta para que cada vez que detecte una aparición de la felicidad, por muy breve que sea, lo haga saber. Si uno se pregunta: “¿Qué me hace feliz?”, y obtiene respuestas sinceras, lo que podría hacer sería promocionar esos momentos o esas situaciones, pero vigilando una cosa: la vida no se trata de fórmulas químicas de laboratorio que a igualdad de condiciones provocan siempre la misma reacción o resultado. Puede ser que una puesta de sol en un momento determinado y unas circunstancias determinadas nos hayan provocado un sentimiento agradable y queramos repetirlo en otra ocasión para sentir lo mismo. Se crea una dificultad por el hecho de que se llevan unas expectativas, generalmente altas, y uno no está abierto a que le inunde inesperadamente la sensación, como la primera vez, sino que está más atento a lo que espera sentir que a lo que realmente siente. ¿Qué me hace feliz?, hay que peguntarse, y procurarse cuando se averigüe todas las ocasiones posibles para ser feliz. Y si uno descubre que lleva un tiempo en que los desencantos le han cambiado el carácter, le han convertido en un ser demasiado serio o algo retraído, y difícilmente se ilusiona, tal vez es bueno utilizar otra variante de la pregunta: “¿Qué es lo que me hacía feliz?”, y puede descubrir que ha abandonado ciertas cosas que en otro momento de su vida le hicieron feliz pero, por lo que sea, renunció o tuvo que renunciar a ellas. Pero ahora, si quisiera y se pusiera a ello, podría recuperar alguna de ellas… No hay que olvidar que la felicidad, y ser feliz, son razones primordiales de la vida. Si no, el Creador no hubiera puesto a nuestro alcance la capacidad de gozar -para sentirse feliz-, los cinco sentidos -para poder captar el placer que cada uno de ellos proporciona-, la belleza, el amor, la sonrisa, los buenos sentimientos, la nobleza, o al resto de los humanos. ¿Qué me hacía feliz?, Qué me hace feliz ahora?, ¿Qué me puede hacer feliz? La sugerencia es que no aplaces mucho el dedicarte a repetirte estas preguntas y a esperar y escuchar las respuestas. Mientras antes lo averigües, antes y más podrás disfrutar los placeres que la felicidad te puede proporcionar. Dedica tiempo a buscar lo que te hace o te puede hacer feliz: es una excelente inversión que te va a proporcionar disfrute, placeres, sonrisas, optimismo, alegrías, bienestar, satisfacciones, diversión…o sea: felicidad. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, y el Autoconocimiento para la mejoría y el Desarrollo Personal.
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¿QUÉ ES LO PEOR QUE PODRÍA DESCUBRIR SOBRE MI PROPIA NATURALEZA? En mi opinión, casi todos padecemos un miedo atenazador que nos impide mostrarnos con naturalidad y nos dificulta el poder llegar a los últimos rincones de lo más desconocido de nosotros. Es un auto-concepto pesimista de que hay cosas malas en nuestra naturaleza –y no es cierto, porque la naturaleza es pura- que preferimos no salgan de cajón más secreto que mantenemos encerrado en una caja fuerte que está dentro de otra caja fuerte en un sitio que desconoce el resto de la humanidad. Si un día descubrimos algo que no nos gustó, pesimistamente sospechamos que eso es la punta del iceberg, que tiene que haber muchísimo más, y que remover el interior sólo va a sacar a la luz algunos demonios que mantenemos ocultos y semi-aletargados. Mejor no menearlo. La negligencia en el planteamiento está en que pensamos que si está oculto no afecta, que no pensando en ello desaparece, o que negarlo es mejor que resolverlo. Por lo menos, es más cómodo. Pero no es efectivo. No es resolutivo. Lo que está, está, y lo que es, es. Y esto sí que es cierto. Y por muy escondido o medio olvidado que esté lo que no queremos reconocer, no dejará de provocar su influjo o su estrago. Lo eficaz, lo valiente, lo justo, lo necesario, es sacarlo a la luz y airearlo –aunque sea en la privacidad de Uno Mismo-, y tratarlo desde la ecuanimidad y no desde el miedo a su influjo. No es el enemigo: es la parte desconocida que aún no se ha resuelto. Es lo que llamamos “la sombra”. Y la sombra no es el enemigo ni es lo indestructible: es el aspecto inconsciente de la personalidad que el Yo Consciente no quiere reconocer como propios. Reconocerlos ofrece la oportunidad de modificarlos o deshacerlos. Y ese es, indudablemente, el primer paso: llegar hasta donde esté y sacarla de su escondite o de nuestro desconocimiento, observarla, encontrar su origen si es posible, reconocerla, aceptarla desde ese momento ya que es innegable su existencia, y a partir de ahí hacer lo que se considere oportuno. Pero hacer algo, con la intensidad y la periodicidad que uno quiera, o inmediatamente, que puede ser lo más adecuado, pero no conformarse con haberla reconocido y pensar que por ello ya es un asunto resuelto. Esa parte que todos tenemos que no nos gusta es tan real como la que sí aceptamos. Y repudiarla solo habla de un profundo desamor hacia nosotros mismos, porque el acto generoso y noble es de aceptarla tal como es –porque forma parte de uno aunque a uno no le agrade-, con la promesa de ir modificándola, desmontándola, despojándola de la tenebrosidad que se le ha otorgado, entendiéndola como una parte de la humanidad que somos, con sus imperfecciones congénitas –esta vida es un Camino de Perfección, que de eso se trata vivir: de corregirse para progresar, de afinarse en el mejoramiento, de estar cada vez más cerca de lo que podemos llegar a ser. No hay algo “peor” que pueda descubrirse en la propia naturaleza, porque “peor” es solamente un adjetivo. Lo que hay y lo que es, es lo que hay y lo que es. Nada más. El Desarrollo Personal propone sacar a la luz lo que existe, sin miedo y sin vergüenza, y recordar que nada es inevitable, que nada es irrevocable, que la vida no es una condena que uno tiene que cumplir, sino que cada uno ha de diseñar su propia filosofía de vida y su propia personalidad, y ello implica tener unos valores y descartar otros, y dar prevalencia a unas cosas y diluir otras. Y ese es el Camino. Tener algo que no agrada no es diabólico: es una realidad. Lo diabólico es saberlo y no hacer nada por corregirlo. La sugerencia es entrar sin miedo a descubrir lo que hay, guste o no guste, y sin miedo, porque lo que se descubra se va a quedar en el secreto con uno mismo –por eso uno mismo solamente entrará a encontrar y no a juzgar-. Es conveniente recordar que uno no es siempre el culpable de las cosas que encuentre y es posible que sea más bien una víctima. La mala educación, las circunstancias, la inexperiencia… hay muchas razones, ajenas y externas, que pueden ser responsables de lo que hemos hecho o no, de cómo somos o no, y ahora lo que se pretende hacer es arreglar lo que se pueda y no entretenerse en buscar culpables. Ánimo. Este puede ser el paso más importante de tu vida. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, y el Autoconocimiento para la mejoría y el Desarrollo Personal.
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TENER CORAJE (Y no me refiero a irritación o ira, sino a la impetuosa decisión y al esfuerzo del ánimo: al valor) En mi opinión, vivir requiere y exige coraje. Se ha organizado el mundo, y la vida, de tal modo que la opción de vivir de un modo relajado se ha quedado reservada a unos cuantos atrevidos que consiguen tener las cosas un poco claras y renuncian a lo que la sociedad promueve como irrenunciable. La vida contemplativa, esa vida en la que parece que uno está inmunizado contra todo, que no le afectan las cosas especialmente, que uno no cae en la vorágine vital del resto mayoritario de los mortales, parece reservada para los maestros de yoga y para los monjes Tibetanos. Los demás, los que no somos valientes, o no somos inteligentes, los que nos quedamos en el mundo y con sus problemas, tenemos que recurrir, obligatoriamente, al coraje –esa decisión imprescindible y esa voluntad y ese ánimo- para enfrentarnos al día a día, para poner en marcha propósitos, para escapar un poco de la rutina y la pereza, para no dejarnos vencer por la desesperanza, para dar el siguiente paso… porque esto se ha puesto difícil. La vida –el tipo de vida que casi todos nos hemos montado- implica tensión, requiere una constancia férrea para supervivir, y una voluntad que a veces ha de ser sobrehumana, porque por todas partes hay reclamaciones, compromisos, obligaciones, responsabilidades, zancadillas, traiciones, desencantos, frustraciones, proyectos que no salen o salen mal, dolor… un nido excelente para la desgana, una razón suficiente para tirar la toalla, y para rendirse y negarse a dar un paso más. (También hay momentos buenos) Muchos días, es necesario, antes de levantarse de la cama, echar mano del coraje, porque si no se hace así no hay voluntad ni ánimo para enfrentarse a la vida. Y escribo “enfrentarse” siendo muy consciente de que es esa palabra, y no otra, la que quiero utilizar. Enfrentar: Hacer cara a un peligro, problema o situación comprometida. En muchas ocasiones es necesario echar mano de la fe, recurrir desesperadamente a la esperanza, confiar en el porvenir, recurrir a los Dioses, o rebuscar en el interior por si quedaran migas de optimismo, algún trocito de valentía, o reservas de coraje. Tener coraje. Buscar el coraje donde quiera que esté. Y buscar audacia a espuertas, algo de bravura, el necesario ímpetu, cierto arrojo, un poquito de temeridad, alguna pizca de osadía, capacidad de resolución, una decisión casi inquebrantable, el impulso necesario para seguir hacia adelante, y mucho corazón y mucho amor propio. En alguna parte tenemos todo eso, porque todo eso viene de serie en el Ser Humano. Son herramientas imprescindibles que traemos (como trae el coche las herramientas para poder cambiar una rueda) Se trata de tener confianza. En uno Mismo. Confianza no sólo en la fuerza (“Dios aprieta pero no ahoga”, se dice), que siempre queda un último impulso, algo que evita caer del todo, sino confianza en que hay un camino que recorrer, un objetivo -aunque a veces se dude de él-, algo por lo que seguir y por lo que luchar; confianza en que está por llegar algo mejor y para poder llegar a ello hay que seguir echándole coraje a la vida, a pesar de los momentos duros que se presentan, a pesar de las apariciones continuadas del desánimo, a pesar de la opresiva sensación de abandono y de que el corazón se sienta descorazonado a veces. En muchas ocasiones, y esto es bastante difícil de creer y de aceptar, la vida nos pone delante un desafío casi inevitable, y parece que con ello quiere demostrarnos que somos capaces, que podemos, aunque sea duro; tenemos reservas de voluntad, de bravura, de agallas, y es conveniente aceptar el reto, del que saldremos fortalecidos, y más cercanos a nuestra esencia y nuestro Ser. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
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¿QUIÉN SOY PARA LOS DEMÁS? En mi opinión, a las personas que tienen una Autoestima baja, responder sinceramente a esta pregunta, y además encontrar una respuesta en la que salga bien parado, es muy interesante para su estabilidad y para mirarse con ojos más agradables. Quien no es capaz de valorarse por sí mismo, y de apreciar sus propias cualidades y virtudes, o aceptar su pequeñez con humildad, está en manos de los otros y a merced de sus juicios y críticas. Grave error. Está bien saber que estamos interrelacionados con los demás, y está bien saber que podemos colaborar entre todos en poder realizar nuestras vidas, pero de ningún modo dependemos de los otros para ser nosotros mismos. Dado que todos formamos parte de lo que se denomina Humanidad, tan aparentemente des-conexionada pero al mismo tiempo tan indisoluble, todos interactuamos entre todos aunque en muchísimas ocasiones no somos conscientes de ello. A veces dejamos de ser la estrella de nuestra propia vida para desempeñar, aunque sea durante breves momentos, un papel secundario en la vida de los otros. O para la vida de los otros. Para unas personas eres hijo, para otras padre, compañera, amigo, empleada, vecino, suegra, novio, cliente… Te propongo un ejercicio muy instructivo que tal vez nunca hayas hecho. Se trata de verte a ti mismo como te ven los demás. Como alguien que participa de algún modo en su vida, pero ocasionalmente. Como alguien que no eres como tú eres para ti: la estrella principal y quien ocupa sus propias 24 horas. Cómo hija… ¿Eres amable y cuidadosa o tiránica y despreocupada? Como novio… ¿Eres cariñoso y atento o frío y aprovechado? Como empleado… ¿Eres cumplidor y responsable o te despreocupas de tus tareas y engañas a tu jefe? Para los otros eres un personaje… ¿Desempeñas bien tu papel?, ¿Colaboras en el modo que el otro espera de ti?, ¿Haces por el otro lo que quieres que el otro haga por ti? Hazte cuantas preguntas te ayuden a situarte y valorarte en el papel que desempeñas para los otros, que puede ser mucho más importante de lo que crees, y considera si deberías modificar o potenciar algún aspecto, si eres correcto en tus actitudes, si desatento y no sabes apreciarles, si estás a la altura que deseas estar, si tienes la conciencia en paz o por el contrario descubres que eres egoísta y mezquino. Date cuenta y toma las decisiones que tengas que tomar. Si puedes, y si lo deseas, trata de ser más simpático o más cordial, más generoso, más amable… o del modo que realmente te gustaría ser con cada persona pero no has parado a darte cuenta de ello. Piensa que tendrás que cruzarte en el Camino de otras personas, lo mismo que otras se cruzarán en el tuyo. A veces de un modo inapreciable, lo que no quiere decir siempre que no serán importantes para ti. Algún día saludarás a una persona y jamás te volverás a encontrar con ella, y tal vez pienses que no afectará para nada a tu vida. En algunos casos, es así. En otras ocasiones, simplemente te han sonreído en un momento en el que ya no creías en las sonrisas, o te han dado las gracias cuando pensabas que ya se había terminado la amabilidad, o han seguido con su vida adelante cuando parecía que todo estaba perdido y les has dedicado un simple instante de atención consciente, pero en tu interior se ha quedado dando vueltas su ejemplo y resolviendo conflictos y dándote ánimos sin que tú te enteres. Con otras personas puedes tener un poco más trato y tendrás tiempo de darte cuenta de cuánto te han ayudado con una palabra, con una mirada o un gesto; también habrá quien pase por tu vida, sin dejar huella aparentemente, pero con su actitud despierte en tu atención el darse cuenta de lo que no quieres ser o no quieres hacer; tal vez aparezca otra de esas personas que se borran solas, pero años después, y sin saber por qué, rescates del olvido una frase que dijo y entonces no supiste comprender o creías que no la habías escuchado. Para otros serás un pilar básico, el centro de su vida, tal vez les motivarás con tu actitud, o les alentarás con tu modo de ser y serás su ejemplo a seguir. Siempre, aun sin darnos cuenta, estamos influyendo en los demás, estamos formando parte de su Camino, y en la medida de lo posible sería conveniente ser muy consciente de ello. Nos necesitamos mutuamente en la vida, todos tenemos algo que enseñarnos, de todos tenemos algo que aprender. Los otros pueden ser lecciones ambulantes, espejos en los que mirarnos, ejemplos de lo que sí o lo que no queremos ser. Y nosotros somos para ellos lo mismo que ellos son para nosotros. ¿Quién soy para los demás? ¿Quién podría ser para los demás? ¿Estoy siendo quien quiero ser? ¿Cumplo bien mi papel para con los demás? Estas y muchas otras preguntas pueden hacer que te des cuenta de lo que haces y lo que omites, y pueden dar una nueva orientación al resto de tu vida. Te garantizo que es importante. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
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DENTRO DE UNO MISMO En mi opinión, y después de haber hecho cursos sobre Esoterismo en general, Quirología, Astrología, Sanación, Zen, Meditación, Alquimia, Simbolismo, Análisis Transaccional, Reiki, Tantra, etc. Después de haber estudiado o investigado sobre Cábala, Tarot, Numerología, Chacras, Filosofías Orientales, Interpretación de sueños, Misticismo, Ocultismo, etc. Después de haber leído o escuchado sobre Jesús, Buda, Wilber, Jung, Freud, Dürckheim, Krishnamurti, Blay, Tony de Mello, Eckhart Tolle, Osho, Confucio, etc. Después de buscar en charlas, entrevistas, conferencias, etc. Después de profundizar entre los Templarios, los Esenios, los Egipcios, el Budismo, la Biblia, las Religiones, el Taoísmo, los Humanos, la Mitología, las Tradiciones Iniciáticas y Místicas, etc. Después de tan largo recorrido, por fin, he encontrado el sitio, el lugar donde está contenido TODO, ABSOLUTAMENTE TODO, y que evita el tener que dispersarse en la búsqueda. En ese lugar se encuentran la Iluminación, la Realización, la Luz, el Desarrollo Interior Absoluto, la Espiritualidad, Dios y la Vida, y está cerca, muy al alcance de todos, y a todas las horas del día. TODO ESTÁ… DENTRO DE UNO MISMO. (Sí: es esa frase que ya has oído o leído tantas veces. Pero es una frase carente de sentido hasta que lo descubres por ti mismo) Los cursos, las charlas, los libros… son externos, son teoría o son la experiencia de otros. Nos recuerdan cosas, pero las cosas están dentro. La meditación es sólo una palabra que toma existencia cuando uno se pone a meditar. El Zen es una filosofía que no aporta si uno no la pone en práctica. La mayoría de los libros son solamente teorías. Nada se hace solo y por sí mismo, siempre es Uno el que tiene que participar. Y, además, no es importante simplemente tener las experiencias: lo importante, y lo que tiene sentido, es lo que tú haces con las experiencias. Siempre es dentro de Uno donde han de vivirse. Si se elaboran en la mente, carecen de fortaleza porque se desvanecen en cuanto la mente se pone a pensar en otra cosa. Se viven en lo interior, en lo emocional, donde está Uno, y no donde piensa uno. Hay que empezar a confiar más en Uno Mismo, y en que Uno trae de serie todo lo necesario para evolucionar. Todo está en Uno. Pero es necesario buscarlo y buscarse. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
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A DIOS ROGANDO… (Pero con el mazo dando) El título es, como puede que ya sepa, un refrán español que se refiere a que cuando deseamos algo, está bien encomendarse a Dios, a la Providencia, pero haciendo a la vez todo lo que esté en nuestra mano por lograr lo que pretendemos. En muchas ocasiones Dios no concede las cosas que se le piden. El miedo, y a veces la pereza, no nos dejan escuchar Su respuesta: “Eso puedes resolverlo tú”. La pereza, la comodidad, o la falta de Autoestima, son los promotores de que muchas cosas que tenemos que resolver nosotros se las pidamos a Dios. Tal vez es mejor que seamos nosotros los primeros en tomarnos más en serio nuestra capacidad –y nuestra responsabilidad- de resolver nuestros asuntos, o en aprender a solucionarlos, y en esforzarnos por resolverlos. Si no lo conseguimos, subamos un escalón: recurramos al pre-Dios que somos y hagámoslo desde la fuerza esencial, y con una firmeza y capacidad superior a la que usamos habitualmente: desde esa sensación de poder que nos pertenece –opuesta a la habitual inseguridad y pequeñez-, desde esa fe que puede mover montañas, no viendo los asuntos a resolver como problemas irresolubles y opresivos, y recurriendo a la capacidad que se encuentra agazapada detrás de los miedos. Dios es la última instancia. Para llegar hasta Él es mejor descartar primero todas las opciones posibles –y algunas de las imposibles-, y no molestar innecesariamente. Es la forma de quitarle a Dios la sensación de chico de los recados, chico para todo, y dejarle que Se dedique a otros asuntos. Quienes tienen hijos les educan en la Autosuficiencia. Les enseñan a resolver sus asuntos por sí mismos –o así debieran hacerlo-. Por la misma razón, Dios debería dejar que cada uno aprenda a resolver sus asuntos, en vez de ser un padre que maleduca a sus hijos, resolviéndoselo todo. Por eso propongo dejar lo de rogar a Dios para los casos auténticamente desesperados, para aquellos que han llegado ya a un extremo que resultan humanamente imposibles de arreglar. Y, además, ser muy selectivo y razonable con las cosas que se piden. Por mucha fe que uno tenga –que es elemento indispensable para que pueda resultar efectiva la petición-, no se Le debe pedir –porque no lo puede conceder- que salga premiado con el primer premio el número de lotería que uno ha comprado –porque hay 80.000 números distintos y todos no pueden ser premiados-. Es imposible satisfacer a todos. Final de los Campeonatos Mundiales de Fútbol. Hay dos equipos sobre el césped y miles de personas piden a gritos que gane el equipo A, mientras otros tantos de miles piden que gane el equipo B. Y no vale el empate. Imposible satisfacer a todos. Al rogar se dice “Dios mío”, pero… ¿Uno se refiere al Dios que ha decidido adoptar o aceptar de todos los que ofrece el mercado de las religiones –o que le han obligado a “heredar” los padres porque ellos lo han decidido así-, o se refiere al Dios que está integrado en Uno, de modo que sienta que Él y Uno inseparables? Es algo de lo que tenemos que tomar conciencia, así como también hay que hacerlo al orar. Cuando uno ora… ¿Quién escucha esa oración? Sólo quien reza escucha lo que ora. Cuando uno pide… ¿Quién escucha lo que pide? Sólo quien pide escucha lo que pide. Podemos deducir que Uno es Dios en primera instancia –ese Pre-Dios al que hice referencia-, y es Uno quien ha de resolver las inquietudes espirituales, los problemas personales, y las peticiones de la índole que sean, dejando para Dios lo que realmente tenga como única solución el milagro. Sabemos, porque todos lo hemos podido comprobar en más de una ocasión, que tenemos más capacidades de las que nos imaginamos, que tenemos más fuerza y más facultad para resistir adversidades de lo que suponemos, que somos más listos de lo que nos creemos, y que tenemos más energía de la que habitualmente mostramos. Es la fe, en nosotros mismos, lo que nos falta. Propongo esforzarnos en resolver por nuestra cuenta antes que rendirnos a la comodidad de pedir, y responsabilizarnos del resultado de nuestras acciones –y premiarnos justamente cuando consigamos algo positivo- en vez de culpabilizar al destino de las cosas menos agradables. Propongo pedirnos las cosas a nosotros directamente, en vez de pedir a Dios, y si no se cumplen –que en la mayoría de los casos no se cumplen si no es con nuestra colaboración directa-, aceptar con tranquilidad el resultado –si realmente hemos hecho todo lo posible-, en vez de consolarnos con razones del tipo de “será que Dios tiene otras cosas más importante que hacer y por eso no ha podido atender mi petición”. Pedírselo todo a Dios, por tanto, es una forma de des-responsabilizarnos del encargo que nos hizo al entregarnos la vida: que teníamos que hacer de ella algo de lo que nos sintiéramos orgullosos –y que Él también se sintiera orgulloso y satisfecho-, y que devolviéramos la vida a Dios, cuando llegue el momento, con la satisfacción impagable del deber cumplido. Habría que acostumbrarse a preguntarse: ¿Es este un asunto que me corresponde resolver a mí (o por lo menos intentarlo)? Es que en muchas ocasiones algunos asuntos importantes se quedan sin resolver porque uno no lo hace y cuando se le pide a Dios Él tampoco lo hace… P.D.- En el mundo esotérico se dice “mucho cuidado con lo que pides, no vaya a ser que se te conceda”. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
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¿ME PERDONO O ME SIGO BOICOTEANDO? Uno de los motivos por los que las personas aplazan iniciar un proceso de Desarrollo Personal es el miedo inconsciente –o muy consciente en otras ocasiones- a qué es lo que puede descubrir, o sea, destapar y sacar a la luz. Como todos tenemos cosas ocultas que no queremos que salgan a la luz, porque nos ha costado mucho trabajo esconderlas, o porque hemos tenido que hacer un gran esfuerzo para ir olvidándolas poco a poco –ya que nos han provocado tanto dolor…- y como sabemos que el proceso implica la revisión de todo el pasado, el reconocimiento de todo lo que hayamos hecho u omitido, el enfrentamiento inevitable con ello y con uno mismo, la aceptación de esa realidad… preferimos aceptar lo que tenemos en este momento, que es una sensación triste de fracaso –que, en muchos aspectos, se ha vuelto crónica-, una impresión de haber desaprovechado bastantes cosas en la vida –y por ello un arrepentimiento opresivo y nada gratificante-, un concepto personal de no saber actuar siempre bien –en cada momento y cada circunstancia, cosa bastante improbable de conseguir-, y como, por otra parte, sabemos que remover el pasado es volver a caer en un estado de pesadumbre, volver a pasar unos días serios, por eso lo de hacer un repaso de todo el pasado –del que en estos balances uno parece recordar sólo lo malo o darle una preponderancia excesiva a lo que calificamos como malo…-, se convierte en una experiencia poco atrayente; casi apetece más convivir con ese concepto personal de que no sabemos vivir, de que no sabemos llevarnos bien con la vida, pero bueno, hay que seguir, aunque muchas veces no nos apetezca seguir, y decimos y sabemos que hay que aceptar el pasado, pero es mentira o es solamente una teoría, porque no somos capaces de una aceptación plena, con humildad y con la cabeza alta al mismo tiempo, y comprender de corazón y en el corazón que la vida es un continuo aprendizaje, que nadie nace enseñado a vivir y nadie nos proporciona esa clase magistral donde aprender, vivir se convierte en una tarea difícil, porque es como si lleváramos un pequeño masoquista incluido que disfruta revolcándose en el lodazal de nuestras miserias –y, créame, todos tenemos de miserias de las que no nos sentimos orgullosos-, y se ceba gustosamente en nosotros mismos. Y si uno ha sido tan osado que en algún momento se ha propuesto hacer un proceso de Desarrollo Personal y se ha puesto a hacer un repaso de la vida y recordar cosas, que es como se debe hacer, enseguida son las menos agradables las que toman preponderancia y ocupan en exclusiva casi todo el pasado, echándonos en cara aquellas de las que no nos sentimos orgullosos precisamente –y es que parece que nos odiáramos, que una enemistad interior viviera dentro de nosotros, junto el masoquista, y tienen más poder que el amor-, y ante el panorama de esas cosas que hicimos –que hizo el que éramos entonces, no el que somos ahora-, tiramos la toalla por adelantado porque vemos que es una tarea ardua, áspera, y pensamos que por lo menos hemos sido capaces de llegar a soportarnos, y a tolerarnos más o menos, pero, aunque lo estemos deseando, vemos aposentado en lo imposible el día en que seamos capaces de darnos un abrazo sin ningún tipo de reproche, en que seamos capaces de amar al yo de nuestro pasado; vemos improbable el día en que nos miremos al espejo con una sonrisa, y que el riguroso exigente que nos habita emigre a otro mundo, liberándonos de su tiranía oculta. Ya nos gustaría ser como otras personas, que aparentan tranquilidad y aceptación –recuerda el significado de “aparentar”-, que parecen estar siempre bien –recuerda el significado de “aparentar”-, siempre felices –recuerda el significado de “aparentar”, que no se les ve una mácula por ninguna parte, que todo les va bien –recuerda el significado de “aparentar”-, y cometemos la torpeza de ser tan inconscientes de comparar nuestro lado pesimista y triste –que todos lo tenemos- con la fantasía que hemos creado en nuestra percepción al imaginar que la vida del otro es espléndida. La vida tiene momentos esplendorosos, momentos que erizan el vello, y emociones tan grandiosas que provocan el más agradable de los llantos, y momentos duros, despiadados, que provocan llantos desoladores, y así andamos, de una a otra emoción y de uno a otro momento, viviendo, siguiendo en esto de vivir, pero sin llegar a sacarle toda la esencia, enredados a veces con disquisiciones inútiles, y enredados en pensamientos que no nos llevan a ninguna parte buena. Pero esto es vivir o en esto hemos convertido la vida. Lo que subyace en el fondo es una excesiva exigencia de y hacia nosotros mismos, una intolerancia rigurosa e innecesaria, una sensación indefinible pero que tiene que ver con no encontrarse a gusto del todo con uno, de no estar en paz, de una incomodidad con la propia compañía. Y somos víctimas y padecemos esa exigencia de la perfección absoluta, lo que nos crea una tensión en el vivir que no nos deja relajarnos. Tenemos miedo de nuestros propios reproches por lo que no sale tal como estaba previsto. Tenemos el castigo a punto, como una espada de Damocles suspendida sobre nuestra cabeza, pendida de un hilo frágil que se puede romper con la mínima desazón que se nos despierte, y no somos capaces de salir de esa costumbre de castigarnos por el más pequeño de los fallos, de ser intolerantes con ellos, con los mismos fallos que en los demás vemos como algo natural, comprensibles, humanos, y que somos capaces de perdonar y aceptar sin esfuerzo y sin recriminación. Es un gran absurdo convertir la convivencia con uno mismo en una relación tensa, inflexible, cuando debiera ser de una camaradería inquebrantable donde uno desea lo mejor para el otro, para sí mismo en este caso. Es una buena decisión hermanarse consigo mismo, hacer un pacto de buena avenencia, utilizando una comprensión amplia y generosa, y una colaboración permanente para hacer de la vida propia un lugar hospitalario, agradable, y de la relación personal algo envidiable de lo que sentirse orgulloso. Y lo mágico de esto, lo realmente hermoso, es que sólo depende de uno mismo y está al alcance de cualquiera. No está reservado solamente para los hijos de los Reyes, para los mimados de los Dioses, para unos cuantos privilegiados, y no hay que esperar que otro se digne otorgarnos ese beneficio, sino que uno mismo, poco a poco al principio, y luego con más intensidad y regularidad, puede y debe iniciar el proceso de reconciliación, andar de su propia mano, velar por sus propios intereses, darse el abrazo que selle el compromiso, y Vivir. 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QUIEN ES INFELIZ ES PORQUE QUIERE Reconozco que he buscado expresamente un título llamativo, paradójico, increíble, impactante, sorprendente, e impresionante. Es un atentado en contra de lo que todos tenemos aceptado: que nadie es tan tonto como para ser infeliz por voluntad propia, y que si uno es infeliz es: Porque la vida es muy dura. Porque todo es muy complicado. Porque los otros siempre tienen la culpa. Porque no suceden las cosas como a uno le gustaría. Porque no se cumplen los sueños. Porque… (y los siguientes cien “porque…” los pones tú) Empecemos por esto: IN-FELIZ, que no es feliz. La raíz “IN” indica negación o privación. Pero es que la gente, en general y de continuo, no es feliz. Se es feliz a ratos. La felicidad no es un estado natural en el Ser Humano, sino que es un estado excepcional –aunque tratemos de que se repita lo más a menudo posible-, y por lo tanto no se puede dejar de ser lo que no se es. Y comprender esto permite ver la vida de otro modo al salirse del pesimismo de la infelicidad. (Comprender no es solamente “entender”, sino “incluir en sí algo”. Comprenderlo es hacerlo propio, hacer que forme parte de uno, no sólo como comprensión intelectual, sino como integración en Uno Mismo). La razón principal de la infelicidad es la no aceptación de la realidad. Si uno fuera capaz de aceptar la realidad –que, cuando no es agradable tendemos a calificar inmediatamente como infeliz-, admitiéndola tal y como es, sin ponerle adjetivos ni culpabilizarla, no existiría el enfrentamiento entre lo que es y lo que uno quisiera que fuera, y no se produciría por tanto la desazón que precede al sentimiento de infelicidad. Cuando uno se siente infeliz, la vida adquiere de golpe un signo dramático, entra en un estado en el que ánimo está ausente por hospitalización depresiva, todo se colorea de negro, el presente y el futuro se vuelven sombríos y catastróficos, uno se siente dejado de la mano de Dios, y se le presentan todos los fantasmas del pasado. Y todo eso, que es inútil y contraproducente, es porque uno se empeña en la absurda tarea de negar la realidad y aceptar lo que es y lo que hay: lo innegable. Sí, ya lo sé. Cuando uno está inmerso en el sentimiento de infelicidad –que no es más que un estado temporal de ánimo Y NADA MÁS-, no está para teorías y reflexiones. Prefiere estar abatido dando alimentando al masoquista. “Es de humanos”, dirá alguien. Sí, ya lo sé. Pero no es obligatorio seguir así y no es bueno convertirlo en una excusa que intente justificar lo injustificable. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. De un modo consciente, o inconscientemente, nos vamos marcando unos propósitos para la vida, unos objetivos (que en muchas ocasiones son fantasiosos, utópicos, o directamente irrealizables); nos hacemos ilusiones (ILUSIÓN: Concepto, imagen o representación SIN VERDADERA REALIDAD, sugeridos por la IMAGINACIÓN o causado por ENGAÑO de los sentidos. ESPERANZA cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo); deseamos llegar a ser “X” o a tener “X”, ponemos demasiadas esperanzas que son solamente esperanzas y además no hacemos el esfuerzo necesario para convertirlas en realidad (ESPERANZA: Estado del ánimo en el cual se nos presenta como POSIBLE lo que deseamos –pero solamente posible, no seguro y garantizado. ESPERANZA: Esperar, CON POCO FUNDAMENTO, que se conseguirá lo deseado o pretendido) Como se puede comprobar, lo que prevemos que nos puede y debe aportar la felicidad se basa en probabilidades, deseos, engaños, esperanzas, ilusiones… o sea, poca realidad. Lo juicioso es hacer un plan de vida sensato, realizable, y aportar el esfuerzo y la atención necesarios para su realización, y, sobre todo, no basar la felicidad en la consecución de ello mientras que, por el contrario, sí se condena a la infelicidad en el caso de no conseguirlo. Hay que darse cuenta de que la infelicidad no es otra cosa que un estado –desagradable- con el que nos castigamos por no haber logrado los objetivos. Y es injusto, negativo, y desproporcionado. Hay que desdramatizar la vida. Nada que hagamos o que no logremos está por encima de Uno Mismo. Las cosas pasan y Uno permanece. Las cosas son lo externo, lo ajeno, y Uno Es y está siempre. Uno es la mejor inversión, el único que no abandona a Uno. El motivo de la vida y quien le da sentido. Hay que aceptar y comprender que no siempre se gana, que las cosas no siempre obedecen a nuestros deseos. Hay que tener tolerancia a la frustración y entenderla como algo que en muchas ocasiones es inevitable porque no siempre los resultados dependen de uno. Hay que comprender que la vida no siempre es ganar. Y que muchas veces calificamos como infelicidad a lo que es una gran lección. Porque, además, la infelicidad no es perpetua –salvo que uno se obstine con firmeza en hacer que así sea, en cuyo caso es mejor pedir ya cita con el psicólogo-, por tanto hay que ser capaz de verla con un cierto desapego, siendo consciente de que va a desaparecer antes o después, y que mientras dure está bien observar, observarla, y observarse, darse cuenta, ver quién es el afectado real por el estado –y si es un asunto del ego, que es casi seguro que así sea, no darle tanta importancia y no permitirle que se regodee en el estado-; cómo son de realistas los objetivos que al no cumplirse nos entregan a cambio la maldición de la infelicidad y, ya puestos, ver también con claridad que la infelicidad no existe, que lo que existe es un estado artificial que pueden diluir entre la mente y el corazón si trabajan en equipo. Mira esto. “Me siento infeliz”. Puede que no te sientas feliz, pero el que no te sientas feliz no te obliga a sentirte infeliz. Te queda la opción neutral de no encontrarte en ninguno de los dos estados, que es como estamos la mayoría de la gente durante el noventa y cinco por ciento de nuestra vida. Porque, si no estar feliz es estar infeliz, eso quiere decir que el noventa y cinco por ciento del tiempo, todos los días, estamos infelices. Al margen de que la utilización adecuado de los verbos SER –que se refiere a un estado intrínseco y continuo- y ESTAR –que se refiere a un estado temporal- cambiaría mucho cómo se siente la realidad. El que uno esté triste en un momento dado no quiere decir que la persona sea triste. No es, está. No lo es siempre, está así en este momento. Conviene entender esto para no condenarse a la calificación y clasificación como persona infeliz por el hecho de sentirse así en un momento dado. Estos son algunos casos típicos que nos proveen de infelicidad: HACERNOS LA VIDA MÁS COMPLICADA DE LO QUE REALMENTE ES Queremos vivir en paz y felices, pero provocamos situaciones que nos condenan a la inestabilidad y la infelicidad. Hay que desdramatizar la vida. A la vida se viene para vivirla, no para sufrirla. Es una buena decisión la de comprometerse a amarse más, y ser más tolerante con uno mismo y con el resultado de sus acciones. TENER UNAS EXPECTATIVAS MUY ALTAS SOBRE NUESTRA VIDA En algunos aspectos, esperamos demasiado. Y somos muy propensos a la decepción temprana. Pedimos mucho sin ofrecer lo suficiente a cambio. Soñamos con que las cosas se hagan por sí mismas sin poner el esfuerzo imprescindible que requieren. Y hay que ser muy realistas con esto. No es malo tener expectativas, que pueden convertirse en el más útil aliciente; lo malo es que éstas sean imposibles y después condenarse por no lograrlas. Hay que valorar que, posiblemente, no siempre y no todo dependa de nosotros, sino que hay circunstancias ajenas e imprevisibles que pueden dar al traste con todo. Y eso hay que asumirlo. En la parte que dependa de los otros, es mejor comunicarles exactamente nuestro objetivo, y lo que deseamos o esperamos de ellos. Y no olvidar: uno no puede controlar todo lo que le sucede y no puede alcanzar las más altas exigencia en todos los campos. LA TENDENCIA AL PESIMISMO Siempre creemos que algo va a salir mal. La desconfianza está bien arraigada. Y cuando no salen las cosas como quisiéramos, nos dejamos caer en el victimismo en vez de enfrentarnos a la situación para resolverla inmediatamente. Una sospecha de que tenemos mala suerte y que demasiadas cosas nos salen mal planea sobre nosotros. El no cumplimiento de una vida satisfactoria se convierte en un drama. EXCESIVA AUTO-EXIGENCIA A veces, planteamos las cosas como: “Tengo que…”, “Debo…”, y eso nos obliga a hacer. Simplemente con cambiar el enunciado cambia todo: “Deseo…”, “Quiero…” Desde este planteamiento, la actitud es distinta porque no se siente como una obligación, sino como una elección y el cumplimiento de algo que uno de verdad desea. También se adelanta mucho eliminando los juicios acusatorios y descalificadores emitidos cuando no se logra lo previsto: “No puedo…”, “No tengo fuerza de voluntad”, “No soy capaz…” Es preferible cambiarlo por reflexiones positivas: “Ya he aprendido lo que no tengo que hacer, la próxima vez me esforzaré más y lo haré mejor”. NO NOS ACEPTAMOS PLENAMENTE Y eso nos lleva a uno de los capítulos anteriores. Como no nos aceptamos como somos, por el pobre concepto que tenemos de nosotros, nos exigimos por encima de nuestras posibilidades, y como esta exigencia nos sentencia directamente al fracaso en el noventa y nueve por ciento de los casos, nos lleva en un círculo muy vicioso, a minusvalorar el concepto que tenemos de nosotros mismos, y la Autoestima –sin comerlo ni beberlo- se siente resentida y con la cotización a la baja. La aceptación plena de la realidad de cómo está siendo uno es el paso primero; el segundo, hacer lo necesario para dejar de ser como se está siendo y comenzar a ser como realmente se desea ser. EXGERAR LO NEGATIVO Ya empezamos mal al calificar como negativo lo que simplemente “es”. Las cosas “son”, no tienen adjetivos hasta que alguien se los coloca. Y no son imprescindibles. Pero si uno lo hace por tradición -y no está dispuesto a dejar de hacerlo desde este mismo instante- ha de ser justo a la hora de adjudicarlos. Ha de ser sensato y ecuánime. No perder la perspectiva realista. Evitar la costumbre de exagerar el dramatismo en los menos buenos e infravalorar los buenos. Los granos de arena son granos de arena, no montañas infranqueables. La felicidad es un objetivo que se puede alcanzar o no. La infelicidad es un estado que sí se puede evitar. Y esto solamente depende de ti mismo. Tú decides. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
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A FIN DE CUENTAS… ¿QUÉ NOS PERTENECE? El cuerpo es prestado y habrá que devolverlo. Aunque sea muy usado y sin planchar. La respiración y los latidos no tienen dueño. El pelo y las uñas crecen sin darnos explicaciones. Los amaneceres no están pendientes de nuestras órdenes. El amor llega cuando quiere y se puede ir sin dar muchas explicaciones. La vida, tozuda, parece que sólo piensa en llegar a su meta final. No controlamos los sueños ni las necesidades fisiológicas. La muerte toma sus decisiones por sí misma. Se nos van, sin ser gozados en muchas ocasiones, el tiempo, el aire, las ganas de muchas cosas, los olores, los amados… El viento cabriolea a su capricho y las montañas permanecen firmes, ambos ajenos a nuestro antojo. Nuestros pensamientos nunca son nuestros: son de la mente. La mente es una mercenaria que se va detrás de sus divagaciones. Los sentimientos, las emociones, las alegrías, las tristezas… no influimos en ellos. Ni nosotros mismos somos nuestros, que somos de la vida y de la muerte. A fin de cuentas… nuestro, del todo nuestro… que de verdad nos pertenezca… tal vez la nada es lo único que es nuestro. En cambio, tozudamente insistimos en apegarnos a las cosas, en querer prolongar indefinidamente las que nos resultan agradables, en querer amarrar al tiempo para que no avance imparable, en querer vivir jóvenes y más años, y en muchas otras imposibilidades creyendo –siempre como ingenuos que no escarmientan- que somos dueños de la vida y del destino, o que el mundo está a nuestro servicio. Y está demostrado que es mejor dejar al aire que siga su camino en vez de pretender encerrarlo, y que es mejor aceptar las cosas que ya son, y que oponerse a algunas no es más que una pérdida de tiempo y una batalla derrotada de antemano, y así cómo somos conscientes de que una puesta de sol sólo la podemos vivir en su momento exacto y sólo podemos detenerla en la memoria o con el recuerdo, no somos capaces de admitir con la misma aceptación y acato que las cosas no nos pertenecen, que pueden y deben seguir su camino, y las personas tienen que vivir su vida sin darnos explicaciones y sin doblegarse a nuestras decisiones, y nada es nuestro sino que todo es de sí mismo, y esa equivocada costumbre de inmiscuirnos en los asuntos ajenos nombrándonos un cargo que no nos corresponde es una injerencia a la que no tenemos derecho, y ese nombrarnos gobernantes de todas las vidas es de una insolencia y una prepotencia imperdonables. Quien se valora por lo que tiene –por lo que le pertenece- está equivocado, lo que no sería un problema si no tuviera como resultado que con su actitud siempre perjudica a terceros. Uno vale por quién es y no por lo que tiene. Y quien comprenda esto, quien lo integre dentro de sí de modo que sea capaz de escapar a su pésima influencia, vivirá mucho más relajado, desapegado, sin preocuparse por responsabilidades que no le corresponden, y sin afectar al resto del mundo. Nada nos pertenece, y eso es un gran alivio. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
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¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO RESOLVER LOS PROBLEMAS? “Para una gran persona no existen los grandes problemas porque nunca deja que los problemas se vuelvan grandes”. (Autor desconocido) En mi opinión, ya nos empieza a costar porque denominamos “problema”, con la onerosa y dramática carga que eso conlleva de nerviosismo y frustración, a lo que no es más que un asunto que se trata de resolver. Lo que pasa es que al llamarlo “problema” nos está condicionando, ya que el modo de enfrentarlo se hace desde una posición de tensión, porque es un dificultad y no nos gusta enfrentarnos a dificultades, y estamos bastante convencidos de que los “problemas” casi siempre pueden con nosotros, y que los “problemas” nos traen complicaciones y jamás son agradables. Desde esta perspectiva, en la que claramente estamos en inferioridad de condiciones, empezamos mal. Y si, además, somos de esas personas que pretenden una perfección absoluta y un acierto impecable en las decisiones que toman –aunque no estén preparadas para ello-, y encima cuando no dan con la resolución correcta eso se vuelve contra ellos porque mina su autoestima, y seguidamente se enfrascan en una cadena de auto-reproches y recriminaciones –insoportables la mayoría de las veces-, y se regodean masoquistamente en achacarse su inutilidad, en acusarse de torpes, inservibles, y una retahíla de sinónimos de la misma calaña, y posteriormente se enfadan indisimuladamente contra ellos mismos, es del todo comprensible que cuando tienen que resolver un “problema” lo hagan desde una zozobra que, lejos de ayudarles, les complica aún más la búsqueda de la solución. Es conveniente, en principio, calificarlo como “asunto a resolver”, ya que conocemos el poder de las palabras y del pensamiento, y por eso es conveniente resolverlos desde la imparcialidad, y no permitir que los prejuicios (pre–juicio: “Opinión previa y tenaz, POR LO GENERAL DESFAVORABLE, acerca de algo QUE SE CONOCE MAL”), nos condicionen, y es mejor no permitir que lo que implica tomar una decisión -aunque más adelante demuestre no ser la acertada-, no sea un asunto de una gravedad vital, ya que vivir implica tomar decisiones, y el hecho de no acertar no es grave en el conjunto de toda una vida. Creo que todos hemos pasado por comprobar que algo que en su momento nos pareció terrible, con el paso del tiempo toma su verdadera dimensión, y ahora, desde la distancia y la ecuanimidad, nos sorprende que en su momento nos desquiciara tanto. La imparcialidad se puede conseguir no involucrándose en el asunto a resolver. No sintiéndose parte de ello –aunque uno lo sea-. Dejando de ser parte de ello durante un momento. Tratando de encontrar la misma solución que encontraríamos para otra persona a la que le pasara lo mismo. La falta de preparación para hacerlo de un modo impecable, y la excesiva exigencia de perfección, más el temor a que no salga bien y eso conlleve una pérdida económica, o sufrimiento, son motivos de suficiente envergadura –la que nosotros le concedemos, no la que tiene en realidad- para que nos cueste resolver “problemas”. La sugerencia es tratar de ver el asunto que haya que resolver desde un punto de vista lo más desapasionado posible, y tener esto muy claro para que no se vuelva contra uno mismo. VIVIR IMPLICA TOMAR DECISIONES CONTINUAMENTE y el hecho de no tomar la decisión impecable en algunos casos no ha de menospreciar el concepto que tengamos de nosotros mismos. HABRÁ QUE SER PERMISIVO Y COMPRENSIVO por tanto, y no hacer que la toma de decisiones sea un largo calvario y una tragedia. Unas veces se gana y otras se pierde. Unas veces se acierta y otras no. Así es la vida. NO ESTAMOS PREPARADOS PARA TOMAR LAS DECISIONES IMPORTANTES, porque no nos han preparado para ello, así que será mejor tomarse la vida como un campo de aprendizaje, y desde una actitud de compañerismo con uno mismo, incluso con esa parte tan crítica que sólo sabe criticar pero no es capaz de aportar ideas válidas. SI UNO SE “EQUIVOCA” (que es otra palabra a desterrar y se puede cambiar por “resultado que no coincidió con las expectativas”) no ha de permitir que eso afecte a la relación consigo mismo. Ni un reproche ni un juicio. Ánimo, y la próxima irá mejor. HAY QUE TOMAR DECISIONES y, una vez hecho, adelante. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal.
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DESDRAMATIZAR LA VIDA
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Ocho o nueve de cada diez personas que lean este artículo tienen motivos suficientes para creer que la vida, o por lo menos una parte de ella es, en mayor o menor parte, dramática. Tenemos acumulados dolores viejos o recientes, alguna rabia que aún no hemos conseguido domesticar, alguna pena que se ha enquistado en el alma, y una retahíla de incomprensiones; tenemos dudas, miedos, inseguridades… Casi todos hemos pasado por experiencias trágicas que hubiéramos evitado gustosamente, hemos maldecido aunque sea sin palabras, o hemos pensado que la vida a veces es dura y difícil. Todos nos hemos sentido víctimas en alguna ocasión. Y todos tenemos razón al pensar que la vida no es fácil, ni perfecta, ni juega exclusivamente a nuestro favor. Pero convertirla por ello en un drama es un gran error. Digamos que la vida es una sucesión de experiencias, unas más duras y otras más comprensibles, unas livianas y otras punzantes, que en la mayoría de las ocasiones son casi inevitables, y por ellas tenemos que ir pasando para aprender a estar aquí -o para evolucionar espiritualmente según otras teorías-. Lo que sí es cierto es que estancarse en la rabia de la incomprensión, en la pataleta infantil, en el dolor que ancla al pasado y provoca una inmovilidad que no ayuda a salir del mal momento, no es una buena solución. Vivir la vida implica pagar el precio de tener que pasar por diferentes situaciones, algunas de las cuales son realmente duras. No voy a entrar a valorar quién es el culpable de que sucedan, si el destino o uno mismo, ni en si se podrían haber evitado o no. Lo cierto es que suceden o sucedieron y nos están afectando de algún modo. Y no siempre es cierto si decimos que pasaron y que las hemos olvidado. En alguna parte quedan, agazapadas y dispuestas a darnos otro momento de disgusto, la incomprensión de lo que sucedió y la rabia por lo que tuvimos que sufrir. La reflexión que ha de hacer el corazón –no la mente- es que sólo se han de recurrir a los momentos dramáticos si vamos a extraer de ellos una porción de sabiduría para que no vuelvan a suceder si no son imprescindibles. Y nada más. Quedarse en el lamento de lo desgraciado que es uno, en la queja por la dureza de algunas experiencias que se han vivido, o pasarse el resto de la vida reprochando a quien sea que uno lo pasó mal, no ayudan a seguir, no permiten ver la cara brillante y mágica de la vida, ni la delicia de los otros momentos que son mayoría. Hay que desdramatizar la vida. Entender que todo son lecciones, aunque algunas nos cueste trabajo terminar de comprenderlas o pensemos que eran innecesarias, o que hubiéramos sido capaces de aprender de otro modo más sencillo. Y hay que creer en la generosidad del Creador. No es conveniente alargar esa mala costumbre de la queja continua, de la queja ya atrasada, de la queja inmovilizadora, de la queja que acaba convenciéndonos de que la vida es dramática. Sí es conveniente aprender –u obligarse- a ver los miles de lados buenos de la vida, las maravillas que nos tiene reservadas, el milagro que es amanecer cada mañana, la satisfacción que nos aporta estar con la gente querida, el gozo de la música que nos gusta, de las sonrisas que se nos ofrecen, de las conversaciones entre almas, de un paseo solos o acompañados, de cuidar una planta… Engancharnos al dramatismo, como una mala droga, y conformarnos lastimosamente con su presencia en vez de iniciar una Cruzada contra todo lo que atente contra nuestro optimismo, nuestra vitalidad, el ánimo limpio y libre… eso sí que es una tragedia. Es bueno tener la fe actualizada, sentirse cuidado por Lo Superior, tener confianza en que todo tiene un sentido que alguna vez se comprenderá, asumir el derecho a lo bueno, intuir que en cada momento de dolor se esconde un futuro mejor, y descubrir que no son malos los malos momentos: simplemente son distintos, duran poco, y se los lleva el tiempo. No cuesta tanto ponerse una sonrisa en la boca. Es cuestión de intentarlo una y otra vez, mejor frente al espejo para notar la diferencia. Los problemas, que seguirán estando, se ven menos dramáticos con la sonrisa y la esperanza puestas. Hay que vivir, y hay que vivir lo mejor que se pueda. Instalarse en un luto trágico, en una pena inconsolable, en una tristeza funesta, o en una vida sin ilusión ni calma, en vez de ayudarnos va a hundirnos en una depresión en que la única luz que veamos estará apagada. La vida sigue... y va a seguir la tomemos como la tomemos. En el mejor acto de amor propio que nos podemos ofrecer, desdramaticemos la vida y afinemos el modo de verla con confianza y vivirla con convicción en lo bueno. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal. -
LO ÚNICO SEGURO ES QUE NO HAY NADA SEGURO En asuntos personales y sentimentales, todo aquello que aparenta ser seguro se puede desmoronar en cualquier momento. La experiencia de muchos años de vida -y mientras más sean, mejor-, nos va haciendo ver que todo aquello que parecía ser seguro, tiene, visto más adelante, otra interpretación distinta, más dudas de las que aparentaba, menos estabilidad y menos convicción. Van apareciendo las grietas de la duda y la prevención, y las preguntas directas y osadas son respondidas por silencios que sustituyen a las respuestas, rápidas y tajantes, que pronunciábamos anteriormente. Y no es para preocuparse. La vida es así. Cualquier día comprobaremos que dos y dos no son cuatro, sino 3,99999999999. Y nos dirán por qué no son cuatro con una seguridad que tal vez dentro de dos siglos cambie, y entonces serán 4,00000000001 La inseguridad es nuestra constante compañera. Las cosas que nos han ido pasando en la vida nos han demostrado que es arriesgado tener una seguridad por la que comprometerse y obstinarse tozudamente en su defensa. Que mucho de lo que disfrazamos de seguridad no es más que una mentira, o una excusa, que nos hemos contado en algún momento porque nos interesaba creerlo así. Que aquello por lo que hubiéramos puesto la mano al fuego, más adelante nos demostró que nos hubiéramos quemado. Que, a veces, estamos seguros de que un sentimiento se va a mantener hasta el fin de nuestros días, y un poco más adelante esa seguridad se empieza a tambalear levemente, o se empieza a diluir, y acaba desapareciendo víctima de las demostraciones evidentes e irrefutables de la realidad. Hemos de acostumbrarnos a no sorprendernos por el descalabro de nuestras seguridades, y tenemos que entender que eso forma parte de la vida. Para seguir adelante es necesario creer en algo –porque eso es lo que nos va a permitir dar otro paso y seguir-, y luchar por ello con seguridad en ese algo, y defenderlo, pero no a muerte, sino con una ventana abierta a la posibilidad de que más adelante pueda demostrar que no era tan seguro como representaba. Tony de Mello estuvo muy atinado cuando dijo: “Si aceptáis lo que yo digo, lo hacéis enteramente a vuestro riesgo, porque yo me reservo el derecho de cambiar de opinión sin previo aviso.” Cuando se cree tener seguridad en algo es conveniente tener fe en ello, proclamarlo y defenderlo, con pasión, con convencimiento, pero es mejor no caer en un fanatismo obtuso, en una obcecación cerrada, en una ceguera a otras posibilidades, en una intransigencia obsesiva de que no puede ser de otro modo, porque puede llegar a serlo; es más atinado hacerlo dejando en alguna parte una cierta reserva. En realidad, no hay que preocuparse por las inseguridades, si bien es cierto que interesa tratar de eliminarlas en la mayor cantidad posible, y que es mejor ir fortaleciéndose en el hecho de que la vida es una continua toma de decisiones, y que la inseguridad no sólo no aporta ayuda, sino que es un tremendo obstáculo. No hay que olvidar que detrás de las inseguridades se esconde el miedo a equivocarse y la angustia ante los posteriores reproches que uno mismo se va a infligir. Las situaciones y la vida nos presentan casi siempre diferentes propuestas para una misma realidad, y hay que reconocer que es así, y que no tenemos una mente entrenada que sea capaz de discernir sin ningún tipo de duda; no siempre disponemos de un convencimiento justificadamente rotundo, de una prueba infalible, y entonces es mejor tomar una decisión, o creer en algo, con una moderada seguridad, pero provisional, por si en algún momento se ha de sustituir. “No estoy seguro, pero en este momento me parece que…” Esta puede ser una buena fórmula de inicio para responder a cualquier duda o circunstancia que se presente. Decir “yo supongo…”, “yo creo…”, “a mí me parece…”, no es lo mismo que “no sé”. En el primer caso hay una suposición de que se sabe, pero no se arriesga uno a defenderlo firmemente; en el segundo caso se reconoce expresamente el desconocimiento. Somos Humanos, nos movemos por sentimientos –que demostrarán su volubilidad y sus altibajos a lo largo de los años-; nuestra mente ha aprendido dudando y ha crecido entre dudas; la experiencia nos demuestra que lo que hoy aparenta ser firme mañana puede parecernos tan falso como una moneda de madera; no estamos legitimados para tener una seguridad garantizada hasta el infinito –por las jugarretas que nos hace la indecisión de la mente-, y, cuando creamos estar seguros de algo, casi es mejor que revisemos la posibilidad de que en realidad sea cabezonería, fanatismo, ofuscación, terquedad, obstinación intransigente, ceguera, o cualquiera de los sinónimos gramaticales de similares errores posibles. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales es el fundador de la web www.(Palabra Censurada, está prohibido el SPAM) para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal.