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buscandome

Warianos
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  1. DILO TÚ Nunca sabemos qué va a pasar, ni cuándo la vida o el destino o el azar nos van a presentar la siguiente situación inesperada, y tampoco sabemos cómo vamos a reaccionar cuando nos encontremos frente a algo que nos resulta del todo desconocido y que no sabemos cuál es la mejor forma de resolverlo. Eso también les pasó a ellos. Habían estado muchos años sin verse, sin pasearse el uno por el recuerdo de la otra, o viceversa; como si hubiesen vivido en otro mundo aparte, distantes e invisibles, inexistentes a todos los efectos. Y un día la vida o el destino o el azar, como es su costumbre, movieron los hilos para que se pusieran en contacto, y sin que fueran conscientes de que eran ajenos a los pasos que estaban dando, contactaron –en uno de esos milagros que suceden de vez en cuando- y retomaron –con la misma frescura que la dejaron- la relación que había quedado en pausa muchos años antes. Así que no les costó sonreírse desde el primer instante ni tuvieron que darse explicaciones. Eso sí, fue necesario un repaso por cada una de las vidas para ponerse al día, para saber por dónde anduvieron sus pasos y cómo se encontraban sus corazones. Y de ahí a las confidencias no hubo ni un paso. Cada uno entró con cuidado en la vida del otro, respetando los silencios, escuchando con empatía, y abriendo el corazón para que el otro corazón se sintiese acogido. Y pronto florecieron las sonrisas -y las risas de ella tan espontáneas-, las miradas cómplices que no podían ver por culpa de la distancia –cada uno estaba en una punta del país- pero que intuían sin gran esfuerzo, los juegos aparentemente inocentes que escondían una prudente seducción, los halagos mutuos –que todos coincidían con la verdad-, los sentimientos cariñosos, y el deseo de querer lo mejor para el otro. Y así un día…y otro día… los saludos al amanecer, las confidencias leves y las más profundas, la mañana -que se iluminaba al pensar en el otro-, la noche -que era más amable después de una conversación-, la sonrisa con la que les encontraba el sueño… Profundizaban cada vez más, pero con respeto; marcaron una línea invisible, infranqueable -aunque había por ambas partes leves incursiones de tanteo- pero no pasaron a la acción directa de mostrar los deseos y de hablar sin reservas, por respeto al otro, pero el juego de seducción les rondaba disfrazado de inocencia, y ambos cuidaban evitar un resbalón, una palabra o una situación de incomodidad, y poner o ponerse en un aprieto. Tuvieron que esperar hasta la primera ocasión en que estuvieron frente a frente, cuerpo a cuerpo, las miradas mirándose, las sonrisas sustituyendo a las palabras y diciendo lo que ellos no se atrevían a decir, y se mantuvieron expectantes hasta que uno de los dos, no importa cuál, pronunció: “Dilo tú”. Y con eso quedó claro que cualquiera de los dos podría decir exactamente lo mismo que estaba pensando el otro, porque sus pensamientos, sus deseos acallados, las ganas de entregarse el abrazo íntimo que llevaban cuarenta años aguardando, y las ganas de acariciarse sin ropa y de integrarse en el cuerpo del otro, eran las mismas. “Dilo tú, date permiso para expresarlo y pedir, para romper la costumbre de tu silencio y el miedo que disfrazas de sensatez. Dilo tú, que yo voy a responder lo mismo que tú responderías”, dijo él. “Dilo tú, que necesito escuchar en tu voz que me deseas, que necesito sentirme estremecida por tu petición, que necesito que mi sueño se haga realidad en tu boca, y necesito que seas tú quien me arranque de esta prudencia, de este estancamiento, de esta apetencia acallada. Dilo tú, que te diré sí con un beso”, dijo ella. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  2. ¿CÓMO ESTÁ MI RELACIÓN CONMIGO? (1ª parte) En mi opinión, es bastante habitual que no nos paremos a comprender en toda su importancia real una cosa que es demasiado elemental, pero que si no hacemos un alto para prestarle la atención que requiere es posible que se nos pase mucho tiempo –que es NUESTRA VIDA- sin atenderlo. Me refiero al hecho de que nos estamos relacionando con nosotros mismos todos los días, cada segundo, y así desde que nacimos, y está previsto que sigamos con nosotros, cada día y cada segundo, hasta que fallezcamos. Y esto es tan evidente como desatendido. Así que es muy interesante que la relación con nosotros sea óptima y que nos conozcamos en cada una de nuestras facetas, sobre todo aquellas que pueden ser mejoradas, para mejorarlas… y será para nuestro bien. Hay cientos de asuntos personales que requieren una revisión. Aquí te sugiero algunos para que examines cómo los llevas. Te recomiendo que tengas contigo algo donde anotar tus respuestas. RESPETO ¿Me respeto?, ¿cómo me demuestro el respeto?, ¿respeto siempre mis principios?, ¿respeto mis decisiones y hago que las respeten los demás?, ¿digo NO cuando quiero decir NO?, ¿cuido mi salud, mi cuerpo, mi mente? CUIDADO ¿Me cuido?, ¿me cuido lo suficiente?, ¿tanto como quiero o como necesito ser cuidado?, ¿presto atención a mis deseos?, ¿estoy pendiente para atenderme cuando lo necesito?, ¿me doy el lugar que me merezco o doy prioridad a otras cosas y personas? ACEPTACIÓN ¿Me acepto como soy?, ¿tengo verdaderos y graves conflictos conmigo?, ¿tengo una mala relación porque no me gusto?, ¿me reprocho en exceso?, ¿acepto las cosas inevitables sin oponerme a ellas?, ¿soy demasiado auto-exigente? PERDÓN ¿Me perdono con facilidad?, ¿me comprendo y acepto en mis errores?, ¿tengo una relación incómoda conmigo porque no me gusto?, ¿cada vez que me equivoco me odio, me reprocho y me castigo?, ¿sé perdonar a los otros?, ¿les perdono realmente? AGRADECIMIENTO ¿Agradezco con claridad y suficientemente las ayudas ajenas?, ¿sé decir GRACIAS sin problemas?, ¿lo hago?, ¿soy agradecido y generoso con los otros?, ¿y conmigo mismo? JUSTICIA ¿Soy justo conmigo?, ¿y con los demás?, ¿tengo prejuicios a la hora de juzgar cualquier cosa?, ¿tengo tendencia a juzgar a los demás?, ¿sé ser ecuánime y justo cuanto se requiere? AMISTAD ¿Cuido a mis amigos?, ¿soy muy amigo de mis amigos?, ¿les dedico la atención que requieren?, ¿valoro lo que es tener amigos? ODIO ¿Soy propenso a odiar?, ¿a cuántas personas odio ahora mismo?, ¿son justificados mis motivos?, ¿qué gano odiando?, ¿soy consciente de que odiar a otros me hace vivir de un modo tenso y desagradable? CULPABILIDAD ¿Me culpo con facilidad?, ¿me cargo con la culpa de los otros?, ¿culpabilizo a otros sin tener clara su culpabilidad?, ¿culpabilizo a otros, o al destino, o a las circunstancias, por culpas mías de las que no me quiero responsabilizar? ALEGRÍA ¿Soy una persona alegre?, ¿antes era más alegre y he ido perdiendo esa alegría?, ¿me tomo las cosas demasiado en serio?, ¿tengo mi permiso para estar alegre?, ¿hago algo para ser más alegre? A estas sugerencias de asuntos para revisar, uno ha de añadir todos los que se le vayan ocurriendo. Y mientras más, mejor. Todo lo que somos, sentimos, pensamos, hacemos, o queremos, conviene revisarlo y actualizarlo. Todo lo que nos afecte nos ha de interesar. Ahora es buen momento para que empieces con esta tarea. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  3. ¿QUÉ HACES POR CONSEGUIR LO QUE QUIERES? En mi opinión, el título de este artículo es una invitación a una reflexión inicial que responda a esa pregunta, pero que derivará, sin duda, hacia otra reflexión aún más importante: ¿Qué es lo que quiero? Eso es lo que se va a preguntar más adelante quien se atreva con la pregunta inicial. Sugiero matizar y perfeccionar la pregunta porque añadiendo una sola palabra se centra aún más la pregunta y, además, está mejor planteada: ¿Qué es lo que REALMENTE quiero? Para otros será más útil hacer la pregunta de otro modo y para todos será mejor hacer caso a todas las que vayan surgiendo posteriormente... y contestarlas. NO PUEDES ESFORZARTE POR CONSEGUIR LO QUE QUIERES SI NO SABES LO QUE QUIERES. Así de rotundo y de claro, por lo que el paso siguiente es imprescindible: responderse. Y para eso hay que averiguar. Investigarse. Profundizar. Dedicar tiempo –todo el que sea necesario y ni un segundo menos- a uno mismo, al autoconocimiento, y eso se empieza a conseguir a través de las respuestas. Esta tarea ha de ser inaplazable. La calidad del resto de nuestra vida puede depender de responderse, de averiguar lo que uno REALMENTE quiere, de lo que a uno le hace feliz o le satisface, porque si uno lo sabe y fomenta esas cosas –que siempre serán varias y nunca una sola- estará poniendo en su vida más motivos de satisfacción, más alegría y plenitud, más amor y contento. Esto es así. Uno puede sentir su vida de algún modo vacía porque no le aporta todo lo que espera de ella, o porque cree que las satisfacciones que está recibiendo no son auténticas, o porque sabe que en su interior bulle una inquietud mucho más personal y algo trascendental a la que no está haciendo caso. Es habitual quejarse y sentirse insatisfecho pero no poner remedio. Y es, por supuesto, absurdo del todo. A la pregunta de “¿qué es lo que REALMENTE quiero?” no se debe responder con algo tan impreciso como “muchas cosas”, o “dinero”, o “cambiar mil cosas”, sino que hay que ser muy precisos y claros. Y hay que hacérsela a menudo, porque aparecerán más cosas en cada ocasión o serán distintas. Es una pregunta viva. A la pregunta de “¿qué hago para conseguir lo que quiero?” hay que responderse con honradez, sin excusas, sin auto-engaños, y si uno descubre que no va más allá del pensamiento y del deseo, pero sin poner esfuerzo real, que se replantee su actitud y toda su vida si hace falta. Uno de los peores pecados que conozco es el auto-engaño, mentirse uno sabiendo que se está mintiendo. Me parece imperdonable. Las cosas no se cambian solas, el destino no nos va a resolver nada –así que no le dejemos esta responsabilidad en sus manos-; la espera de un milagro es una espera con pocas posibilidades de éxito, el futuro está lejos y no está pendiente de nuestros problemas ni le importan… así que… o te lo tomas en serio y lo haces tú, o dentro de unos años seguirás en la queja por lo que no tienes, lo que no eres, y por no haber conseguido lo que ni siquiera sabías que querías. Esto es un buen tirón de orejas para los conformistas y los ilusos. ¿Vas a averiguar lo que REALMENTE quieres? ¿Vas a hacer todo por conseguir lo que quieres? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  4. ENTONCES ÉRAMOS FELICES Y NO LO SABÍAMOS En mi opinión, y salvo trágicas y dolorosas excepciones, todos tenemos en el almacén de la memoria vivencias que al rememorarlas se nos presentan con una explosión de nostalgia, o con una lagrimilla muy amable y agradable, o manifestándose en una sonrisa innegable acompañada de un brillo casi acuoso en los ojos. Casi todos hemos vivido momentos de felicidad, de plenitud, de emociones maravillosas casi mágicas; todos hemos jugado a solas, absortos e inocentemente, o hemos coqueteado y sentido los escalofríos apacibles de algo que parecía amor, o nos hemos dormido en los brazos de nuestra madre sin darnos cuenta acunados suavemente al compás de una nana apacible. Todos hemos tenido algún momento en nuestro pasado –sobre todo en el pasado más lejano- que vivimos casi sin darnos cuenta porque en aquella escasa edad uno no reflexionaba, no era consciente de evaluar las experiencias, sino que se dedicaba, sabiamente, a vivirlas. Ahora, a veces se nos presenta la añoranza y suele venir con un fondo de tristeza, por eso de que acumulamos mucho tiempo ya pasado, y si tenemos un día triste, un día melancólico, somos presa fácil de los sentimientos. Recordamos lo que ha sobrevivido al olvido, y nos vemos a nosotros mismos con pocos años en muchos de los momentos que vivimos y nos damos cuenta –con una leve aflicción- que éramos felices y no lo sabíamos. Era el estado natural antes de que le pusiéramos obligaciones y responsabilidades a la vida, antes de que nos hiciéramos mayores y renunciásemos –erróneamente- a una parte de la inocencia de la vida. Éramos inocentemente felices, como tiene que ser; naturalmente felices, sin artificios, y ahora nos parece que no lo supimos disfrutar más y mejor, que no estuvimos atentos siempre, que no aprovechamos aquella oportunidad del todo. Y si somos un poco inteligentes, en vez de quedarnos en la desazón, en lo negativo de la nostalgia, podremos dar un paso más y admitir sin pena que aquello es irrepetible, que no podemos volver a aquellos años, pero…sí podemos ser totalmente conscientes ahora de los momentos en que somos felices; en esos momentos ahora podemos poner toda la atención, estar íntegramente, ser del todo conscientes y exprimir la experiencia y los momentos estando plenamente presentes. Pensamos, a veces, que no tenemos muchos momentos de felicidad, pero no siempre es cierto. Lo que pasa a veces es que tenemos un nivel alto de exigencia para que las cosas nos hagan felices. Se impone revisar nuestros criterios en ese terreno de la felicidad y rebajar nivel de exigencia. Cuando éramos niños, una muñeca que no hablaba ni se movía o una pelota o nuestra fantasía nos hacían felices. Tal vez nuestro nivel de exigencia era más adecuado. ¿Qué es la felicidad para mí?, ¿pongo demasiadas condiciones?, ¿exijo que tiene que aportarme algo concreto para que yo califique como feliz? Uno puede amplificar el valor de esa leve sonrisa y paz que siente al ver el mar, o el campo, o la sonrisa de un niño, o la cara de su madre, o el gatear errante de su bebé, y elevar el grado de jerarquía de esas cosas hasta situarlas en el nivel de maravilla que les corresponde. Uno puede cambiar la tasación de las cosas y hacer que aquellas que le provocan aunque sea una leve emoción agradable sean sus proveedoras constantes de felicidad. Hoy podemos ser felices con las cosas más simples y sencillas si nos damos permiso para apreciarlas. Hoy podemos y debemos ser felices, muy conscientemente, para que dentro de unos años no tengamos que arrepentirnos de no haber apreciado y aprovechado la oportunidad que se nos brinda hoy. Y esa es tu tarea y tu responsabilidad, así que… Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  5. EL ORGULLO ES UN ASUNTO DEL EGO En mi opinión, es muy extraño que esta palabra tenga significados tan opuestos. Nos parece que “ser orgulloso” es malo y “sentirse orgulloso” es bueno. Que “tener orgullo” es bueno –y, en realidad, es más apropiado “tener dignidad”- y otras veces decimos que los que “tienen orgullo” son mala gente. Un lío. Por una parte está el sentido positivo de la definición: “sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida” y por otra parte está el que a mi parecer es negativo: “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad”. Yo me he acostumbrado a decir “satisfacción” cuando me refiero a la primera acepción y “orgullo” cuando hablo de la segunda. Así evito confusiones y dejo claro a lo que me refiero. Para mí, el orgullo es un asunto infame del ego. No me parece algo natural de la persona, porque no quiero creer que una persona sea así por naturaleza sino que pienso que es una deformidad a la que uno llega, consciente o inconscientemente, y que no trata de remediar. Es el ego quien contiene el orgullo entre sus peores características, esa insolencia que es insultante, ese aire de superioridad que no siempre es cierto, esa soberbia y altivez que debería avergonzar a quien las muestra. Uno ha de sentirse satisfecho con sus logros y con lo mejor de su persona, y hasta contento y radiante, pero con una felicidad sencilla y natural que no es una presunción ni le hace creerse a uno por encima o por delante de los otros, como hace el orgulloso. Uno tiene derecho a expresar sus mejores sentimientos hacia sí mismo y por aquellas cosas personales por las que siente dicha. Está muy bien hacerlo. El orgullo “malo” no aporta nada positivo. No tiene nada de beneficioso y sí mucho de perjudicial. Y, como ya he escrito, es una manifestación del ego. Por eso mismo, cuando uno permite que el ego se exteriorice de ese modo, le conviene cuestionarse unos asuntos muy elementales… ¿por qué dar permiso al ego para que se entrometa?, ¿quién autoriza al ego a tomar protagonismo y expresarse en nombre de la persona?, ¿dónde está la autoridad personal?, ¿cómo permites que el orgullo se entrometa en las relaciones con las personas queridas? Quien crea que puede tener algo de orgullo, aunque sea leve o aparezca ocasionalmente, le conviene hacer una revisión de estos aspectos y hacerse algunas preguntas: - ¿Te ofendes fácilmente? - Quítate la necesidad de tener siempre la razón. - Supera la necesidad de sentirte superior a los demás. - Practica la sinceridad. - Pon humor en tu vida. - Aprende a des-dramatizar las cosas. - Conócete más y mejor. - Ejercita unos oídos que escuchen con amor. - Relaja tu vida. - ¿Reconoces el valor de los demás? - Entrégate más a los otros. - No uses tu orgullo cuando te sientas atacado. - Resuelve tus miedos y complejos. - No te molestes tanto. - Permítete dudar de que todo lo que haces está bien. - ¿Controlas tu arrogancia? - Evita los conflictos innecesarios. - Comunícate de otros modos. - Pon más amor en tu vida. - Date permiso para ser más humano. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  6. LOS MARTES A LAS CUATRO El rito es implacable: cada martes, aunque sea trece o festivo, se reúnen en su casa varias amigas a coquetear con el azar en largas partidas de cartas. Ella, Luisa, hace tiempo que se dejó vencer por lo cotidiano, y se dejó arrebatar los sueños que antes rozaba con la mano, y permitió que la ilusión se volatilizara de un día para otro, o un día tras otro. Se rindió demasiado pronto. Aguantó en la creencia del amor el breve espacio de tiempo que necesitó para darse cuenta de que su marido se había casado con ella para tener los asuntos domésticos y sexuales resueltos, y que ella se había casado con él para ingresar en el mundo de las mujeres matrimoniadas. “Maltrimoniadas”, dijo su ironía cuando tomó posesión de un puesto privilegiado en la vida de Luisa y se hizo indispensable para que ella no muriese de vergüenza. Su matrimonio fue una capitulación barata al destino. Almudena comparte la misma desazón diaria y las mismas mínimas alegrías que le vienen de otra tarta de queso que le quedó bien o de saber que el fin de semana no lloverá. Concepción, para más redundancia, es lo mismo pero con otras palabras. Mar, es tan breve como su nombre. Para este coro de amigas desencantadas la única nota festiva ocurre cada martes, a las cuatro, en casa de Luisa, cuando reúnen sus soledades en un fondo común insondable, los vacíos enmascarados, los fríos recalentados, y se ríen a plena desgana. Si algún día, muy distinto de los demás, mágico por lo imposible, en una confidencia que siempre sería insólita, alguna de ellas dijera algo de lo que realmente siente, contaría que está muy lejos el día que le emigraron las mariposas del estómago, que hace mucho tiempo desde que las rodillas temblequearon emocionadas por última vez o que está muy distante el instante aciago en que la nada se asoció hasta el infinito con ella. Y todo esto podría firmarlo y afirmarlo cada una de ellas. Las conversaciones de esas tardes de martes, fuera del ámbito vulgar de baraja mejor las cartas, ¿es que acaso ha repartido la mano de un cerdo?, ¿no eres capaz de darme un as de oros aunque sea por una sola vez?, ¿por qué nunca consigo una tanda buena?, son diálogos que se mueren de aburrimiento; si no son acerca de las ofertas del supermercado se refieren al descaro de alguna conocida o desconocida y de sus líos de pantalones. A lo más que llegan, con esfuerzo cretino, pero manteniéndolo en secreto, es a morirse de envidia por esa que rompe lo cotidiano en los brazos de un amante. Su moral cristiana se consuela con el hecho de no ser unas pecadoras como ella. Ninguna se atreve a pasear a la luz su deseo clandestino de cometer una locura, cualquiera, abrirse de piernas ante todos los hombres del mundo, escaparse a un país que tenga firmado un pacto con el sol, mandar a la mierda -en voz alta y con mayúsculas- a ese idiota que la condujo al matadero del altar, emborracharse de lágrimas felices, de esas que hacen cosquillas en el lagrimal, tirarse por un acantilado y volar con pasión por los siete cielos de los siete mares... todo se queda en el hermetismo de los secretos que no tienen quien les pueda recibir. La amistad de esas amigas es nada más un nombre mal empleado. Son un club de náufragas que dicen que se comprenden y se quieren. Mentira, ya que lo único que tienen en común es que desertaron de su vida y no han vuelto a ser readmitidas, así que utilizan el cuerpo para poca cosa y la mente la desgastan en engañarse. Matan la tarde del martes de un modo más amable que los demás días. Hacen el remedo de un pacto indestructible entre ellas que afirman que son hermanas más que amigas, mentira, sólo por el hecho de que cuando están juntas las cuatro repiten la consigna colegial: todas una, todas mosqueteras, todas contra el destino, todas inseparables, amén, y piensan que esa frase las redime de su pena y las convierte en especiales. Cada una encuentra en la tarde del martes ese oasis artificial, ese mal menor, esa tramoya mal repintada, y rellena su corazón con ese falso cariño de garrafón. A eso de las ocho la prisa entra al mismo tiempo en las amigas y tienen que salir corriendo, Dios mío qué tarde es, tengo todo por hacer y dentro de nada llegará ese idiota. Le llenan el aire de las mejillas de besos desganados, y poco después barre las risas falsas que yacen muertas en el suelo, pulveriza el spray de matar vacíos, con aroma a vida, como prometen en el anuncio, y conecta la televisión para seguir suicidándose poco a poco. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  7. ¿ES ÚTIL LA INTROSPECCIÓN? En mi opinión, a las personas que estamos en un Proceso de Desarrollo Personal nos llega un momento en que pensamos que lo que más nos puede ayudar, o lo que más necesitamos, es hacer una introspección profunda y valiente; atrevernos a entrar en la zona tenebrosa de nuestro inconsciente a remover todas las cosas desagradables del pasado, enfrentarnos cara a cara con la sombra, y hacer una limpieza general en todas nuestras zonas oscuras. Así que buscamos estar relajados para acometerlo y a veces nos ponemos en postura de meditación y otras veces frente a un folio en blanco. Nos prometemos no asustarnos por nada y recibir todo lo que aparezca… y comenzamos. Se supone que estamos dirigiendo una mirada interior para revisar todos los actos de nuestra vida, todos los aspectos de nuestra conocida y desconocida personalidad, y todo aquello que tenga que ver con nosotros o nos toque de algún modo. Y sufrimos y lloramos ante lo que va apareciendo. Hasta tenemos momentos de arrepentimiento por haber osado remover ciertas cosas, pero nos alentamos pensando que es para nuestro bien y que acabaremos sanados. Pero… ¿qué es lo que hacemos en un proceso de introspección? Algunos se lo toman muy en serio y llegan hasta el fondo –solos o acompañados por un psicólogo- y acaban comprendiendo su pasado y comprendiéndose, y sanando casi todas sus heridas. Se trata de conseguir des-culpabilizarse, de eliminar los efectos vigentes de nuestras anteriores experiencias lamentables. Y la idea es que una vez terminado el proceso uno pueda encontrarse en paz con el que es o el que está siendo en este momento. Otros se entretienen insanamente en el lamento y el auto-reproche, o juegan a juzgarse suponiéndose una inteligencia y ecuanimidad que en realidad están ausentes, y entonces la introspección no deja de ser un juego mental en el que uno es un juez que se juzga a sí mismo, y que muy posiblemente acabe siendo demasiado blando o excesivamente riguroso e injusto. Cuesta mantener la objetividad cuando se trata de uno mismo. Es complicado ser al mismo tiempo el observador y el motivo de la observación. Es complicado eso de analizar la mente con la propia mente. Es complicado no ser blando o no ser duro en exceso. Es necesario mantener la imparcialidad en su justo equilibrio cuando uno es al mismo tiempo el fiscal y la acusación. Es necesaria una honestidad intachable e insobornable que sea capaz de no tratar de auto-engañarse, de no ser auto-indulgente gratuitamente, de no ser demasiado riguroso y cruel. El Amor Propio es imprescindible. Y eso no quiere decir que haya que utilizarlo para perdonárselo todo sin más: antes hay que aprender, y amarse es, precisamente, reconocer los errores, lo que no nos gusta, lo que no hemos bien, lo que hemos sido o lo que estamos siendo… pero sin maquillarlo. Sólo desde la aceptación de la verdad pueden surgir los cambios que nos acerquen lo más posible a la perfección que nos gustaría ser. La sinceridad es imprescindible. La honradez es necesaria. La nobleza es una gran aliada. La verdad es algo con lo que no se debe discutir y sí acatar. Un Proceso de Introspección es un enfrentamiento directo con todo aquello nuestro que no nos gusta –también con lo bueno que somos o tenemos-, y es necesario estar preparado para todo lo que aparezca. De nada sirven los auto-engaños, de nada sirve negar lo innegable. Invito a experimentarlo. Los ingredientes imprescindibles: constancia, ganas, objetividad, honestidad, verdad y Amor Propio. Y de ese modo podremos asistir -tras el trabajo personal- a nuestro propio Renacimiento. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  8. TODA LA VIDA ES VIDA En mi opinión, esta frase, cuando la escuché por primera vez, me pareció tan simple, tan aparentemente vacía, tan carente de un sentido sorprendente e impactante, y tan pobre, que la descarté inmediatamente y la envié directamente al olvido. Me pareció tan obvia, tan poco atrayente que, supongo –no lo recuerdo-, me reiría del autor con una risa que diría “¡qué inocente eres!” Por lo visto no fue directamente al olvido como era mi propósito, sino que se quedó en algún sitio madurándose o llenándose de sentido para mí, porque un día emergió con tal fuerza que me dejó sorprendido. No sé qué pensaba decir con ella quien me la dijo, pero ahora pienso “¡qué grandeza tan simple!, ¡cuánta verdad en tan pocas palabras!” Cuando la comprendí, a mi manera, me dio un puñetazo directamente al estómago que me produjo retortijones espirituales y un zarandeo tan grande en la mente que se me cayeron al suelo algunos prejuicios, y hubo un instante en que una luz blanca, plena y musical al mismo tiempo, ocupó toda mi atención y la de todos mis dispersos componentes, y todos al unísono, hermanados, fueron capaces de captar la rotundidad del mensaje, incluso quienes habían protestado dentro de mí quejándose por la vacuidad de todos momentos a los que dejaba escapar sin insuflarles vida, la ineficacia de algunos sufrimientos que no me aportaban nada más que dolor, mi distracción en algunas fantasías condenadas a ser irrealidad desde que las creaba, la nada que ocupaba una parte de mi vida que podría ser más productiva, los momentos perdidos en lo que me quedaba alelado, la cantidad de veces que mi consciencia era consciente, y la vida que estaba malviviendo… todos dejaron de lado sus opiniones individuales y confluyeron en que la frase tenía sentido, que no se trataba de darle más valor a los momentos más atractivos ni era correcto del todo despreciar a los que no aportaban fuegos artificiales. Toda la vida es vida, y si uno está abierto a escuchar ese mensaje, de pronto nota una especie de apertura a otro nivel de consciencia o de conocimiento al que no se había accedido antes. Como si el resto de cosas aprendidas fueran de parvulario y esto fuese el auténtico conocimiento. Como si a partir de ese instante uno tuviera que dejar de distraerse con la calderilla y debiera pasar a no conformarse con menos que esto. Es una clara e interesante propuesta para entender la vida de otro modo. Las cosas no son buenas o malas. Las cosas son. Simplemente son lo que son. Lo que llamamos malo también es VIDA, los momentos de dolor o sufrimiento también son VIDA; dudar es VIDA, reír, amar, llorar… el silencio es VIDA. Y todas las cosas que nos ocurren tienen importancia y cada una de ellas se merece la totalidad de nuestra atención, porque es esa atención la que le da VIDA a la VIDA. La VIDA ocupa todos los momentos. Los menos agradables también nos pertenecen. El dolor es nuestra vida. Las lágrimas forman parte de la vida. Y no saber. Y maldecir. Todo se une para formar el conjunto indisoluble que es nuestra vida. Y rechazar una parte de ella es rechazar una parte nuestra. Somos todo. Y tenemos que acoger todo. Sí que podemos tener cuidado para no seguir incorporando las cosas que no son de nuestro agrado, pero están todas las que están, todo lo ocurrido ha ocurrido, somos lo que somos, arrastramos lo que arrastramos. Todo lo anterior es para decir que somos indisolubles, que no se puede construir lo que somos solamente con lo que nos agrada, que hemos de amarnos en el conjunto que también incluye errores, fracasos, pena, ira, o desconcierto. Puede que no nos agraden algunas de nuestras facetas, algunos hechos del pasado, cosas ingratas, pero tenemos que acogerlo todo, acogernos íntegros, amarnos a pesar de lo dificultoso que es poder decir “me amo” conociendo nuestros trapos sucios. Porque uno ha de amar este ser desvalido, inseguro, o frágil, que cada uno es. Y ha de hacerlo por encima de juicios previos desastrosos, de los repetitivos auto-reproches, y de la rabia indisimulada. Hay que amarse por encima del desamor. Amarnos tal como somos es el verdadero amor. Reconciliarnos con nosotros mismos, sin condiciones ni reparos, es amarnos. Y no hay tarea más hermosa que esa. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  9. CUANDO SE PRESENTA Adicto a su mujer desde que la conoció, enemigo declarado de los que se enzarzan en relaciones extraconyugales, defensor a ultranza de una integridad en la pareja donde uno es del otro y para el otro, y muy aficionado a los buenos equipos de música, le repitió a su esposa muchas veces como un juego de palabras gracioso: a mí sólo le interesa la Alta Fidelidad. Cuando prometió ante el cura hasta que la muerte nos separe, realmente eso es lo que quería. Y no es porque fuera cristianoide, como le gustaba decir porque creía haber inventado la palabra. No era el típico beato, ni temeroso de Dios, pero sí era devoto a una filosofía propia que se basaba en el respeto a todo y todos. Así vivió casi cuarenta años de dicha junto a Lourdes, hasta el día cualquiera en que una mujer que se cruzó en su camino le reverdeció los deseos descontrolados de su lejana juventud, y aunque ella ni siquiera llegó a fijarse en él, imaginó que le había dedicado una sonrisa inolvidable con un innegable matiz de propuesta sexual; la vio humedecerse los labios que jamás se humedeció, y vio los inconfundibles ojos de la lujuria en los ojos sólo atentos al suelo para no tropezar, ya que llegaba tarde a su trabajo. Se giró, y observó cómo se iba alejando, y creyó que era el diablo y que había intentado una de sus tretas de incitación al pecado. Pero no la olvidó. Por la noche, después de repetir el muy desgastado -pero aún vivo- buenas noches, mi amor y depositar un beso casto en la mejilla de Lourdes, el lugar del sueño lo ocupó aquella mujer, la que volvió a incitarle insinuándose para él con erótica voluptuosidad y con una oferta irrechazable de que recorriera sus caminos más secretos, de hacer con él las cosas que la rutina había relegado al olvido, de mostrarle un mundo en el que jamás había estado salvo en los sueños más humanos, en aquellos en los que se había visto libre de la atadura de sus prejuicios y de la severidad de sus rígidas normas y se había permitido dejar sueltos sus instintos, el animal que le habitaba, y había cometido actos con los que, en su opinión, sólo se hubiera atrevido el más impúdico de los pecadores. Aquella inocente mujer estaba revolcándose con él, en lo más fecundo de su imaginación, desnuda de ropa y de vergüenza, al amparo de una magia que le aliviaba la conciencia, con un diálogo fluido de besos, y sin ningún recoveco que se resistiera a ser explorado. Todo lo insospechado aparecía como natural y ella decía a todo que sí. Se avergonzó de sus pensamientos. Arrepentido, rezó, a medias, retazos de oraciones y un rosario en sólo un Avemaría. Quiso dormir, forzando el cierre de los párpados y recurriendo a respiraciones orientales, inspirar pureza, espirar tensiones, y a bañarse de una luz blanca que le entraba por lo más alto de la cabeza y rellenaba todo el cuerpo para calmar su alma. Nada. Recurrió a los recuerdos de su infancia corriendo por las calles de su pueblo, pero allí estaba ella esperándole. Regresó a la boda con Lourdes, pero no era Lourdes, y era con ella con quien se casaba, y cuando cambió el recuerdo por el de la noche de bodas, era con ella con quien estaba, a quien prodigaba sus besos, en quien entraba enamorado. Vencido, decidió afrontar la presencia insistente de aquella mujer en su pensamiento. Le puso un nombre, Gloria, y habló con ella de que era mejor que desapareciera de su memoria y siguiera con su vida, pero ella sólo pensaba en él y todas las miradas eran lúbricas, todos los gestos seductores, y todas las palabras provocadoras. No le quedó más remedio que rendirse. Se despojó de la conciencia alegando en su defensa que era sólo un pensamiento, y besó a Gloria con los labios temblorosos, asustado aún por su propio reproche que le acusaba de cometer adulterio –aunque fuera sólo en su imaginación-, pero ella le respondió con su lengua vivaz, ensalivando la cavidad de su boca con jugo de pasión, y le recorrió el cuello con pasitos de besos infantiles cargados de sensualidad. Su miembro adquirió una tiesura lejana, la moralidad se diluyó poco a poco, el recato admitió que no era su momento ni su sitio, los ojos se cerraron para no ver y no pensar, sólo sentir, sólo gozar, sólo recorrer aquel cuerpo joven, terso, esplendoroso, inmejorable, magníficamente realizado, y no dejar ninguna curva sin inspeccionar, ni alguna porción sin arrumaco, claramente rendido a la experiencia impagable de estar con el milagro divino que es una mujer. Le sacó del pensamiento, en el que ya se sentía integrado, la voz acaramelada de Lourdes. - Vaya, estás en forma esta noche… Entonces se dio cuenta que había trasladado parte de la ensoñación a la realidad, y que estaba haciéndole el amor a Lourdes, besándola, acariciándola… Se sintió desconcertado, pero tuvo la suficiente lucidez como para llegar hasta el final para no tener que dar explicaciones. Se levantó. Entró en la ducha y abrió el grifo del agua fría, para que fuera húmedo cilicio que le hiciera pagar su flaqueza, pero le pareció mucho castigo o pensó que no necesitaba castigo porque inmediatamente pasó a la caliente, y prestó atención a los reproches por el asunto de Gloria, pero no se presentaron, y esperó la condena, pero no apareció, y aguardó el sermón que correspondía al acto, pero este fue mudo en palabras y regaños. No le quedó más remedio que admitir que le parecía bien todo lo que había pasado. Quedó libre, sin cargos de conciencia alterada y sin nada que rechazar. Y esa noche, durmió como un bendito. El día siguiente pareció una repetición del día anterior. Insistió en repetirlo todo, en rememorar y celebrar cada uno de los ficticios instantes; se regodeó en la desnudez inmejorable de Gloria, en la maestría de sus besos, en su propia virilidad, ahora aparentemente inagotable, y en la maravilla y el milagro de poder disfrutar del roce y la contemplación de un cuerpo joven. Fue este último pensamiento el que separó de los demás para verlo con más cuidado, y al poco, se le borró de la comisura de los labios la señal de dicha y victoria. Pensó en Lourdes desnuda. Se dio cuenta de que ya no se fijaba en su cuerpo. Estaba enamorado de ella y el cuerpo era la parte menos importante, pero no podía negar la cintura engrosada, las arrugas ostensibles, la caída de los pechos, las otras carnes fláccidas, los labios acartonados… la deseaba a ella pero no tanto a su cuerpo. Por supuesto que no siempre había sido así. El aroma de Lourdes cuando tenía la edad de Gloria le encandilaba; le pedía que no se bañara con jabón, sólo con agua, que dejara a flote su propia fragancia de mujer nítida; la recorría con el olfato averiguando los distintos perfumes naturales, y se estancaba en el inagotable efluvio a canela de sus pechos, en la menta silvestre del ombligo, el olor dulce de sus manos, las mil esencias de su sexo… Gloria exhala olor a cuerpo vivo, y tiene la delicia de las lisuras que añoramos los sesentones, pensó. Y entonces se dio cuenta de que siempre había acallado las voces que le reclamaban la dicha de convertir un deseo en realidad. Pensó que le gustaría conocer una Gloria de carne y hueso, pero aclaró inmediatamente que no quería una mujer de pago, sino una de verdad, una que fuera capaz de fijarse en él, de reconocer sus escasos encantos, de enamorarse un poco, de sentirse atraída por su persona ya que no podría ser por su cuerpo cargado de años. Y pensó también que eso era imposible. Quiso apagar el fuego centrándose en el trabajo y en otros pensamientos, pero no lo consiguió. A cada momento, las mujeres con las que se cruzaba llevaban otra vida que dedicaban a él, le sonreían como le gustaba, le solicitaban todo tipo de obscenidades al oído, se contorneaban cautivadoras y subversivas, se despojaban de la ropa en plena calle y le atraían sobre sus cuerpos tendidos en un lecho de pavimento acolchado con pétalos de rosas. Con todas podía, de ninguna escapaba. Su alucinación era inagotable: todas tenían treinta años, un cuerpo apetecible, y una boca llena de besos. De los escaparates recibía la llamada de las maniquíes, de las revistas escapaban las mujeres para estar con él, y en los anuncios personalizaban los textos para dirigirse a él, porque sólo él les interesaba y no podían reprimirlo: si se alisaban el cabello con aquel producto era para ser más de su agrado; si usaban aquella colonia es porque es su colonia, y si vestían a la moda que ofertaban era para estar más seductoras… En un acto admirable de sinceridad, reconoce que una mujer de verdad, de las de carne y problemas, nunca se fijará en él. Nunca, es la palabra que le duele. Nunca es más dramática de lo que aparenta, porque lleva implícita una verdad contra la que no se puede luchar. Nunca es veneno y espinas, realidad dura y tajante, es cruel e insobornable. Nunca es capaz, por sí sola, de desmantelar los deseos y relegarle a la derrota de los sueños incumplidos. Una fuerza apocada intenta animarle, aliarse con él en el intento, pero ambos se saben vencidos de antemano y se rinden. Es la casualidad, o un regalo divino, quien pone en su camino a Elisa, treinta y dos años de encanto, recién divorciada de un desgraciado que le ha dado mala vida, optimista a pesar de ello, rotunda y curvilínea, con un corazón inacabable y una sonrisa por bandera. Le pide que le ayude a rellenar un impreso, para solicitar un permiso de obras y él, atento y servicial en su ventanilla, comienza a explicarle cómo se rellena cada casilla, estoy nerviosa, dice ella, ¿serás tan amable de rellenarlo tú?, y esa confianza, ese tuteo que otras veces le enfada, en boca de ella suena a intimidad y confidencia y elimina las distancias. Ella se aproxima para ver mejor el formulario, y su cercanía ya es innegable; el aroma apacible que emana es embaucador y por un momento se le cortan las palabras y todo él permanece atento a la voz de ella, que sigue preguntando mientras él deja el mundo para hacerse invisible y admirarla cómodamente, como si no hubiera otra cosa en la vida, porque es lo que más desea: ser observador secreto y complacerse en recorrer con calma lenta cada uno de los rubios cabellos. Imagina que los rizos son montañas rusas para lanzarse por cada uno de ellos, pero ella, al sentirse desatendida, detiene su monólogo de preguntas y le interroga, ¿estás bien?, sí, dice él, pero no sabe lo que dice, ¿te pasa algo? insiste ella, no, bien, estoy bien, ¿qué me decía? y ella le repite cada una de las preguntas. Se escapa de nuevo. Ella no consigue atarle a la realidad. Sólo quiere jugar al escondite en su cuerpo, explorar lo que oculta la ropa, jugar a dar besos, hacer realidad los pensamientos con esta Gloria de carne y huesos. - Creo que deberías tomarte un descanso -dice ella-, te puedo invitar a un café… Dice que sí porque cualquier otra respuesta no sería verdad. Coge la chaqueta y el impreso, y abandona la ventanilla. - Lo terminamos en el bar. El camino lo hacen muy juntos pero en silencio. Él no sabe qué decir, y aún parece ausente. - Me has asustado -dice ella cuando ya se han sentado. - ¿Por qué? - Porque me pareció que estabas perdido y creí que habías tenido una indisposición, o que se te iba la cabeza. - La tengo bien puesta, gracias. Lo que me pasó es que me quedé asombrado. - ¿Asombrado? - Sí. - ¿Por qué? - Si me permites que lo diga, asombrado por ti. - ¿Por mí? - Sí, me ha asombrado tu naturalidad, la frescura de tu sonrisa, tu olor a lavanda… - Vaya… me he topado con un adulador profesional… - No. Te has topado con el hombre más tímido del mundo que te ha dicho, y sin saber por qué, lo que piensa. - De todos modos, gracias por los halagos. ¿Cómo quieres el café? - Solo. No, contigo –está ofuscado-, quiero decir que solo, sin leche. Ella sonríe. Es la misma sonrisa que a él le parece deslumbrante. Tiene los dientes pequeños pero iguales. - También me gustan tus dientes. - ¿Vas a terminar ya con los piropos? - Sí. Pero no. Se le ha desatado el verbo y sólo por esta vez sería capaz de dejar explicarse a sus atávicos silencios, y sería capaz de hablar como un poeta en celo o como un escritor enamorado; sería capaz de inventar un idioma para decir cosas bonitas sin avergonzarse. Realmente está fascinado. - ¿Quieres que rellenemos el formulario? –pregunta él tuteando. - Luego, en la ventanilla. Ahora mejor nos tomamos el café tranquilamente. ¿Cómo te llamas? - Ramón. ¿Y tú? - Elisa. - Elisa se llamaba mi abuela… - ¿Me vas a comparar ahora con tu abuela? –bromea. - No. Qué va. No, por Dios. Se crea un leve silencio. - Tengo sesenta años. - Bueno… ya eres mayor de edad y te dejarán entrar en los cines y podrás sacarte el carnet de conducir si quieres… - Tengo sesenta años. - ¿Y qué? - ¿Cuántos tienes tú? - Treinta y dos. - Lo daría todo por tener tu edad. - ¿Te vas a poner dramático y no vamos a poder tomar el café charlando con tranquilidad? - Se lo tenía que decir a alguien… cómo me siento con esta edad… se me ha escapado la vida y no he cumplido casi ninguno de mis sueños… - A todos nos pasa algo… yo acabo de desperdiciar diez años con un hombre que no me ha dado nada de felicidad, pero estoy dispuesta a olvidar todo lo anterior y empezar de nuevo. - Vaya, lo siento… - Pues no lo sientas y dedica el esfuerzo a borrar de tu cabeza la tontería esa de la edad… ¿qué es lo que no puedes hacer por la edad? - Amar a una mujer como tú. - No me puedo creer lo que me estás diciendo... ¿de verdad que no eres el típico viejo verde que intenta seducir a todas las mujeres que se acercan a su ventanilla? - Te juro que no. - ¿De verdad que tu trabajo no es una tapadera y tú en realidad eres Casanova? - Te doy mi palabra de honor de que nunca en mi vida he hablado a una mujer como lo estoy haciendo contigo. - ¿Por qué a mí? - ¿Por qué no? - ¿Qué quieres? - No lo sé. Quizás sólo hablar. Quizás confesarme. Tal vez sacar un veneno que se ha instalado en mi mente y no me deja pensar en otra cosa que no sea vivir la experiencia de acariciar una mano de esas que no tienen ni una arruga de más, ni son ásperas, ni las atenaza la artritis… una mano que me lleve a un brazo de terciopelo cálido, a un cuerpo ligero, joven, como el tuyo, a una boca de inagotables besos, unas nalgas justas, unas piernas que sean imán para los deseos, unos pechos firmes, un cuello… - Nunca he oído hablar a nadie de ese modo… ¿te has tragado a un poeta excitado? - No sé lo que digo. No soy yo quien habla… Elisa, treinta y dos años, la vida en flor, la sonrisa intacta, los ojos parlanchines, Elisa… - Ramón: calla. Para ser sincera he de decirte, ya que te preocupa tanto tu edad, que no la aparentas. Detrás de tu supuesta pesadumbre adivino una vitalidad rendida… ¿por qué rendida? - Es una pesadez que no sé de dónde ha salido. - ¿Pesimismo? - ¿Realismo? - No encaja ese estado con lo que aparentas. - ¿Qué aparento? - Una persona con óptimo humor que alguna vez se comió el mundo. - Todo lo que sea bueno, pero en pasado, habla de mí… - En cambio, el presente… - ¿El presente? El presente… no sé ni cómo está presente el presente teniendo en cuenta lo que se encuentra. Perdona el pésimo juego de palabras. A veces la ironía quiere suplantar a la tristeza pero casi nunca lo consigue. - Me gustaría verte reír. - Y a mí también. - ¿Qué puedo hacer para verte reír? - Cosquillas. - ¿Cosquillas? - Perdona: otra vez un chiste malo. - Te lo digo en serio. - Podías intentarlo mañana con otro café. Ahora, sintiéndolo mucho muchísimo me tengo que marchar. Ya sabes, el trabajo. - De acuerdo, mañana vuelvo a seguir rellenando el impreso y te invito a otro café. - Así sea. - Yo me marcho ya, que tengo varias cosas pendientes. Hasta mañana. - Hasta mañana. Ella pagó la cuenta, le envió una sonrisa cuando él salía por la puerta del establecimiento, y con otra sonrisa, escapada de su insistente mueca triste, respondió. Aunque sabía que tenía que ir urgentemente al trabajo, le costó despegarse de sus pensamientos, de lo que le acababa de pasar. Si un compañero de trabajo le hubiera contado que le había pasado eso mismo, no se lo hubiera creído. Por supuesto. Jamás. ¿Y qué es lo que había pasado? Aparece una mujer en su ventanilla, como aparecen mil todos los días, pero esta no ve en él un funcionario sino una persona. O por lo menos, le trata como a tal. Se fija en él. Descubre que le pasa algo y se interesa. No es habitual. Y también están sus pensamientos confrontados: el amor inquebrantable hacia su esposa, la revolución a causa de la aparición de la inexistente Gloria en su imaginación, los sueños tórridos que llevaban muchos años sin presentarse, la confusión otra vez, los deseos alterados y el animal acallado pidiéndole la experiencia milagrosa de rozar, de explayarse, de penetrar en un cuerpo joven; los remordimientos y el arrepentimiento adelantados, tanto por si lo llega a hacer como por si no lo hace nunca; y el miedo también. Y la vida a punto de acabarse y no poder repetir la maravilla de ver y acariciar un cuerpo de mujer desnuda… y últimamente ha pensado tantas veces en que eso pudiera pasar… se imagina atesorando las sensaciones, deslizando sus dedos por la otra piel, y sabe que sin poder y sin querer evitarlo, una sola lágrima se deslizará por la mejilla sin que él lo impida, y se imagina que ese puede ser un buen final, y feliz, para su existencia, pero entonces se enfrasca nuevamente en una discusión con su conciencia, que le reprocha lo que piensa, y el diablo, o un ángel, que no lo sabe bien, le defiende y le da permiso para que se conceda ese pretensión. Sin darse tiempo a sacar conclusiones de todo su alboroto, sin tomar una decisión indiscutible, se dirige desilusionado al trabajo, y pasa el resto de la mañana sin darse cuenta de todo aquello que esté fuera de su caos. En cuanto llega a casa, Lourdes se da cuenta de que le pasa algo, le conoce de sobra, pero él lo niega. Dice que no quiere comer y se va a su estudio a escuchar música. Selecciona La Traviata, una interpretación de la Callas, y se aísla con los auriculares. En seguida se da cuenta de que quiere una música más impersonal, que no le atrape como le atrapa la ópera. Algo que no le saque de sus meditaciones. Descarta el jazz lento de voces negras, las bandas sonoras tranquilas, Chopin… se queda en silencio, pero con los auriculares puestos, para que Lourdes no le moleste. ¿Por dónde empezar? ¿A quién escuchar? ¿Todo ha de ser razonable y razonado? ¿Y las locuras? ¿Qué se siente cuando uno se escapa de lo correcto y se permite escuchar el grito que le propone pensar sólo en sí mismo, hacer algo para sí, algo que se siente como una necesidad que está por encima de cualquier cosa? ¿Y qué pasa después? ¿Qué pasaría si mañana mientras toma el café con Elisa, compartiera con ella estas preguntas? Elisa, treinta y dos años, la vida en flor, la sonrisa intacta, los ojos parlanchines, Elisa… eso le había dicho sin saber qué decía y sin darse cuenta de que lo decía. Elisa, un mundo nos separa: mi mundo está ahora en la imaginación, en soñar sueños imposibles, en alterar la paz que más o menos reposaba en mí; el tuyo está en otro sitio y en él yo no habito. Sé que no ocupo ni una minúscula parcela en tu pensamiento. Si te acuerdas de mí será para arrepentirte de haber aceptado otro café mañana. Me acaparas entero, Elisa, mientras que mi mente es esclava de ti, obsesa con tu recuerdo, plácida con la ensoñación de mañana tomar un café contigo, Elisa, sonrisa, un café y unas confidencias, y lo que pudiera ser el inicio de un sueño hecho realidad, pero ahora sigo en la fantasía, que es más fácil y me obedece sin escusas, y no me pone las trabas que tan obstinadamente pone la vida cierta. Aquí puedo obligarle a tu boca a decir sí o no, según mis intereses, y puedo alterar la mirada de tus ojos, su brillo, y la sonrisa de tu boca, y poner en ella mi nombre, adornado con el matiz preciso que indica deseo; puedo hacer que te quites la ropa, lenta o salvajemente, y puedo gobernar el mástil de mi virilidad para que sea roca firme, y puedo voltearte arriba o abajo, hacia este u otro lado, encima, de lado a tu lado, y poner música de gemidos, suspiros jadeantes, el deseo como dominante y el aderezo imprescindible de un amor que es imposible. Elisa, es mejor que te quedes conmigo sólo en esta irrealidad, y que no vayamos mañana a tomar un café. Es mejor que te arrepientas ahora, que queden el impreso y mi ilusión sin rellenar, que me quede con este milagro de que hayas aparecido en mi vida en el momento exacto en que tengo la capacidad de darme cuenta de que el amor de Lourdes es el amor consolidado, el amor de verdad, y por respeto a ella, y quizás por respeto a mí mismo, y por supuesto, a ti, mañana no te reconoceré, me ausentaré ante tu presencia, o disimularé el tono más frío que pueda y te enviaré, con una lágrima que jamás verás, a que te atiendan en otra ventanilla. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  10. NO CONFUNDIR ALIVIO CON SOLUCIÓN En mi opinión, basada en la experiencia de tratar durante bastantes años con personas que están en una situación muy dura y quieren hacer algo por salir de ella para mejorar su vida, he comprobado que hay muchas personas –muchas, muchas-, que cuando están muy desesperadas, muy hundidas, cuando llevan bastantes meses o años en la desesperanza de haber tocado fondo y llevar mucho tiempo en él, toman una decisión -aparentemente firme- de hacer los cambios necesarios en su vida para salir de esa consternación, de ese abatimiento tan gravoso, y deciden hacer lo que sea necesario para salir de ese estado. He conocido una cantidad muy alta de esas personas que se ponen en contacto con un profesional para que les ayude en el proceso de cambio –otros lo hacen por su cuenta-, confirmando un compromiso de esforzarse, de involucrarse, de remover sus cimientos y enfrentarse a lo que sea para poder salir del agujero en que se ven, pero… Empiezan con ganas, remueven su infancia en busca del origen de sus males actuales, comprenden las cosas que se les hace ver o descubren y empiezan a seguir las pautas, pero… Cuando han sacado a la luz todos sus problemas ya comienzan a notar que la carga es un poco más ligera, y cuando comienzan a ver algunas de sus cosas de un modo distinto y empiezan a comprenderlas, algunas de esas cosas empiezan a aparentar ser un poco menos duras y más livianas, y algunas heridas parece que comienzan a cicatrizar, pero… Eso que sucede no es más que un poco de alivio, no es la solución. Es el principio de la solución, es la punta del iceberg, pero todavía no hay nada que se haya resuelto en el sitio donde se ha de resolver. Es un parche mental que la razón comprende, pero aún no se ha trasladado el efecto al sitio del inconsciente donde ha de surtir el efecto. En demasiadas ocasiones las personas se confunden ante esto, y como ese primer paso las hace notar un cierto efecto de bálsamo, y se encuentran más desahogadas y hasta ven un poco de luz, algo dentro de sí -que posiblemente no sean ellas mismas- les invita a conformarse, a dejarlo ahí, porque seguir adelante a la búsqueda de la solución definitiva va a implicar remover más cosas y eso puede que no sea muy agradable, y porque los sacrificios no resultan atractivos por sí mismos, y eso de tener que reconocer que se ha vivido en un error y que uno se ha equivocado más veces de las que había querido reconocer no es plato de buen gusto, y tener que salir de la rutina en la que uno lleva años navegando, aferrado de algún modo al “más vale malo conocido que bueno por conocer”, pues… tal vez no compense, se piensa. Aunque sí compensa. Cuando uno tiene una muela estropeada y tiene unos dolores tremendos, sabe que tiene que ir necesariamente al dentista para resolverlo, pero se toma un calmante y si eso le hace desaparecer el dolor también hace desaparecer las ganas de ir al dentista, y así aplaza la cita ineludible con la esperanza inservible de que la muela se arregle sola. En la vida, y en muchas ocasiones, pasa lo mismo: uno prefiere que no duela y que se arregle solo. Esa mentira es contraproducente, y lo que hace es alargar más la situación dolorosa en la que uno se encuentra. Lo que hace es aplazarlo, no resolverlo. Lo que hace es aliviarlo, pero no solucionarlo. El Proceso de Desarrollo Personal requiere de una ética que no admite nada que no sea verdadero, sincero, honorable, honrado, intachable… El alivio inicial ha de servir para confirmar que realmente existe la posibilidad de solución y para demostrar que salir de donde se está ofrece a cambio un estado muy satisfactorio. Sugiero o ruego a quien se encuentre en algún momento ingrato en cualquier aspecto de su vida que reúna todo su Amor Propio, toda su valentía desusada y escondida, toda su responsabilidad y sensatez, y ponga todo ello al servicio de su Mejoramiento y Desarrollo. Cualquier esfuerzo que se haga es largamente recompensado. Merece la pena. Y mientras uno no se enfrente con firmeza y valentía a sus asuntos pendientes de solución, aportando todo el esfuerzo que sea necesario, implicándose al cien por cien, llegando hasta el final sin conformarse con menos, uno será el sufridor directo de su propia negligencia y padecerá innecesariamente. Míralo. Mírate. Ten mucho cuidado y no confundas el alivio con la solución. No te conformes con un alivio temporal y busca la solución definitiva. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  11. ¿ANULAR LOS SENTIMIENTOS O CONTROLAR LOS SENTIMIENTOS? En mi opinión, cada vez hay más personas que, para no sentir los impactos de emocionales de los sentimientos, optan por tratar de anularlos, por prohibirse sentir lo agradable y lo desagradable –sobre todo esto último-, y por tratar de impedir que cualquier emoción acabe desbaratándoles y llevándoles irremediablemente al descontrol personal. Acaban llegando a la conclusión y el convencimiento de que tras los buenos sentimientos puede aparecer el dolor, cuando se pierdan o desaparezcan –y no tiene porqué ser así siempre-, y que es mejor no conocer lo bueno para luego no echarlo en falta. Renuncian a emocionarse, a sentir en el corazón. Se inoculan la renuncia a impresionarse y estremecerse en el alma, y –en mi opinión- se pierden una parte muy importante de la vida. Estoy plenamente a favor de vivir con toda la intensidad todas las emociones y sentimientos que calificamos como buenos o positivos, disfrutándolos en el momento plenamente, sin pensar en el vacío o la tristeza que nos pueda dejar su ausencia si desaparecen. Las emociones están ahí para removernos, fortalecernos, alegrarnos y procurarnos placer, o para causarnos una molestia que nos haga reflexionar y aprender. Algún sentido han que tener, no son inútiles. Es uno mismo quien tiene que saber qué sentido darles. Sí estoy a favor de mantener una cierta objetividad y distancia con respecto a los que solemos calificar como negativos. No siempre son buenos ni necesarios. No estoy de acuerdo en que todo sufrimiento aporta alguna enseñanza positiva. Casi lo mismo que se puede aprender con sufrimiento se puede aprender sin él si uno está atento y receptivo. Conviene recordar la diferencia que existe entre dos asuntos que se tratan habitualmente como si fuesen lo mismo. Las emociones son reacciones naturales, espontáneas, instintivas, propias del ser humano, mientras que los sentimientos son los resultados de lo que nosotros hacemos con las emociones, cómo actuamos en respuesta a las emociones. Ante la misma emoción cada uno puede aplicar diferentes sentimientos. Y en demasiadas ocasiones esos sentimientos no son nada naturales, sino que son respuestas inconscientes y descontroladas, o caducadas y ajenas, ante hechos que a veces no se manejan del modo adecuado. Anular TODAS las emociones –cosa casi imposible-, vivir en una continua indolencia, y no dejarse conmover por los impulsos naturales, eliminan la parte emocional de la vida, convirtiendo ésta en un páramo reseco y sin pasión, en una línea plana en el corazón, en un ostracismo emocional. No es una buena idea. Hay que arriesgarse a lo que pueda venir, a lo que nos pueda remover, y aceptarlo todo como parte de la vida. “Toda la vida es vida”, comprende una persona sabia. Hay que permitir que lo que suceda llegue adonde tenga que llegar y remueva lo que tenga que remover: esa es su misión y ese es su sentido, aunque no nos agrade a veces. Creo que no son gratuitos y si nos duelen es necesario averiguar por qué y para qué nos duelen. Si nos duelen, es una propuesta que tenemos que aceptar y experimentar, para aprender y salir reforzados después. Decir NO a todo, y perderse con ello la ocasión de probar y comprobar, no parece ser una decisión acertada. Las emociones son para emocionarse. Los sentimientos sí requieren una revisión y un control, porque algunos se pueden convertir en perjudiciales e inútiles y nada provechosos. Anularlos es complicado porque siempre reaccionamos de algún modo ante las emociones, y que exista esa reacción parece imposible de evitar, pero, en cambio, sí podemos estar lo suficientemente entrenados para que haya un relativo control, una senda por la que tienen que ir, una base con la que estemos de acuerdo, y que no sean explosivos, excesivos, del todo descontrolados y auto-agresivos. Somos nuestras emociones y también somos nuestros sentimientos, así que conviene prestar atención al cuerpo y al espíritu, pero también a nosotros mismos, a quien se manifiesta, a cómo reaccionamos, y comprobar a menudo si realmente estamos siendo como queremos ser. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  12. CUANDO TÚ NO ERAS TÚ En mi opinión, este aparente juego de palabras sin sentido del título encierra una gran realidad. Me sigo encontrando con cientos de personas que son incapaces de perdonar cosas de su pasado. Incapaces de perdonarse. Incluso que se empeñan expresamente en no perdonarse. Aclaremos esto primero: hay una diferencia absoluta entre quien eres hoy y quien fuiste en otro momento de tu vida, al punto de poder decir que sois dos personas distintas. Quien eres hoy no es el mismo que eras ayer, y aún menos quien eras hace 10 años o hace 30. Mantienes el mismo nombre y apellidos desde el primer día, pero no eres la misma persona psicológica, emocional, espiritualmente o físicamente. Cada instante somos distintos del instante anterior. Cada día vamos cambiando porque vamos aprendiendo y con eso añadimos algo más al que éramos un día antes, o porque encontramos un nuevo átomo de paz, o porque una emoción nueva se añade a nuestro repertorio, y por lo tanto ya no somos EXACTAMENTE el mismo de antes. Evolucionamos. Los conocimientos que adquirimos, o las experiencias por las que nos hemos visto obligados a pasar, nos hacen que tengamos una mentalidad distinta de la que teníamos hace años; hacen que tengamos una percepción diferente de las cosas, más inteligencia, y un bagaje que nos distingue claramente de aquel que éramos cuando teníamos 10 años, o 20, o 30… Así que ahora –y espero que empieces a estar de acuerdo conmigo- tienes una preparación y unas capacidades y una visión de las cosas distintas y mejoradas con respecto a tiempos pasados, y tienes unos conocimientos que son el resultado de las decisiones que tomaste, que es algo que no tenías entonces cuando tomaste aquellas de las que ahora te arrepientes y por las que ahora te penalizas castigándote. Se trata de comprender y aceptar al de entonces, al que hizo lo que hizo porque no tenía conocimientos suficientes para hacerlo de otro modo, o porque no tenía otra elección, o porque pensó que era lo mejor o lo menos perjudicial. Sus razones tendría cuando tomó aquella decisión y no otra. Lo que no justo, ni es ético, ni es correcto, es juzgar hoy por lo que se hizo entonces, cuando tú, el de entonces, no eras el tú de ahora. Aquel de entonces daba tumbos, no pisaba con firmeza, no conocía su futuro, tenía una mente limitada y desconocía lo que tú ahora sí conoces. Por otra parte, mantener una rivalidad enojosa contigo mismo es una de las cosas más absurdas e improductivas del mundo. Sólo te aporta cosas negativas, malestar, una bajada notable de tu autoestima, una sensación generalizada incómoda y frustrante, un estado deplorable en la relación contigo, pesimismo, decepción, desgana de hacer algo más por ti… la relación de desatinos que conlleva la mala relación con uno mismo ocuparía varias páginas. Así que… si eres una de esas personas que no tienen una buena relación consigo misma, que se acusa de una gama de cosas variadas, que sigue enojada por asuntos del pasado –de cuando tú no eras tú-, te recomiendo una revisión de tu relación contigo. Te recomiendo un reencuentro, una reconciliación, la firma de un pacto de armonía y colaboración, un abrazo que acoja sin resentimiento ese pasado del que se siente culpable, y un espléndido tratado de paz. Te invito a que no sigas castigándote, boicoteándote, maltratándote. Te sugiero que elabores una relación distinta con todos los yoes de tu pasado, con todos aquellos que fuiste en otro momento de tu vida. Como siempre, tú decides. Ahora que sí eres tú, y que sabes mucho más que antes, decide bien. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  13. HAZ UNA BUENA TORTILLA En mi opinión, tenemos la mala costumbre de dedicar a quejas y lamentos el tiempo que deberíamos dedicar a resolver los motivos causantes de esas mismas quejas y lamentos. Es común –pero no acertado- pasar excesivo tiempo lamentándose por las circunstancias en las que uno vive, por lo que no posee, por lo que no ha alcanzado, y también por lo que sí tiene el otro o por lo que sí ha conseguido. Demasiado tiempo en la pataleta infantil. En el disgusto improductivo. En el resentimiento ineficaz. Es cierto que algunas de las cosas desagradables que nos ocurren no dependen de nosotros y no tenemos otra opción que la de soportarlas del mejor modo posible. Eso nos da derecho a una pequeña protesta, pero sin necesidad de hacer una tragedia de ello y sin que sea obligatorio estancarse en una frustración sin provecho ya que, generalmente, es inútil oponerse a lo inevitable. También es cierto que uno es el culpable de bastantes de las cosas desagradables que le ocurren, debido a lo que previamente hizo o lo que no hizo, pero no nos gusta eso de responsabilizarnos de los propios errores o desidias y es más cómodo trasladar la culpa al destino o a los otros o a la mala suerte o a lo que sea. Las personas irresponsables encuentran un alivio falso en echar las culpas a otras personas o cosas. La realidad es que tienes lo que tienes en este momento, eres lo que eres en este momento, atraviesas las circunstancias de este momento, pero… eso no te condena a estancarte y quedarte siempre ahí y así, sino que ha de ser un acicate para ponerte en marcha y comenzar con el cambio de las cosas que no son de tu agrado. Acepta tu situación actual, aunque no te guste. Es el primer paso indispensable. No puedes empezar desde el enfado por lo que no eres y lo que no tienes. Y es un error muy repetido. Si en este momento sólo tienes huevos y patatas, haz una buena tortilla. La mejor. Y disfrútala. No te quedes sin comerla porque te falta un exquisito jamón como entrante, un buen vino de acompañamiento y un postre delicioso para rematar. Haz una buena tortilla. Haz lo mejor que puedas con lo que tienes, y luego procura añadir más cosas a base de tu esfuerzo personal. Parece muy evidente que una de las tareas que tenemos en esta vida es el Mejoramiento o Desarrollo Personal. Construirnos y reconstruirnos a partir de lo que somos y lo que tenemos en este momento. Y eso depende exclusivamente de cada uno. Conviene aprovechar lo mejor de las cualidades que poseemos y esforzarse para que se acerquen más a su perfeccionamiento total. Hacer todo lo posible para lograr sentirnos a gusto con nosotros mismos. Para eso, escucharnos decir qué es lo que necesitamos resulta imprescindible. Saber qué nos haría estar más satisfechos con nosotros –como personas, no me refiero a éxitos externos- es vital. Conocer las cosas que nos proporcionan paz espiritual es muy conveniente. Tener una relación muy comunicativa con nosotros –que sea cordial y cariñosa- es obligatorio. Averiguar todo aquello que nos puede acercar aún más al Ser Esencial que somos en nuestra naturaleza es necesario. Hay que tener la valentía de empezar de cero, ahora y cada vez que sea necesario. De cero o del punto en que nos encontremos. El conformismo es un pésimo aliado. La pereza es una mala compañía. La rendición es algo a rechazar. Ahora mismo es un buen momento. Haz un inventario tuyo. Escribe en varios folios lo que te gusta de ti, lo que se va a quedar y va a ser mejorado, lo que se va a eliminar, lo que necesita una revisión, lo que no vas a repetir ni tolerar jamás, lo que quieres ser, etc. Después, con lo que eres en este momento, con lo que cuentas en este momento, reconstrúyete. Rescata al hundido. Recupera al perdido. Anima al desconsolado. Y entonces… comienza de nuevo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  14. HASTA EL FINAL Lucía se presentó a la entrevista sin muchas esperanzas. Aún le quedaron menos cuando se encontró con más de diez chicas que esperaban para la entrevista mostrando toda la gama de impaciencias. Saludó levemente y ocupó la única silla vacía. Se abstrajo mirándose los zapatos. Espero que no se fije en ellos, pensó, no son tan nuevos como deberían ser. Si consigo el puesto -añadió en el pensamiento-, con el primer sueldo me compraré unos de color negro. Un rato después su desesperanza sentenció estos van a tener que aguantar mucho más. De ahí pasó a mirar detenidamente a las otras chicas. Esa es más atractiva, aquella más moderna, a aquella otra yo no le daría el puesto. De las que estamos, sin dudarlo me escogería a mí misma, pensó para animarse. Una a una iban entrando al despacho. Dos, tres minutos. No más. Las caras de las que salían no derrochaban optimismo. - No sé qué quiere este -dijo una al salir. Cuando le correspondió entrar se ajustó el pantalón, comprobó que las rayas del jersey estuvieran bien alineadas, enganchó la melena a las orejas, tocó en la puerta con los nudillos, y sólo cuando oyó pase, lo hizo. - Siéntese, -dijo él- ¿cómo se llama? -añadió. - Lucía. - Qué curioso, usted se llama Lucía y yo soy ciego. Sólo entonces se percató de que había un bastón blanco apoyado en el lateral de la mesa. - ¿Por qué está nerviosa? - Es mi primera entrevista de trabajo. - Siempre acierto con esta pregunta. Siempre reconocen que están nerviosas. ¿Dónde vive usted? - En Manuel Azaña. Cerca del campo de fútbol. - ¿Cómo ha venido hasta aquí? - En mi coche. - ¿Es buena conductora? - Sí. - ¿Me llevaría ahora mismo a una cita que tengo? - Sí. - La mayoría de las chicas, cuando llego a esta pregunta, se desconciertan o piensan mal. En cambio usted no lo ha dudado. Me parece bien. ¿Siente pena por mí, por mi ceguera? - No, señor. - ¿Puede incorporarse mañana? - ¿No me va a hacer la entrevista? - Esta ha sido la entrevista. - ¿No me va a preguntar por mis títulos o mi experiencia? - No. Usted es la persona que busco. Empezamos a las ocho. Siempre nos trataremos de usted. Ganará el doble de lo que marque el convenio porque le voy a exigir mucho: la perfección absoluta, la dedicación plena, y la fidelidad total. ¿Acepta y se compromete? - Acepto y me comprometo. - Hasta mañana, Lucía. - Una pregunta, por favor. - Pregunte. - ¿Cómo se llama? - Marcos. Dígale por favor a la señorita de recepción que usted es la elegida. Sólo cuando estuvo en la calle y habían transcurrido varios minutos tomó conciencia de lo que había sucedido. Tenía un puesto de trabajo y aún no se había alegrado por ello, pero es que estaba desconcertada por cómo se desarrolló todo. ¿La había escogido a ella por intuición... o porque ya era la última y no tenía más donde escoger? Desterró la pregunta, y su secreta inseguridad, y quiso creer que algo de ella, ya que no pudo dejarse deslumbrar por su físico tan espléndido, le había gustado; quizás la forma de expresarse o cómo supo reaccionar. Se sintió a gusto consigo misma. A las ocho menos diez del día siguiente le indicaron cuál era su despacho, contiguo al de Marcos, y empezaron a explicarle dónde estaba cada cosa y cómo funcionaban las diferentes máquinas, pero no tuvieron tiempo para terminar: a las ocho y un minuto sonó el interfono. - ¿Está ahí, Lucía? - Sí, señor. - Venga. Cogió bolígrafos y una libreta. - Buenos días. ¿Nerviosa? - Buenos días. Hoy no. Despacharon durante toda la mañana sin parar. Tuvo que aprender rápidamente. Efectivamente, era agotador. Su ritmo de trabajo era frenético. Era capaz de atender una conversación en el teléfono mientras seguía dictándole cartas, y la documentación y los datos que ella le leía los guardaba fotográficamente en la memoria, sin equivocar ni una sola vez un número o una fecha. Así pasaron doce meses exactamente hasta que él, por primera vez, abordó un asunto personal. - Hoy cumple usted un año en la Empresa. Le ofreció un regalo que guardaba en un cajón. Era un tarro de su colonia. - Es BELLEZZA. Usted es la única persona de las que conozco que la usa. La dependienta casi se vuelve loca, porque, como yo no conocía el nombre, tuve que oler treinta y seis hasta que identifiqué la suya. - Muchas gracias. - ¿Cómo es usted, Lucía? - ¿Físicamente? - Sí. - Uno setenta y dos, rubia, melena corta... el color de los ojos está sin decidir: unos dicen que azul grisáceo y otros dicen que gris azulado... perdone, es una broma -dijo un poco apurada- en realidad son inidentificables. - ¿Cuánto pesa? - Cincuenta y siete. - ¿Cómo viste? - Siempre vaqueros y jersey. - La imaginaba más provocativa en la forma de vestir... -bromeó. Sintió una vergüenza inexplicable, pero él cambió el tono inmediatamente, y le pidió que hiciera unas cuantas llamadas. En cuanto ella abandonó el despacho se permitió pararse a pensar. Llevaba un año intentando imaginarla. Pisaba como las rubias, en eso no se había equivocado, pero en su fantasía llevaba una larga melena y cada día tenía un peinado distinto; sus faldas o sus vestidos se ajustaban al cuerpo marcando unos pechos perfectos y generosos; le suponía una cintura breve y unas piernas inmejorables, y que su boca era un imán reclamando su boca, y los ojos, de un azul verde mar indiscutible, y los dientes, impecables, enmarcados en unos labios mullidos. La vestía con diseños propios, colores imposibles, cortes atrevidos, brevísimas faldas... o desnuda. En su imaginación, mientras le dictaba una carta ella tiraba la libreta, se levantaba de la silla, y con un gesto leve se desprendía del vestido. Bajo él, una belleza auténtica sin necesidad de adornos, la desnudez más impúdica, la lujuria agazapada, el sexo insaciable, el amor a punto de estallar, los abrazos de la locura, las caricias habilidosas, miríadas de besos desvergonzados, todos los caminos reclamándole, el mundo de los sentidos a su servicio, el cielo... hasta que la cordura imponía su determinación y le hacía abandonar el centro del placer, los sueños irrealizables, la magia de invención propia, y le traía a la realidad, la realidad de la distancia y la ausencia de sentimientos, y entonces se recriminaba por permitirse esas fantasías, y por inmiscuirla en ellas, sin permiso, y por permitirse fingir que era la que no era y hacía lo que él deseaba. No terminaba de aceptar que se estaba enamorando de esa mujer que cada día ondeaba una sonrisa nueva –aunque él no la viera-, que le hacía sentir que no escondía secretos, que tarareaba muy bajito, que le aportaba cada día el aroma de la vida… No era capaz de hablarle de sus sentimientos, y por eso, cada vez que escuchaba las reclamaciones de su propio corazón, se castigaba interponiendo muros y distancias. Al día siguiente se mantenía aún más lejano que de costumbre, más serio, más frío. La despojaba del rostro inventado, del cuerpo provocativo, y se centraba en el trabajo. Pasaron diecinueve años más hasta la siguiente vez que volvió a hablar con ella de asuntos personales. - Lucía... - Dígame. - ¿Cuánto ha cambiado? - No le entiendo. - ¿Qué queda de aquella chica que empezó a trabajar conmigo hace veinte años? - Todo. Bueno, casi todo. Como se podrá imaginar mi cuerpo ya no es lo que fue. - ¿Cómo es usted? Dígamelo, por favor. - Sigo midiendo uno setenta y dos, supongo. Tengo los mismos ojos de color inidentificable, la misma melena corta de cabello rubio... - ¿Y qué más? - ¿A qué se refiere? - ¿Cómo es su cuerpo? - Peso un poco más que antes, no mucho, pero estoy un poco más... ¿rellenita? - ¿Y qué más? - ¿Qué más quiere saber? - ¿Sus piernas son...? - Firmes. Perfectas, diría yo. - ¿Su cintura? - La justa. - ¿Sus pechos? - ¿Es necesario que sigamos, Don Marcos? - Sí. Se lo ruego. Llevo veinte años muriéndome de deseo, perdiéndome por ensoñaciones y fantasías, y, además, respetándola y sopesando mucho el riesgo de pedirle lo que le voy a pedir. - ¿Qué me va a pedir? - Deseo que se desnude para mí. Soy ciego y no la puedo ver, pero calmaría mis demonios saber que está usted frente a mí y desnuda... - Don Marcos... - Por Dios, se lo ruego. Por una sola vez... El silencio se hizo de piedra. El tiempo se paró, atento a lo que iba a pasar. El corazón de él se llenó de miedo y esperó angustiado el sonido de los pasos de ella al alejarse corriendo y el cañonazo de la puerta al cerrarse de golpe. Pero nada de eso pasaba. Ella atendía a su propio desconcierto. No podía negar que en los años de diaria convivencia había pasado por diferentes etapas: desde aquella primera en la que se enamoró de aquel hombre resolutivo que tomaba decisiones sin dudar, la trataba con una cortesía exquisita y le entregaba cada año un regalo siempre acertado, hasta la etapa del otro extremo en la que pensaba en abandonar el trabajo porque no podía soportar la distancia que interponía entre ambos, la rigidez del trato, ese llevar tantos años hablándose de usted. Ella también había sucumbido a la propuesta de sus sueños, y había fantaseado en muchas ocasiones que él dejaba de dictarle cartas, rodeaba la mesa, adivinaba dónde estaba por el aroma de hembra en celo, y se ponía frente a ella, le arrancaba la libreta de un manotazo, y el vestido con una maestría atinada, y luego la besaba con fiereza, y la amaba sin fin. Pero se había aplacado y hacía tiempo que él no merodeaba por su imaginación y se mantenía en su puesto de jefe. Por eso no sabía cómo reaccionar a la petición, y aguardaba que alguna de las partes en litigio, del todo opuestas, tomara la decisión acertada y le indicara lo que debía hacer. Pronto supo la respuesta. Él captó el roce del jersey al separarse del cuerpo, y el susurro del botón del pantalón al liberarse, y la cremallera mostrando lo secreto, y notó cuando quedaban las piernas a la vista de su ceguera, y sintió el sujetador dejando de sujetar, y la braga deslizándose despacio, pudorosa; incluso creyó intuir que ella se tapaba el pubis y los pechos con las manos y los brazos, hasta que se daba cuenta de la inutilidad, y entonces, al verse desnuda, la respiración alteró su ritmo y un rojo pudoroso explotó en su cara. Él, tembloroso, estiró el brazo y adelantó la mano. - ¿Puedo recorrerla? Y entonces, una voz que no era la de ella, sino la del deseo acumulado, resumió del modo más atinado los veinte años perdidos: - Hasta el final. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  15. MI BÚSQUEDA DE DIOS “La búsqueda de Dios es la búsqueda de UNO MISMO en el interior.” En mi opinión, cuando nos dijeron que Dios estaba en los Cielos –y lo señalaban con un dedo apuntando hacia arriba- y que Dios era alguien alejado, accesible nada más que a través de la oración y con la intermediación de la Iglesia, y nos pintaban a Dios como alguien de quien no se recibían respuestas claras, cuyo monopolio poseen ciertas religiones –que, por otra parte, se ha arrogado la exclusividad para hablar con Él directamente-, nos hicieron un gran daño a algunos que sentimos que Dios no puede ser eso, o no puede ser exclusivamente así, ya que intuimos que de algún modo Dios tiene que ser más accesible, más cercano, un poco más humano, y se Le puede sentir más cerca y al lado del corazón, que es donde mejor se Le puede sentir. Así que algunos deseamos o sentimos o intuimos o necesitamos un Dios más cercano, interno, que haya dejado una parte suya en nuestro interior al alcance de nuestros sentimientos más puros, para que de ese modo Le podamos tener más presente y podamos contagiarnos de Él. Algunos pensamos o sentimos o intuimos que algunas de las cualidades más nobles de los humanos no son más que presencias de Dios, y de ese modo cuando uno practica la bondad siente que es un poco como Dios –a otra escala-, y cuando uno es generoso le parece que también Dios es así, y cuando uno siente el amor y lo da es capaz de creer –sin palabras- que esa es una manifestación de Dios a través de uno. De ese modo uno Le puede experimentar con la asiduidad que desee y sin necesidad de tener que ir a una iglesia donde más bien parece que Dios está recluido. Y no sé si en contra de Su voluntad… Prefiero un Dios que no esté exclusivamente en un sitio que llamamos Cielo –con mayúscula inicial- y poder sentirlo dentro de mí y en cada instante; que esté dentro de mí y se manifieste a veces como mi conciencia –que es como un Dios en pequeñito-, que sea la parte de mí que hace brotar espontáneamente mis obras buenas, que se disfrace de esas ganas que siento de abrazar al desamparado y dar de comer al hambriento –en la medida de mis posibilidades-, que lleve mi mano al bolsillo y saque una moneda para entregarla cuando se presente la ocasión, que me haga pararme ante su creación y me abra los ojos y el corazón y desentumezca mi capacidad de asombro y ponga en mi voz asombrada la exclamación ¡¡Esto es Dios!! No me agrada un Dios que me observe con cara seria desde un Trono en la distancia –un poco inquisitivo y juzgador desde su infalibilidad-, sino que prefiero uno que esté a mi lado y conmigo cuando me enfrento a lo conflictivo que resulta a veces estar en la Tierra y tener que vivir la vida, que comparta conmigo mis debilidades y supla a mi esperanza cuando se me va, y que me eche el brazo por el hombro cuando lo necesito y haga magia para mí borrándome la aflicción de los labios y de la mente. Prefiero un Dios Tutor que me oriente siempre, que avive mis cualidades siempre, que fluya desde mí e influya en mí siempre, que sea una vocecita que me da ánimos y me diga que voy bien, que estoy en el Camino, que aún puedo mejorar. Prefiero un Dios cercano, al que tanto le pueda contar un chiste como mis dudas y en ambos casos me preste la misma atención, que me hable sin voz pero me hable claro, y que se funda con mis sentimientos para que todos se manifiesten contagiados por Él. Prefiero Sentirle que teorizar sobre Él. No sé… Así es como lo siento… O así es como lo deseo. Me complicaron la vida religiosa cuando me dijeron que estaba lejos y era inaccesible. Me confundieron. Estoy consiguiendo Sentirle dentro y cerca, y no fuera y lejos. No sé cómo Le verás tú... ¿Cómo Le ves? Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  16. EL PARAGUAS AMARILLO Me llamó la atención el grito de su paraguas amarillo sobresaliendo entre el resto de los otros paraguas sombríos, como de un luto implacable, que podía ver desde el balcón de mi casa. Instintivamente dejé mi desocupación de ver paraguas y gente mojándose, y corrí a la calle para perseguirla, para averiguarla, para saber quién proclamaba su unicidad con el color destellante de un paraguas cuya función más parecía ser atraer las miradas que evitar la lluvia. Fue cuando ya la tenía al alcance cuando me di cuenta de que había salido con lo puesto: un pantalón de andar por casa y un jersey que ya estaba mojado porque no cogí algo con lo que cubrirme. Mejor –pensé-, ésta puede ser una buena excusa para acercarme a ella y empezar a hablar. - Perdona, ¿te importa taparme?, ya ves cómo estoy de calado… - Entra -dijo. Sólo entra, como si supiera que el mundo que estaba bajo su paraguas era un mundo distinto del otro en el que sólo había paraguas negros. - ¿Hacia dónde vas?, preguntó sin mirarme. - Adonde vayas tú. - Voy sin rumbo, ¿te vale? - Me parece perfecto. No le pregunté su nombre, ni ella tuvo la curiosidad de saber quién era yo. Estuvimos caminando entre un caos de paraguas combativos entre ellos que se negaban a perder la propiedad fugaz de un espacio, pero a nuestro paso se apartaban sumisos, abriéndose como el Mar Rojo, rindiendo pleitesía, y nosotros, bajo palio pontifical, éramos una trasgresión que gritaba luz o rebeldía o alegría. Al rato me giré ligeramente, lo imprescindible para conseguir captar el perfil de su cara, pero ella siguió sin mirarme. Siguió con la vista fija en el frente, abriendo paso con la fuerza de su mirada, como si yo no importunara su mundo, ni nada, ni nadie. Tuve la tentación de ponerme a pensar en la locura. Para qué, me pregunté. La locura no es arrimarse a una desconocida y compartir su camino. La locura es quedarse en el balcón viendo pasar la vida en su camino inexorable hacia su lento suicidio. La locura es no hacer locuras. Hubo un momento que intuí que iba a abrir la boca, pero fue sólo para cargarse de aire antes de sumergirse de nuevo en su hermetismo. Sus ojos de agua, como reflejos de un azul primigenio, recibían de vez en cuando el aire del aleteo de las pestañas cuando se cerraban los párpados para abrillantarlos. Seguían absortos en la nada que discurría ante ellos, ante ella, ya que ninguna otra cosa era tan importante como su paseo de reina que ni siquiera el fin del mundo hubiera alterado. Cada vez tenía más interés por conocer a aquella insólita mujer, tan de otro universo, así que empecé a mirarla con más asiduidad y a recrearme en su contemplación detenida, en el atesoramiento de sus matices, en la captación de su aroma peregrino, en repetir el eco de su voz diciendo entra; entra en la historia, escápate de la tierra y ven al infinito, sígueme sin preguntar, abandona tu pasado y tu familia, olvida los recuerdos en cualquier rincón, desnuda tu futuro y llénalo de paraguas amarillos, de silenciosos días de lluvia, del camino de mi camino; entra en lo imposible y deja la simplicidad de lo posible para los demás. Yo escuchaba sus palabras sin palabras en su voz sin voz, y no dudaba de la veracidad rotunda e inamovible de su proclama; el resto de mi vida me parecía poco para poder seguir a su lado, permaneciendo en ese estado mágico en el que la tranquilidad se mostraba aun sin el reclamo de motivos, y estaba dispuesto a cualquier renuncia, a cualquier precio que hubiera de abonar, con tal de seguir en esa magia impagable de ver la vida con los ojos asombrados de quien no ha sabido ver y de pronto encuentra una miríada de colores escondidos y descubre que el horizonte no acaba a dos palmos de la nariz. Todo ello sin palabras. Sin frases célebres de filósofos sagaces. En mi mente, solo, a solas, en manos de nadie. Un paraguas que se atrevió a destacar sin miedo, una chica que no existe, como la lluvia tampoco existe, ni estoy en la calle: estoy en la cama, aún no he abierto los ojos, y recuerdo con todo detalle el sueño. Si es que ha sido un sueño y no otra realidad… Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  17. LOS NUEVOS MANDAMIENTOS En mi opinión, cada persona tiene la responsabilidad y la obligación de crear -y respetar- sus propias filosofías cotidianas, las políticas y las religiosas. También puede y debe crear sus propios Mandamientos. Esta es una idea y sólo un ejemplo de cómo pueden ser los nuevos. SÉ TÚ MISMA Sé una persona de esas que tienen un claro conocimiento de quiénes son, que tienen criterios e ideas propias, que saben defender sus posturas con firmeza pero sin fanatismo ni testarudez, que son capaces de darse cuenta de sus errores, si los tienen, y no cambian de personalidad dependiendo de con quién estén. ADÁPTATE Siente que eres el otro cuando estés con el otro; renuévate, no te niegues la posibilidad de crecer y aprende a sobrevivir en cualquier circunstancia; cambia lo que veas que tienes que cambiar sin miedo. Lo nuevo puede ser enriquecedor. No te opongas frontalmente; sé astuta y adáptate sin renunciar a ti. TEN UN BUEN CONCEPTO DE TI MISMA Siéntete bien contigo, alégrate de los momentos en que puedes estar contigo a solas; valórate con justicia, revisa el concepto que tienes de ti y actualízalo; confía en tus capacidades, y aprende cuanto sea necesario para mejorar como persona; procura desarrollar tu inteligencia; valórate por lo que eres y no por lo que tienes. SÉ RESPONSABLE Responsabilízate de todos tus actos, de todos tus pensamientos, de tu vida. Ten una vida responsable que te pertenezca y que vaya por el camino que tú deseas. Sé responsable de tus estados de ánimo, de tu humor, de tu serenidad, de tus palabras y de tus silencios. BÚSCATE Nunca termines el encuentro con la Totalidad que eres; cada descubrimiento aporta una sensación de paz y de acercamiento a lo que intuyes como el conjunto perfecto, que anima a seguir a pesar de las dificultades que van apareciendo y de los momentos difíciles. APRENDE A DECIR “NO” No permitas que te roben tu tiempo ni tu energía los sinvergüenzas, los iracundos, los encolerizados, los negativos, los crueles, los agresivos, los inhumanos, los tiranos, los aprovechados, los falsos, los tóxicos, los que te menosprecian; ninguno de todos aquellos que te dejan una desagradable sensación cuando están a tu lado. SÉ TU MEJOR AMIGA Si consigues ser tu amiga, serás una buena amiga para los otros. Si tú te aceptas como eres, los otros te aceptarán. Sé comprensiva contigo, y perdónate todo aquello que tengas que perdonarte. Busca tu equilibrio, tu sinceridad, eso tan bello que guardas dentro de ti. Apréciate por cómo eres. Elimina esos pensamientos por los que te encuentras despreciable o poco interesante: eres un ser humano en proceso de perfeccionamiento. Y este es un buen motivo para amarte sin condiciones. CUÍDATE Nadie ha estado en todo instante a tu lado desde que naciste, ni nadie ocupará tu sitio el día de tu muerte, salvo tú. Sólo te tienes a ti aunque parezca que tienes alguien más. La responsabilidad de ti es tuya. Y de nadie más. Esto no sólo quiere decir que no tienes que encargarle a otro esta tarea, sino que es una maravilla que puedas ser tú, precisamente, quien te cuide, quien te mime, quien te aporte caricias y buenos deseos. Cárgate de optimismo y vitalidad, por si llegan momentos duros. No permitas que los otros te agredan, verbal o moralmente. Ten la suficiente fortaleza para no depender de ellos. Sólo tú seguirás contigo, pase lo que pase. VIVE EL INSTANTE Disfruta cada instante, cada momento, cada respiración, cada amanecer, cada música, cada emoción… la vida está llena de instantes, y los instantes cargados de sensaciones. No pierdas ni uno sólo de ellos. Estás aquí para vivir, y no para otra cosa. Disfruta. Sé alegre. Sé consciente. Encuentra la alegría en la vida y en lo cotidiano. Los instantes menos buenos vívelos también con plenitud: son tuyos, te pertenecen, aprende de ellos, o haz con ellos lo que creas conveniente, pero sé consciente de ellos. Los instantes son irrepetibles e irrecuperables, no lo olvides. SÉ AMABLE “Amable”, quiere decir “digno de ser amado”. Es una bellísima expresión. Sé amable. Pórtate de tal modo que puedas ser digna de ser amada. Trata bien a la gente con la que tengas que tratar, sé buena persona, y sé sociable con las personas y cariñosa con los seres queridos. ACEPTA LO QUE ES Y LO QUE HAY El mundo no va a cambiar para ti, pero tú puedes cambiar la visión que tienes del mundo, y puedes aceptar las cosas que son y lo que hay. Son la realidad, aunque no te guste. Luchar contra ello es una batalla perdida de antemano. La utopía no pasa de ser utopía. Céntrate en las soluciones y no en lo que te parezcan problemas. Si no aceptas que estás despeinado, no te peinarás. Si no aceptas lo que es y lo que hay, no podrás cambiarlo. SÉ BUENA Que tu máxima aspiración sea ser una buena persona. El resto de cualidades quedan por detrás de esta. Practica la bondad, potencia lo mejor de ti, sé correcta en tus acciones y justa en tus opiniones, estudia tu espiritualidad, interésate por los otros y por sus problemas. Haz el bien. Estos doce Principios se resumen en uno: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (ya te habrá dado cuenta de que esto lo he copiado), y esto ya sabes lo que quiere decir: que amarás a los otros en la misma cantidad y con la misma intensidad que te ames a ti. Y viceversa. Este otro Principio es un regalo: SÉ FELIZ Que ese sea uno de los motivos esenciales e irrenunciables en tu vida. Que no falte felicidad. Es lo mejor que una puede hacer por sí misma y por los otros, porque la felicidad siempre es evidente y puede ser contagiosa. No hay una apetencia insana en ello, ni una ambición avariciosa, sino el cumplimiento del deseo del Creador. Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  18. EL DESTINO, A VECES El destino, en muchas ocasiones, no colabora en gratificar las vidas, o lo hace ya tarde, o lo hace muy lentamente. Muchos años después, supe que el hombre que soñé con encontrar para mí durante toda mi juventud –el hombre de mi vida-, y en los años que siguieron, y durante todos los demás hasta que nos encontramos justo el día que yo cumplí cincuenta y siete, había estado una vez en mi casa para dejar un regalo que traía para mi madre de parte de una amiga de su mismo pueblo. Por una de esas circunstancias que parecen hechas por el destino con mala intención, aquel día yo no estaba en casa, como era lo habitual, sino que había salido a comprar un trozo de organdí. Él era aquel con quien soñé inútilmente durante tanto tiempo. Estuvo haciendo tiempo innecesariamente alargando el momento de marcharse, porque una de mis primas le había hablado de mí, y, como si fuera una Celestina, había alabado mi belleza y mi gracia. La dependienta me entretuvo largamente mientras él se demoraba en hacer preguntas cuyas respuestas no le interesaban -porque sólo le interesaba yo-, contando cosas que nadie le había preguntado, e inventando cosas para llenar el vacío del tiempo. Cuando se dio cuenta de que era imposible alargar más la situación, y como no se atrevió a preguntar por mí, se marchó y no regresó hasta cuarenta años después, harto de recorrer el mundo y soportar amores sin amor, rendido a la vida, sin ganas de dar un paso más en busca de la felicidad, y con la intención de esperar a la muerte todos los días sentado en una mecedora a la puerta de su casa, con una maleta simbólica en la que había metido los despojos de su vida, sus tristezas –que era lo que más ocupaba-, y una foto de su adorada madre, en blanco y negro, vestida de un luto rotundo y con una cara mortecina en la que la sonrisa era la más notable ausencia. Esta vez sí, el buen destino, cansado de eludirme, y en contra de mi costumbre, me hizo pasear por un desconocido barrio de las afueras donde él se había instalado, y me sugirió, no sé por qué ni cómo, que me acercara a aquel hombre apagado, y que sacara del baúl de las excusas una cualquiera para dirigirme a él. Le dije que me había perdido –yo también, respondió irónicamente él- y que no encontraba el camino de regreso a mi casa –yo tampoco, dijo él-, y que me explicara cómo volver a la ciudad. - Si no me pesara tanto el alma –dijo-, me levantaría ahora mismo y la acompañaría a usted. Sólo conseguí que estirara el brazo indicando una dirección, y me alejé pero con una tozuda promesa instalada de volver otra vez a verle, sin saber por qué. Sucedió dos semanas después. Pasé cerca de donde estaba, y me vio. Levantó la voz para que le oyera. - ¿Todavía no ha encontrado su casa? Esta vez la voz tenía más vida, y la imitación de una sonrisa ocupaba su boca. Parecía otra persona. - La encontré, gracias. ¿Y usted?, ¿se encontró? Me invitó a sentarme a su lado. Hablamos durante mucho tiempo. Y de muchas cosas. - Que sepas –le dije al despedirme- que eres el hombre con el que me voy a casar. Y me quedé tan fresca al decírselo. Sin premeditación, tan espontáneo como debiera ser esto del amor, se lo solté y me quedé tan tranquila. Y no volví la vista atrás para verle en su desconcierto –ni para demostrar mi interés-, mientras enfilaba el camino a mi casa con una sonrisa victoriosa en mis labios, y el futuro claramente definido. La siguiente vez que fui a visitarle – pero varios días después, porque poco a poco se me había ido diluyendo la sonrisa y me había tachado mil veces de idiota y descarada- le encontré endomingado, con una camisa de estreno, repeinado, y oliendo aún a la colonia que se puso a primera hora de la mañana. Una sonrisa ocupaba toda la boca, y sus ojos tenían un brillo insospechado la primera vez que le vi. - ¿Sigue en pie la propuesta? –preguntó él. - ¿La de casarnos? - ¿Había otra? - Aún tienes que seducirme. - ¿No te he seducido ya? - No. En eso soy un poco chapada la antigua. Tienes una larga y hermosa tarea por delante. Y se aplicó en la tarea. Le permití que me amara desde su reiterada inexperiencia, y me empapé a conciencia de su amor tan leve; aprendí a descubrir lo que no decía, o lo que decía con otras palabras, lo que decía cuando no decía, y me hice experta en adivinar sus suspiros, en rellenar sus silencios, y en interpretar las miradas. Me dediqué a saber todo de él, y a contarle todo de mí, sin reservarme ningún secreto, sin dobleces ni enmarañamientos. El amor fue instalándose cómodamente, poco a poco, y parecía sentirse a gusto entre los dos. Así que cuando llegó el día en que me propuso matrimonio, lo único que se me ocurrió decirle, fue “ya has tardado…” Y poco más que decir. O como para llenar libros enteros. Pero no, lo dejo así. El amor está con nosotros. Y que siga. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  19. PERDONAR ES PERDONARSE En mi opinión, la afirmación del título del artículo es plenamente demostrable y tiene su razón. Perdonar, si no se interpreta bien, es un acto de orgullo o de soberbia, en el que uno se reconoce privilegiado con respecto al otro y en superioridad frente a él en relación al asunto que se trata de “perdonar”. Perdonar, en realidad, es liberarse de un acto de soberbia personal dejando que sea el corazón quien resuelva el asunto. Perdonar se convierte así en un acto de amor hacia la otra persona. El ego, ante una ofensa es propenso al desquite, a devolver en forma de venganza el mal o la ofensa que cree haber recibido. Cuando eso sucede es cuando uno, personalmente y por encima de su ego, ha de tomar el mando de sus propios actos y no permitirlo. La persona más misericordiosa es aquella que pudiendo vengarse, perdona. Perdonar no es un acto de generosidad y liberación hacia los otros, sino hacia uno mismo. Es quien perdona el que ya no tiene que arrastrar la incomodidad por lo sucedido. Es él quien da un paso más en su evolución y en su Mejoramiento Personal, porque demuestra tener un corazón compasivo y empático que puede llegar a comprender a la otra persona, y se deshace de la incomodidad que aflige a su propio ego, pero no por contentar al ego sino por liberarse a sí mismo. Perdonar es comprender la ofensa, comprender las razones del ofensor –a veces solo “supuesto” ofensor-, comprender su situación o sus circunstancias. Es desapegarse del motivo de la ofensa, apartarlo, no permitir que altere el bienestar emocional, no adjudicarle una importancia que por sí mismo tal vez no tenga. La indulgencia es la facilidad para perdonar o disimular las “culpas” y “errores” de los otros y en concederles sin rencor la gracia del indulto. Consiste, también, en no ser severo a la hora de juzgar los hechos de los demás. La tendencia habitual del ego es la de sentirse muy ofendido y la de magnificar los hechos, regodeándose en repetir su dolencia por lo ocurrido, mostrándose una y otra vez irritado, insistiendo masoquistamente, llevándolo al grado de injuria grave imperdonable. La benevolencia pone una sonrisa en la boca y en el alma. “Todos somos humanos y nos equivocamos”, nos dice al oído. “Tal vez mañana seas tú el que actúe de tal modo que afecte a otra persona y necesites su perdón”, añade. “Todo es fácilmente perdonable, excepto aquello que se haya hecho con mala intención y con el conocimiento previo de que con ello perjudicaba al otro”, aclara. Tiene razón la benevolencia. “Recuerda no tomártelo como algo personal”, agrega. Lo sé, lo he leído mil veces. Creo que la próxima vez no me alteraré ante las ofensas, seré benevolente con naturalidad, y no será necesario tener que perdonar… porque la ofensa se esfumará por sí misma. Te invito a que tú también lo hagas. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  20. EL CONCILIO DEL PARQUE DE LA LIBERTAD El primero que le encontró fue Eulogio Madroño Romero cuando, poco después de las seis de la mañana, al comenzar su trabajo de Barrendero Municipal, llegó al Parque de la Libertad y le vio, serio y altivo, en uno de los bancos. Le sorprendió porque no es habitual que haya gente a esa hora, todavía oscura, y más aún porque su porte, y la elegancia con que estaba sentado, indicaba que no era un mendigo ni un borracho. Más bien parecía un rey. - Buenos días, señor. - Buenos días. - ¿Se encuentra bien? - Perfectamente. Gracias por su interés. - ¿Necesita algo? - No, muchas gracias. Estoy perfectamente y nada necesito. Eulogio se quedó preocupado. Tanto que, a eso de las dos, cuando terminó su tarea, volvió hasta el banco. Le encontró en la misma postura de estatua; se repitió la breve conversación de la mañana, pero no consiguió arrancarle ni una palabra más. Se marchó a su casa, pero volvió a las cinco de la tarde porque no podía dejar de pensar en él. Le encontró tal como le había dejado. Volvieron a hablar, pero lo único que consiguió es que aceptara beber agua. Se la llevó en una botella. Creyó que por el hecho de habérsela facilitado tenía derecho a más información, a recibir una explicación, porque ya estaba convencido de que le sucedía algo, pero tuvo que renunciar a enterarse de qué era. Comprobó que estaba bien de la cabeza, sus pensamientos eran lúcidos, coordinaba perfectamente, y era tan razonable lo que decía que acabó convencido de que estaba bien y que al final de la tarde se marcharía a su casa. Al día siguiente, poco después de las seis de la mañana, al comenzar su trabajo, le encontró en el mismo banco, en la misma postura distinguida, y entonces confirmó que algo no estaba bien. Observó que se había hecho sus necesidades encima, pero no se había movido del sitio. La botella del agua estaba vacía. Intentó hablar con él, pero no respondió a las preguntas. Sólo consiguió que dijera “es una cabezona, que me pida disculpas”. Dejó la escoba en el suelo y salió corriendo a buscar a los Policías. Por la información que les dio supieron que era Don Aníbal Alba de la Maza, Presidente del Colegio de Médicos desde mil novecientos ocho, de setenta y dos años, desaparecido, según denuncia presentada por su familia, en la noche del domingo “a eso de las once”, poco después de una conversación con su esposa, Doña Gabriela Bismarck de Alba, en la que hablaban de una nimiedad que fue saliendo de quicio hasta el momento en que él se marchó de casa diciendo que “no volvería mientras no aceptara que él tenía razón, y le pidiera disculpas”. Ella, según dijo al presentar la denuncia, pensó que era una tontería, ya que desde que se le va un poco la cabeza, como dijo para suavizar la demencia que le empezaba a gobernar, muchas veces amenazaba con hacer eso mismo y a los pocos minutos volvía. Los policías fueron corriendo hacia el Parque, que estaba muy cerca. Antes de salir, el cabo mandó a uno de ellos a buscar a la familia, y recriminó a los otros por haber patrullado por toda la ciudad y no haber mirado precisamente donde había aparecido. El cabo, después de interesarse por su salud y preguntarle si necesitaba algo, y recibir las mismas palabras que el barrendero, y a pesar de manifestarle la preocupación de su familia, tampoco consiguió que depusiera su actitud, pero tampoco podía usar la fuerza, así que esperó los minutos que transcurrieron hasta que llegaron los dos hijos del doctor, que se abalanzaron sobre él. Se mantuvo en su postura noble. No se conmovió, pero les dijo “es una cabezona, que me pida disculpas”. Intentaron razonar con él pero no depuso su actitud. Trataron de levantarle tirando de sus brazos, para llevárselo, pero no lo permitió. Aceptó otra botella con agua, pero nada de comida. A las once de la mañana se presentó, con gran parte de su séquito, Don León Sobrino Ribera, el Alcalde, quien también fracasó en su intento de hacerle entrar en razón de lo conveniente que era para su salud que cejara en su actitud y volviera a casa. No obtuvo respuesta. Entonces hizo referencia a su posición y su decoro, insistiendo en que no era digno de él lo que estaba haciendo. Tampoco obtuvo resultados. Probó a decirle, como Alcalde y no ya como su amigo personal, que la normativa municipal no permite pasar la noche en el Parque y que los bancos son un bien público que no se puede acaparar. A la mierda la ley, le respondió. Le pidió, por último, que comiera alguna cosa, sólo comeré agua, que aceptara una manta, antes muerto, que se dejara visitar por un médico, yo soy médico, y a las doce y media, después de intentar todos los caminos, desesperado, se fue a atender sus obligaciones. Antes de marcharse, le dijo al oído, para que sólo él pudiera escucharlo, eres un cabronazo, pero Don Aníbal se mantuvo en su actitud firme. Ya lleva cuarenta horas en el Parque, sentado en el banco de piedra; se le habrán dormido y despertado las piernas muchas veces. Se ha vuelto a orinar. Sus hijos siguen suplicándole incansablemente, pero no accede. - Tienes setenta y dos años, déjalo ya y vuelve con nosotros. - No. - ¿Por qué? - Por eso, porque tengo setenta y dos años. A esa hora están rodeados de más de cien personas que asisten al espectáculo. Un periodista ha tomado nota de la noticia, que aparecerá en portada al día siguiente. Uno de los hijos, el mayor, ha ido a su casa y ha hablado con su madre, pero ella tampoco cede y dice que no le importa que pase otra noche en el Parque, ni el resto de su vida. Es un bobón, añade. Se acerca la noche y los hijos piden permiso para encender un fuego ya que sigue emperrado en no taparse, y temen por su salud. Casi todos los curiosos se marchan. Ellos se quedan a su lado. Hacen guardia junto a un retén de Policía. La noche es una noche de confidencias. Pasan todas sus horas hablando, recordando cosas de la infancia, de los colegios, las travesuras... los recuerdos les hacen sonreír porque hay mucha alegría en las cosas que cuentan; sale, cómo no, Gabriela. Al pronunciar su nombre, instintivamente, o por la arraigada costumbre, o por amor, añade una sonrisa más duradera, hasta que se da cuenta y la cambia por una mueca seria muy forzada que varias veces está a punto de deshacerse. La mueca es seria, pero los ojos se derriten de amor. Se pasan el día siguiente a su lado, rodeados de varios cientos de curiosos que han sabido por la prensa lo que está pasando, insisten para que desista, pero él se mantiene en su postura irreductible y en su pose majestuosa. Gabriela Bismarck de Alba ha leído en el periódico la versión imaginativa del periodista, quien cuenta que en un acto de amor y de despecho hacia la mujer de su vida, que le ha dicho que se va a separar de él después de cuarenta y seis años de matrimonio, Don Aníbal ha iniciado una huelga de hambre que no dejará hasta que muera. Durante el resto del día se dedica a alborotar todos los recuerdos archivados, que son muchos y buenos, y se da cuenta de su cabezonería, de cuántas veces han acabado discutiendo por esa tontería suya de tener celos de ese hombre que la ama irremediablemente. A eso de las diez de la noche se pone el abrigo y se dirige al Parque, donde es recibida con asombro por sus hijos y por los curiosos que no han querido perderse el desenlace de la historia. - De acuerdo, cabezón, ganaste. Te pido disculpas. - ¿Sinceras? - Las más sinceras. - ¿No dudarás nunca más de mí? - Nunca. - ¿Me quieres? - Más que a nada en el mundo. Vámonos, viejito, vámonos juntos. Se levanta. Se estira. Entonces le duele todo. Sus muchos años, que le estaban pareciendo ausentes, le pasan factura de contado y le obligan a tambalearse. Ella hace de apoyo y confidente. - Has tardado mucho, cabezona. Creí que me ibas a dejar morir ahí. - No puedo vivir sin ti –declara ella. - Yo no puedo vivir sin ti –confiesa él. Se alejan solos cogidos de la mano. Se enfadan y se quieren con la misma pasión que en los últimos cuarenta y seis años. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  21. EL NIÑO DESAMADO En mi opinión, hay personas que viven con gran insatisfacción una carencia que les es desconocida, en muchas ocasiones inexplicable, que sólo les provoca sufrimiento pero sin delatar claramente su origen, y que –salvo los casos que pueden llegar a hacerse muy claros y evidentes- necesitan de un psicólogo u otro profesional cualificado que les haga sacar a la luz el origen de ese malestar. Hay niños que crecen sanos mentalmente, sin traumas, por supuesto, y mis felicitaciones para ellos, pero hay una gran cantidad de personas que tienen grabados malos recuerdos y malas experiencias en su inconsciente –que en gran parte es el que motiva o desmotiva, el que hace tener fe y confianza o lo contrario, una buena autoestima o no, y una u otra actitud ante la vida-; esas personas, en muchas ocasiones, no saben que el motivo de su desazón, de su intranquilidad ante la vida, de su vacío existencial, es un niño desamado que albergan en su corazón, un niño que no recibió caricias incondicionales, de esas que se le dan a alguien simplemente por el hecho de ser alguien, de las que brotan del corazón y salen reventando de amor, de las que van rebosantes de afecto y el otro las recibe como una bendición porque le llenan su alma de afectos. Hay niños que fueron bien amados y saben en todo su ser que fueron y son apreciados, y eso les proporciona una actitud de confianza y valía para afrontar la vida, viven con una agradable sensación de estar ocupando su sitio en el mundo, de no ser un impostor, y pueden andar por la vida con tranquilidad porque su vida les pertenece. Hay niños que fueron desatendidos sentimentalmente, que no conocieron la sensación de ser incondicionalmente amados porque se les ignoraba en demasiadas ocasiones, porque no se les manifestaba un amor claro y directo que se les grabara en el corazón, porque fueron más criticados que alabados, o porque sólo se les prestaba atención y reconocimientos cuando estaban enfermos o a cambio de que acataran órdenes sin rechistar y de que se callasen cuando querían decir algo. Recibieron una atención triste y fría, que sintieron más como lástima o como migajas de atención que como cariño; se les grabó un vacío, la seguridad de no valer nada y no ser nadie, una inutilidad que les hacía creer que el mundo feliz era algo reservado para otras personas. Lloraron lágrimas tristes y silenciosas, le dieron muchas vueltas al sinsentido de sus vidas, se les cinceló en el alma la idea de que estorbaban… ellos, que eran tan niños, tan solos, tan desatendidos, tan desamados. Hay padres que son buenas personas pero no son buenos educadores. También hay padres dañinos y destrozadores, que agreden con su maligna intención o con su desatención, y de ahí salen hijos que luego tienen que ir mendigando amor, o cariño, o simplemente atención, o que alguien les anime, les quiten de encima un poco del peso de su aflicción, o les den un lugar en la vida que sentir como propio. Esos hijos sentirán una angustia inespecífica por no sentirse queridos, y vivirán con la eterna e incontestada duda de por qué no fueron queridos, y llegarán por lógica equivocada a pensar que son malos –tal como les ha inculcado o insinuado sin palabras pero con hechos-, que no son dignos como personas, que no se merecen nada bueno, y pasarán por la dolorosa experiencia de no creerlo cuando alguien les diga algo bueno de ellos, cuando les hagan ver que no son malos o poca cosa como creen y que su auto-concepto está manipulado y equivocado, cuando les abran el corazón que no vieron abierto en sus educadores. Sufrirán mucho en su vida. Estos adultos que conviven con su niño desamado tendrán que aceptar que aquellas caricias que no recibieron de sus padres -en forma de atención o de amor- no las recibirán físicamente nunca, pero que eso no es muy grave. Ahora deberán amarse por sí mismos, y también recibir con agradecimiento las caricias que otros les den, pero sólo cuando capten que vienen directamente del otro corazón hasta el suyo, cuando sienta su niño interno que de verdad es apreciado, cuando sea capaz de dejar que a través de su coraza de autodefensa entren los sentimientos puros de otros, el abrazo entre los brazos sinceros del afecto, o el bálsamo de las palabras amables y verdaderas. Es posible que necesiten la cooperación de un profesional de la mente para que les ayuden a desembarazarse de los miedos y las inseguridades, para que les enseñen a mostrarse y mostrar sin miedo quiénes son, o a contactar con el niño desamado, a mimarle como nunca antes lo hayan hecho, a des-culpabilizarle, a hermanarse el adulto de hoy con el niño de ayer para emprender juntos el camino de la reconciliación. A este niño que llevan dentro hay que mostrarle comprensión incondicional, apoyo por lo que tuvo que sufrir y por las carencias que atravesó, por haber sobrevivido a todo lo que ha pasado, por haber resistido y haberles traído hasta el día de hoy; hay que ofrecerle protección porque si él se siente seguro y amado uno se sentirá seguro y amado, y bajo ningún concepto y en ningún caso emitir un juicio sobre él ni acusarle de nada. El niño desamado, el desesperanzado, el desilusionado, el desvalorizado, el desgraciado… todos siguen vivos y afectando, y a todos hay que admitirles, abrazarles, y curar sus heridas emocionales. Y esa es la tarea inaplazable e ineludible de cada uno de los que se hayan visto aquí reflejados de algún modo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. 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  22. A MI VIDA LE FALTA PASIÓN En mi opinión, y es una opinión acerca de algo que conozco bien porque lo vivo continuamente y desde hace muchos años, a mi vida le falta pasión. Le sobra costumbres y rutinas, le sobra inconsciencia y abandono, le sobra pereza y desamor, pero le falta ese ingrediente que aporta la magia y convierte lo rutinario en especial, que pone una sonrisa de satisfacción en la boca y en el alma. Sin darme cuenta se me ha ido instalando una leve apatía que ocupa gran parte de mi tiempo y que ha ido desanimando a la ilusión. Ese apasionamiento que antes era espontáneo y continuo se ha ido desencantando –y no sé el motivo real pero creo que es la suma de muchas decepciones y desilusiones-, y en su lugar ha dejado una desgana indolente nada agradable de llevar. Me veo y me siento serio y melancólico la mayoría del tiempo. Es raro que algo despierte un movimiento apenas apreciable en mis labios aparentando ser el conato de una sonrisa pero sin llegar a serlo. Es como si me hubiese hecho mayor pero no de edad solamente, sino de ganas de vivir. Hace tiempo que las cosas no me ilusionan como lo hacían antes. Y no estoy en una depresión ni nada que se le parezca. Es desgana, es desilusión, es desencanto, no sé qué es. Reflexiono. Por supuesto. Esto requiere una reflexión profunda porque la opción de quedarme quieto, rendido, apagado, no está en mis planes y soy consciente de que es mi responsabilidad y mi obligación seguir adelante y seguir del mejor modo posible y con mejor ánimo. Así que…me pongo a buscar alicientes, motivaciones, cosas que aviven mis ánimos y espabilen mis ganas, porque la rendición y esta indolencia funesta no las quiero para mí. Revuelvo mi infancia, reviso mi juventud, repaso mi pasado y busco aquello que antes me hacía feliz, me motivaba, y lo voy anotando en un folio para que no se me olvide. Miro, con mirada nueva y abierta, esas cosas que alguna vez pensé fugazmente que me gustaría hacer y aquellas otras a las que renuncié sin haberlas intentando, y valoro generosamente la posibilidad de hacerlas realidad en este momento. Me doy cuenta de que sólo yo me puedo entusiasmar, que en mi mente y en mi vida mando yo, que soy yo el que decide ponerme en marcha, que soy yo el que decide hacer las cosas o llevarme a los sitios, y esto cala muy profundo en mí -parece como si lo hubiera olvidado- y redescubrirlo ya me empieza a emocionar. ¡Cómo he podido ser tan irresponsable!, ¡cómo me he podido abandonar tanto!, ¡cómo he olvidado que mi vida depende de mí y no de los otros ni exclusivamente de las circunstancias! Estoy a tiempo de reconducir todo esto, de poner orden y añadir propósitos interesantes a mi vida, de encender las luces y poner música, plantar esperanza en mi corazón y ponerme la sonrisa por la mañana y dejarla todo el día. Yo decido. Yo tomo el mando. Yo pongo pasión a mi vida. A mi vida LE FALTABA pasión. Desde ahora no. Te invito a que pongas pasión en tu vida, a que pongas VIDA en tu vida. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  23. DIOS ACEPTA LIMOSNAS Francisco de Sales Supongo que en algún momento de mi vida tenía que vivir una experiencia especial, y fue entonces cuando sucedió. Llevaba unos días reconciliándome con mi deseo y mi necesidad de ser generoso con quien lo pudiera necesitar. Siempre me he quejado de lo poco que me involucro en los problemas y en las necesidades ajenas. Si me encuentro con un pobre por la calle y superando los controles de mis sospechas creo que su penuria es cierta, le hago entrega de una limosna y me alejo rápidamente, como si en vez de dar le hubiera robado. Y cada vez, después de depositar la limosna, reinicio los reproches hacia mí, en silencio pero dolorosamente, porque conozco todos los modos de hacerme daño. LO QUE PASÓ: Tenía mi pensamiento en otro sitio, muy lejos de Madrid y muy lejos del calor agresivo de las tres de la tarde del verano; por aquella calle sólo nos movíamos tres personas. Fue al rodear una furgoneta aparcada sobre un paso de peatones cuando me encontré, inevitablemente, con la figura desmejorada de una mujer; calculé que estaría camino de los cuarenta, aunque dudé si alguna vez llegaría a cumplirlos. Lo primero que pensé al verla, en un pensamiento fulminante, fue que a esa mujer le quedaba mucho que sufrir o poco que vivir. Cualquiera de las dos opciones padecía las mismas posibilidades. Tenía los pies como rotos, con manchas resecas de sangre, mucha suciedad acumulada, y la cara como explotada en algunos sitios. Mostraba sin reparo su desgracia y su abandono. Desde sus ojos tristes vino a mi encuentro una mirada desvalida. En el silencio de ese mirar lastimero había toda una petición de auxilio, toda una manifestación de necesidades, todo un ruego a alguien, quien fuera que se encontrara con aquella mirada suplicante y menesterosa, y todo el relato de un presente trágico, muy distinto de otro pasado más lejano. No sé por qué deduje, sin tener derecho, tantas cosas. Quizás nunca en mi vida haya estado más receptivo, o más comprensivo, o más acertado. Quizás nunca en mi vida he sabido escuchar con tanta atención ni he tenido el corazón más cerca del alma. Pudiera ser que en ese momento la prisa me abandonó sabiamente y me permitió recibir aquel lenguaje que sólo unos ojos saben expresar. O tal vez en aquel instante yo era sólo de carne y hueso, de amor y alma, fraterno y universal. - Deme algo, por Dios -dijo. Pero si no lo hubiera dicho sería igual, porque era una redundancia, era repetir lo que ya pedía toda ella antes de pronunciar las palabras. - Cómo está usted... -compadecí. Casi me atrevo a decir que era la primera vez que oía hablar a mi corazón. Y era un lamento tan sentido, una empatía tan poco usual, que me encontraba extraño estando quieto al lado de esa mujer, mirándola sin prisa y sintiéndola. Por la inexperiencia, no supo mi intelecto cuál era la frase lógica siguiente. Creía recordar que en alguno de mis sermones interiores había decidido que lo siguiente era preguntarle qué necesitaba realmente. Porque tal vez no era dinero sino conversación, o aferrarse a una mano, o que una mirada la viera como ser humano y se lo hiciera saber. Así que mientras todo ese revoltijo se reorganizaba en mi pensamiento traté de mirarla desde su misma posición, tan dolido como ella, y seguí atentamente el balanceo de su cabeza cansada de tanto soportar. Ella no me apuró en mi siguiente paso. Esperó con la paciencia de quien sufre durante todo el día y ante la posibilidad de que le entregue una moneda un desconocido, al que ha solicitado ayuda más por rutina que por esperanza, se tomó el descanso de creer en alguien y estiró el brazo creando un cuenco en su mano derecha. Siguió en su presencia ausente, con su mano implorante como recordatorio, y con la resignación del que no tiene otra cosa que hacer más que esperar y la sumisión del que sabe que todos sus momentos son iguales. Nunca sabré si tenía entre sus pensamientos alguno optimista, con fe en el futuro, o si todos habían huido ante este panorama que en algún momento se presentó en su vida, convirtiendo a aquella niña que fue acunada con tanto cariño por su madre, y en la que depositó sus mejores deseos, en una mujer rota, desolada y hostigada por la vida. Rompió aquella comunicación tan íntima la frase equivocada, la frase que sustituyó a la pregunta serenamente preparada que esta vez tampoco se atrevió a pronunciarse, y le hablé del deseo de que se le mejoraran las cosas, en un tono mercantil, desalmado, en vez de erigirme en grito de amor y preguntarle qué necesita usted realmente. Puse en su mano un billete y emprendí mi habitual huida hasta que mis piernas me paralizaron al oír aquella voz que habló con fuerza. Un rotundo escalofrío me recorrió sin respeto. Mi corazón rebotó desordenadamente. - Yo le bendigo –dijo. Y al volverme para mirarla vi cómo me enviaba con su mano el gesto que formó una cruz. No dijo que le pediría a Dios que me bendijera: no sintió la necesidad de intermediarios. Se supo en posesión de la capacidad divina de bendecir, y lo hizo. El recién nacido escalofrío se convirtió en un terremoto que removió todos mis principios. No supe qué hacer, qué pensar, qué decir. Sólo la vergüenza por un llanto que se aproximaba imparable me hizo volver a andar, huyendo de mí. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
  24. ESPERA ANTES DE VOLVER A EMPEZAR En mi opinión, no es tan sencillo como parece cuando uno se envalentona, tras haber sufrido cualquier tipo de pérdida o desgracia, y se proponer volver a empezar de nuevo de inmediato. Parece que es de muy valientes, pero en realidad es de muy insensatos. Antes de comenzar con un Proceso de Mejoramiento Personal en el que uno quiere recuperarse de una etapa o experiencia dolorosa, o porque uno ha llegado al hartazgo de un modo de ser que no le es gratificante, es necesario tener claras unas cuantas cosas. ¿Cómo avanzar si no sabes hacia dónde quieres avanzar? Es necesario averiguar qué es lo que REALMENTE quieres y, sobre todo, el origen auténtico de tu situación actual. Si vienes de una mala experiencia en las relaciones es conveniente que sepas qué es lo que sí estuvo bien y qué es lo que no quieres repetir, que asumas tu parte de culpabilidad si la hubiera y, sobre todo, que encuentres el sentido y la enseñanza de tus experiencias –porque me parece que ningún sufrimiento es gratuito y todos aportan algo-. Es necesario comprobar si uno ha aprendido y si se ha fortalecido. No se debe seguir adelante sin poner unas bases sólidas sobre las que asentar lo que venga a continuación. Querer huir del pasado sin dejarlo resuelto nos lleva directamente a la repetición de la misma historia. “No puedes esperar resultados distintos haciendo las mismas cosas”, eso dicen que decía Einstein. Si no averiguas qué es lo que quieres cambiar volverás a repetir lo mismo y dentro de poco te verás en la misma situación de tener que recomenzar. Si uno decide volver a empezar por insatisfacciones personales es conveniente que descubra todo lo que pueda acerca de sí mismo, que sea sincero y llame a las cosas por su nombre, que no se auto-engañe (que es el peor pecado que se puede cometer durante el Proceso), y que se prepare para descubrirse incluso cosas aún peores de las que se imaginaba. Lo bueno que tiene la verdad es que no hace pactos con los que quieren engañarse. La otra opción es comenzar desordenadamente, sin rumbo, pero en este caso es posible que se pierda demasiado tiempo en ir y volver, que uno se confunda aún más, y que no se llegue al destino… porque se ha cogido un camino que no lleva hasta allí. Volver a empezar ha de tener por bandera la sinceridad absoluta, requiere la comprensión amable hacia todo lo que haya sucedido hasta ahora, la capacidad de poner un punto inicial real desde el que partir y no volver continuamente a todo lo anterior, salvo que sea esporádicamente y para seguir aprendiendo de aquello. La realidad y la verdad nos van a ayudar si las escuchamos. Nos dirán lo que sí y lo que no. No se dejan sobornar ni participan en auto-engaños. Así que son las mejores aliadas con las que podemos contar. Hay que tener cuidado de no meterse a querer resolverlo todo desde un estado en el que falte la claridad y la serenidad, porque si uno está aún afectado por lo que sea que haya sucedido, le faltará la ecuanimidad necesaria para entender los siguientes pasos. Desde la alteración no hay claridad ni se toman decisiones acertadas. La verdad nos habla de nuestras “equivocaciones” anteriores y es imprescindible escucharlas, para no repetirlas. Y a partir de la toma de conciencia de lo que uno ha sido, de lo que uno es, y de lo que uno quiere ser, es cuando se puede poner en marcha un Plan de Vida con un destino definido hacia el que poder encaminar los nuevos pasos. Paciencia. No pretendas resolverlo todo urgente y desesperadamente. Más vale serenarte, actuar con moderación, tener claridad, buscar información, escucharte más allá de la queja, comprenderte, perdonar y perdonarte… y entonces puedes empezar de nuevo. Te dejo con tus reflexiones… Francisco de Sales Si desea recibir a diario las últimas publicaciones, suscríbase aquí: (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?page=59 Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. (Más artículos en (Palabra Censurada, está prohibido el SPAM)index.php?action=forum)
  25. LA HIJA DISTINTA DE DIOS Francisco de Sales Cuando Dios terminó de crearla en su imaginación, con todo su esmero y paciencia, intuyó que había algo que no estaba bien. No sabía qué era. Aparentemente tenía todas sus piezas, funcionaba el corazón, las piernas se movían y los brazos superaron los controles de calidad. Sin embargo, su intuición de artesano le dejaba una inquietud que percibía en el aire. ¿Qué era? Reflexionó, pero la lógica no le ayudaba. La observó sin prisas, pero seguía desconcertado. En vista de que la respuesta a su inquietud estaba ausente, y convencido de que más tiempo de mirar sin ver no le iba a dar la solución, la envió a la Tierra. Sus padres la habían esperado durante varios años y nueve meses más, y cuando se asomó a la vida ésta la esperaba con todo a su favor. Habían acumulado tanto amor en la espera... tenían preparados millones de besos que ahora, poco a poco, le iban a entregar. Atesoraron para ella sonrisas de adoración, caricias de ternura, suspiros de agradecimiento, miradas de cariño, cuidados exquisitos, y le habían preparado, como un ajuar, un futuro lleno de dicha. Fue imaginada hasta la saciedad cada día, mientras aún estaba en el vientre, y habían sido rediseñados los bocetos también cada día: los ojos, que todavía estaban encerrados tras los párpados; la boca, sin terminar de definir; el cuerpo, aún casi sin cuerpo... Las ansias de verla nacida, la avidez de llenarse de ella, el anhelo de descubrirla, eran tan poderosos que ambos atosigaban al tiempo para que acelerase el momento de romper el dique que la contenía, y rogaban al dios de la urgencia una demostración de su capacidad de convertir un mes en un día, para acelerar el instante de coger en brazos a la autora de sus sueños. Nadie contestó a su ansiedad. Tuvieron que esperar pacientemente hasta que un día, pregoneros del parto que se avecinaba, llegaron unos dolores para anunciar que ya era el momento. En contra de su intención de asustar, los dolores fueron tan bien recibidos que se marcharon urgentemente y su lugar lo ocupó la aceptación del pequeño padecimiento a cambio de la gran satisfacción. Un milagro convirtió en dos a lo que había sido una hasta entonces. La separación del cordón marcó el instante de su nacimiento. Y empezó a vivir. Una noche de tormenta, de truenos y rayos incontables, Dios se despertó al mismo tiempo que la respuesta: ella era distinta. Y entonces, asustado, se dio cuenta de que no iba a encontrar su lugar en este planeta. Dios tuvo que crear un mundo, dentro de este mundo, para ella. Y otro cielo, para que volaran los pájaros de su falta de libertad. Y un mar en el que navegaran tranquilamente sus pensamientos. El día que sus padres tuvieron confirmación de la sospecha que les atormentaba, porque una voz con autoridad doctoral dijo que la niña “no sería como las otras niñas”, un abismo profundo se abrió entre ellos y el porvenir. Los planes se fueron destruyendo a sí mismos; todos los proyectos se esfumaron de golpe, los propósitos cancelaron sus promesas y los sueños fueron despertándose de su sueño, tomaron conciencia de la realidad y supieron el sentido de la palabra imposible. Las palabras del doctor eran la sentencia que parecía poner un triste inicio en el resto de sus vidas. Ellos creyeron entonces que no podrían mostrar su hija con orgullo al resto del mundo y que el desconsuelo no dejaría lugar para el futuro. Ella no se preocupó porque no sabía preocuparse, y no sintió pena porque no encontró motivo por el que sentirla. El universo de sus padres y el de ella, en aquel entonces, estaban totalmente separados. Ella atravesaba las líneas divisorias que ellos marcaban sin querer; se reía de su situación porque no entendía los razonamientos inventados por la lógica; revoloteaba sin rozar la mentira de los cuerdos, sin comprender el pesar desesperado de sus padres, sin creer en la necesidad de sufrir y dolerse porque su mente anduviera por otro lado; ella veía más lejos que el desasosiego inmediato, más profundo que el mar de los llantos, más claro que el reproche cotidiano. Sus padres se culpabilizaban y se preguntaban dónde habían fallado. Gastaban en reproches y en llanto la energía que podía servir para transmitir alegría, comprensión, y esperanza. Destruyeron el optimismo y la rodearon de nubarrones de desgracia y de pena. Ella, en su creación, disfrutaba de una manera espontánea. A falta de los miedos y las tragedias que usaban los demás, su mundo interior sólo salía de su Paraíso para comer, cuando la bañaban... o sea, sólo cuando le rompían la unidad para dividirla en ella y su cuerpo se separaba un poco de la intensidad profunda con que vivía. Era capaz de atrapar entre las manos la felicidad que vive en el aire, y sin mover el cuerpo era capaz de perseguir a los pájaros, al viento, o a la música que se fugaba de los altavoces. Cuando cumplió nueve años aún era un alma sin conciencia del cuerpo que le limitaba algunos movimientos y le mantenía virgen la mente de inquietarse y desesperarse. La fantasía de ella nunca se había tropezado con la realidad y campaba amplia y segura. Si entonces se hubieran caído los velos de la irrealidad, y alguien le hubiera marcado la línea que sólo los cuerdos dicen que existe, quizás hubieran conseguido hacerla más juiciosa, pero... ¿de qué hubiera servido? Su vida no tenía más frontera que el momento en que se dormía. No vivía dentro de un cerco que limitaba al norte con la represión, al sur con la tormenta mental, al este con los miedos al futuro y al pasado, y al oeste con la muerte cotidiana de deseos y posibilidades. No. Vivía dentro de sí y atenta a cada momento, sólo atenta a cada momento dentro de sí, sin distracciones vacuas, sin obsesiones, sin dramatismos, sin tempestades en la urgencia, sin plazos aplazados, sin espera. Vivía como el pájaro, que sólo sabe ser libre. Vivía como la flor, desatenta a sus efectos. Vivía como la mariposa, sin miedo a la muerte cierta. En ese mundo tan personal e intransferible transcurrió ajena a los días y a la gente que le tenía pena. Dios, cada despertar preguntaba por ella. Fue siguiendo todo el proceso, consciente de la peculiaridad del universo de ella, consciente de su unicidad entre la multitud. Ellos, casi sin darse cuenta, fueron aprendiendo a quererla. La única moneda que tenía para pagar a sus padres el amor y la pasión era una sonrisa. Si no hubiera tenido la belleza de la inocencia, tal vez esa mueca hubiera sido desagradable, pero había tanto agradecimiento en esa exhibición de dientes un poco desordenados, había tanta ternura en ese gesto, había tanta aceptación en esa sonrisa, que a su madre le florecían las lágrimas al verla, y no por lástima sino por amor. Las lágrimas habían dejado de ser gotas de ojos lluviosos de aguaceros de incomprensión, para ser expresión de ojos sencillos que lloran como ríen. Dios nunca supo qué tenía que hacer. No sabía a quién pedir perdón, a quién dar explicaciones. No podía expresar su sentimiento apenado. Un día dejó de tener diecisiete años y comenzó los que venían a continuación. Seguía pasando más tiempo sentada en la silla que tropezando por su andar desordenado. Los monólogos que sus padres le dirigían, en los que le agradecían que hubiera nacido así, precisamente así, y en los que le transmitían cuánto habían aprendido de ella, cuánto había crecido el amor hacia ella y hacia todo, cuánto se había ampliado el campo de su visión, como si los ojos se les hubieran hecho más grandes, y cuánto tenían que agradecer a ella y a Dios, aparentemente eran soliloquios a los que ella acudía como invitada ausente, pero su corazón se impregnaba de sentimientos tiernos, dulces, cálidos; su corazón se reblandecía con esas sonrisas de adoración. El corazón de recibir afecto se llenaba hasta rebosar. Atesoraba cada instante, cada gesto, el vuelo de las manos de su madre cuando le contaba algo, el guiño cómplice que le enviaba cada vez que pasaba a su lado, las miradas de tímido enamorado de su padre y el calor que sentían sus manos entre las de él. A veces, sin escucharse, le decía a Dios que no le importaría si tuviera que morirse en ese momento. Era tanto el cariño recibido que ya no le cabía más. Entonces fue cuando estrenó sus lagrimales. Como el más sabio alquimista, sus ojos fueron convirtiendo la felicidad en gotas saladas, y las fueron empujando entre fiestas hacia el tobogán de sus mejillas, y las dieron su beneplácito para que bajaran hasta el suelo en un vuelo que fue capaz de conocer la libertad. La comprensión de su estado especial, haber podido sentirlo desde la sabiduría que aniquila cualquier duda, descifrar la razón de su existencia y ver que su aparente inutilidad había sido útil para sus padres, la compensó de todo cuanto no había conocido y no había experimentado. Sació la necesidad de encontrar el sentido de la vida, se llenaron los vacíos de la incertidumbre, sintió la plenitud que está por encima de todas las demás plenitudes. Se sintió la hija distinta de Dios y su alma se aquietó. Dios se había pasado años dándole vueltas y más vueltas a su preocupación. Decidió que era mejor bajar y personarse ante ella. Contarle cómo sucedió, y lo tarde que era cuando se dio cuenta. Transmitirle su pesar, disculparse por la vivencia que ella estaba pasando. Hablarle de su Amor tan divino y tan humano. La noche que se presentó ante ella, la despertó y estuvieron comunicándose en el idioma de los sentimientos. No dejaron que ninguna palabra rompiera el diálogo de sus miradas tan habladoras. No permitieron ni al aire, que todo lo llena, que se interpusiera entre ellos. No se insinuaron quejas, no se entristeció ninguna sonrisa y el vocabulario se limitó a la palabra amor y sus sinónimos. Surgió una veneración correspondida, y hubo tal deseo de no separarse, que Dios se lo propuso y ella aceptó acompañarle al Cielo. Francisco de Sales (Más poesías y prosa en www.franciscodesales.es)
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