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¿ME PERDONO O ME SIGO BOICOTEANDO?


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¿ME PERDONO O ME SIGO BOICOTEANDO?


En mi opinión, uno de los motivos por los que las personas aplazan el inicio de un proceso de Desarrollo Personal es el miedo inconsciente –o muy consciente en otros casos- a qué es lo que se puede descubrir, o sea, destaparlo y sacarlo a la luz.

Como todos tenemos cosas ocultas que no queremos que salgan a la luz, porque nos ha costado mucho trabajo esconderlas, o porque hemos tenido que hacer un gran esfuerzo para ir olvidándolas poco a poco –ya que nos han provocado tanto dolor…- y como sabemos que el Proceso implica la revisión de todo el pasado, el reconocimiento de todo lo que hayamos hecho u omitido, el enfrentamiento inevitable con ello y con uno mismo y la aceptación de esa realidad… preferimos aceptar lo que tenemos en este momento, que es una sensación triste y dolorosa de fracaso –que, en muchos aspectos, se ha vuelto crónica-, una impresión de haber desaprovechado bastantes cosas en la vida –y por ello un arrepentimiento opresivo y nada gratificante-, un concepto personal de no saber actuar siempre bien –en cada momento y cada circunstancia, cosa que es bastante improbable de conseguir-, y como, por otra parte, sabemos que remover el pasado es caer de nuevo en un estado de pesadumbre, de volver a pasar unos días serios, por eso lo de hacer un repaso de todo el pasado –del que en estos balances uno parece recordar sólo lo malo o darle una preponderancia excesiva a lo que calificamos como malo-, se convierte en una experiencia poco atrayente; casi apetece más convivir con ese concepto personal de que no sabemos vivir, de que no sabemos llevarnos bien con la vida, pero que hay que seguir aunque muchas veces no nos apetezca seguir, y como decimos y sabemos que hay que aceptar el pasado, pero es mentira o es solamente una teoría, porque no somos capaces de una aceptación plena, con humildad y con la cabeza alta al mismo tiempo, y comprender de corazón y en el corazón que la vida es un continuo aprendizaje, que nadie nace enseñado a vivir y nadie nos proporciona esa clase magistral donde aprender, pues vivir se convierte en una tarea difícil.

Y si uno ha sido tan osado que en algún momento se ha propuesto hacer un proceso de Desarrollo Personal y se ha puesto a hacer un repaso de la vida y recordar cosas, que es como se debe hacer, enseguida son las menos agradables las que toman preponderancia y ocupan en exclusiva casi todo el pasado, echándonos en cara aquellas de las que no nos sentimos orgullosos precisamente, y ante el panorama de esas cosas que hicimos –que hizo el que éramos entonces, no el que somos ahora-, tiramos la toalla por adelantado porque vemos que es una tarea ardua, áspera, y pensamos que por lo menos hemos sido capaces de llegar a soportarnos, y a tolerarnos más o menos, pero, aunque lo estemos deseando, pensamos que es imposible que llegue el día en que seamos capaces de darnos un abrazo sin ningún tipo de reproche, en que seamos capaces de amar al yo de nuestro pasado; vemos  improbable el día en que nos miremos al espejo con una sonrisa, y que el riguroso exigente que nos habita emigre a otro mundo, liberándonos de su tiranía oculta.

Ya nos gustaría ser como otras personas, que aparentan tranquilidad y aceptación –aunque no sea cierto- pero cometemos la torpeza de ser tan inconscientes de comparar nuestro lado pesimista y triste –que todos lo tenemos- con la fantasía que hemos creado en nuestra percepción al imaginar que la vida del otro es espléndida.

La vida tiene momentos esplendorosos, momentos que erizan el vello, y emociones tan grandiosas que provocan el más agradable de los llantos, y momentos duros, despiadados, que provocan llantos desoladores, y así andamos, de una a otra emoción y de uno a otro momento, viviendo, siguiendo en esto de vivir, pero sin llegar a sacarle toda la esencia, enredados a veces con disquisiciones inútiles, y enredados en pensamientos que no nos llevan a ninguna parte buena. Pero es en esto en lo que hemos convertido la vida.

Lo que subyace en el fondo es una excesiva exigencia hacia nosotros mismos, una intolerancia rigurosa e innecesaria, una sensación indefinible pero que tiene que ver con no encontrarse a gusto del todo con uno, de no estar en paz, de una incomodidad con la propia compañía.

Y somos víctimas y padecemos esa exigencia de la perfección absoluta que nos crea una tensión en el vivir que no nos deja relajarnos. Tenemos miedo de nuestros propios reproches por aquello que no sale tal como prevemos.

Tenemos el castigo siempre a punto, como una espada de Damocles suspendida sobre nuestra cabeza, pendida de un hilo frágil que se puede romper con la mínima desazón que se nos despierte, y no somos capaces de salir de esa costumbre de castigarnos por el más pequeño de los fallos, de ser intolerantes con ellos, con los mismos fallos que en los demás vemos como algo natural, comprensibles, humanos, y que en los otros somos capaces de perdonar y aceptar sin esfuerzo y sin recriminación.

Es un gran absurdo convertir la convivencia con uno mismo en una relación tensa, inflexible, cuando debiera ser de una camaradería inquebrantable donde uno desea lo mejor para sí mismo.

Es una buena decisión hermanarse consigo mismo, hacer un pacto de buena avenencia, utilizando una comprensión amplia y generosa, y una colaboración permanente para hacer de la vida propia un lugar hospitalario, agradable, y de la relación personal algo envidiable de lo que sentirse orgulloso.

Y lo mágico de esto, lo realmente hermoso, es que sólo depende de uno mismo y está al alcance de cualquiera.

No está reservado solamente para los hijos de los Reyes, para los mimados de los Dioses, para unos cuantos privilegiados, y no hay que esperar que otro se digne otorgarnos ese beneficio, sino que uno mismo, poco a poco al principio, y luego con más intensidad y regularidad, puede y debe iniciar el proceso de reconciliación, andar de su propia mano, velar por sus propios intereses, darse el abrazo que selle el compromiso, y Vivir.

 

Todo lo anterior es profundo, es duro y es cierto. Merece una nueva revisión y un compromiso por tu parte.

Te dejo con tus reflexiones…

 

Francisco de Sales

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