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buscandome

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  1. SOMOS LA SUMA DE TODOS LOS SENTIMIENTOS Y LAS EMOCIONES QUE HEMOS VIVIDO En mi opinión, después de muchos años de experiencia en este asunto de vivir, tras haber escuchado el relato de la vida de muchas personas y haber indagado en lo que realmente les ha quedado marcado en el recuerdo de sus vivencias, compruebo que lo que realmente marca a las personas, lo que guardamos en el recuerdo, no es el hecho histórico frío de lo que pasó, sino que es el estado emocional que añadimos a cada uno de los recuerdos. Hay algunos hechos a los que tenemos añadido un grato recuerdo, una sonrisa, una emoción especial entrañable, y posiblemente no nos acordemos de las palabras que se dijeron, de los gestos, de lo que había alrededor, pero aparece una sonrisa en nuestros labios sin provocarla y se nos ilumina la mirada, o se nos encoge el corazón a pesar de los años transcurridos, o una lágrima aparece sin que la podamos contener. No nos marcó el hecho verídico, sino lo que sentimos. Aquella sensación de incomprensión, de frustración, de alegría desmedida, de amor universal, de comprensión sin palabras… aquel dolor inextinguible, aquel estremecimiento, el escalofrío tan agradable que nos recorrió, la sensación de abandono y desamparo… No se ve cuando se mira, se ve cuando se siente. No se vive cuando uno está distraído y apagado, se vive cuando uno se involucra con todas sus emociones y sentimientos, sin miedo, dispuesto a dejarse zarandear por ellos, dispuesto a llevar la experiencia hasta el final, porque lo importante es el suspiro que provocan las vivencias, el conato de llanto, la respiración alterada, los ojos cerrados hacia fuera y abiertos hacia adentro… lo importante es estar allí, tomar conciencia absoluta de ese Aquí y Ahora, de ese Yo Soy y Yo Estoy, de ese saber que la vida está presente en la vida. Cada uno es la suma de todas las emociones y los sentimientos que ha vivido. Eso es lo que configura diferentes a las personas, eso es lo que individualiza y lo que hace que la vida tenga un poco de sentido. La vida fría, la vida muerta, no aportan. Restan. Las vidas intensas, donde las pasiones estás involucradas, donde los estremecimientos circulan libremente, donde las palpitaciones cambian de ritmo y alteración de un segundo para otro, son las vidas vivas. Las vidas imperturbables, donde no entran los afectos ni lo sensible, son vidas asépticas. Las vidas sin pasión son vidas sin vida. Lo emocional es una de las cosas que distinguen a los humanos de los animales, así que algún sentido tiene que tener el hecho de que poseamos esa capacidad. Algo tiene que aportar a nuestro vivir. Y además, esa gran variedad de emociones y sentimientos con las múltiples posibilidades de sentir de modos tan distintos y tan selectivos, tiene que ser lo que diferencia la vida de los que prestan atención a la intensidad completa de los hechos de los que quieren pasar por ellos ilesos, sin sentirse afectados. Conviene usar más los cinco sentidos, aspirar los perfumes y empaparse en los aguaceros, sentir el pan caliente, las sonrisas, las miradas y sus mensajes, las compañías, los abrazos…o sea, VIVIR. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  2. ¿QUÉ ES SER FELIZ? Te voy a hacer una pegunta ahora mismo, a bocajarro, y tienes sólo un segundo para contestar. Solamente un segundo de plazo para contestar. No hagas trampas. Pero no pienses, sólo responde lo primero que sientas. Con sinceridad y honestidad. ¿Preparado? Sólo un segundo y con honestidad... ¿Eres feliz? Si has respondido afirmativamente, felicidades, enhorabuena, me alegro por ti. Si has respondido “moderadamente feliz”, o “creo que sí”, también te aplaudo. Si tu respuesta ha sido negativa o se te ha pasado el tiempo porque tenías que pensártelo, será mejor que sigas leyendo, por si lo que sigue te aclara algo. En mi opinión, uno de los motivos que impiden al ser humano ser feliz es el hecho de que no sabe qué es ser feliz. Hay una gran confusión semántica o de concepto que lleva a una confusión de ideas. Hay quienes quieren basar la felicidad en el hecho de poseer cosas, y todos sabemos que la posesión de un bien no produce la felicidad por sí misma. Alegra al ego, contenta al orgullo, satisface socialmente, agrada hasta que se enfría la ilusión de la posesión, pero… no aporta una felicidad duradera e imperecedera. Es un espejismo. Tampoco sirve la definición que se daba antes de felicidad: “Satisfacción, gusto, contento”. Sigue sin ser cierto. Uno puede sentir satisfacción por algún motivo pero insatisfacción por muchos otros, lo cual le impide ser feliz, puede sentirse a gusto en cierto momento o con cierta cosa –pero eso no le hace íntegramente feliz-, o tal vez sentir cierto contento –pero no está contento siempre, y aunque estuviera contento tampoco eso implicaría ser feliz-. Es importante, muy importante, imprescindible, que cada uno se pregunte –y, sobre todo, se responda con mucha claridad, mucha precisión y mucha honestidad- la pregunta qué es ser feliz para sí mismo. ¿QUÉ ES PARA MÍ LA FELICIDAD? No qué es para el resto de la humanidad. No cuál es una definición más o menos razonable. Tampoco es suficiente con decir una frase célebre recitada de memoria. La pregunta es: ¿QUÉ ES PARA MÍ LA FELICIDAD? El error primordial al definir qué es para uno ser feliz, o qué es para uno la felicidad, es que va englobando en la respuesta todo aquello de lo que carece. Piensa, equivocadamente, que será feliz si tiene más dinero –en el caso de que no lo tenga-, si estuviese casado –en el caso de que no lo esté-, o si estuviese casado con otra –si no le satisface la esposa que tiene-, si tuviera otro trabajo –si no le gusta el que tiene-. Todas esas respuestas hablan de lo que le falta a uno, pero no de lo que realmente le hace feliz. Porque… ¿Qué es ser feliz? ¿Auto-realizarse?, ¿Alcanzar las metas que uno se proponga?, Ser auto-suficiente?, ¿Evitar el dolor?, ¿No tener problemas? Cualquiera de estas preguntas lleva una trampa implícita. No conducen a la respuesta apropiada. Pueden acabar siendo divagaciones mentales o conduciendo a una respuesta intelectualoide que deje una sensación de que una ha encontrado la respuesta que ningún sabio o científico anterior encontró. Otras preguntas: ¿La felicidad es un sentimiento real, una sensación, o un estado? ¿Se puede ser feliz a todas horas, siempre, sin que nada de lo que suceda le saque a uno de la felicidad? Si uno es feliz… en los momentos trágicos, cuando sucede una desgracia, cuando está ahogado en rabia o llanto… ¿sigue siendo feliz? Veamos… ¿eres de los que piensan que la felicidad te va a venir de fuera, o te la van a aportar los otros? ¿O eres de los que piensan que ser feliz es un asunto de uno mismo? Y otra cosa más… ¿eres capaz de distinguir entre ser feliz y estar feliz? Esto es interesante porque si te conformas con estar feliz –que no está nada mal- te estás conformando con momentos puntuales en los que vas a estar así (te vas a sentir así), que no es lo mismo que “Ser Feliz”, porque quien “es feliz” lo es a todas horas; la felicidad pasa a formar parte intrínseca de uno, y no depende de estados emocionales o del cumplimiento o incumplimiento de deseos, ni de circunstancias ajenas. La filosofía oriental ve esto con más claridad. Dice que la felicidad se entiende como un estado de armonía interna y que ese estado acaba reflejándose como un sentimiento de bienestar que se instala fijamente, y no es un estado de ánimo puntual y pasajero. No es la alegría, ni el alborozo, ni la carcajada. No necesita exteriorizarse y menos de un modo ruidoso. Su expresión física, si la hubiese, sería una sonrisa apenas apreciable, casi inexistente, una manifestación de serenidad que le rodea a uno como una aura discreta, una mirada comedida pero con brillo, y un estado de concordia interno en el que la comprensión, la aceptación y la paz, son los ingredientes que lo llenan todo. Ser feliz no depende de lo que tengamos, sino de lo que somos. Aquí está el secreto. En la aceptación de lo que somos en este momento. Lo que hemos podido. Hasta donde hayamos llegado. Porque si lo condicionamos a alcanzar el éxito, a la auto-realización, a no tener problemas, a enamorarnos… tal vez nunca seamos felices. Las circunstancias externas ni nos han de aportar ni nos ha privar de la felicidad, porque es de insensatos dejar la estabilidad interna y la felicidad en manos ajenas Por otro lado, conviene desmitificar un poco la felicidad, no convertirse en un esclavo obsesivo de ese estado y considerarse un fracasado –menospreciando el resto de cualidades personales- por el hecho de no alcanzar la felicidad. Porque la felicidad no es un cúmulo de cosas, no implica obligatoriamente la consecución de ciertas metas y objetivos, no hay una medida estándar a partir de la cual una tiene acceso directo y continuo a ella. Supongo que en alguna ocasión, en la que te has aislado de tus preocupaciones o las has dejado fuera de ti, o has estado tan absorto en algo que te ha permitido ser tú mismo –sin el personaje, sin la careta y sin las presiones sociales-, en esa ocasión has tenido una sensación de felicidad o, cuanto menos, de no sentirte infeliz. ¿A que has vivido alguna vez la experiencia de permitirte ser absorbido por una puesta de sol, por una mirada, por el jugueteo de un niño, por una escena de una película, por un recuerdo…y te has sentido feliz? Valora entonces, si te parece apropiado, qué es la felicidad para ti, qué cosas te aportan felicidad, cómo puedes promocionar la felicidad en ti, cuánto le quieres dedicar a ser feliz, a qué estás dispuesto a renunciar para ser feliz y, también, date cuenta de las cosas que te hacen infeliz… y evítalas. Tienes mucho sobre lo que meditar y te es muy conveniente hacerlo, así que… Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  3. FOMENTAR EL OLVIDO “Nos resultaría mucho más fácil olvidar las cosas desagradables si no insistiésemos tanto en recordarlas”. En mi opinión, todos llevamos en nuestro interior a un protestón infatigable, a un terco muy testarudo y a un masoquista empedernido. Ahí están. Cada uno de ellos tratando de ser el mejor en su profesión, y tratando por tanto de jorobarnos la vida como mejor saben hacerlo. O sea, estropeándonos la vida. El protestón protesta incansablemente por aquello que pasó o por aquello que nos hicieron; el terco insiste y persiste machaconamente en recordarlo; el masoquista se regodea en ello disfrutando…y la realidad es que es uno mismo quien padece los inconvenientes. En general, estamos bastante desorientados acerca de cómo manejar los asuntos que sería mejor olvidar, y que erróneamente no queremos olvidar –aunque nos perjudiquen y nos duelan- y aquellos en los que insistimos obsesivamente porque no los queremos olvidar por puro y desacertado masoquismo, o los que el rencor y el odio nos impiden olvidar… COSAS QUE SERÍA CONVENIENTE OLVIDAR El paso del tiempo no siempre se lo lleva todo, pero se puede enviar al olvido todo lo que se quiera siempre y cuando uno se convenza a sí mismo de que eso es lo mejor –o, por lo menos, lo adecuado-, que previamente se despida de ello del modo correspondiente –si es necesario se le hace un duelo-, y que se dé permiso para permitir que se diluya para olvidarlo poco a poco. El rencor y el odio son nocivos. Somos nosotros quienes padecemos sus efectos y no aquellos a los que guardamos rencor o aquellos hacia los que sentimos odio. Ellos siguen en su vida, inafectados por nuestros pensamientos, mientras que nosotros padecemos una sensación o una situación de angustia, una desazón, un enfado, o un desasosiego que nos impiden vivir con normalidad y tranquilidad. Anclarse en esos sentimientos es del todo contraproducente. Nos condena a pasarnos una parte de la vida padeciendo. La misma parte de la vida que podríamos pasar disfrutando ese presente u orientando nuestra vida hacia un mejor futuro. Aquellos que nos hicieron daño o que nos produjeron dolor no siempre son culpables de lo que hicieron. Se requiere una gran dosis de comprensión, una capacidad muy desarrollada de amar (no necesariamente a quienes nos causaron el mal), una fe en que todo forma parte de un Todo Superior y que hay cosas que tienen que pasar “porque tienen que pasar”, y con este aparentemente insuficiente y casi absurdo razonamiento hay que seguir adelante. “La comprensión lo resuelve casi todo” escribí hace tiempo. Y hoy sigo convencido de ello. Hay cosas que sería conveniente olvidar porque su presencia continuada en nosotros, y sobre todo su influencia, son perjudiciales, nos estancan en nuestro proceso de Desarrollo Personal, nos impiden alcanzar lo que estamos capacitados para alcanzar, y nos genera una dolorosa sensación de estancamiento que no sabemos a qué achacar. En el caso de que haya sido uno mismo quien ha causado un mal o un dolor en otra persona, los pasos adecuados son: remediarlo si es posible, hablar con la otra persona y manifestarle nuestro sentimiento, comprenderse uno mismo (“perdonarse” para los que lo entiendan mejor de este modo), o hacer un trabajo personal en el que se reconozca lo que se ha hecho y se envíe Luz y Amor a esa misma persona. COSAS QUE NO ES NECESARIO OLVIDAR (y es recomendable no hacerlo) Todos tenemos algún momento feliz en nuestra vida, y esos momentos son tesoros que conviene salvaguardar y recurrir a ellos cada vez que se desee. Nos proporcionan amor hacia los otros, o amor propio y auto-estima; nos reconfortan, nos provocan una sonrisa o un estado de paz; nos hacen sentirnos bien y ver la vida de mejor modo. La única precaución que hay que tener en estos casos es la de no dejarse afectar por un sentimentalismo triste porque se note que pertenecen a un pasado que ya no existe –ni existirá de nuevo-. Pasó. Estuvo bien. Y hay que sentirse afortunado porque uno participó en ello. Y no hay que sentirse triste porque sea irrepetible. La vida, para ser bien vivida, requiere mucho de aceptación. Aceptar que todo pasa y que nosotros mismos pasaremos. Que la vida es un regalo con fecha de caducidad. Un hermoso regalo que hay que disfrutar en plenitud, con toda la atención puesta en todos los segundos. Lo que pasó y fue bello, y dejó un poso agradable, y provocó amor o felicidad, y nos emocionó del modo más conmovedor, más enternecedor, más apasionante, hasta provocarnos lágrimas de éxtasis al recordarlo, es algo que conviene mantener latente, vivo, y evitar que se diluya en el olvido. Pero aquello que nos perjudica, que nos estanca, que nos frustra… mejor dárselo de comer al olvido y que no vuelva. Y si vuelve, que sea sin traer amargura. Tal vez lo mejor en la vida sea sentirse en paz con uno mismo y en armonía con la conciencia. Y si para ello hay que olvidar algunos asuntos… fomentemos el olvido. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  4. ¿QUÉ ESTOY HACIENDO CON MI VIDA? En mi opinión, esta es una de esas preguntas imprescindibles que hay que repetirse bastante a menudo, porque el hecho de prestarle atención y dedicarse a buscar la respuesta cierta y correcta, cambiará, sin duda, nuestra vida. Así es de importante. La pregunta conviene hacérsela, eso sí, desde el interés de mejoramiento –y con voz firme, pero amorosa- y no poniendo un tono y una intención de reproche. El modo en que se haga la pregunta, y la actitud con que se haga, van a marcar –sin duda- el resultado de la indagación. Lo que se ha de perseguir en la búsqueda de la respuesta no han de ser argumentos de auto-reproches, ni motivos por los que flagelarse y condenarse, ni encontrar más fallos o errores que deprecien el concepto que tenemos de nosotros mismos, ni tampoco justificaciones que confirmen nuestra inutilidad y torpeza. Lo que se ha de perseguir es encontrarse con esas cosas de nuestra vida con las que no estamos del todo de acuerdo, con las cosas que es posible cambiar para mejorar, con el potencial que aún no hemos desarrollado del todo, con las cosas que admiten o necesitan ser perfeccionadas… o sea, desde un punto de búsqueda positivo, con un ánimo de mejoramiento y búsqueda de nuestro bienestar o, por lo menos, de mejor-estar. No hemos de abandonar jamás la posición de ser nuestros mejores compañeros, nuestros más queridos amigos, nuestros cómplices y bienhechores, los colaboradores dispuestos e incondicionales que sólo deseamos lo mejor para nosotros mismos, y los que nos sabemos perdonar todo. Siempre a nuestro favor. Siempre fieles, leales, incapaces de una traición o un abandono. Uno se ha pasado toda la vida consigo mismo y es lo que va a seguir haciendo hasta el último suspiro, por tanto conviene que esa larga e intensa convivencia sea agradable y fructuosa. La intención al preguntarse ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ha de ser conseguir un balance realista, un inventario ecuánime, una revisión sincera, una comprobación de cómo se están manifestando nuestras diferentes partes y cómo nos estamos comportando en cada aspecto, pero mirando con ese ojo amoroso y cuidadoso que sólo busca el modo en que cada cosa pueda ser mejorada o bien manifestada. Es, sin duda, el gran acto de amor. De Amor Propio. De amor a sí mismo. Para algunas personas puede ser útil plantearse también la pregunta de otro modo: ¿Qué NO estoy haciendo con mi vida? Y si uno comprueba que hay algo que no está haciendo pero le gustaría hacer, entonces acaba de encontrarse con la oportunidad de ponerlo en práctica. Recomiendo que al encontrase con una de esas cosas que uno comprueba que no hace, o que hace pero no quisiera hacer, revise nuevamente y con objetividad la razón por la que lo está haciendo o no. Esa razón podrá seguir vigente todavía, o puede que en este momento sea inadecuado el argumento o sea distinta la situación y ya no sea útil. Insisto en usar la objetividad porque a veces utilizamos unos argumentos pueriles, que no resisten un enfrentamiento con la objetividad, o que nos resultaban obligatorios o útiles en otra época de nuestra vida, pero que en este momento carecen de consistencia o autoridad como para tener que seguir obedeciéndoles. Si uno cree que no puede hacer algo, pero quisiera hacerlo, conviene ser un poco inquisitivo consigo mismo y no aceptar la primera razón como definitiva –salvo que lo sea muy evidentemente - y tratar de averiguar qué se esconde detrás de esa respuesta o cuál de nuestros múltiples yoes es el que responde. A veces no es que uno no pueda, sino que uno realmente no quiere, o que le da vergüenza, o que le importa en exceso la opinión de los otros, o que responde un vago o un timorato yo desde nuestro interior, o lo hace incansable boicoteador que todos albergamos, pero también puede ser que el infranqueable muro que vemos sea solamente un decorado de papel pintado que se puede derribar con facilidad. Seamos sinceros. Ya somos adultos como para andar con engaños. Seamos sensatos. Tomemos consciencia de lo trascendental de esta pregunta, de la gravedad que nos puede acarrear no contestarla, de todo lo que ganaríamos si obedeciésemos a su respuesta. Seamos firmes. La vida requiere atención y consciencia, y que nos resulte vacía o satisfactoria, plena o pobre, depende en gran medida de nosotros mismos. Encontrar respuesta a la pregunta QUÉ ESTOY HACIENDO CON MI VIDA, es imprescindible. Así de rotundo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  5. OLVIDA LOS ERRORES DE TU VIDA En mi opinión, demasiadas personas desaprovechan una gran parte de su vida por el hecho de condenarse a una frustración que permanecerá enquistada, y afectando con su ponzoña, debido al muy humano y habitual hecho de haber tenido algún “error” a lo largo de su vida. Un “error” no es más que una acción aparentemente desacertada o posiblemente equivocada. Y nada más. Y digo aparentemente y posiblemente, porque nunca sabremos si lo que hoy aparenta ser bueno, o ser malo, en algún momento nos puede demostrar ser lo contrario. Como humanos que somos -y por ello limitados y lejos de la perfección y la excelencia en cada una de nuestras acciones y decisiones-, y ya que tomamos miles de decisiones a lo largo de nuestra vida, y teniendo en cuenta cualquier índice de probabilidades que utilicemos, es estadísticamente lógico que nos equivoquemos en varias o muchas de ellas. Ahí debería quedar todo. Se acepta el “error”, se aprende lo que haya que aprender, y a seguir a por otra cosa. “Muy bien la teoría -puede objetar quien escucha-, pero es que detrás de algunos errores hay mucho daño hacia otra persona, o hacia uno mismo, hay dolor por el resultado, hay pérdidas económicas, etc.” Es cierto. Así es. Eso es innegable. Está claro. Lo que no está tan claro es la obligatoriedad de que además del daño o perjuicio que ya ha causado el error también haya que auto-castigarse, atormentarse, frustrarse, enojarse con uno mismo y llegar incluso a despreciarse, o ejercer esto mismo contra otro si es otro quien ha tenido el error. Eso, además de que es injusto, es una auto-agresión innecesaria que provoca un distanciamiento emocional con uno mismo. La autoestima se ve directamente afectada y herida. El concepto que uno tiene de sí mismo se ve negativamente perjudicado, porque la mente va a dar vueltas sin parar a la misma visión equivocada y magnificada del asunto, y todo se va a dramatizar más de lo justo y necesario, así que es uno mismo quien tiene la responsabilidad y obligación de parar esas elucubraciones mentales, esas divagaciones innecesarias que dan vueltas sobre sí mismas sin ser capaces de ver más allá de sus propias disquisiciones. Hay que olvidar la parte negativa de los “errores” lo antes posible, y además, olvidarlos del todo borrando también hasta el último poso y la mínima huella. Lo positivo –que todo tiene algo positivo- es el aprendizaje que nos haya aportado acerca de lo que es conveniente no volver a repetir, o lo que no se desea para uno mismo o para los otros. Pero una vez extraída la enseñanza, el resto es innecesario. Los achaques y los lamentos, son innecesarios. La rabia y el dolor, son innecesarios. La desesperación y el abatimiento, son innecesarios. Sólo sirven el optimismo y la voluntad de seguir adelante, y para bien. Olvidar los errores es un acto de Amor Propio, una demostración de dignidad, porque el sufrimiento no aporta absolutamente nada positivo y sí mucho negativo. Esto hay que tenerlo muy claro, muy presente, y hay que llevarlo a la práctica. Cosa que deseo que hagas. Por tu bien. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  6. IMPRESCINDIBLE: CUIDAR DE UNO MISMO En mi opinión, muy a menudo, casi en todos los instantes, desatendemos una tarea primordial de las que tiene nuestra vida y que nos corresponde y afecta única y exclusivamente a nosotros mismos: Cuidarnos. “Cuídate”, decimos. En muchas zonas se ha convertido en una forma de despedida cordial, cariñosa y originariamente cargada de buenas intenciones verdaderas, aunque ya ha perdido el mensaje inicial y se ha quedado a la altura de cualquier otra despedida de compromiso, o sea, sin sentido. Como adiós, ciao/chao, abur/agur, hasta luego… En otros casos, la intención sí es buena. Cuídate, entonces, quiere decir que entendemos y reconocemos que tenemos que cuidarnos, que es bueno cuidarse, y queremos que el otro se cuide. El vínculo personal debiera tener como norma ineludible la de conseguir, para con uno mismo y siempre, la excelencia en el trato, en la atención, en el cuidado, en la relación, en la comprensión, en la ternura, en el amor inagotable e incondicional… en fin, en todo eso que cualquier equivocado llamaría egocentrismo. Partamos de la base de que prácticamente todos los humanos somos víctimas de una falta de educación y preparación para el acto de vivir. No estamos preparados. Pero, erróneamente, nos exigimos la perfección como si fuéramos expertos en la materia. La realidad es que vivimos los primeros treinta o cuarenta años de nuestra vida como buenamente podemos hasta que llega un momento en que algo nos hace darnos cuenta de que no estamos siendo como quisiéramos ser y estamos viviendo una vida que no estamos dirigiendo bien. Mejor dicho, que no estamos dirigiendo. Es el momento en que vamos tomando conciencia de que hay demasiados agujeros, muchos fallos, incongruencias, insatisfacciones, una sensación indefinible de desubicación, descontrol, desconcierto, y la impresión de que no nos sentimos a gusto con nuestra propia vida en la que, en muchas ocasiones, nos sentimos extraños o intrusos. Nos hacemos preguntas que no encuentran sus respuestas correspondientes. Estamos absolutamente perdidos. Se nos escapa de nuestra comprensión. Pero… en algún momento de lucidez insospechada comenzamos a tomar decisiones –despacio-, a investigar –desorientadamente-, a atrevernos con los sentimientos –con mucha precaución-, y a hurgar –por fin- en territorios personales que han estado prohibidos. Nos damos cuenta de que somos algo más de lo que se mueve y va por la vida. Más o menos, tomamos consciencia de nuestra unicidad. Y tomamos una temblorosa responsabilidad de tratar de gobernarla del modo adecuado. Tan perdidos estamos que no sabemos cómo ni por dónde comenzar. Pero nos ponemos en marcha rumbo a no sabemos dónde. La tendencia general –y ojalá tú seas una excepción- es la de enojarse con uno mismo. Ese uno mismo que hasta ahora ha sobrevivido con más buena voluntad que conocimientos, se convierte en víctima de nuestros reproches y responsable directo de nuestra situación actual. Error. Ese uno mismo ha hecho lo posible o lo que ha considerado mejor para traernos hasta el día de hoy. El pasado no es culpable, no siempre son responsables los otros, ni siquiera nosotros mismos, ni siempre el destino es cruel y se ha ensañado martirizándonos. Así que una vez llegados al punto en que queremos hacer algo para “arreglarnos”, conviene tener claras y respetar una serie de normas. La primera es evitar esa primera idea de “cambiar”. Cambiar, quiere decir dejar un modo de ser para comenzar con otro modo de ser. Lo cual no es acertado, porque ese nuevo personaje que vamos a crear –ese nuevo modo de ser-, que queremos que sea más o menos perfecto, posiblemente tampoco tenga claro que no tenemos que ser nada más y ninguna otra cosa que el que realmente somos. No se trata de añadir algo a quien somos, ni de quitar una cosa para poner otra cosa en su sitio, sino ir descubriendo quién es uno, e ir deshaciéndose de los personajes en los que no hemos convertido. Se trata –aunque parezca complicado de entender- de “desaprender”, o sea, ir dejando todo aquello que descubramos que no lo hacemos por nuestra propia voluntad, sino que forma parte de algo que nos inculcaron y jamás nos habíamos puesto a comprobar si estabámos de acuerdo con ello. Se trata de hacerse unas preguntas profundas que requieren unas respuestas verdaderas, y se trata de no conformarse con nada que sea menos que la verdad. Hay dos condiciones obligatorias en este proceso: No engañarse nunca –no hay que engañar al médico, al abogado, al mecánico, ni a uno mismo- y no conformarse con un “no lo sé” –“no lo sé” es la respuesta del conformista vago que no quiere profundizar en la búsqueda por miedo a lo que puede aparecer-. No se trata de “cambiar” urgente y desesperadamente. Se trata de averiguar quién es Uno realmente para ser Uno Mismo. ¿Cómo se hace esto? Dándose tiempo, como condición indispensable. Es mejor desterrar la idea de que lo que insatisfactorio que hemos hecho en nuestros 30, 40 o 50 años de vida lo podemos solucionar en un día. Tampoco es posible deshacer en un día lo que ha llevado toda una vida construir. Así que paciencia… También es imprescindible el amor propio –amor a Uno Mismo-, y es mejor entender que esto es realmente imprescindible. No se debe tener consigo mismo una relación de enemistad, ni directa ni soterrada. Nada de menosprecios, de culpabilizaciones o reproches, nada de infravaloraciones ni zancadillas, nada de castigos, nada de caras largas. Mejor ir de la mano, agradecidos y sonrientes, con quien nos ha traído hasta hoy. Aunando energías, en la misma dirección y con el mismo objetivo. Previamente, ha de haber una conversación profunda de Ser Humano a Ser Humano. De corazón a corazón. Hasta conseguir el compromiso de todos los yoes para ir todos y unidos hacia el mismo destino. Conviene ser comprensivo, esta es otra condición o norma. Uno no es perfecto, uno no lo sabe todo, uno no es responsable del todo ni de todo. Uno sólo es responsable directo desde el momento en que toma conciencia y sabe. Quien emprende este Camino ya es consciente. Se le puede llamar la atención por lo que haga o no haga a partir de ese momento, pero sería injusto que quien uno es hoy –que sí se ha dado cuenta- le reclame al que era ayer –que no se daba cuenta-. Así que tiempo y paciencia… Amor propio… Comprensión… y Aceptación. Negar la realidad es infantil y contraproducente. La realidad es la que es, guste o no guste. Uno, cuando es consciente y toma conciencia, se encuentra con una realidad que generalmente no es satisfactoria. Pero es lo que hay. Es la verdad. Eso sí: borrón y cuenta nueva. Nada de perder el tiempo en más reproches, nada de estancarse en el pasado. Es necesario aceptar lo que hay, lo que uno ha sido y ha hecho, y lo que está siendo, para poder comenzar la nueva andadura. Y mientras no se haga así, es mejor no dar el primer paso porque habrá que desandar para volver a comenzar. Es un hermoso ejercicio de humildad: Lo acepto todo, aunque no lo ame. Pero lo acepto con el corazón, no a regañadientes. Si uno decide iniciar su Camino será bueno que se convierta en una sonrisa continua que se relame por los próximos presentes. Que esté ilusionado, esperanzado y feliz. Y que la exquisitez, el mimo, el Amor, y la consideración, estén siempre presentes. Uno ha de convertirse en su mejor amigo, en su más tierna abuela, en su más cariñosa madre, en su más eficaz consejero, en su más paciente compañero, en su más atento y amable cuidador. Cualquier otro modo de hacerlo está condenado al fracaso o, en el mejor de los casos, a dar mil vueltas y perder mucho tiempo. Y esto se ha de hacer sin prisa, pero sin perder el tiempo. Cada vez que me entero de que una persona decide que va a comenzar un Camino de Desarrollo Personal, que va a buscarse, que va a ser él mismo, me emociono. Me parece un momento estelar, histórico, al que uno tiene que asistir orgulloso de sí mismo, henchido, con una sonrisa de satisfacción que lo grite a los cuatro vientos. Me atrevo a garantizar que quien lo haga de este modo que he tratado de explicar llegará a cumplir su propósito, y en algún momento se mirará al espejo y encontrará reflejado el rostro de una persona satisfecha de sí misma. Y en cualquier caso, a esa persona le garantizo que tiene toda mi admiración. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  7. DEJARSE LLEVAR CON ALEGRÍA “En el río de la vida no se puede nadar contracorriente: él nos lleva; el éxito consiste en dejarse llevar con alegría”. (Antonio Gala) En mi opinión, una de las cosas más difíciles de aprender en esta vida es saber distinguir cuándo hay quedarse quieto y soportar lo que venga, con estoicismo, con fe, con una seguridad inexplicable en que eso es lo que hay que hacer, sin oposición ni frustración, sin rabia ni reclamaciones, casi en paz, y cuándo hay que coger el gobierno de la vida, tomar decisiones, fáciles o duras, romper, cortar, alejarse, olvidar, o hacer, siendo conscientes de que una nueva etapa acaba de comenzar. Soporto como puedo, como casi todos soportamos, esa tremenda duda de difícil respuesta ante algunas cosas que suceden en la vida, en la que uno no sabe qué es lo que tiene que hacer. En el interior, una voz dice que es una lección que está aportando la vida y que hay que esperar hasta el final para entenderla, mientras que otra voz, más trémula y asustada, propone una huída de esa misma experiencia hacia otro lugar más tranquilo, al mismo tiempo que otra voz trata de sobreponerse a las anteriores diciendo con voz de santo enfebrecido que hay que tener fe, mientras que la voz de la esperanza –tan esperanzadora ella- trata de aportar el ánimo que en ese momento se encuentra en paradero desconocido. ¿Qué es lo que tengo que hacer?, se pregunta cada uno. Y las respuestas no se presentan. Esas respuestas que en otras circunstancias –sobre todo cuando esas mismas circunstancias son de otra persona- son tan claras, tan inmediatas, tan contundentes, ahora son un caos que sólo aporta más confusión a la confusión reinante. Una vez escribí un artículo titulado “Colaborar con lo inevitable”, en el que proponía darse cuenta de “lo inevitable” –en realidad, de lo que es conveniente no evitar- y entonces dejar de oponerse, dejar el enfado o la incomprensión a un lado, y acompañarse como observador durante la experiencia, prestándose atención, pero no desde el enojo que impediría discernir con claridad, sino desde el papel de aprendiz. Parece ser que algunas experiencias son inevitables, porque el destino –si es que existe- opina que son necesarias o son buenas para nosotros. Otros lo llaman karma. Otras experiencias, en cambio -y la dificultad está en saber distinguirlas- son fruto de nuestra desatención o negligencia, de nuestros desatinos, de nuestra inconsciencia o pereza, de las decisiones que no tomamos cuando debíamos tomarlas, o de los errores. En fin, culpa nuestra. Lo único que hay de cierto es que uno está en esa situación –independientemente de qué o quién haya propiciado eso- y que uno tiene que salir de ella cuando sea el momento oportuno. ¿Y cuándo es el momento oportuno? Es conveniente que yo no escriba aquí una lista del estilo de “Las 10 cosas que tienes que hacer en caso de…”, ni que generalice respuestas que luego cada uno, inevitablemente, va a tratar de personalizar. Porque no todo vale para todos. Lo que sí puedo hacer es opinar sobre actitudes posibles ante esos momentos complicados. Y lo voy a hacer. La primera es cargarse de amor. Si es amor propio –amor a sí mismo- es mejor que si el amor es ajeno, aunque nunca es mal venido el amor ajeno y la solidaridad y la comprensión de los otros. Es delicado aceptar los consejos de los otros, que si bien pueden ser fruto de su mejor voluntad, puede que no sean del todo atinados. Cada uno tiene que decidir sobre sus experiencias personales. La segunda actitud conveniente es tener paciencia. Pero no quiero decir paciencia del estilo de “No hagas hoy lo que puedas hacer mañana”, sino paciencia con uno mismo y con las cosas que le van sucediendo en la vida y con los resultados que se produzcan. Uno no es Dios, ni siquiera omnisapiente. Paciencia, porque una y otra vez uno se equivocará –por lo menos aparentemente-, y es el único modo de aprender del que disponemos ya que no nos ilustraron. La tercera actitud, afinar la capacidad de aprendizaje, para no repetir una y otra y otra y otra vez lo mismo cuando eso mismo está errado. Aprender con amor, con perseverancia, con cuidado y dulzura, con serenidad. La cuarta actitud, que nos puede ayudar es prestar atención a la intuición, esa sabiduría arcaica de la que disponemos. Escucharnos dentro, pero escucharnos de verdad, nos puede aportar el discernimiento que nos haga distinguir cuándo es apropiado oponerse y cuándo lo adecuado es dejarse llevar con alegría. Y por fin, la aceptación. Aceptación de todo: de uno mismo y del Uno Mismo, sin condiciones; de las circunstancias en las que nos encontremos, sean las que sean y se deban a quien se deban, con la voluntad de seguir siempre adelante, al ritmo que sea, pero incansablemente, sin rendición. Y procurar saber cuándo hay que dejar de pelear, cuando hay que relajarse, cuándo dejarse flotar en el río de la vida, disfrutando en la medida de lo posible y con los ojos cerrados de ese dejarse llevar con alegría, y recomponiéndose y acumulando fuerzas para cuando sea el momento de volver a nadar. Como has podido comprobar, desconozco si hay una fórmula exacta que nos permita saber lo que hay que hacer en cada momento. Tampoco sé si existe. Creo que todos llevamos esto de la mejor manera posible, procurando no desesperarnos, rezando o rogando luz, dando muchas vueltas a los asuntos y tal vez enredándonos más por ello. Pero, siempre, sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, que quede el respeto a uno mismo, que se proteja la dignidad personal, y que uno se preserve, se ponga a salvo de lo que pase, y no acabe siendo su propia víctima. La vida es acertar y equivocarse, probar, dudar, sentir, enojarse, reír… así es la vida, y así hay que vivirla. Sin drama, sin rencor, sin maldad…tal vez seamos eternos aprendices y en eso estamos. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  8. NI TÚ NI YO SABEMOS ENCAMINAR BIEN NUESTRA VIDA En mi opinión, ni tú ni yo sabemos encaminar BIEN nuestra vida. Y bien que nos gustaría, porque, en teoría –sólo en teoría-, vivir es lo que hemos hecho hasta ahora, lo que hacemos en cada momento, y lo que tenemos previsto hacer mientras podamos. Pero no es así. Analizadas racionalmente, y comparándolas con lo que podría llegar a ser cada una de las vidas, nos quedamos muy lejos o muy por debajo de las posibilidades. Todos tenemos “destellos de iluminación”, en los que tomamos consciencia de que, efectivamente, la vida sigue transcurriendo aun a pesar de nuestra desatención, y que la vamos llenando con vacíos y olvidos más que con momentos continuos de plenitud. Hay diferentes razones para no vivir una vida en plenitud. Estas son algunas de ellas: DESATENCIÓN Esta es bastante habitual. Eso de que cada día al despertar nos encontremos con otro día nuevo, y que hagamos con naturalidad planes para dentro de unos cuantos años con la seguridad de que llegará esa fecha, nos provoca una tenue sensación de inmortalidad y una irreal certeza de que tenemos demasiada vida por delante. “No importa perder un día cuando tengo tantos”, pensamos equivocadamente. Y esto es de una negligencia que debiera ser punible. La realidad de esta vida es ser IRREPETIBLE e IRRECUPERABLE. No tiene marcha atrás ni pause. DEMASIADAS SITUACIONES DESAGRADABLES Nos hemos acostumbrado a una vida en la que queremos que prime el confort, la ley del mínimo esfuerzo, vivir tranquilos, no tener que enfrentarnos a nada que resulte incómodo ni a cosas que nos hagan pensar mucho o tener que tomar decisiones difíciles de mucha responsabilidad. Así que cualquier cosita la elevamos a la categoría de dañosa y perjudicial. Y es que, la verdad, no tiene ninguna gracia estar en una situación desagradable cuando es más cómodo no estarlo. Pero en la vida se nos presentan situaciones que, en muchas ocasiones, son el resultado de lo que no hemos hecho antes, por aplazarlas, y que en alguna ocasión hay que enfrentar y resolver. Las situaciones “desagradables” se pueden evitar en muchas ocasiones si se resuelven la primera vez que se presentan. Es cierto que también hay otros asuntos que realmente son graves, pero forman parte de la vida y no los podemos evitar. SOMOS INEXPERTOS En esto de vivir no tenemos una preparación impecable que nos ayude a ir resolviendo del modo óptimo todo aquello que se nos presenta. Ante un “problema” serio, y si no sabemos cómo resolverlo, en algunas ocasiones acudimos a consultarlo con amigos que, con su mejor voluntad pero con nuestra misma inexperiencia, nos asesoran mal, o nos dan tantas opiniones distintas como personas consultemos, lo que agrava nuestro estado de confusión porque, o bien queremos contentar a uno de ellos y hacemos lo que nos haya recomendado, o bien pasamos de tener dos opciones sobre las que decidir a tener un abanico demasiado amplio que nos crea aún más confusión. SOMOS UN POCO PESIMISTAS Creo que por naturaleza todos somos un poco pesimistas, un poco dramáticos, un poco quejicosos, un mucho inseguros, comodones… Somos un cúmulo de insatisfacciones. Es bastante habitual tener un concepto propio poco generoso, y en muchas ocasiones confiamos poco en que seamos capaces de llevar nuestra vida de un modo correcto. Creemos tener una idea de que somos capaces de lidiar con las cosas cotidianas y con aquellas en las que tenemos una relativa experiencia, pero cuando se trata de enfrentarse a una situación nueva nos empezamos a confundir. La idea secreta que nos ronda es que somos aún más inseguros de lo que aparentamos y algunos llegan a pensar que son un fraude como personas y que en cualquier momento lo van a descubrir los otros. POCA TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN No todos nuestros deseos pueden cumplirse. No siempre suceden las cosas como a cada uno le gustaría. Las cosas pueden salir “bien” pero también pueden salir “mal”. Los dioses no están a nuestro servicio para resolver los asuntos a nuestro gusto. Hay que aceptar de antemano, y sin que ello resulte traumático, que nos vamos a equivocar en muchas ocasiones, y vamos a meter la pata más de una vez, que tendremos que renunciar a casi todas las utopías y que la realidad no la construimos solo con desearla. Y, a pesar de ello, nosotros tenemos que salir indemnes en cada una de las ocasiones. Si acaso, con un poco más de conocimientos y una experiencia nueva que nos aporte sabiduría para la próxima ocasión. SOMOS DEMASIADO AUTO-EXIGENTES Y nos pedimos cuentas y resultados como si fuésemos sabios o fuésemos expertos. Nos requerimos capacidades que están por encima de nuestras posibilidades y conocimientos. Hacemos del acierto y la perfección unas exigencias desmedidas. Y estas son sólo algunas de las cosas que nos impiden vivir una vida en plenitud y con tranquilidad, sin la dureza que nosotros mismos le añadimos, despojándola de esa rigurosidad en la auto-exigencia que lo único que hace es añadir una tensión que nos acerca más a la intranquilidad que al disfrute. Hay más motivos, por supuesto, pero son personales. Por ello es necesario que cada uno descubra los suyos propios, y que se ponga a la noble y humana tarea de resolverlos, para convertir su vida en un apacible disfrute en vez de una contienda en la que siempre uno resulta herido. O sea, que te pongas ya a descubrirlos para poder desmantelarlos. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  9. ¿HICISTE FELICES A LOS OTROS? Se cuenta que cuando un Rey Egipcio moría y su alma llegaba al Cielo le hacían dos preguntas. De sus respuestas dependía que le dejaran entrar o no. La primera era: ¿Has encontrado la felicidad en tu vida? La segunda era: ¿En tu vida has proporcionado felicidad a otros? Seguramente esto no será cierto -ningún Rey volvió para confirmarlo- pero me parece una propuesta interesante para reflexionar, y dos preguntas cruciales que no deberíamos desperdiciar y podríamos aprovecharlas para nosotros, aunque no seamos Reyes. ¿HAS ENCONTRADO LA FELICIDAD EN TU VIDA? A mi edad, y después de muchos tumbos por la vida, me encuentro la felicidad en sitios donde antes ni siquiera se me hubiera ocurrido mirar: en los lugares más insospechados, en los actos más sencillos, en las cosas más simples, incluso hasta en la felicidad de los otros que se me contagia en una ósmosis sentimental que creía reservada para otras personas. Mi corazón, que durante muchos años de mi vida –demasiados- no estuvo en contacto con los sentimientos amorosos, ahora se sorprende y tiembla alegremente cuando siente un cosquilleo -que más parece un terremoto- emocionándole, y se siente con derecho a manifestarlo con alguna de esas lágrimas que durante tanto tiempo contuvo –y que tal vez estén caducadas, pero siguen vivas-. El Yo que soy, el Alma, el Maestro Interior, Dios, o quien sea que se pasea por mi corazón, me está proporcionando una felicidad discreta que no necesita de alardes, ni precisa de una carcajada para rubricarse, sino que se ha aposentado directamente en la mirada y la ven hasta los más escépticos, o se presenta a los otros con la forma de unos brazos sinceros que desean convertirse en abrazo que acoja a los otros, y ya se ha consolidado –curiosamente- como un estado interior de una paz aposentada que se sabe feliz aun cuando algunas circunstancias momentáneas o temporales pretendan contradecirlo. La felicidad me ha encontrado porque me he dejado encontrar. Que es más mérito suyo que mío. Por mi parte, lo que he hecho es rebajar las expectativas y aflojar las condiciones que había impuesto –supongo que era cosa de mi ego- para ser feliz. Ya no es necesario que confluyan un montón de sucesos ajenos a mí para que yo me sienta feliz. Me siento feliz conmigo. En mi compañía. También cuando estoy en compañía de los otros, pero no les exijo a los otros que hagan por mí la que es mi tarea. Acumulo a estas alturas tantos motivos para sentirme feliz que puedo decirle a los guardianes del Cielo, sin mentir, que sí, que he encontrado la felicidad en mi vida. ¿EN TU VIDA HAS PROPORCIONADO FELICIDAD A OTROS? Sí. Rotundamente. Sin ninguna duda. Tengo la seguridad de haber sido en algún momento una especie de Ángel para algunas personas, he hecho algún milagro que otro –de los facilitos-, he contagiado mi optimismo cuantas veces he podido, he aportado consuelo a alguien que lo necesitó, he tenido oportunidades para apoyar a quien estaba desolado, he dado cuanto he creído justo y necesario, he tratado de ser amable y lo he conseguido casi siempre, y he hecho cuanto se me ha ocurrido para hacer felices a los otros. Aunque fuera brevemente. Aunque sólo fuera durante el momento necesario para encontrarse con la fe o reencontrarse con la esperanza. Aunque sólo fuera inyectando ánimos. Aunque sólo fuera un compañero que acompañara al otro a reencontrar el Camino perdido de la felicidad. El día que fallezca sé que ocuparé la atención –por lo menos durante un instante o durante una oración- de muchas personas que podrán formar una sonrisa de agradecimiento cuando piensen en mí, y también la de mis familiares cuando recuerden algunas de las cosas que hice, y de esas personas anónimas que alguna vez me dieron las gracias con una sonrisa o con una temblorosa lágrima, y de aquellas otras con las que reí a carcajadas y sintieron y sentí que la felicidad no es un privilegio de Dioses, que no está reservada para unas vidas concretas que se desarrollan en unos ambientes concretos, sino que el Constructor de todo esto y de todos nosotros la dejó al alcance de la mano, para que pudiéramos disponer de ella para nuestro propio gozo y para compartirla. Esto le responderé a los guardianes del Cielo, y estoy seguro de que me dejarán pasar. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  10. ¿HICISTE FELICES A LOS OTROS? Se cuenta que cuando un Rey Egipcio moría y su alma llegaba al Cielo le hacían dos preguntas. De sus respuestas dependía que le dejaran entrar o no. La primera era: ¿Has encontrado la felicidad en tu vida? La segunda era: ¿En tu vida has proporcionado felicidad a otros? Seguramente esto no será cierto -ningún Rey volvió para confirmarlo- pero me parece una propuesta interesante para reflexionar, y dos preguntas cruciales que no deberíamos desperdiciar y podríamos aprovecharlas para nosotros, aunque no seamos Reyes. ¿HAS ENCONTRADO LA FELICIDAD EN TU VIDA? A mi edad, y después de muchos tumbos por la vida, me encuentro la felicidad en sitios donde antes ni siquiera se me hubiera ocurrido mirar: en los lugares más insospechados, en los actos más sencillos, en las cosas más simples, incluso hasta en la felicidad de los otros que se me contagia en una ósmosis sentimental que creía reservada para otras personas. Mi corazón, que durante muchos años de mi vida –demasiados- no estuvo en contacto con los sentimientos amorosos, ahora se sorprende y tiembla alegremente cuando siente un cosquilleo -que más parece un terremoto- emocionándole, y se siente con derecho a manifestarlo con alguna de esas lágrimas que durante tanto tiempo contuvo –y que tal vez estén caducadas, pero siguen vivas-. El Yo que soy, el Alma, el Maestro Interior, Dios, o quien sea que se pasea por mi corazón, me está proporcionando una felicidad discreta que no necesita de alardes, ni precisa de una carcajada para rubricarse, sino que se ha aposentado directamente en la mirada y la ven hasta los más escépticos, o se presenta a los otros con la forma de unos brazos sinceros que desean convertirse en abrazo que acoja a los otros, y ya se ha consolidado –curiosamente- como un estado interior de una paz aposentada que se sabe feliz aun cuando algunas circunstancias momentáneas o temporales pretendan contradecirlo. La felicidad me ha encontrado porque me he dejado encontrar. Que es más mérito suyo que mío. Por mi parte, lo que he hecho es rebajar las expectativas y aflojar las condiciones que había impuesto –supongo que era cosa de mi ego- para ser feliz. Ya no es necesario que confluyan un montón de sucesos ajenos a mí para que yo me sienta feliz. Me siento feliz conmigo. En mi compañía. También cuando estoy en compañía de los otros, pero no les exijo a los otros que hagan por mí la que es mi tarea. Acumulo a estas alturas tantos motivos para sentirme feliz que puedo decirle a los guardianes del Cielo, sin mentir, que sí, que he encontrado la felicidad en mi vida. ¿EN TU VIDA HAS PROPORCIONADO FELICIDAD A OTROS? Sí. Rotundamente. Sin ninguna duda. Tengo la seguridad de haber sido en algún momento una especie de Ángel para algunas personas, he hecho algún milagro que otro –de los facilitos-, he contagiado mi optimismo cuantas veces he podido, he aportado consuelo a alguien que lo necesitó, he tenido oportunidades para apoyar a quien estaba desolado, he dado cuanto he creído justo y necesario, he tratado de ser amable y lo he conseguido casi siempre, y he hecho cuanto se me ha ocurrido para hacer felices a los otros. Aunque fuera brevemente. Aunque sólo fuera durante el momento necesario para encontrarse con la fe o reencontrarse con la esperanza. Aunque sólo fuera inyectando ánimos. Aunque sólo fuera un compañero que acompañara al otro a reencontrar el Camino perdido de la felicidad. El día que fallezca sé que ocuparé la atención –por lo menos durante un instante o durante una oración- de muchas personas que podrán formar una sonrisa de agradecimiento cuando piensen en mí, y también la de mis familiares cuando recuerden algunas de las cosas que hice, y de esas personas anónimas que alguna vez me dieron las gracias con una sonrisa o con una temblorosa lágrima, y de aquellas otras con las que reí a carcajadas y sintieron y sentí que la felicidad no es un privilegio de Dioses, que no está reservada para unas vidas concretas que se desarrollan en unos ambientes concretos, sino que el Constructor de todo esto y de todos nosotros la dejó al alcance de la mano, para que pudiéramos disponer de ella para nuestro propio gozo y para compartirla. Esto le responderé a los guardianes del Cielo, y estoy seguro de que me dejarán pasar. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  11. ES OBLIGATORIO PARARSE “No frenar de vez en cuando el ritmo para tomarse un respiro sólo sirve para llenar los recuerdos de sensaciones pasajeras y superficiales que a la larga no hacen sino dejar una falsa densidad como de vacío y una angustiosa sensación de culpa”. (José Luís Alvite) En mi opinión, estamos tan atareados, tan agitados, tan estresados, tan llenos de compromisos y obligaciones, tan… tan…tan… que no nos paramos a hacernos las preguntas fundamentales y profundas: las realmente importantes. Parece como si aplazásemos todo para un mañana que siempre acaba siendo, lógicamente, mañana. Nunca hoy. Parece que le damos prioridad o preponderancia a lo urgente y no a lo importante. Parece que es necesario que concurran en nuestra vida algunas circunstancias que nos obliguen a darnos cuenta de lo que estamos o no estamos haciendo, porque por las buenas no lo hacemos. Esas circunstancias son, casi siempre, desagradables, trágicas o dolorosas. Así que paramos unos segundos el día de nuestro cumpleaños para decir “otro año más” –que en realidad es otro año menos- pero en seguida nos reincorporamos a la fiesta; decimos en Nochevieja “qué pronto se ha pasado otro año” y nos volvemos a llenar la copa de champán para espantar el pensamiento; acudimos al entierro de un conocido y mientras dura el funeral, circunspectos y cariacontecidos, hacemos como que reflexionamos sobre la vida y la muerte, “me lo tengo que tomar en serio y pensar sobre esto… bla… bla… bla...”, pero como a la salida nos encontramos con gente a la que no veíamos desde hace tiempo pues se nos va la reflexión hasta el próximo entierro. Lo malo de esto es que enseguida volvemos al frenético mundo que no nos permite apearnos para sentarnos y mirar hacia el final del camino, en el que se puede ver, si la consciencia tiene bien la vista, una tumba con nuestro cuerpo y una lápida con nuestro nombre. ¿Cuándo voy a parar? ¿Cuándo me voy a poner a resolver los asuntos importantes pendientes? ¿Cuándo voy a averiguar lo que realmente quiero? ¿Cuando ya sea demasiado tarde? ¿Cuando ya no tenga remedio? ¡Por Dios!, ¡Que se me va a acabar la vida y todavía estoy sin resolver qué quiero hacer con ella! ¡Por favor!, ¿Cuándo me lo voy a tomar en serio y voy a dejar de engañarme? ¿Quién está decidiendo por mí que, evidentemente, no soy yo? Ahora hay dos opciones principales: o dejas que cualquier pensamiento relacionado con prisas, urgencias, responsabilidades, miedos, dudas, o con excusas variadas, te salven de este apuro y te lleven a otra cosa (tal vez con una promesa incierta de retomarlo en breve), o bien te enfrentas a ello en un ejercicio de valentía, de amor propio, de dignidad, de sentido de responsabilidad, de toma de conciencia de la importancia de este asunto, y lo resuelves. O resuelves, por lo menos, una parte. Si lo haces, te adelanto que tienes mucha tarea por delante, y te adelanto que no va a ser fácil. Pero, a cambio de estos inconvenientes, te adelanto otra cosa: es lo mejor que puedes hacer por ti. Y tú vas a ser, sin duda, el primer y gran beneficiario. Otra vez te planteo dos opciones principales: o dejas pasar esta oportunidad –y ya sabes que te vas a arrepentir más adelante. Sí, lo sabes-, o te pones a ello ahora mismo y le dedicas toda la atención y dedicación posible hasta que tomes las decisiones importantes que te harán sentirte satisfecho de tu vida y de ti. Si optas por la segunda, será el comienzo de una nueva vida. Tu vida. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  12. SE NOS VA LA VIDA SIN PENSAR EN LA VIDA En mi opinión, las personas, generalmente, no empezamos a ser conscientes de la vida y de lo que es vivir hasta que se nos ha consumido más de la mitad de la vida. Hasta entonces, en la mayoría de los casos nos limitamos a atender los placeres inmediatos y los “problemas” que nos proporciona la vida; vivimos de un modo automático repitiendo lo que aprendimos en los primeros años y añadiendo algunas cosas nuevas que nos parecen interesantes, porque aún no ha llegado el momento trascendental en el que nos planteemos la opción de aflojar el paso, o parar, y revisar lo que estamos haciendo hasta ahora y por qué. Llega cierto momento en la vida que es como si por primera vez se nos planteara la posibilidad de vivir de otro modo, más consciente, y de hacer las cosas de la manera que nos apetece. Si uno hace un repaso objetivo y desapasionado de lo que ha sido su vida hasta entonces, puede darse cuenta de que ha estado bastante ocupado, probablemente se ha divertido mucho y ha tenido experiencias satisfactorias, y puede llegar a observar que la vida ha pasado de un modo que pareciera que es otra persona quien la ha vivido, porque, por una parte tiene la idea de que es uno quien ha pasado por las experiencias -¡por supuesto!-, pero al mismo tiempo le parece que todo ha sido muy rápido y no le ha dado tiempo a enterarse de lo que realmente estaba pasando. Como si no hubiera estado “del todo” allí. Ha estado tan distraído viviendo las cosas que no se ha parado a mirar lo que estaba viviendo. Ese momento suele coincidir con algo que le hace ver de un modo diferente que el tiempo va pasando –en realidad, que el tiempo se le va descontando del que tiene adjudicado para su vida-, y se instala una inquietud de que hay algo que posiblemente no está haciendo bien, o, simplemente, que hay algo interesante e importante que no está haciendo. Generalmente, no sabe definir el estado ni el motivo; al principio es más una sensación inclasificable y difícil de expresar. Es algo que surge de dentro, pero un algo que no está acostumbrado a expresarse, ni a pedir, y no sabe cómo hacerlo. Se le llama también “la crisis de los cuarenta”, aunque no suceda a los cuarenta. En el mejor de los casos, uno no se planta y decide no moverse hasta aclarar qué es lo que le está pasando, sino que sigue viviendo pero en algunos aspectos afloja el ritmo, va un poco más despacio, mira los efectos emocionales que le producen las cosas más allá del efecto inmediato. Algunas de las cosas que eran importantes se deprecian de golpe, y pierden la preponderancia que ocupaban. Otras cosas por las que se pasaba de puntillas, a las que no se les prestaba suficiente atención, parecen emerger de la nada irrumpiendo con fuerza y se las empieza a mirar con mejores ojos. No hay una norma que valga para todas las personas, pero sí hay algunas que son más habituales: se empieza a mirar a los jóvenes de otro modo –en algunos casos con una insospechada envidia-; no se quiere reconocer, pero uno es consciente de que es mayor que ellos y valora -también sin atreverse a hacerlo de un modo claro o directo-, que a ellos les queda más vida que a uno mismo. Surge la misma cuestión que todos nos hemos planteado al llegar a esa edad, una vez que comprobamos que murieron los abuelos, los padres de los conocidos, tal vez nuestros propios padres, y mucha de la gente mayor que conocíamos, y entonces suena, como si fuera la primera vez que se pronunciara en la historia de la humanidad, la misma reflexión a la que cada uno pone sus propias palabras: “Esto de hacerse mayor va en serio. Y la muerte también. Mi muerte se me está acercando.” Se produce un espanto. Y la apetencia de salir corriendo del funesto pensamiento. “Todavía me falta mucho”, se dice uno con la intención de zanjar el asunto .Y es posible que se logre espantar el pensamiento, pero no de un modo definitivo. Resurgirá de un modo inesperado cuando nos crucemos con una persona mayor, leamos una esquela, o acudamos a un entierro. Nuestra mente empezará a prestar atención a asuntos que habían pasado desapercibidos o se habían aplazado. Surgirá sin palabras, como una leve punzada, un balance en el que uno comprueba que no se han cumplido casi ninguno de los sueños -y un remordimiento no siempre respetuoso nos lo echará en cara- y que hay metas que ya demuestran ser inalcanzables, al mismo tiempo que se manifiestan añoranzas de sitios, situaciones, sentimientos, personas… En muchos casos se trata de salir del trance de un modo airoso, y uno se alegra por haberse dado cuenta y se compromete a una serie de cambios. Que no siempre cumplirá porque la costumbre arrastra hacia lo habitual. Lo que sí es cierto es que habrá sonado la alarma, y a partir de ahí cada uno decide si va a vivir con más consciencia o si va a seguir aplazando el momento del enfrentamiento con una serie de realidades: que el tiempo pasado es irrecuperable, que el tiempo pasa y la vida se gasta aunque uno no esté pendiente de vivir con atención, que cada segundo que pasa queda un segundo menos para el final, que el cuerpo y la mente han emprendido un camino irrevocable hacia el deterioro, que van a ir desapareciendo de nuestro lado muchas personas que no quisiéramos dejar de tener y disfrutar, etc. y todo esto que aparenta ser una retahíla de tragedia, también tiene una parte positiva si se acepta, y es la posibilidad de vivir el resto de la vida de un modo consciente, intenso, y llenar de vida a la vida, y construir un presente muy digno y placentero para que cuando se convierta en pasado sea un motivo de satisfacción y orgullo. Esta es la realidad. Así es como sucede esto. Estamos tan ocupados creyendo que estamos viviendo, o nos parece tan normal esto de estar vivos que no somos conscientes de ello. Nos parece normal que el sol salga cada día, que mañana pueda ser prácticamente un calco de lo que es hoy, que tengamos a nuestro servicio los sentidos y los placeres, que podamos ver-tocar-pensar-hablar… VIVIR requiere atención y dedicación. Consciencia. Presencia. Estar continuamente en el aquí y ahora. Pararse, tocarse, sentirse, y repetir “Soy yo, tengo vida y estoy VIVO”. No hay que conformarse con una reflexión anual a cuenta de cómo pasa el tiempo (que en realidad no es “el tiempo”, sino que es nuestra vida…), ni resignarse a un leve compromiso sin futuro de hacer cambios, ni tolerar la propia desidia cuando se trata de un asunto realmente tan importante como la propia vida, ni padecer sin rebelión el propio abandono, ni acomodarse a un vida anodina en la que lo mediocre sea el principal ingrediente. La vida es IRREPETIBLE e IRRECUPERABLE, y demasiado valiosa como para desperdiciarla. Y que esto llegue a suceder o no, depende de ti. Tú decides. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  13. EL TIEMPO DE LOS ARREPENTIMIENTOS “Con dolor, sintió algo tan decepcionante como haber malgastado en la rutina de una noria los pasos que podría haber empleado en un viaje inolvidable.” (José Luís Alvite) En mi opinión, todos los que hemos pasado de los cuarenta años –algunos precoces incluso antes de esa edad- hemos llegado ya a plantearnos que se nos está yendo la vida y la estamos perdiendo en parte. En realidad, todos los días son El Tiempo de los Arrepentimientos, aunque no lo celebremos pero lo suframos conscientemente. Cuando tenía 13 años una de mis grandes preocupaciones era evitar llegar que al llegar a ser muy mayor, viejo, me encontrara impedido en una silla de ruedas y con todo el día y el resto de la vida por delante para pensar, obsesivamente, en el mismo mono-tema: el arrepentimiento por todo aquello que no hice o por las cosas que no debería haber hecho. Eso ha marcado mi vida, sin duda, y para bien, porque me ha hecho vivir en una “sana obsesión” –que no llega a tanto, es más bien una atención bastante consciente- por querer aprovechar el tiempo y la vida, para que cuando llegue ese momento previsto pueda tener la conciencia en paz, la vida llena y satisfecha, y pueda parafrasear al poeta y decir, con una sonrisa grandiosa de autocomplacencia y unos ojos brillantes, “confieso que he vivido… casi conscientemente y casi plenamente”. No siempre lo logro, la verdad, pero sí tengo la sensación de que lo estoy haciendo bien y, como mucho, espero tener solo ligeras regañinas y, además, espero que sean cariñosas por mi serena comprensión de que lo hice lo mejor que supe o como me permitieron las circunstancias. Lo bueno que aporta ser reflexivo acerca de que llegará El Tiempo de los Arrepentimientos es que se produce una toma de conciencia y de consciencia, un examen de la realidad y de sí mismo: Uno se da cuenta. Porque arrepentirse no es otra cosa que eso: darse cuenta, de una forma reflexiva, de algún suceso en nuestra vida que, en realidad, hubiéramos deseado que se hubiera desarrollado de otra manera. Lo que no es tan adecuado es el modo. Porque esa reflexión que se forma tras darse cuenta de un suceso, no es reflexiva-comprensiva, que sería lo adecuado, sino reflexiva-culpante. Y esto último es innecesario. Las cosas no sólo se aprenden con castigos, sino que también se pueden aprender con amor y buena voluntad. En mi opinión, el proceso más correcto tras darnos cuenta de eso que hicimos u omitimos, y que nos puede llevar al arrepentimiento, sería sacar el aprendizaje que nos aporta porque es evidente que no nos apetece que se vuelva a repetir. Es evidente que hemos descubierto algo en nosotros que podemos mejorar, y eso debería ser un motivo de contento y no de enojo. Si descubro algo que es posible mejorar –“descubrir” es destapar lo que estaba cubierto, pero QUE YA ESTABA-, y lo mejoro, eso quiere decir que después de hacerlo seré un poco mejor de lo que soy ahora, por lo tanto ahora me puedo permitir enojarme todo lo que quiera al descubrirlo porque después me alegraré de haberme corregido y de estar un poco más cerca de ese proyecto que tengo para mí, tan humano y tan bonito, que quiero hacer realidad. El siguiente paso, pero una vez que ya se le ha extraído la enseñanza, es tratar de remediarlo. Si hay otra persona implicada o es algo material que se puede resolver, hay que hacerlo. Hablar con quien sea, explicarse, transmitir el sentimiento actual y el propósito de evitar que se vuelva a repetir ofreciendo sinceras disculpas. Si es algo material y es posible, reponerlo. Después, sentarse con uno mismo, tranquilamente, como amigos íntimos, dejando fuera al crítico obsesivo, al inquisidor, al de las zancadillas, y al diablo que llevamos dentro, y conseguir hermanarnos con nosotros mismos. Ser reflexivos. “De acuerdo, no es lo que deseaba. Estoy mal, pero no sé si estoy mal por mí mismo, por no haber actuado del modo que considero apropiado, o estoy mal con el/lo otro por el daño que le he podido causar. O por todo al mismo tiempo. Pero no voy a empezar otra guerra conmigo mismo por este motivo. La próxima vez prestaré más atención. Ahora es el momento de revisar mis actitudes, mi forma de ser o hacer, lo que deseo, y con todo ello hacer un Plan de Vida que trataré de convertir en realidad”. Ser conscientes en todo momento de lo que somos y de lo que hacemos u omitimos evita la necesidad de arrepentirse después. Hoy es un buen día para revisar cosas, y ver cuáles pueden desembocar en futuros arrepentimientos. Y con esa información, y a partir de hoy, fomentar las que se deseen fomentar y evitar las que se deseen evitar. Si se desea más actividad sexual, subir a una cima de 5.000 metros, viajar, estar más con los familiares y amigos, romper o tirar algo, dejar de ser de cierto modo, etc., y si las circunstancias personales, físicas o económicas lo permiten… conviene hacerlo. Porque es posible que hoy se puedan hacer muchas de esas cosas, y en cambio, cuando llegue ese momento en que el cuerpo o las circunstancias ya no puedan acompañar, ya no será posible empacharse de actividad sexual, las cimas de 5.000 metros estarán muy lejanas y muy altas, el único país que se pueda visitar será la propia habitación, y los amigos o familiares ya no estarán físicamente presentes. Y esto es tan duro como cierto. Los arrepentimientos, generalmente, vienen asociados a estados alterados en los que uno siente un gravoso pesar, contra sí mismo, y es un pesar agobiante, opresivo, que cancela cualquier futuro optimista y eclipsa cualquier esperanza. Se piensa que TODO es gris oscuro o negro –no es cierto, lo que pasa es que no se quieren ver los otros colores-. Que uno lo hace todo mal –se piensa equivocadamente-. Que la vida es una mierda –y no es cierto-. Que no sé cuándo voy a aprender –date tiempo-. Que me siento mal –sé consciente de cómo te sientes y así antes de volver a repetirlo te lo pensarás dos veces-. Y lo peor es que creo que esto sólo me pasa a mí –nos pasa a todos-. Soy tonto –no te menosprecies y no te insultes; ni siquiera tú tienes derecho a hacerlo. Respétate-. Ahora mismo no sería capaz de mirarme al espejo –pues déjalo para otro momento-. Por esta retahíla de reproches y despropósitos hemos pasado casi todos. Ya sabemos lo que es. Lo hemos padecido. Lo que queramos hacer no lo debemos aplazar y trasladar hasta nuestra más lejana edad, porque entonces ya va a ser tarde y algunas cosas se van a quedar irremediablemente en el mundo de los arrepentimientos cuando, si las resolviéramos hoy, se podrían convertir más adelante en un pasado más satisfactorio. No hace falta esperar un Juicio Final, ni un veredicto externo. La honradez y la dignidad de cada uno, la conciencia y el alma, la atención y el amor propio, están perfectamente capacitados para hacernos ver esas facetas de nuestra vida -que a veces hasta nos las escondemos a nosotros mismos- que son susceptibles de ser cambiadas o modificadas. Y cambiarlas o modificarlas, para que sean del modo apropiado, serán las razones para que al llegar al final de nuestras vidas tengamos una sensación pacífica de haber hecho las cosas bien o, cuanto menos, haber hecho lo humanamente posible por lograrlo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  14. SÓLO NOS DUELE AQUELLO QUE PERMITIMOS QUE NOS DUELA En mi opinión, en general desatendemos bastante la solución definitiva a un asunto tan doloroso y que causa tan graves consecuencias como es el hecho de permitir que nos afecten tanto las cosas con las que otros nos ofenden. Hay palabras, con intención de insultar, que emiten otras personas acerca de uno mismo y consiguen molestarnos y alterarnos hasta el punto de sacarnos de nuestras casillas y encolerizarnos. Si hay verdad en ese insulto hay que admitirlo, puesto que tiene razón, y no darle más importancia. Es una realidad que ya conocíamos y que, se supone, estamos tratando de subsanar. Si no hay verdad en su insulto y sólo lleva la intención de hacer daño, entonces es un error nuestro permitir que lo que es solamente una opinión del otro, que es totalmente incierta porque exclusivamente se basa en su juicio equivocado y en su perversa intención de dañar, si nos ofendemos estamos cayendo ingenuamente en el juego malvado con el que pretende hundirnos. Si nos enojamos porque nos altera con su comportamiento o sus palabras, habrá logrado su objetivo, así que la mayor afrenta que le podemos hacer a quien pretende lastimarnos es no permitir que nos haga daño. Quedarnos indiferentes impidiendo que nuestro presuntuoso ego herido muestre su ira. A fin de cuentas, conocemos nuestra verdad y es más importante lo que sabemos nosotros que lo que opinen los demás. Las palabras sólo tienen el valor que les queramos adjudicar (y usaré el tópico de siempre: la palabra cuchillo no corta, la palabra agua no quita la sed), así que cualquier palabra que empleen contra nosotros no es más que una sucesión de letras sin entidad y sin vida. La intención del otro sólo causará efecto si permitimos que lo haga. Si uno controla sus impulsos agresivos, y si desoye a su orgullo herido, perfectamente se puede quedar impasible e indolente ante cualquier agravio verbal por muy brutal que sea. No siempre es fácil, pero se puede lograr. Y la mejor respuesta al ataque de un agresor verbal es la indiferencia, sin caer en su trampa y sin seguir su malévolo juego. También hay actos perversos que los otros pueden iniciar en nuestra contra, y para eso no se puede generalizar una respuesta sino que cada asunto, cada persona, y cada circunstancia, tienen sus peculiaridades. En algunos casos se puede lograr que se diluya su efecto si comprendemos que el otro es un ser que no está en sus plenas capacidades, que no está bien, porque si lo estuviera no haría lo que hace, y en ese caso sólo se merece nuestra compasión y nuestro perdón. Otros casos sí requieren una respuesta enérgica: la dignidad de uno debe ser defendida firmemente. Pero no siempre se debe responder de un modo agresivo, ni tampoco pasivo, a las afrentas. Cada una requiere su propia respuesta y en unos casos hay que valorar el estado enajenado del otro y en otros casos ni siquiera eso es una excusa para tolerarlo. Que cada uno actúe en cada caso como le dicte su conciencia o los aprendizajes extraídos de experiencias similares. Lo que es recomendable es aceptar que depende de uno, exclusivamente, decidir cómo quiere que le afecten las intenciones ajenas. (Y de esto excluyo las agresiones físicas o psicológicas, que merecen un tratamiento distinto). Siempre se recomienda contar hasta diez –o hasta cien los que cuentan más rápido- antes de tomar, desde una situación alterada, decisiones de las que podamos arrepentirnos después, cuando su efecto sea ya irreparable. Si uno recapacita en un momento de objetividad sobre cómo quiere comportarse en estas situaciones en futuras ocasiones tendrá un gran trabajo adelantado para cuando surjan, que es cuando se ha de producir una respuesta que sea acorde con nuestro deseo auténtico y no una explosión descontrolada e inadecuada que luego nos deje una mala sensación. Si no lo resuelves por ti mismo, busca información fiable o habla con alguna persona que te pueda dar su punto de vista, pero es conveniente no dejar este asunto sin clarificar y actuar inconscientemente cuando se presenta. Tu enemigo no es quien quiera serlo sino quien tú aceptes como tal. Y sólo te hiere lo que tú permites que te hiera. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  15. LA FELICIDAD SERENA En mi opinión, lo que uno alcanza a medida que va logrando avanzar en su Desarrollo Personal es un estado que cada vez se asemeja más a la paz, y un modo distinto de ver y sentir las cosas. Yo lo siento como una felicidad serena. Es una situación en que uno se siente menos dependiente de los estados anímicos y sus altibajos, y menos dependiente aún de los estallidos de furia, de los arrebatos, de los torbellinos de preguntas alocadas y de los agresivos auto-reproches. Es un estado de serenidad, de equilibrio, en que una tranquilidad que aparenta ser impasible se manifiesta aportando una especie de imperturbabilidad interna –que no siempre externa- que hace ver la vida, y sus acontecimientos, de un modo que afecta menos. Es como si uno tuviera una capacidad especial para poder relativizar las cosas despojándolas de sus manifestaciones imprudentes, y fuera capaz de mantenerse en un estado de inmutabilidad que sólo aporta beneficios puesto que evita los altercados emocionales, mientras que, al mismo tiempo, permite saborear las cosas de la vida desde un punto más adecuado: desde el estado del que no permite que le afecte lo negativo al mismo tiempo que desarrolla la capacidad de apreciar y disfrutar en su grandiosidad las cosas que aparentar ser pequeñas y que se tasan como de menos valor. “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”, escribió Antonio Machado. No nos vamos a quedar, sin duda, así que… ¿Para qué amargarse con cosas pequeñas que agigantamos como si fueran grandiosas? ¿Y lo excelente que es “ser nada”? Nada soy y, en lo más profundo, y porque nada soy, nada me afecta. Y digo “en lo más profundo” porque somos humanos y no siempre controlamos los sentimientos y las emociones, y no siempre podemos reprimir sus manifestaciones, pero eso no importa si luego somos capaces de comprender e integrar que no somos el explosivo, no somos el que está enojado, no somos el dolorido, no lo somos… son estados, estados de una temporalidad que tiene final, y que, como tales, no tienen entidad propia, no tienen consistencia, y se van a diluir en un mayor o menor espacio de tiempo. Lo que no deberían hacer –y no deberíamos permitir- es que se enquisten y perduren en el tiempo. Y comprenderlo de este modo, e integrarlo para que pase a formar de nosotros mismos, permite acercarse más a esa felicidad serena que se asemeja a lo que podría ser el estado natural del Ser Humano. La felicidad explosiva, esa que se manifiesta con grandes risotadas y alharacas, así como los gestos adustos permanentes o los enfados supinos, tampoco son estados naturales. No se pueden mantener en el tiempo. Uno no puede estar riéndose las veinticuatro horas del día. Sí puede obstinarse en mantenerse en cualquier aspecto negativo, y es posible lograrlo, pero es algo forzado, autoimpuesto, no es la expresión natural del Ser Humano, que se corresponde más con un estado facial que no manifiesta emociones, pero que se siente más a gusto y más natural con una sonrisa bien sea en los labios o en la mirada. La Felicidad Serena aparenta que es como si se le quitaran las emociones explosivas a la vida y la convirtiera en algo simple y sencillo, pero no es cierto porque es una situación de comprensión que sabe que ese estado, hermano de la paz, es la máxima aspiración: estar bien y tener un fondo de armonía que sobrevive a los sobresaltos y los arrebatos, y no sobredimensionar los estados pasajeros sino dejar que se diluyan sin que dejen huella, y tener una filosofía personal, de vida, mística y religiosa, que le sitúa a Uno Mismo en su sitio y no le descentra… La Felicidad Serena te permite ser expresivo en todos tus sentimientos, que no es necesario reprimirlos, pero puedes retornar posteriormente a ese estado sin ser afectado ni por las cosas agradables ni por las desagradables. El Desarrollo Personal no es un campo de batalla para Guerreros Espirituales que se toman la vida como una batalla contra los “defectos humanos” que –en su opinión- son pecados o son enemigos que hay que combatir cruentamente para aniquilarlos, sino que es un Camino de Regreso para el Reencuentro, un Camino de Acercamiento al Ser Divino que es la base sobre la que está construido nuestro cuerpo. Desarrollar el potencial del que disponemos puede que sea el sentido de la vida, y que ese potencial se expanda a partir de ese estado que podemos llamar de Felicidad Serena, a partir del amor propio, de un estado de Ser realmente Uno Mismo y no de tomarse la vida como un enemigo sino como un lugar en el que expandir lo que uno Es. Me encanta esta palabra: Desdramatizar. Me parece que deja rotunda y perfectamente claro su significado: quitar el drama, quitar la virulencia, quitar lo ponzoñoso y lo maligno. Nada es tan grave como somos capaces de llegar a verlo. Nada contiene una gravedad que esté por encima del respeto al Ser y del cuidado de Uno Mismo. Es muy sensata y muy honrada la aspiración a tener un fondo de Felicidad Serena que nos mantenga a flote el tiempo que pasa entre el principio de las tormentas que nos agreden y la llegada del amaine que trae la correspondiente calma. Paciencia. Serenidad. Cuidado y respeto por Uno Mismo. Felicidad serena. Todos nos la merecemos. Posiblemente te interese buscarla para instalarla en ti. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  16. ¿TÚ APRENDES DE VERDAD O COLECCIONAS FRASES? En mi opinión, pero en una opinión muy subjetiva aunque basada en años y años de tratar con personas y conocerlas, no le prestamos tanta atención y dedicación como presumimos a lo relacionado con el Desarrollo Personal. Y en el día que escribo esto se cumplen 27 años desde que empecé a interesarme por mi Desarrollo Personal –antes decía Crecimiento, pero me parece que es más acertado Desarrollo- y me atrevo a garantizar que no ha habido ni un solo día en el que no haya dado un paso en mi Camino. A veces una reflexión, o varias, otras veces he escrito un artículo, he tenido una conversación con otra persona sobre sus asuntos personales y los míos, he admirado desde mi alma una puesta de sol, me he sumergido en la delicia maravillosa de una ópera, he grabado en mi corazón un sentimiento, o me he dejado recorrer sin poner impedimentos por una emoción cuyo epicentro estaba en mi corazón. Cuando uno está atento, y cuando tiene clara la dirección en la que tienen que ir sus experiencias, todo y todas apunta al mismo sitio: Uno Mismo. Todo apunta al Desarrollo de la Persona, del Ser Humano, de quien pretende regresar al centro del Uno Mismo que es y no manifiesta. De quien pretende ser él mismo aunque no sepa todavía quién es él mismo. Todo apunta hacia el corazón, hacia el alma, hacia la esencia Divina que somos y que se mezcla con los pensamientos, con el cuerpo, la vida, la Vida, las dudas, los problemas cotidianos, las inseguridades, el no saber, la sensación indescriptible de que tiene que haber algo más, la creencia injustificable de que uno es algo más que este ser pequeño que se debate entre sus miedos y sus esperanzas. Porque toda esa amalgama somos. Lo interesante es saber hacia dónde encauzar el Sentido de la Vida. “El Sentido”, es la razón de ser, la finalidad y la justificación de la vida; también es la dirección por la que uno se encarrila, hacia donde se va; es el modo particular de enfocar, de entender o de juzgar algo, y es la forma de interpretar lo que es la Vida. Todo esfuerzo sin sentido es un desperdicio. Y no estamos para desperdiciar nada. Todo paso perdido –salvo que uno haya decidido conscientemente perderlo- es un desperdicio. Y no estamos para desperdiciar nada. Todo aprendizaje que no se coloque en su sitio, al que no se le extraiga la esencia, se perderá. Y no estamos para perder nada. Es conveniente atesorar cada una de experiencias, cada una de las circunstancias, cada uno de los momentos, cada palabra, cada sonrisa, cada emoción, para integrarlas en uno mismo. Para que sean uno mismo o para que uno mismo sea todas las cosas. Es conveniente empaparnos de vida –mejor si es de Vida-, impregnarnos de su esencia, sacarle todo lo que tiene y nos puede dar, y vivir cada experiencia hasta el final, hasta que se agote. Es conveniente llenarse el corazón de emociones, la memoria de buenos recuerdos, el alma con el alma de los otros, y elevar la vida cotidiana a la categoría de Vida. Eso es aprender. Y aprehender… coger para sí… integrar en sí mismo. Lo demás, lo que no sea así, apenas deja enseñanza y es presa fácil para el olvido. En muchísimos casos nos conformamos con asentir con un gesto de la cabeza, con pensar que nos tenemos que integrar más con la Vida, con auto-engañarnos conformándonos con decir que ya hacemos algo, aunque sea poco, con leer un artículo como este de vez en cuando, y con coleccionar frases o buenos propósitos. Las frases siempre son ajenas y nada más que simples y vacías palabras hasta que uno las integra dentro de sí. Mientras no provoquen un terremoto interno innegable y sólo se queden en el despertar un sentimiento que se diluye un segundo después, no sirven de nada ni para nada. “Un burro cargado de libros no deja de ser un burro”. Esta es una frase de esas que si no te golpean en alguna parte, olvídala. Si no sale un firme propósito nada más leerla, olvídala. “Prometo no abandonarme nunca más”. Lo mismo. Con todas lo mismo. O te hacen un efecto brutal, decisivo, o no las pongas en tu colección de inútiles frases célebres. Las frases, o algunos textos de algunos libros, no debieran ser otra cosa que una llamada de atención para hacer una parada en la vida, real y no metafórica, para permitirnos sentir su eco en nuestro interior, para atender a la explosión que pueden provocar, para encontrarle acomodo en el alma o en la parte de nuestra comprensión que la acoja. Si se queda instalada en el cerebro será siempre mecánica y fría. Si se establece en todo nuestro Ser, hará un efecto creativo y servirá para engrandecernos. Cumplirá su función. Las frases, y las enseñanzas, han de ser el disparador de un proceso interior en el que despierten a las partes que las estaban esperando. Y, también, una pista para iniciar la evolución personalizada de esa frase que nos puede llevar al final de lo que inician con su propuesta, y es ahí donde aportaremos nuestro conocimiento, nuestra Sabiduría Interna, o lo poco –pero personal- que podamos aportar. Menos teorías, menos coleccionar frases, menos ser un loro que repite, menos vivir de las filosofías y los descubrimientos ajenos, y más contactar con el Ser, y manifestarse -de verdad y por fin- como el Uno Mismo que en realidad somos. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. 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  17. HABLEMOS DEL DOLOR SIN DOLOR En mi opinión, cuando uno habla de las cosas que le producen dolor, si las habla desde la aceptación –que nunca es fácil- consigue ir limando las aristas que tanto duelen; se van redondeando para que el dolor cada vez lastime menos, y aunque sigue siendo un trago difícil de pasar, cada vez es menos difícil. A otras personas les puede resultar menos dificultoso escribirlo que contarlo. También sirve. Lo importante es no dejar que se enquiste dentro de uno, que se convierta en un centro dramático alrededor del cual gira toda la vida, todos los estados de ánimo, todos los pensamientos. Lo doloroso nunca resulta agradable. Incluso cuando alguien es capaz de encontrarle un matiz espiritual a ese dolor, o una explicación esotérica, e incluso aunque sea el preámbulo de algo que después se demostrará que eso era lo mejor y que atravesarlo era un camino necesario, ninguna cosa consigue desagraviar el dolor cuando uno está inmerso en él. Por eso resulta que lo más apropiado es salirse de él, afrontarlo, perderle el miedo y no reconocerle superioridad, tratarse con él de igual a igual, y conocer su origen real para ponerlo donde le corresponde. Por otra parte, resulta que vivir ese dolor y no eludirlo es la acción apropiada. Negarlo, depreciarlo tratando de restarle importancia, o hacerse el duro inconmovible a quien no le afectan las cosas desgarradoras, no es lo adecuado. Cada dolor lleva implícita una enseñanza y esto es real. Cada dolor necesita de atención y comprensión para vislumbrar su origen y su motivación. Somos humanos. Y esto no hay que olvidarlo. Y los seres humanos, afortunadamente, tenemos dolor, aunque el dolor siempre sea incomprendido e indeseado. Hablar o escribir sobre ello sirve para aclarar todo el proceso que ha llevado hasta ese dolor, y conviene hacerlo transparente, que sea innegable, comprensible, porque en algún momento se va a instalar en lo que llamamos pasado, y lo pasado tiene tendencia a enquistarse con la interpretación que se le haya dado en su momento al hecho, y si lo que almacenamos en el pasado es un dolor que sólo trajo sufrimiento y rabia, que no se comprendió, que se interpretó como un ataque personal, o como una desatención del Creador, y uno se siente víctima, se siente triste y herido, se siente indefenso e inútil, eso es lo que nos dejará el dolor incorporado al recuerdo. Como un recuerdo en el que creeremos firmemente. Pero sólo es un recuerdo tergiversado... En cambio, si uno consigue la proeza de desapegarse de su dolor, de verlo como un hecho y no como un ataque personal, de verlo como un suceso de los miles de sucesos que acaecen en la vida, de observarse a sí mismo en su fragilidad, en su desconcierto, en su honrada rabia que se ha manifestado, en la parte sensible de su humanidad, puede llegar a quitarle parte de la aflicción que parece que le corresponde legítimamente, puede dejar de verse agredido y humillado, y puede llegar a incorporarlo como un suceso que no tiene por qué dejarle marcado. No hay que olvidar que las cosas son lo que son, pero acaban siendo lo que uno cree que son. Uno, con su pensamiento y su aceptación, les da poder o se lo quita. Uno lo engrandece y magnifica o le resta el adjetivo doliente y lo deja desnudo y sin espinas. Es importante en estos casos preservarse. Ponerse a salvo. Mirar por uno mismo y por su integridad física y mental. Saber que la insistencia repetitiva sobre un asunto doloroso puede llevar a un pesimismo perenne, a una tristeza perpetua, o a una depresión de por vida. La aceptación comprensiva del hecho, sin un sentimiento alterado, pero no sumisamente y con rabia, ayuda a desdramatizarlo. Hay que aprender a mirar a largo plazo, a proyectarse en el futuro donde las cosas de hoy se verán de otro modo más benevolente cuando se mire hacia el pasado que será el día de hoy. Por eso insisto en la necesidad de dulcificar el dolor, pero sin caer en la mentira de negar su influencia. Todo en la vida acaba convirtiéndose en pasado y éste condiciona, sin duda, el presente. Es muy conveniente que los asuntos que nos han resultado especialmente dolorosos se sanen en la medida de lo posible antes de que se instalen definitivamente en el pasado. Que se les reste todo lo que se pueda la carga de desolación. Que, sin negar el dolor que es evidente, se suavice, se limpie, se amanse. Es mejor construir un pasado sosegado. Y si es un dolor antiguo el que aún sigue mortificando, conviene reconstruir ese pasado, porque la memoria traumática puede llegar a ser muy violenta. Revisarlo, descifrarlo, descontar la rabia y el resentimiento casi comprensibles que les añadió nuestro enojo, ser capaces de verlo con otros ojos más tolerantes, y sanar ese pasado que sigue hiriendo. A veces es necesaria la colaboración de un profesional y, si es así, hay que hacerlo. Cualquier inversión en sanarse física, emocional, o espiritualmente, es una buena inversión. Una recomendación. Algunas personas, cuando viven una experiencia dolorosa, parece que se regodean en ella y que la repiten una y otra vez a todo el que se deje contar porque con ello “disfruta” su parte masoquista y al mismo tiempo recibe la solidaridad y un aparente cariño de los oyentes, y eso le compensa. Está comprando la atención de los otros al elevado precio de insistir en su desgracia. Así de retorcidos somos a veces. Mucho cuidado con esto. En demasiadas ocasiones uno habla y habla, y después se arrepiente de haber hablado tanto. Las cosas dolorosas no es conveniente contárselas a todo el mundo porque no sabemos qué van a hacer los otros con ellas, ni sabemos si en algún momento se pueden volver en nuestra contra. Se dice que quien tiene nuestros secretos tiene el poder sobre nosotros. Se puede aplicar para esto también. Con quien se hable, que sea de una confianza inquebrantable, y si no hay con quien hablarlo, o no se quiere hacer, sigue siendo válida la escritura. Pero lo mejor es hablar del dolor sin dolor, como se habla de otras cosas que son más agradables. Insisto en que es uno mismo quien lo puede dramatizar mucho e innecesariamente, y que es uno, directamente, la víctima de esa actitud. Preservarse. Ponerse a salvo. No torturarse sin necesidad. Hablemos del dolor sin dolor. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  18. COSAS QUE HEMOS DE EVITAR Hay muchas cosas que no son agradables, que a nadie apetecen, que nadie desea. La relación con los demás es el campo donde debemos evitar tanto hacerlas como permitir que nos las hagan. He aquí algunos ejemplos. RECHAZO: Antes de rechazar a una persona hay que estar seguro de los argumentos o motivos. Hay que estar seguro de conocerla bien, de no haber creado un rechazo basado en una suposición o en un dato mal tomado. HUMILLACIÓN: Jamás se debe humillar a una persona, y aún menos en público. Leonardo da Vinci dijo: “Aplaude a tus empleados en público y repréndeles en privado.” El respeto a las personas, y a su dignidad, está por encima de un momento de ofuscación o ira que se puede aplacar con paciencia. Esa persona a quien se humilla puede ser gravemente herida y hemos de evitar los dolores innecesarios. OFENSA: Ofender, insultar, dañar, herir… hemos de tener mucho cuidado en la relación con los demás de velar por sus sentimientos. Las personas no siempre actúan con mala fe, por lo que deberemos revisar con cuidado la actitud con la que han obrado antes de ofenderlas. El respeto es imprescindible y esto hay que tenerlo en cuenta antes de llegar a la ofensa. CASTIGO: El castigo, casi siempre es una venganza, y como tal es un acto de odio que engendra más odio. Cuando a un niño se le da un azote justificado (o, simbólicamente, a un adulto) y se le explica la razón, lo asocia a lo que ha hecho, comprende, aprende, y no lo repetirá. No es un asunto moral, ni de culpabilidad, sino que es de educación para que tome conciencia la realidad. Que no quede un mal rastro de recriminación ni de acusación. Pero un castigo por saciar la necesidad de venganza o un odio mal encauzado es injustificable. VENGANZA: La venganza es un plato que se ha de comer frío, se dice. Yo creo que no es plato que se haya de comer, que no es buena la venganza, pero sí que es bueno que se enfríe el motivo que desencadena la necesidad de venganza, porque una vez pasado la ofuscación inicial, y una vez que la explosión de esa necesidad se aplaca, uno se da cuenta que es mejor un buena comprensión que una buena venganza. INTENTAR: Intentar es mentirte. Si dices lo intentaré, estás diciendo que vas a hacer un paripé, para engañarte o para auto-justificarte y convencerte de algo que no es cierto. Quiere decir que no tienes intención seria de hacerlo. Y que te reservas el derecho a no esforzarte y conformarte con que lo intentaste. Si lo quieres hacer y lo vas a hacer, di LO VOY A HACER. Tienes que hablar claro para pensar claro y obrar claro. En el Análisis Transaccional existe un impulsor que se denomina “inténtalo… pero no lo consigas”. Ten cuidado con él, ya que todos lo tenemos en mayor o menor medida. Búscalo en tus actos, o en los no actos, ya que es un boicoteador nato. Descubre en las cosas que sólo las intentas, si hay algo que está poniéndote la zancadilla, o frenándote, o desmotivándote, o menospreciándote, o con las miras muy pobres y una gran desconfianza en ti, o si tu autoestima está baja. Son algunas de las causas de que tengas más intentos que realizaciones. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  19. COSAS QUE TENGO QUE HACER (Porque deseo hacerlas) Mirar seriamente las cosas que no hago porque creo que nos las puedo o debo hacer. Prestar atención a las cosas importantes, no sólo a las urgentes. No perder la vida, mal llamada “el tiempo”, mientras sigo aplazando la decisión de Descubrirme. (Que mi vida no sea un continuo abandono de mis buenos propósitos) Pararme, pararlo todo, y averiguar: ¿Qué quiero hacer en la vida con mi vida? Dejar de ser solamente un teórico y ponerme a hacer lo que sé que tengo que hacer, que a su vez es también lo que quiero hacer. Buscar lo óptimo. Vivir. Organizarme. “Aquello que no hiciste será de lo que más te arrepentirás”, ¿Lo tengo en cuenta? Dejar de huir del mundo y de mi vida. Ser como verdaderamente soy. Hacer algo o mucho por alguien o por muchos. Diseñar un Plan de Vida y hacerlo realidad. Meditar. Reflexionar. Anotar mis pensamientos, intuiciones, intenciones, ilusiones, deseos, logros… Revisar si he hecho el duelo por todos los seres queridos que han fallecido. Dedicar mucha atención a los seres queridos que aún están vivos. (Que no tenga que arrepentirme después) Decir que les quiero a las personas que quiero. (Ya tendré tiempo de no decir cuando no estén) Existir en cada uno de los próximos segundos. (Los tengo racionados y no me puedo permitir perder alguno) Ser consciente de que cada instante está vivo, y es único, irrepetible e irrecuperable. Grabar esta frase en mi conciencia y no olvidarla ni un solo instante: PROMETO NO ABANDONARME NUNCA MÁS. Convertir mis sueños en realidad. Encontrar el poder que habita dentro de mí. Llevarme bien con mi humildad. Concederme los caprichos que me merezca. Cuando me apetezca hacer nada, ser consciente de que es nada, precisamente, lo que quiero hacer. Ser más resolutivo en mis asuntos personales. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  20. ES CONVENIENTE NO IDEALIZAR LAS COSAS (IDEALIZAR, del diccionario: Elevar las cosas sobre la realidad sensible por medio de la inteligencia o la fantasía) En mi opinión, es muy conveniente no idealizar excesivamente las cosas –ninguna- ya que si luego no ocurren del modo en que las hemos construido en nuestra imaginación o fantasía nos conducirán inevitablemente a una decepción que puede llegar a ser inconsolable. El precio de que no se cumpla aquello que se ha idealizado, o que cuando se compruebe su auténtica realidad quede lejos de nuestra idealización, es que se volverá contra nuestra Autoestima y contra nosotros mismos directamente; inevitablemente, nos dejará marcados y afectados para mal. A veces esperamos demasiado de los demás, y esperamos algo que no se han comprometido a hacer o entregarnos, ya que eso sólo ha existido en nuestra imaginación y sin ningún compromiso por parte de los otros. Si nos hemos ilusionado –que es despertar esperanzas atractivas pero sin garantía de cumplimiento- es seguro que después nos desilusionaremos cuando comprobemos que las cosas no salen tal como las imaginamos. Así que conviene ser muy objetivos y muy sensatos con las ilusiones que nos creamos. Esto también nos puede suceder con nosotros mismos, que desarrollemos en nuestro deseo o imaginación un Yo Ideal –esa persona ideal, perfecta y maravillosa que nos gustaría ser- y cada vez que comprobemos que no lo estamos siendo, que no lo estamos logrando, se nos caerá el mundo encima y el concepto propio se verá claramente dañado porque no hemos querido conformarnos con lo que somos en este momento, o con ser alguien que vaya creciendo poco a poco, día a día, sino que hemos diseñado un imposible que, lógicamente, es imposible de hacer realidad y eso nos conducirá a la frustración. La felicidad se va aposentando en cada uno en función de intereses o preferencias personales. Y es algo que se va elaborando poco a poco y a medio plazo. Los placeres tienen una parte que es buena y otra parte que es menos buena. Es bueno porque tener placeres y vivir momentos de alegría aportan la sensación de felicidad –aunque no sea exactamente felicidad-, y “ver” y apreciar que a menudo nos sentimos a gusto, alegres, disfrutando los placeres, reafirma la creencia en que somos felices. Y si lo creemos es muy posible que lo seamos. La parte menos agradable de los placeres, de los momentos fiesteros y divertidos, del éxito en cualquier aspecto, es que si acabamos asociándolos a que eso es la felicidad, en el momento en que se terminen –que todos se terminan- nos encontramos de bruces con la realidad de que no somos felices. Nos hemos hallado en un estado que se parece a la felicidad, pero no es la felicidad. Y es un golpe muy duro. Cuando se acaba la fiesta, cuando se amaina la alegría, y cuando la diversión se extingue, uno se queda en su falta de rumbo e infeliz. Y creer que uno es feliz si se encuentra en cualquiera de esas situaciones le obnubila la capacidad de darse cuenta de que eso no es la verdadera felicidad y eso aplaza el momento de ponerse a buscarla dentro de sí para fomentarla y reafirmarla. Lo que hace que uno se sienta y sea feliz no tiene por qué hacer feliz a otro, ya que la felicidad es personal e intransferible. Es algo que tiene que descubrir y desarrollar uno mismo y en sí mismo. La felicidad viene de dentro porque mora dentro. Lo que viene de fuera es la risa, el alborozo, la diversión… y son muy interesantes, y se deben disfrutar todo lo que se pueda, pero no hay que olvidar lo que ha de ser la verdadera vocación: el encuentro con el Ser Interior que habita en cada uno, que es el inagotable proveedor de felicidad. No se trata de lograr algo parecido a “estar feliz” –que está muy bien pero es sólo una apariencia-, sino de ser feliz, verdaderamente, a todas horas, aunque no se demuestre con una sonrisa permanente en la boca; y aunque se vivan momentos de dolor y desesperación, aún en esos momentos, uno ha de ser consciente de que son pasajeras sus manifestaciones pero al mismo tiempo ha de saber y sentir que la felicidad está dentro y no le abandona. La felicidad es lo que es. Y pretender modificarla, pintarrajéandola o disfrazándola de lo que no es, no servirá de nada. El resultado final del balance de la vida, y la vivencia de la misma a lo largo de los años, va a depender en gran medida de la felicidad, así que conviene dedicarle el tiempo y la atención necesaria para lograr una relación con ella que sea continua y tan espléndida como inmejorable. Ahora ya depende de ti. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  21. NO ES BUENO SUFRIR EL DOLOR AJENO (El sentido del artículo está orientado a los dolores emocionales, o sentimentales, pero también de algún modo y en algunos casos al dolor físico) En mi opinión, casi nunca acertamos en cómo tenemos que actuar cuando nos encontramos con una persona que está sufriendo. Y es que no hay normas igualitarias que aplicar en estos casos, sino que dependen de la gravedad del asunto, de si hay o no posibilidad de solucionarlo, de la situación personal del otro y de sus circunstancias… En mi caso, procuro aplicar unas pautas que son útiles en la mayoría de los casos. HAY QUE PERMITIR LLORAR No sé por qué cuando estamos con una persona que está llorando lo primero que se nos ocurre es decir: “No llores”. ¿Por qué no llorar? Lo adecuado es llorar. Opino que las emociones y los sentimientos hay que vivirlos cuando se presentan, hay que SENTIRLOS en el corazón o donde quiera que afecten; ya habrá tiempo después de ponerles palabras, de analizarlos, de comprender el por qué, y el para qué, pero las respuestas a todas esas cuestiones se encuentran en la impresión que han provocado en cada uno de nosotros. Donde lo han provocado es donde está la respuesta al por qué se ha provocado, y no en la asepsia racional de la mente. CUANDO HAY SENTIMIENTOS POR MEDIO, A LA MIERDA LAS TEORÍAS Los sentimientos sólo entienden de emociones, de estremecimientos, de penas o de efusividad, de afectos y aflicciones, y no entienden la racionalidad analítica y fría, ni lo que es adecuado hacer en el momento en que están bullendo, así que cuando una persona está en su dolor –sea justificado o innecesario- no hay que ponerse a explicarle teorías porque tal vez las llegue a comprender con la mente, pero en ese momento se imponen los sentimientos. LA ESCALA DE DOLOR ES PERSONAL (Y a quien le duele que no le digan que no le duele…) Cuando uno está en su dolor no entiende que le digan: “Pero si eso es una tontería que no tiene importancia…”, “No pasa nada…”, “Eso es normal…”, “No hagas caso…”, “Ya se te pasará...” Claro que se pasará, pero cuando sea el momento. Cuando uno está en su dolor es mejor que lo viva plenamente, sin recortarlo, sin negarlo, porque le está aportando una lección que sólo se puede exprimir desde la vivencia completa del sentimiento –que para eso está-. Precipitar la salida de ese estado es como salirse de una clase a la mitad, uno se queda sin aprender del todo la lección. Ha estado allí, pero ha sido una pérdida de tiempo porque no ha aprendido. ¡Y cualquiera sabe cuándo se vuelve a dar esa misma lección! NO METERSE EN SU DOLOR Su dolor es su experiencia y la tiene que vivir la persona, y no quien le acompaña. Cuando una persona se está ahogando en el mar no necesita a otra que se lance a su lado para gritar más entre las dos, sino que necesita alguien que se quede en tierra para poder echarle una mano y ayudarle a salir. Esa es la actitud. Dejar que el otro viva ese momento. Que llore, que rabie, que maldiga, que sienta lo que sea con intensidad. Sí es excelente dejarle claro que se está a su lado para lo que necesite. Y es bueno un contacto humano. Abrazarle, tocarle, cogerle las manos, acogerle. Depende del grado de confianza y de lo que la sensibilidad de cada uno diga que hay que hacer en ese momento. Sí es buena la empatía, o sea, sentirse identificado con el otro, pero no sentirse idéntico. El dolor y la experiencia son del otro. Sí a la compasión, a mostrar ese sentimiento de ternura hacia el otro. Es bueno que lo capte, que lo sienta, porque es un agarradero que tiene a mano, algo que le sigue conectando a la vida fuera de su dolor. Es la forma de no sentirse del todo solo en su profunda soledad del momento. Sí al apoyo. Por supuesto. “Te apoyo, pero dejo que decidas tú”. CUIDADO… Cuidado con dejar que cometa cualquier tontería quien está fuera de sí, tal vez no sea consciente de sus actos y puede cometer alguna gravedad. Vigilar que su ofuscación no le empuje a agredirse o agredir a otro, o a cometer una barbaridad. O si hay que tomar una decisión inaplazable en ese mismo instante y el otro no está capacitado para tomarla, hacerlo uno mismo. En esos casos sí se puede y se debe intervenir. Cuidado si la situación se alarga más de lo necesario. Eso sí hay que vigilarlo, porque a veces el otro no ve más allá de su dolor y quiere permanecer en él demasiado tiempo. La parte menos buena de este tipo de dolor es que uno se enganche a él y no quiera salir. Lo peligroso es que el victimismo se haga fuerte en ese estado. O que el pesimismo o la desesperación o la depresión quieran retenerle al otro más tiempo del necesario. Todos los duelos han de tener su fin natural: no conviene terminarlos antes de su final pero tampoco es conveniente alargarlos más de su tiempo. Cuidado con dejarles solos si se ve que no están en condiciones de quedarse solos. Es el momento de atenderles. Pero, sobre todo y en la medida de lo posible, no intervenir en su experiencia, no pretender acortarla, no privarle de conocerse en su capacidad de sentimientos y de dolor, permitirle que se conozca en esa parte de su humanidad, que viva su prueba para que después pueda comprender lo que ésta le ha enseñado. Bueno… todo esto es simplemente mi opinión. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. 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  22. NO MULTIPLIQUES TUS PROBLEMAS En mi opinión, algunas situaciones de la vida que no son nada más que asuntos comunes –cosas habituales que pasan en la vida-, cuando no se cumplen, o por lo menos no se cumplen tal como nosotros deseábamos, las desmesuramos, y algo que debiera ser un “asunto a resolver” lo bautizamos como “problema” y, por ese poder que les damos a las palabras, y por el drama que llevan aparejadas algunas de ellas, convertimos un hecho que debiera ser calificado como “común” o “habitual” en un dramático “problema”. Yo opino que deberíamos desterrar la palabra “problema” de nuestro vocabulario. Haz una prueba con algún asunto de esos que tengas pendientes de resolver. Comprueba la diferencia de afrontarlo llamándolo “problema” o llamándolo “asunto pendiente de resolver”. Primero, céntrate en tu asunto pendiente de resolver llamándolo “problema”. Vas a enfrentarte a un “problema”. Date tiempo y obsérvate. Sé capaz de hacerlo del modo habitual y, además, de desdoblarte y ser el observador externo que se da cuenta de todo lo que haces. Y que uno no interfiera en el otro. Aunque así lo parezca, no es tan complicado… Verás que físicamente cambia tu postura y tu actitud. Sientes tensión, preocupación, inseguridad, intranquilidad; puedes llegar a sentir una obnubilación temporal que te impide verlo con tranquilidad y objetividad, incluso creer que no puedes resolverlo, que no eres capaz, que es demasiado grande para ti, y eso te llevará casi inevitablemente, y de un modo inconsciente, a hacer un balance del resto de tu vida pasada, de tu presente, de tu futuro, y curiosamente casi todo aparecerá enlutado de pesimismo, algo pobre, y bastante dramático; se te borra de la mente la realidad de tus momentos buenos, de las cosas que sí haces bien, tu optimismo… todo queda cubierto por ese “problema” al que tienes que enfrentarte –y “enfrentarse” no lo entendemos como “ponernos frente a” sino como una guerra, que es donde se enfrentan los enemigos como adversarios-. Como ves, una cosa lleva a otra y acaba convirtiéndose en un drama algo que debiera ser poco más que una rutina. Leí una frase que decía, más o menos que “Si tienes un problema y te preocupas mucho por él, entonces tienes dos problemas”. Sí, ya sé que cada lector está pensando en “SU problema” y no está generalizando, así que tal vez lo que estás leyendo no encaja perfectamente con tu conflicto, pero sería bueno que aprovecharas lo útil que tenga esto que viene a continuación. La vida es un resolver cosas continuamente. Lo que pasa es que las habituales cotidianas, o las que no implican gravedad, o las que no afectan a la economía o a la vida sentimental o a cualquier otro asunto que nos parece grave, las resolvemos más o menos fácil y bien. Sería bueno acostumbrarse a no exigirse la perfección absoluta en todos los actos y permitirse no acertar siempre con el encuentro de la mejor solución. Y desdramatizar la vida. Comprender nuestra imperfección como algo lógico. Aceptar en nosotros las carencias y las inhabilidades y las incapacidades y los desaciertos. Y, por supuesto, sin que todo ello afecte a nuestra autoestima y a la óptima relación que hemos que mantener con nosotros mismos, por supuesto. ¿CÓMO ENCARAR LOS “PROBLEMAS”? Los asuntos pendientes de resolver (antes llamados problemas) se pueden afrontar mentalmente, desde la aceptación de que es posible que la decisión que se tome no dé los resultados esperados y que ello no debe implicar una depreciación frente a uno mismo ni el comienzo de una relación ingrata llena de reproches y desprecios. Físicamente, ha de ser cuidando la forma y el modo, que es algo que puede afectar al resultado final. Si hiciste el ejercicio que te propuse anteriormente, ahora te propongo que hagas otro distinto. Hazlo de este otro modo: Relájate, procura no tener tensiones, y ten una conversación profunda y sincera contigo mismo en la que llegues al acuerdo de tratar de hacerlo todo del mejor modo posible –de acuerdo con tus capacidades y/o limitaciones-, pero, en el caso de que después se compruebe que no estuvo acertado aquello que ahora decidas, acuerda en este instante que no habrá ningún tipo de reproche ni malas caras ni distanciamiento. Ahora, una vez resuelto lo anterior, y si te es posible, sal a la calle y busca un sitio donde puedas ver el horizonte. Si vives en el centro de la ciudad tendrás que desplazarte. Si puede ser en un descampado o frente al mar, mejor. Imprescindible que sea de día y que puedas ver el horizonte. Retoma el mismo asunto que habías intentado resolver en tu modo habitual y hazlo ahora de nuevo. En ese sitio, de día, y mirando al horizonte. Comprobarás que el resultado es distinto. No lo veas como un “problema”, sino como un asunto que hay que resolver. Sin más. Y ahora vas a afrontarlo desde una nueva perspectiva. Afrontar es poner una cosa en frente de otra, cara a cara. No negarla. No mirarla de soslayo. No menospreciarla. No eludirla. Uno ha de ponerse frente a esa cosa, verla, reconocerla, analizarla y comprenderla, desde una mente des-condicionada y cooperadora, desde una mente ecuánime y objetiva, cuidando que no haya negaciones ni autoengaños, y sin menosprecio ni agravamiento. Tal como es. No te crees “problemas” nuevos, no hagas un mundo de algo que es pequeño, no magnifiques los asuntos, no les des un protagonismo excesivo, no permitas que sean más grandes que tú, no les des un poder y una fuerza que no tienen por sí mismos. Haz lo que creas que debes hacer y nada más. Recuerda: “Si tienes un problema y te preocupas mucho por él, entonces tienes dos problemas”. Toma tu decisión consensuando, si es posible, mente y corazón. Y una vez que lo hayas hecho no te boicotees. Haz lo que creas que tienes que hacer. A fin de cuentas, nunca sabremos si el resultado que ahora no nos parece el deseado a la larga nos demuestra que era el mejor. Así es la vida. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  23. UN PASEO POR UN CEMENTERIO ES MUY INTERESANTE En mi opinión, una experiencia que nos puede poner las cosas muy en su sitio es un paseo lento, silencioso, y muy atento a las reflexiones, por un cementerio. Preferiblemente a primera hora, cuando todavía no hay gente. Y es preferible hacer una visita expresamente para ello y no aprovechar un día en que haya que acudir a un entierro. Si se hace en un día gris o lluvioso, los descubrimientos van a ser más pesarosos, más tristes y casi deprimentes; si se hace en un día de sol, o muy claro, el hecho de estar entre muertos y sentirse vivo es más impactante y positivo. ¿Para qué sirve? Es mejor no escribir aquí qué es lo que va a pasar o qué es lo que hay que sentir, porque eso condicionaría y haría estar más pendiente de la fenomenología que de la experiencia personal, que ha de ser –como todas las experiencias- personal e intransferible. Lo que sí va a suceder en cualquier caso es que uno acabará repitiendo el mismo pensamiento que tienen todos aquellos que visitan un cementerio: que todos los que yacen allí un día estuvieron vivos. No es un descubrimiento impactante, es de parvulitos, pero si uno se deja ir más allá de lo que el primer pensamiento sugiere –que es uno rápido y anodino, para no complicarse mucho-, puede permitirse tomar conciencia de una observación privilegiada, que ahora sí toma visos de ser importante, porque el pensamiento puede derivar hacia la evidencia de que estuvieron, pero ellos ya no están, y uno sí está. De momento. Esta certidumbre, sentida con toda la intensidad en el lugar exacto donde se debe sentir, aprovechando el momento exacto en que está abierta la puerta que lleva al Conocimiento, puede conseguir que uno se dé cuenta, de un modo ya innegable y con una rotundidad que no requiera más explicaciones, que su vida, la vida propia, la única vida de la que se dispone, se va a acabar. (Los más perspicaces, aprovecharán para darse cuenta al mismo tiempo de que hasta que llegue ese momento irán envejeciendo, cada segundo un poco más, y el porvenir –tanto en el aspecto físico como mental- cada vez es menos halagüeño) Los que ahora yacen, algún día estuvieron vivos. Todos tuvieron padres y algunos de ellos tuvieron hijos. Alguien les acompañó el día que se trasladaron allí, y alguien les lloró por compromiso o con auténtico dolor. Alguien aún les añora y algunos de esos o esas repiten que no pueden vivir sin él o sin ella. Pero siguen vivos. Me provoca una sonrisa que disimulo bastante bien, cuando leo algo que se pone en los nichos: “PROPIEDAD DE…” y añaden el nombre de una persona que ya no está. Le sobrevivió su “propiedad”. Él ya no está pero su “propiedad”, sí. ¿Propiedad? Ya no tienes nada, le digo. Como nunca tuviste nada. Sólo había un papel que indicaba un derecho exclusivo a un uso TEMPORAL. ¿Tener? No tenemos nada. Tenemos nada, mejor dicho. “¡Cuánto penar para morirse uno!”, escribió Miguel Hernández. Cuánto penar a lo largo de la vida para llegar hasta el momento en que los afortunados se dan cuenta de la nimiedad de las cosas, de lo efímero de lo agradable y de lo desagradable, de la ridiculez de algunos de nuestros sufrimientos más dramáticos, de la trivialidad de las cosas que en alguna ocasión nos han deslumbrado y después hemos comprobado que eran oropel y bisutería, de las tonterías que hemos convertido en un mundo, de la puerilidad de algunas de nuestras decisiones más “maduras”, de cómo aquel enfado por algo intranscendente nos arruinó una tarde o una vida, de cómo no supimos ver la grandeza en lo calificado como pequeño, y cómo no sentimos lo infinito en más ocasines. “La muerte es lo único seguro de la vida”, se dice con razón. También es el auténtico final de cada camino, y la meta hacia la que marchamos sin darnos cuenta, dando un paso imparable cada segundo. Allí yacen reyes y plebeyos, mujeres ilustres y agricultores, los que eran venerados cuando estaban vivos y los que no pudieron comprar la eternidad con toda su fortuna. Ahí estaremos todos. O en cenizas espolvoreadas al viento, que es lo mismo, o sea, que no estaremos ni en un sitio ni en otro. Y no es momento de referirse aquí a reencarnaciones, otros estados etéreos, o al alma. Se trata de que hoy que lees esto eres uno de esos que se denominan vivos –sólo porque tu corazón late- aunque en realidad estar vivo sea estar constante y conscientemente atento a la vida. Ahora, en este mismo momento, es tu oportunidad de vivir. La inaplazable e irrepetible oportunidad de vivir este instante, esta situación, esta vida. Ahora o nunca. No mañana, cuando me jubile, el fin de semana, en vacaciones… Ahora o nunca. Este instante, ahora o nunca. Este día, ahora o nunca. Tu vida, ahora o nunca. Pero eso, como muchas otras cosas, sólo depende de ti, de tu voluntad, del amor que sientas por ti, de que tengas afinada la consciencia, y de que te atrevas. Como siempre, tú decides. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  24. NUNCA SE DEJA DE MORIR En mi opinión, se nos olvida con mucha facilidad que vamos directos hacia la muerte imparablemente. Y esto es así. No hay pesimismo en esta reflexión: hay verdad. No soy agorero: soy realista. Lo que sucede es que ser consciente de esto, sentirlo con la rotundidad que tiene –y sin hacer un drama por ello- nos conecta más con la vida que con la muerte. Este es un asunto que mucha gente rehúye. “No quiero pensar en eso”, dicen. Como si el hecho de no pensar en ello detuviera el paso del tiempo y con ello se parase la imparable cuenta atrás. En mi opinión, el contacto sereno con la muerte y la aceptación de su inevitable llegada –pero que no tenga prisa por llegar- lo que consiguen, precisamente, es valorar más la vida. Hoy tengo vida. Estoy aquí y ahora. Y algún día no podré repetir estas frases porque ya no tendré conciencia de que estoy aquí y en este ahora del mundo. ¿Va a ser esta realidad el principio de una depresión? ¡Por supuesto que no!, ¡Todo lo contrario! Esto es como para dar saltos de alegría. Hoy sigo siendo y estando. Hoy puedo. Estoy a tiempo de llenar mi vida de Vida. La toma de conciencia de esto, en lo más profundo y en lo más externo de Uno Mismo, ha de ser el inicio de una Vida con más plenitud, con más consciencia. Es un momento óptimo para una inspección y una introspección en los aspectos actuales de lo que hacemos, y el por qué y, sobre todo, el para qué, y de este modo analizar nuestra filosofía de vida, y ponernos a la tarea –ya inaplazablemente- de tomar el mando consciente de la vida. Ordenarla. Revisarla. Llenarla. ¿Le falta amor a mi vida? A buscarlo, a reactivarlo, a ofrecerlo, a sentirlo. ¿Me falta reír o llevar una sonrisa casi continua? A por ello. Es una decisión personal. ¿Me sobra dramatismo, seriedad, rigidez, pesimismo? A deshacerse de ello. ¿Me sobran miedos? A desmontarlos y despojarles de su veneno. Creo, y lo digo muy en serio, que en general somos demasiado irresponsables con la vida. Aplazamos lo que debiera ser inaplazable con una irresponsabilidad que es imperdonable. No nos tomamos en serio ni a la vida ni a nosotros mismos. Estoy generalizando, por supuesto –como se hace siempre que se escribe para un lector desconocido-, pero el hecho de llevar tantos años comprobándolo me autoriza a escribir todo lo anterior, que son casi afirmaciones. El tiempo de vida se consume, a pesar de nuestra desatención y nuestro mal hacer. No se deja sobornar para quedarse quieto. No le da al pause mientras estamos distraídos mirando para otro lado. Sigue. Y nosotros, lo más que hacemos -y sólo de vez en cuando- es tomar consciencia en el corazón, nos hacemos algún buen propósito, nos arrepentimos de ciertas cosas, simulamos un examen de conciencia, aceptamos el derroche de vida… pero seguimos igual que estábamos. Ojalá que sea la consciencia de la muerte quien te enseñe a apreciar la vida. Ojalá sepas valorar y agradecer el mejor regalo del Creador: tu vida. Aunque tenga fecha de caducidad. Ojalá seas tú uno de los pocos conscientes que valoran la vida en su justa medida: es grandiosa. Y si no lo eres, estás a tiempo de hacerlo ahora mismo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  25. CÓMO CONVIVIR BIEN CONTIGO MISMO En mi opinión, y sobre todo quienes estamos en un Proceso de Desarrollo Personal, somos exigentes en demasía y hasta un poco intransigentes con nosotros mismos. Nos exigimos una perfección que no tenemos, a la cual –de momento- no podemos hacer otra cosa más que aspirar a ella. No hemos llegado a alcanzarla, y tal vez –y realmente esto no es motivo para desesperarse- no lleguemos nunca. Todos tenemos un hándicap, inevitable, que si bien no es paralizante, sí es un obstáculo bastante dificultoso. Además, no nos podemos deshacer de él jamás y nos acompañará el resto de la vida… El obstáculo es…¡Que somos humanos! Y esto, que no es un asunto que dependa de nosotros sino que es una condición de nacimiento, hará que a lo largo de la vida seamos severos con nosotros mismos -en demasiadas ocasiones-, seamos jueces implacables -y muy a menudo injustos-, y que nos acompañará una insatisfacción hasta el día glorioso en que nos demos cuenta de que es una ingrata compañera cuya compañía nos perjudica seriamente. Esto sucederá a medida que vayamos aceptando con comprensiva resignación todas las cosas que nos suceden -y lo inevitable que son algunas de ellas-, que sepamos cómo en unas ocasiones tenemos que hacer y cómo en otras es mejor no hacer, que comprendamos sin dolor ni trauma que todo no va a salir siempre a nuestro gusto, que algunas experiencias dolientes son imprescindibles para nuestro Desarrollo Personal, y a medida que vayamos teniendo tolerancia a la frustración, que admitamos que en la vida no siempre se llega a entender todo lo que en ella nos pasa… en fin, que no hagamos de la vida una lucha constante pero tampoco una rendición continua. Ir descubriendo es ir evolucionando, aunque –y esto es complicado de explicar así que hay que sentirlo sin definiciones- el Crecimiento es hacia adentro y hacia lo profundo, y no hacia afuera. No se tratará nunca de ser más, sino de ser menos. Nunca grandilocuencia y pavoneo, sino simplificación. La sencillez es lo más grande. SER SENCILLOS HA DE SER NUESTRA MÁXIMA ASPIRACIÓN Y ES LA MAYOR GRANDEZA QUE SE PUEDE LLEGAR A ALCANZAR. Y mientras alcances ese estado… ¿Convives bien contigo mismo? ¿Te aceptas del todo? ¿Te perdonas fácilmente? ¿Admites tus limitaciones? ¿Te amas a pesar de todo? O… por el contrario… ¿Te tienes la guerra declarada? ¿Te culpabilizas constantemente? ¿Evitas tu mirada en los espejos? ¿Te reprochas y echas en cara aún cosas del pasado? ¿Piensas en ti con pensamientos negativos? Si hay tres o más respuestas afirmativas en la primera tanda de preguntas… ¡Felicidades!, ¡Enhorabuena!, ¡Tú sí que sabes! En mi opinión, tu actitud es la adecuada. Y quien no entienda esto, que sepa que es con amor como se van resolviendo las cosas, que las malas caras y las zancadillas no hacen más que agraviar la relación y convertir la convivencia en un maridaje agrio, indeseable, porque quien no se ama no es capaz de encontrar razones por las que trabajar por sí mismo en su mejoramiento. Si hay tres o más respuestas afirmativas en la segunda tanda de preguntas… pues lo siento por ti. Te lo tienes que estar pasando muy mal. Y una advertencia: no le eches la culpa a los otros, ni al destino, ni a otra cosa. Asume que tu actitud es boicoteadora más que colaborativa. Abre los ojos y aclara tu forma de mirar las cosas, levántate ese castigo que te has impuesto de estar enfurruñado contigo y con el mundo, libérate de tu autocastigo y ayúdate a escapar de esa actitud negativa en la que te puedes estar enquistando. Te tienes a ti. ESTA FRASE TAN APARENTEMENTE LEVE, QUE PARECE HECHA DE DULCE Y FLORES, DE UN ESOTERISMO EMPALAGOSO, ES LA VERDAD MÁS AFORTUNADA. TE TIENES A TI, AFORTUNADAMENTE. DISFRUTA DE TI. Porque eres tú quien ha estado a tu lado en los años que llevas vividos. Con mayor o menor fortuna, en los buenos y en los malos momentos, a pesar de lo que te haya tocado vivir; eres tú mismo quien no se ha separado de ti ni un instante. Esto tan obvio, pero tan auténtico, ya es un buen motivo para una reconciliación contigo. Y en los años que te quedan por delante, sólo tú vas a estar contigo en cada instante. Te conviene llevarte bien contigo mismo. Te interesa estar de tu lado. Porque hay algo aún más obvio –que por ser tan obvio a veces no se ve- y es que tú eres quien va a gozar o padecer la relación contigo mismo. Si estás a favor de ti, conseguirás muchas cosas buenas que en el caso contrario jamás llegarás a lograr. Si peleas a tu lado para lograr optimizar tu relación, mano a mano, codo con codo, estarás haciendo lo adecuado. Por otra parte… ¿Qué ganas con llevarte mal contigo mismo?, ¿Eres masoquista?, ¿Eres tan tonto que no te das cuenta del daño que te haces? Si no convives bien contigo mismo, siente esto que vas a leer. No pensarlo, sí sentirlo. Siéntelo. Amor… amar… amarte… ¿Te parece imposible? ¿Te parece inmerecido? ¿No sabes amarte? Pero… por lo menos… ¿Te gustaría ser capaz de amarte? Amarte del todo. Incondicionalmente. ¿Crees que podrías iniciar una reconciliación? ¿Podrías abandonar esa negatividad innecesaria? Sé adulto, sé maduro, sé una persona íntegra y reconoce que una mala relación contigo mismo es una pérdida de tiempo y de energía, y un obstáculo para alcanzar con éxito el sentido de tu vida: Vivir. Y vivir en paz y en armonía contigo mismo. ¿Y cómo convivir bien contigo? Pues con amor, paciencia, comprensión, aceptación, una vez más amor, compañerismo, buena voluntad, otra vez amor, buen juicio, discernimiento, justicia, más amor, abrazos, cuidados, mimos, cariño, caricias, ternura… y amor. A pesar de tu pasado, de todo lo que tengas para reprocharte o arrepentirte, amor. Y si eres de los que convives bien contigo, por lo menos durante la mayor parte del tiempo, ya tienes bastante avanzado en el Camino. Sólo te falta arreglar pequeños detalles, echarle un poco más de comprensión y aceptación a la vida y a la auto-convivencia… y a disfrutar de lo que te quede por vivir. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, inscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
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