cotonaranjo Posted March 12, 2013 Report Share Posted March 12, 2013 (edited) Hola a todos. Este es mi primer posteo y en realidad no sé qué más agregar jajaja. Bueno, les dejo mi cuento. Agradeceré cualquier comentario. Saludos “No necesitasaber como yo, puede vivir en el desordensin que ninguna conciencia de orden la retenga.”Rayuela. IEl bus avanzaba a través de la dilatada pampa argentina apaso firme. Sin embargo, por la ventana, Claudio, veía que el paisajepermanecía estático. Sentía que el bus se inmiscuía en una especie de sustanciaatemporal y cristalina que frenaba el avance del bus. Sólo las plantas y, enmenor medida, las casas que estaban cerca de la carretera le hacían entender queel bus iba a gran velocidad. Pensaba en ésta contradicción visual mientras sedejaba arrastrar por el cansancio hacia el sueño. Sentado junto a él estabaManuel, quien dormitaba con su cabeza apoyada en la ventana. Claudio conoció aManuel en la escuela y fueron compañeros durante los últimos cuatro años. Duranteese tiempo no fueron buenos amigos, ni siquiera amigos, sólo conocidos. Fue enla universidad cuando comenzaron a entablar una relación que podría llamarseamistad. A veces Claudio se preguntaba por qué no se habían hecho amigos antesy la respuesta la obtenía en seguida: eran personalidades diametralmente opuestas.Sin embargo, compartían el mismo humor, por lo que sólo necesitaron un par dehoras –más una insignificantecantidad de cervezas– para terminar siendo buenos amigos.La universidad no sólo marcó el inicio de la amistad entreellos, sino que también fue la primera vez que Claudio se enamoró.Paulina era una muchacha dueña de una belleza disimulada porsu joven edad. Era la menor del curso y sus rasgos, principalmente redondos, obedecíana la lógica de los frutos que necesitan madurar para alcanzar la plenitud. Subelleza estaba en estaba en estado potencial, como una bomba de tiempo. Y fueeso lo que Claudio notó en Paulina. Vio su necesidad de madurar para cumplircon esa promesa invisible. Al mismo tiempo, la vislumbró creciendo más allá deesa necesidad, escapando de las limitaciones de la ingenuidad propia de lajuventud para caer en otro tipo de necesidades que estaban fuera del alcance desu imaginación. Pero, tras todo esto, un grito solapado de auxilio que resonabaen los oídos de Claudio como el eco que produce un grito en un acantilado, yque crecía cada vez que la escuchaba hablar. Paulina era una muchacha inteligente,eso lo comprendió de inmediato con sólo cruzar un par de palabras con ella,pero era incapaz de reconocer que necesitaba ayuda. Y él lo intentó durante loscuatro años en que estuvieron juntos, pero fue incapaz de siquiera hacerlenotar su necesidad. Como si ella quisiera que no la ayudaran, pensó. Entonceslas cosas se desgastaron y ella dijo no más.−Estos asientos son una mierda –murmuró Manuel mientras seacomodaba, se dio media vuelta, apoyó su cabeza en el respaldo del asiento y sedurmió al instante. Claudio miró por la ventana. Parecía un infierno allíafuera. Un infierno desolado y blanco. Insalvable, pensó. Llevaban cerca de cuatro horas de viaje y aún les quedabansiete más para llegar a Córdoba. Manuel seguía dormitando pero ya no tenía elcostado de su cabeza apoyado en el respaldo del asiento. Había asumido lo que parecíauna posición más cómoda apoyando su nuca en el respaldo de la silla yextendiendo sus brazos sobre sus piernas. Claudio no tenía sueño puesto que loúnico en que podía pensar era en Paulina. Las imágenes y situaciones de esoscuatro años atravesaban su mente con un vigor enfermizo y descontrolado, dueñasde una vitalidad impropia a sus fuerzas. Eran muchísimas imágenes que transcurríanen una fracción de segundo. La vorágine abstraía a Claudio del resto, de manerasimilar como si se encontrara en una isla. O en un bus que viaja a velocidadinfinita pero que no avanza, pensó.Esta hemorragia de pensamientos lo acometía con mayorfrecuencia desde que terminó su relación con Paulina, aunque bien la afluenciade imágenes no sólo se limitaba a su relación con ella. Sus cavilaciones solíanabarcar terrenos más superfluos, como su relación con sus demás compañeros e,incluso, sus estudios universitarios. Fueron bastantes tardes en las queClaudio sopesó la alternativa de dejar su carrera y comenzar otra; cualquiera,daba lo mismo. Entonces recordaba que sólo estaba a dos años de terminar susestudios, dos años y luego podré hacer lo que en realidad me gusta, pensaba.Sólo así podía continuar. Pero, ¿para qué hacer todo esto, si en cualquiermomento alguien vendría y diría “no más” y se acabaría todo?, pensaba. Entoncesdecidía no seguir pensando. IIManuel despertó a Claudio sacudiendo su hombro. Llegamos, dijo. Claudio pensó queestaba bromeando; en su mente tan sólo habían transcurrido un par de minutos.Abrió los ojos y vio que ya era de noche, revisó su reloj: habían transcurrido6 horas. Por la ventana pudo distinguir algunos buses de distintos colores.Había familias, viajeros solitarios y parejas que se despedían o saludabandependiendo de la ocasión. Manuel hizo notar a Claudio que ya casi todos lospasajeros estaban afuera del bus, esperando en una fila por sus maletas. Vamos,dijo Manuel mientras lo empujaba. Bajaron y se formaron en la fila.El terminal constaba de una pequeña loza de concreto en laque cabían 6 o 7 buses y, de forma paralela al andén, varios puestos de comiday agencias de viajes. Cuando estaban del final de la línea, Manuel escuchó a unmuchacho decir que era la primera vez que se encontraba en Carlos Paz. CarlosPaz, pensó. Pidió permiso a la pareja que estaba enfrente y le preguntó al queestaba entregando los bolsos si estoera Córdoba. El joven dijo: no, che, que todavía falta. Claudio estaba ajeno atodo lo que estaba pasando, por lo que se sorprendió cuando Manuel le dijo quevolvieran al bus. Te explico todo arriba, vamos, dijo Manuel. Sentados ymirando por la ventana Manuel le dijo que no estaban en Córdoba sino que enCarlos Paz. ¿Y cuánto falta para Córdoba?, preguntó Claudio. No sé, dijoManuel. Se subieron un par de personas y el bus recobró cierta vitalidad con elbullicio de las conversaciones. Ahora si estamos perdidos, pensó Claudio. Alpoco rato estaban en carretera y Manuel vio un cartel que decía “Córdoba 40kilómetros”. Claudio respiró aliviado. La fachada del hostal, alta, blanca y sencilla, escondía, tras pasar por el largo pasillo de entrada (a Manuel le dio la sensación de que estaban entrando a una taberna clandestina), un amplio hall central iluminado con dos focos fluorescentes. Ocupaban la sala un gran mesón con un computadorencima más una mesa más pequeña que también tenía un computador. Sin embargo lahabitación parecía impersonal y vacía. El hombre que estaba sentado tras elmesón y miraba atentamente la pantalla del computador sólo notó la presencia deClaudio y Manuel cuando estuvieron frente a él. Claudio preguntó el precio poruna noche, tenía pensado buscar un hostal más cerca del centro. El hombre, quese llamaba Allan, les dijo que el precio era de 60 pesos por cada uno. AClaudio y Manuel el precio les pareció bien y pagaron. Allan tomó los 120 pesosy los guardó con cuidado en el cajón que tenía el mesón. Luego les preguntó susnombres y los ingresó a la computadora. Habitación once, les dijo, con unespañol que sólo podían tener los que por lengua madre manejaban el inglés.Subieron por una escalera en espiral hasta el segundo piso secundados porAllan. Dieron un pequeño paseo antes de llegar a la que sería su habitación.Pasaron por el balcón interior que miraba hacia el patio central; por los bañosrecubiertos de azulejos blancos, cuyo olor a cloro se podía sentir a ladistancia y por las demás habitaciones que estaban vacías. Mientras avanzabanhacia la habitación once, Allan les narraban pequeñas anécdotas sobre su vida,como que nació en Boston y que a los veinte años juntó plata y se fue, junto asu hermano, Thomas, a recorrer América, y que al principio del viaje no teníaidea qué iba hacer, en qué trabajar (pese a que había estudiado biología marínay que pensaba que eso era algo firme, dijo con cierta ironía.) pero que cuandollegó a Argentina, sin un peso, se dijo que eso no importaba, que tenía queseguir moviéndose. Como el tiburón, quien si no lo hacía se moría, dijo. Y aquíestoy. Sonrió mientras señalaba con sus manos hacia ninguna dirección enparticular, tratando de abarcar a todo el hostal con su gesto. Claudio y Manueltambién sonrieron pese al cansancio de casi doce horas de viaje. La habitación once era una pieza de paredes blancas conmanchas de humedad finas. Una puerta alta de madera frágil daba el paso a unbalcón con vista a la calle Entre Ríos. Allan los invitó a elegir uno de loscuatro camarotes que había en la habitación. Dejaron sus mochilas en el que estaba más próximo a la puerta. Claudiose dirigió hacia el balcón. Antes que Allan se marchara, Manuel le dijo quenecesitaba usar el computador que estaba en la entrada porque tenía que revisarsu correo. Está bien, sígueme, dijo Allan, y salieron de la habitación sin queClaudio los oyera.Desde el balcón, Claudio vio la calle Entre Ríosprácticamente vacía. Eran pocos los peatones que caminaban hacia, pensó Claudio,el centro de la ciudad. Detuvo su atención en una pareja que se encontraba a ladistancia y que por la oscuridad apenas podía distinguir sus facciones. Podíanser cualquiera bajo ese manto oscuro de anonimato. Cualquiera, incluso Paulinay él. Un escalofrío atravesó su espalda y desvió la mirada para perderlos devista. Sin embargo, ya era demasiado tarde: el torrente de imágenes y recuerdosde esos cuatro años junto a ella comenzó su insalvable avance. La pareja doblóal llegar a la esquina de la calle y desapareció. Al mismo tiempo, unas gotasde agua cayeron en la baranda del balcón y Claudio las secó con la mano. Volvióa entrar a la habitación y cerró la puerta de madera. Se acostó en la camasuperior del camarote y se quedó mirando el techo, estuvo así hasta que Manuelregresó. −Claudio, Claudio− dijo Manuel, tratando de saber dónde sehallaba. Claudio no respondió, seguía embobado mirando el techo. Manuel miró lacama superior del camarote y allí lo encontró.−Claudio, me respondieron el correo.Tengo la entrevista este viernes.Al ver que Claudio no reaccionaba, Manuel lo meció por el hombro. − ¡Claudio!− dijo Manuel asustado. Claudio giró su cabeza como un autómata y miró a Manuel. −¿Qué entrevista?− dijo Claudio. Su voz era frágil. −La entrevista de trabajo− dijo.−Ah, verdad… −dijo Claudio, luego agregó – ¡Qué bien! –y esbozó una sonrisa.−¿No es verdad? Al principio pensé que no me iban a llamar− se rio.−¿Este viernes? Eso es en tres días más− dijo Claudio.Manuel se puso serio y le respondió que sí, que intentócambiar la fecha pero que no se encontraba en posición de negociar y que,además, no se atrevía. Lo lamento, agregó después. No hay problema, dijoClaudio, no te preocupes. A la mañana siguiente, Claudio se despertó por el bullicioque provenía de la puerta que daba hacia el balcón. Revisó la hora en su reloj:eran las once y media. Echó un vistazo a su alrededor. La habitación estabacompletamente iluminada y le pareció más espaciosa. Las huellas de humedad enlas paredes, que en la noche se podían identificar con claridad, habíandesaparecido casi por completo y ahora apenas quedaba rastro de ellas. De un salto bajó del camarote y de inmediatonotó que estaba solo. La cama de Manuel estaba completamente desarmada. Lassábanas enrolladas en la almohada, el colchón sobresaliendo del somier y,cubriendo la mitad inferior, su mochila. Claudio trató de recordar a qué horase había quedado dormido. A eso de las tres, cuatro, pensó. Salimos a dar unavuelta, recordó. Subimos por Entre Ríos hasta Chacabuco, compramos algo paracomer y volvimos al hostal. Había un pequeño grupo en el balcón que da hacia elpatio central. Manuel se les unió, pero él no tenía ganas de hablar; es más, notenía ganas de nada, pensó. Entonces, cuando Claudio le dijo que él mejor seiba a dormir, Manuel lo miró con una cara que no supo interpretar. ¿Todo bien,compañero? Sí, sí, todo bien, solo que estoy un poco cansado, respondió. Levantósu mano en un escueto saludo y se perdió en la oscuridad del pasillo. Sinembargo, al día siguiente, casi todos sabían su nombre pues Manuel se habíatomado la atribución de presentarlo. No quería que se quedara fuera de todo elproceso, en parte porque se sentía culpable (por su entrevista tendrían quedevolverse antes de lo planeado a Chile), y en parte porque entendía por lo queestaba pasando. Como si estuviera mirando una vieja película, reconocía enClaudio actitudes suyas pero que hasta ese momento le eran irreconocibles. La empatíano nace de vivir las mismas cosas sino que de entenderlas, y eso pasa después de un largo rato que para algunosnunca llega. Sin embargo, Manuel no encontraba las palabras para convencer aClaudio de que se quedara a compartir con los demás. Por eso dejó que semarchara. Claudio bajó lasescaleras y encontró a Manuel hablando con Allan, quien le preguntaba dóndepodría encontrar un lugar para comer. Al verlo, Allan, lo saludó efusivamente:¡chileno! dijo e intentó abrazarlo. Esto, a Claudio lo sorprendió, por lo quereaccionó de forma brusca; el resultado fue un choque descoordinado de brazos.Manuel sonrió. Ya está mejor, pensó.Hicieron el mismo recorrido de la noche anterior: subieronpor Entre Ríos hasta llegar a Chacabuco. En un quiosco de la esquina, Manuelcompró cigarrillos y preguntó dónde quedaba la calle Vélez Sarfield. Tenemosque seguir caminando, le dijo a Claudio. El sol del mediodía los acompañódurante todo el camino, elevando la temperatura poco a poco. Se preguntaron cómolo hacían esos pocos argentinos que, ataviados en trajes de oficina, pasaban raudoshablando por sus celulares y que no mostraban ni un rastro de sudor en su cara.Claudio hizo una broma al respecto y Manuel rio despacio. Caminaron cerca dedoce cuadras, pasando por negocios, tiendas de ropa, puestos de panchos, unoque otro supermercado y hablando de cualquier cosa. Claudio no quería hablarsobre la noche anterior porque pensaba que Manuel estaba enojado con él. Nosabía muy bien por qué, pero tenía una rara sensación al respecto. Era como siManuel lo estuviera evitando, ya que respondía a todas sus preguntas conmonosílabos. ¿Qué te pasa?, preguntó Claudio. Manuel no respondió y Claudiovolvió a preguntar, esta vez un poco más fuerte. Manuel lo miró como saliendode un trance, botó el humo del cigarro por boca y le dijo que estaba bien, soloun poco cansado porque la reunión de anoche duró hasta las 7 de la mañana.Entonces Claudio se calmó y dijo: ¿no estás enojado conmigo? Manuel lo miró yasintió un molesto. ¿Por qué?, preguntó. Roncaste toda la noche… y más fuerte,no sé cómo no te echaron del hostal. Y soltó una risa que flotó como humo.Claudio también rio. La calle por la que iban era cruzada por otras calles máspequeñas. Algunas venían torcidas y se enderezaban al momento de desembocar;otras, rectas como dagas, cortaban la calle a la mitad y seguían hasta perdersea lo lejos. Pasaron por la Manzana Jesuítica y llegaron a la calle Vélezexhaustos. Subieron en dirección norte. La calle Vélez albergaba una grancantidad de tiendas de negocios y terminaba en una pequeña rotonda. Era unainfinidad de calles las que terminaban o empezaban en la rotonda, como lostentáculos de un pulpo. A Claudio todo esto le pareció un completo caos peropensó que desde un punto alto todo tendría sentido, y que incluso sería unahermosa postal. Tal vez era eso lo que le sucedió a Paulina, pensó. ¿Qué tal siella no podía entender porque era incapaz de ver las cosas desde arriba? Estepensamiento lo paralizó con la fuerza de una revelación. Manuel notó deinmediato su cambio de humor. Estás mejor, dijo. Sí, estaba atascado en unatontera, respondió. Almorzaron en unrestaurante que estaba cerca de la rotonda.III Manuel estaba fumando en el balcón de su habitación yobservaba hacia la calle. Con sus ojos, repitió el recorrido que habían hechocon Claudio de regreso hasta el hostal. Empezó mirando hacia el horizonte,donde creía que estaba la calle Vélez. Dio una bocanada al cigarrillo y antesque botara el aire ya estaba de regreso. Trató de pensar en lo que lepreguntarían en la entrevista. Había participado en muchas, y cada una resultóser diferente. Sería imposible adivinar lo que le preguntarían en esta, pensó. Diootra calada al cigarro y miró hacia el horizonte. Da lo mismo, pensó. Laspreguntas no importan, dijo y botó el humo por la nariz. Tienes que ser como eltiburón, dijo despacio y apagó el cigarrillo. Volvió a entrar a la habitación yse percató de que había una mochila sobre el camarote que quedaba frente alsuyo. Era una mochila grande de color negro. Probablemente habrá ropa para unmes allí, bromeo. Y bajó hacia el primer piso. Vio a Claudio frente al computadory a Allan que veía un partido de futbol en la sala de televisión.−¿De quién es de la mochila que está en la pieza, Allan? −preguntó Manuel.−De una muchacha nueva− respondió, sin prestarle muchaatención− Llegó cuando ustedes estaban en el centro.−¿Y cómo va el partido?Al escuchar esto, Claudio miró hacia donde estaban. Manuel escuchó el sonido del mouse. No fueron más de tres clicks.−Ganando 2 a 0− dijo Allan.−Excelente− le respondió.Cuando Manuel llegó junto al lado de Claudio solo pudo ver elfondo de escritorio en la pantalla.Volvieron a salir al centro. Llegaron más lejos de la calleVélez, hasta la cañada. No hablaron mucho; se limitaron a comentar losedificios que veían y una que otra muchacha que pasaba junto ellos. Manuelcontó un par de chistes que fueron recibidos por Claudio con una risacondescendiente y falsa. Luego de eso le preguntó, ¿qué te pasa Claudio, es quetodavía sigues pensando en ella? Claudio se hizo el desentendido y sugirió quevolvieran al hostal. Caminaron en silencio. Llegaron al hostal cuando ya no quedabarastro de sol en el cielo y una luna enorme comenzó a asomarse por elhorizonte. −¿Te vas mañana, Manuel? – preguntó Claudio. Estaban en lahabitación, cada uno acostados en su cama. Al entrar notaron que el resto delos camarotes estaban ocupados. Manuel vio en seguida la enorme mochila negra.Estaba abierta. Distinguió una caja con cosméticos y una buena cantidad delibros. Sobre la cama, yacía una copia de Rayuela abierta con las hojas haciaabajo. Al verlo, Claudio, sonrió y dijo qué buen libro.−¿Manuel? –volvió a preguntar Claudio−¿Te vas mañana? −Sí− respondió Manuel.−Voy contigo.Desde afuera se escuchaba el murmullo de una pareja queconversaba. Hablaban tomándose su tiempo: largos silencios eran interrumpidos por acotaciones breves y una que otra risa cómplice.Claudio escuchó que Manuel se levantaba, y sin decir nada éste se sentó en la cama.−No creo que sea buena idea− dijo Manuel− No tienes motivo para regresar.−¿Cómo sabes que no tengo motivos? – interrumpió.−Por favor, planificamos este viaje sabiendo que ninguno de los dos tenía cosas que hacer. Lo de la entrevista fue algo inesperado y ya te pedí disculpas por eso.−¿Piensas que voy a pasar el resto de los días acá solo? No digas tonteras− respondió Claudio.−No tienes motivos para estar solo. Casi todos saben tu nombre, yo se los dije. Solo tienes que salir y decir hola, no es tan difícil. Habla con alguien.Hubo un silencio. Afuera la pareja se reía a carcajadas.−¿Ves? –dijo Manuel−Podrías estar afuera conociendo gente envez de estar aquí, mirando el techo. Para eso te hubieras quedado en Chile.Manuel se levantó y quedó de espaldas hacia Claudio. Se encaminó hacia la puerta.−Es fácil para ti−dijo Claudio.Manuel se detuvo.−Voy afuera−dijo.Claudio quedó solo en la habitación. Afuera, Manuel, fue recibido con un afectuoso ¡Chileeeenooo!Pues sí, para Manuel todo era más sencillo; él podía ir ysentarse en medio de aquella pareja, decir algo y ser gracioso, pensó Claudio.Pero él no, porque siempre estaba pensando, reviviendo, creando resultadosdiferentes para el fin de esos cuatro años. Se estaba ahogando en un marficticio. Se hundía y todos podían verle, pero nadie se atrevía a arrojarle unsalvavidas. Y él tampoco quería que le lanzaran uno.Mientras pensaba todo esto, una muchacha entró en lahabitación. Prendió la luz y el brillo sacó a Claudio de sus cavilaciones. Hizoun gesto con su mano para cubrirse los ojos. Ante esta reacción, la muchacha lepidió disculpas. Su voz era suave y su acento no era argentino. No tepreocupes, dijo Claudio. Cruzó la pieza con agilidad y se acostó en la cama,luego de correr la gran mochila negra que estaba encima. Tomó la copia deRayuela y comenzó a hojearla. Claudio seguía pensando y mirando hacia el techo,fue el sonido de las páginas lo que lo distrajo: un crepitar cálido como el delfuego. Es un buen libro, dijo. Ella bajo el libro y respondió: recién estoyempezando. ¿Debo leerlo en orden o según el tablero de dirección? Claudio pensóun momento. Según el tablero de direcciones, concluyó. Muy bien dijo ella,gracias. Pero lee el capítulo 21 primero, como recomendación, dijo él. ¿Porqué?, preguntó ella. Porque es el mejor del libro, dijo. De pronto, desdeafuera, se escuchó la voz de Manuel, luego carcajadas. Claudio se sentó en elborde de la cama y miró a la muchacha. ¿Por qué no estás afuera, en la fiesta?,dijo. No lo sé, dijo ella. Puso el libro en su pecho y lo miró. ¿Por qué no lo estás tú?, agregó.Pues no sé, dijo finalmente. Ella se levantó, guardó el libro en su mochila,cruzó la habitación y dijo: ¿puedo apagar la luz? Estoy cansada y quiero dormir.Claudio accedió. Gracias, dijo y todo quedó en oscuridad. Se escuchó un cuál estu nombre, seguido de un Mónica y el tuyo; por último un Claudio. Cerca de sucama, Mónica tenía un ventilador el cual enchufó y puso más cerca. Él escuchósus pasos en la oscuridad. Son aún más ligeros, pensó. Se quedó dormido al pocorato, escuchando el zumbido del ventilador. IIICuando Manuel despertó, Claudio seguía durmiendo. En su cama,Mónica leía. Manuel guardó sus cosas en silencio y bajó donde estaba Allan.Pagó cuatro noches, que reservó a nombre de Claudio y dejó el hostal. Bajo porEntre Ríos hasta el terminal de ómnibus y tomó el de las 8:30 a Mendoza. Esta vez,Manuel no confundió Carlos Paz con Córdoba. IVClaudio despertó una hora después de que Manuel dejara elhostal. Bajó del camarote y al no encontrar la mochila de Manuel lo entendiótodo. Allan lo puso al tanto de losdetalles. Mónica, mientras leía, observó toda la escena desde el sillón queestaba en la sala de televisión. Claudio subió la habitación y comenzó aguardar sus cosas. Mónica entró a la habitación. −Leí el capítulo− dijo.Claudio no entendió de lo que estaba hablando. Mónica le enseñó el libro.−Ahh−dijo Claudio.Ella dio un pequeño paseo por la habitación y dejó el libro en su camarote.−¿Te vas?−dijo.−Sí−dijo Claudio mientras guardaba una polera en la mochila.−¿Por qué tan pronto? Según Allan llegaron hace tres días.−Porque me esperan en Chile.−¿Quién? –preguntó Mónica.Claudio se detuvo y la miró.−Con todo respeto Mónica, pero eso no es asunto tuyo.Mónica caminó hacia Claudio. Se acercó a él con su agilidad característica. Al llegar a su lado sonrió. −Tienes razón. Discúlpame−dijo. Bajó la vista y se encaminó hacia la puerta. A medio camino de ésta, él dijo: no, discúlpame tú, fui un grosero. Ella se dio media vuelta y respondió: no te preocupes. Y siguiócaminando. En realidad no me espera nadie en Chile, dijo él. Las palabrassalieron como escupidas por su boca. Ella se detuvo y dijo: ¿Y entonces por qué te vas? No sé,dijo él y dejó de guardar cosas en la mochila. Salió por la puerta y bajó alprimer piso, ella lo siguió. Subió por la calle Entre Ríos y se detuvo en laprimer esquina, allí ella lo alcanzó. Vine aquí por alguien, ¿sabes?, dijoella. Pensé que tenía algo real con él. Algo que me daba seguridad… y no tengoidea porqué te estoy contando esto si apenas nos conocemos. Ella se dio mediavuelta y comenzó a caminar en dirección al hostal, pero al poco avanzar sedetuvo y volvió a enfrentarlo. Puedes regresar a Chile ahora si quieres. Pero, te lo prometo, volverás a lo mismo. En todas partes es igual.Regresaron en silencio al hostal. Allan sonrió al verlos entrar. Edited March 12, 2013 by cotonaranjo Link to comment Share on other sites More sharing options...
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