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CONVERSACIONES CON GUAU


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CONVERSACIONES CON GUAU

 

 

Guau es el muy anciano perro de una querida amiga.

 

Tiene el equivalente a 126 de nuestros años.

 

Cuando le miro, veo sus ojos diciendo adiós a cada minuto, porque no sabe si llegará al próximo.

 

Me agacho a su altura, cojo su cabeza entre mis manos, le acaricio con una ternura que pocas veces uso, y le hablo/me hablo de la muerte que para él es una experiencia próxima, y para mí es una asignatura pendiente.

 

Lo confieso: le he pedido, y más de una vez, que cuando esté allí me haga saber, como sea, qué es lo que ve o lo que pasa, qué hay allí, con quién se encuentra. Sé que es una tontería, pero a pesar de ello, y de lo muy sensato que soy, se lo pido.

 

Tal vez estoy un poco desesperado con esto de estar convencido, por una parte, de que todo se acaba cuando uno muere y, por otra parte opuesta, confiar con una cierta desesperación en que tiene que haber algo más.

 

No sé si le habré hecho demasiadas preguntas a Guau y si se acordará de todas. En realidad, confío en que me dé una respuesta, tal vez sin palabras, que conteste a todas ellas.

 

Es un sentimiento lo que deseo recibir. Algo en lo que mi pensamiento no pueda inmiscuirse, en lo que el razonamiento no pretenda opinar desde su limitado conocimiento; algo que más adelante no necesite ser cambiado por frases, y que no me mantenga mucho tiempo perdido en los vericuetos volubles de mi mente.

 

Guau adivina mis preguntas sin voz, no tengo duda, aunque ya no le quedan fuerzas ni para asentir.

 

A veces me da la sensación de que se ríe muy seriamente de mí. Y que me mira desde una atalaya de la que yo estoy lejos. “Pobrecito”, puede que piense, “tan interesado en la muerte cuando es algo sin importancia”.

 

Pero, por desgracia, he sido educado muy confusamente en los asuntos religiosos, y he encontrado demasiadas contradicciones y demasiadas mentiras como para seguir confiando, y mi mente racional se niega a aceptar dogmas e imposiciones, y no le apetece dejarlo todo en manos de lo que otros –o sus miedos o sus errores- piensen, o de lo que se ven obligados a pensar.

 

Así que si me opongo a lo que me han impuesto/enseñado y digo que no creo que haya algo más allá de la vida, o que dudo del Cielo y los angelitos, o que me deja indiferente la opción del infierno, y entonces la parte de mi conciencia que está amaestrada me acusa de rebelde o revolucionario, de apóstata o hereje, y de estar perdiendo todas las opciones de salvación.

 

Si me declaro en una situación de agnosticismo (AGNOSTICISMO: Actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia), los miedos inculcados por la iglesia cristiana se me presentan y no me dejan salirme de lo que me impusieron.

 

Guau me mira con una cara que parece decir que no le importa lo que le estoy contando, pero también parece que sonríe discreta y compasivamente por mis divagaciones y preocupaciones, aunque tal vez me mira desde sus muchos años y me dice que todo esto que aparenta ser tan grave en realidad no lo es, y que hay asuntos en los que la mente se inmiscuye y se embarra porque no son asuntos que le competen ya que no está preparada para ello. También me ha parecido que me decía que le pregunte por todo esto al corazón y no a la mente. Y tal vez tenga razón.

 

A Dios no se le puede pensar, sólo se le puede sentir.

 

Los asuntos de la divinidad, incluso los de la propia e innegable divinidad, no son accesibles desde la mente. Sólo la intuición o nuestra arcaica sabiduría interna están capacitadas para acceder a ese asunto.

 

Vivir es dudar. La duda siempre está presente. Y esto no sé si lo he pensado yo o me lo ha enviado Guau.

 

¡Qué lío tengo en la cabeza!

 

Me vencen los miedos, me descorazonan las dudas, me desconcierta mi desconcierto, no soy capaz de poner orden en mis ideas…

 

Supongo que ya conoces alguna de estas sensaciones, así que no afirmo nada de lo que he escrito –salvo que hablé con Guau-, ni doy nada por resuelto, ni he tomado una decisión, ni he concluido nada de nada.

 

Sigo esperando que la luz se presente ante mi continua llamada o que mi corazón por fin lo sienta indiscutiblemente.

 

Sigo pidiéndole a Dios que se convierta para mí en innegable, y a las dudas que emigren a otra mente, y a la verdad que esté siempre presente, y a mis miedos que no sean tan cobardes, y al amor que no me abandone, y a ti… que NO dejes de buscar y buscarte.

 

(Perdona por el caos. No me hagas caso)

 

 

Te dejo con tus reflexiones…

 

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