Sebastiasd Posted February 13, 2011 Report Share Posted February 13, 2011 Lo único que les digo: Si quieren a parte dos la posteo si no, no nomás. Es muy largo este cuento, o sea, no tan largo (como doce páginas de word) pero igual. Aquí va :) De pequeño siempre me llamó la atención una casa abandonada a la vuelta de la mia. Siempre pensaba que algún día, cuando tuviera amigos, podría entrar a visitarla. Conocer fantasmas y ése tipo de cosas. Sin embargo, eso nunca sucedió. Vi como se fue deteriorando, los años pasaban inexorablemente sobre la madera que mantenía en pie a la casa. La primera vez que la vi, o que recuerdo que fue la primera, yo tenía apenas 8 años. En esa época, me era difícil vivir, había días en que no comía, otros en que por lo menos dentro de las 24 horas, una vez lo hacía. Nunca viví cercano a los lujos, mi familia era bien humilde, mi padre no existía y mi mamá navegaba por los mares del pacífico consiguiendo dinero con vida, más conocidos como peces. Vivíamos en Puerto Montt, en una pequeña casa de madera. A mí me encantaba, por fuera parecía una casa de juguete de los años 30, pasto bien verde a los alrededores, una reja a media altura hecha de madera, con una cuerda que funcionaba de timbre que colgaba desde el buzón hasta la puerta de la casa, que al momento de agitar, movía una pequeña campana, que hacía un sonido muy agradable. Ahora, cada vez que escucho el sonido de una campana pequeña, miro para atrás, por si hay alguien llamando. Los tiempos eran duros, las personas solían ser extrañas, un día eran simpáticas, otro te descueraban como si fueras un oso. Hacían contigo un abrigo tan grande, que podían cobijarse en él, a lo menos, tres personas. Por eso, mi madre no tomaba mucho en cuenta a la gente de nuestro alrededor. Personas llenas de prejuicios. Siempre me pregunté de donde era que sacaban tantas malas intenciones, si hasta llegué a pensar que tenían un árbol de donde sacaban todo esto. Un árbol con un tronco negro, tan ancho, que me imaginaba que dentro trabajaban enanos malvados maquinando todo este tipo de ideas, y lleno de hojas rojas debido al sudor de los éstos mismos. En mi niñez tuve muy pocos amigos, amigos que fueron desapareciendo con el pasar del tiempo. Me acuerdo de Antonio, lo conocí cuando pasé a quinto básico. Éramos inseparables en el colegio, pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo juntos, nos sentábamos uno al lado del otro, en los recreos jugábamos juntos y con los demás chicos, pero siempre éramos del mismo equipo o bando. Amistad que duró tan solo un año, pues él, tuvo que irse de acá. Se mudó a Santiago, la cuidad de los sueños, esa cuidad en la que uno entra y te esperan oportunidades infinitas de poder encontrar lo que desees buscar. Odié tanto a la capital, que añoraba su desaparición. Pero no era culpa mía, ni de él. Así acostumbra a comportarse la vida con nosotros, que sólo somos simples marionetas de ésta, que siempre actúa para su beneficio. Somos esclavos de una mísera o grandiosa vida, trabajando por el bien de los demás y quitándonos el mayor tiempo posible, para así, chuparnos la sangre lentamente. Yo crecí solitario, apenas tuve dieciocho años tuve que comenzar a trabajar, postergué mis estudios por el bien de mi familia, más específicamente, mi madre. Que me sostuvo durante mi etapa de crecimiento, mínimo que le devolviera la mano, por lo menos hasta que ella me dejara ser libre. De todas formas, es una historia que no quiero narrar. Mi vida nunca fue interesante, de hecho, aun no lo es, ni siquiera yo lo soy. Lo importante aquí era la casa, aquella casa abandonada que yo veía de pequeño, en la que siempre deseé entrar, explorar, conocer cosas misteriosas, conversar con algún fantasma que se me apareciera. Pero nunca pude, solo, no me atrevía a cruzar la reja de madera a media altura. Cuando tuve 23 años, me encontraba trabajando a medio tiempo, en una biblioteca, y estudiando pedagogía en historia. Siempre que salía del trabajo e iba devuelta a casa, pasaba en frente de “Abandonada”-con el tiempo decidí llamarla así- que con el pasar de los años nunca dejo de llamar mi atención, tan así, que un día miércoles, después del trabajo, me inundaron unas ganas inmensas de cumplir mi sueño de pequeño, de poder entrar al fin a aquella casa, ya roñosa y deteriorada por el tiempo. Creía que no podía seguir viviendo tranquilo sin sacarme esta pequeña espinita clavada desde mi niñez. Eran las ocho y media de la noche, cuando me encontré frente a la casa abandonada. El sol ya se había puesto, pero mis ganas de entrar a aquella casa seguían intactas, como cuando aún era un pequeño de ocho. Sólo que esta vez ya era lo bastante valiente como para saltar por encima de la reja. Por fuera la casa no había cambiado mucho, el pasto seco y la maleza tan alta como una niña de tres años. El camino hecho de baldosas de cemento iba directo a la puerta, a mis alrededores, no se encontraban nada más que arbustos y plantas sin cuidado de nadie, eran inmensas, tanto, que me hacían creer que me encontraba explorando algún tipo de selva miniatura con una casa en medio de ésta, como la que encontraron Hansen y Grettel, sólo que no era ni de galletas ni chocolate, pura madera deteriorada con termitas viviendo en ella. Cuando al fin me encontré frente a la puerta, ésta no tenía llave ni nada que la asegurara de visitas no deseadas, como lo era la mía. Era una puerta de color blanco con manchas de tierra. Cuando la empujé para entrar, sentí que no abría una puerta cualquiera, era como una caja con muchos tesoros dentro de ella, tesoros que no serían más que desgracias, cómo la caja de Pandora. El interior se encontraba intacto, o al menos eso creí, todo estaba envuelto en plástico, esperando a que en algún momento los dueños volviesen. El polvo era un adorno más para la casa. Al igual que el plástico y todos los bichos raros que podías ver recorriendo el suelo. Era una casa acogedora, pensé. Por fuera se veía más chica de lo que creía. Era bien amplia, con su baño respectivo y sin habitaciones en el primer piso. Una escalera me esperaba al final de todos los muebles envueltos en plástico, como si fueran un regalo. Cuando me encontré en el primer escalón dudé un poco, los miedos de pequeño surgieron de la nada, algo me decía que si subía me iba a encontrar con algo extraordinario, fuera de lo común. Algo que no es visto comúnmente por gente corriente. Que si fuera grabado, sería un timo, como todos los videos de ese tipo que puedes encontrar en internet. Una brisa extraña entraba por la ventana. La luz de la luna no daba directamente a ella, pero podías ver en el suelo las sombras inmensas que se dibujaban en el piso de la casa. El primer escalón era frío y el segundo aún más, me daba la misma sensación de cuando te adentras en el mar, con esa agua salada helada que sólo consigue que la piel se te ponga de gallina y todo tu interior se ponga del tamaño más mínimo. Mientras subía me adentraba en éste mar, un mar extraño, que en vez de ir hacia abajo, ascendía, hacía el púlpito ideal creado por las memorias de alguna persona, alguna mujer, que vivió aquí. ¿Qué carajo estoy diciendo?, si ni siquiera sé si en realidad una mujer vivió aquí. Mientras subía por las escaleras, las paredes a mi alrededor comenzaron a cambiar, de alguna forma, sentía que retrocedían en el tiempo, convocando, en el mismo momento en que me encontraba yo allí, al pasado. Las paredes cambiaron de apariencia, de ese color mal gastado que tenían, como el que queda en las hojas de un libro que ya tiene mucho tiempo guardado, pasaron a tener el color que en esos años, creo, que tenía. Unas murallas anaranjadas aparecieron alrededor de mí, una tenue y repentina luz provenía desde el segundo piso al cual aún no llegaba. En las paredes que rodeaban la escalera, aparecieron cuadros con fotos en blanco y negro. En la primera que noté, aparecía un caballero con bastón que usaba un sombrero idéntico al de Charles Chaplin y vestía un traje de dos piezas, una camisa blanca y su humita respectiva en el cuello, y a su lado, una mujer, de pelo largo y ondulado con un sombrero enorme en su cabeza, un vestido de lunares que le llegaba a la pantorrilla y unos zapatos de taco alto. En la foto, el hombre y la mujer se encontraban de la mano. No alcancé a divisar más fotos, sólo recuerdo haber visto una bicicleta con rueditas en alguna de ellas, antes que sintiera unos pasos a mi espalda. Mi cuerpo se retorció del miedo al escuchar esas pisadas subiendo por la escalera, me sentí como cuando uno corre y no quiere ser alcanzado, pero tienes más que claro, que lo que te sigue, está más cerca de lo que crees y al instante una sensación de vértigo invade tus sentidos. Mi cuerpo se giró en menos de un segundo, con una expresión que nunca antes había puesto, iban dos hombres subiendo, cada uno llevaba unos lentes oscuros, camisa blanca, corbata, chaqueta y pantalón negro. Parecían agentes del FBI, esos cuando aparecen, no lo hacen precisamente, para hacer algo bueno por las personas. Bueno, de partida quizás para ellos, nosotros, el corriente humano, no somos las personas a las que ellos se refieren, si no, un tipo de obstáculo que tienen en el camino, para lograr su verdadero objetivo, el de ayudar a sus jefes (las jodidas personas). Mientras iban paso a paso por los escalones uno le comenta al otro: “Hey Johnny, ¿acaso no fue entretenido el día de hoy?”. Johnny -el hombre a quien le dirigían las palabras- se veía que tenía una apariencia muy normal, pelo corto y negro, con patillas y un bigote sin mucho volumen, como el que tendría un quinceañero, y ni una marca de guerra que me esperaba que tuvieran los tipos que se dedicaban a su rubro (¿qué manera de llamar a su trabajo no?). Pero al momento de responder a su compañero de al lado, vi lo que lo hacía diferente, lo que debería tener para hacer realidad lo que mi mente creía, absurdamente, que eran estos tipos. Unos maleantes con una placa que los hacía superiores a los delincuentes normales. Su sonrisa contenía lo que se le llama hoy en día “una ensalada de dientes con mantequilla de aderezo”. Él le responde a su amigo: “Sí, Al. Tienes toda la razón, pero me hubiese gustado juguetear más con aquellas mujeres” Al –que era el que había hablado en primer lugar- sí tenía los rasgos que sin lugar a dudas lo hacían un agente de tomo y lomo. Su caballera larga con una coleta en la parte trasera hacía pensar que fuera un domador de personas, además, de una cicatriz que abarcaba desde la sien hasta su pera. Ésta era fuera de lo normal, se notaba a la primera que no fue hecha con un simple cuchillo, era extremadamente ancha, como si fueran dos cicatrices en una. Al se quedó reflexionando al momento de oír la respuesta de Johnny, tenía una expresión de absoluta concordancia con lo que él le comentó. Poco después una leve sonrisa se asomó por su cara, en ése momento pensé que estaba imaginándose lo que hubiese hecho si hubieran seguido “jugueteando” con aquellas mujeres que nombraron. Sus pasos no se detuvieron con la pequeña charla que tuvieron en las escaleras, el par de supuestos agentes de no sé qué organización secreta, seguían subiendo hacia el segundo piso, ignorando que mi cuerpo, no perteneciente a esta época, se encontraba en sus caminos. Sin embargo, no fue muy importante que digamos. Los dos pasaron a través de mí, como si no existieran, como si sus cuerpos hubieran sido una brisa que tan sólo pasaba por ahí. De nuevo me dio la sensación de haber estado en el mar. Luego tan sólo los vi llegar hacia el ansiado y misterioso segundo piso. Antes que sus sombras desaparecieran de mi vista, dediqué el mayor de mis esfuerzos en correr a través de la escalera para llegar antes que esos dos desaparecieran metiéndose en alguna habitación. Cuando hube llegado ya al antepenúltimo escalón, mi cabeza se asomó un instante antes de que mis pies tocaran la superficie del piso de arriba, alcancé a ver, que aquellos hombres se habían detenido en una puerta, hicieron unos golpecitos extraños y ésta se abrió al instante. En frente a la habitación, a un costado de la puerta, había un mueble tan alto como la manilla de la puerta, éste tenía unas revistas y un florero con tres margaritas encima. Me dio la impresión que eso era algo así como la recepción del lugar. El segundo piso mantenía el anaranjado en sus murallas, más fotos se encontraban en ellas, muchas más que en la mismísima escalera. Vi una en la que aparecían dos niños y una niña alineados, posando para la foto. Sus vestimentas eran, también, muy anticuadas. Los niños se vestían muy similares, zapatitos negros, calcetines blancos que se le alcanzaban a ver por los pantalones que usaban que les llegaban a unos diez centímetros de la lengua del zapato, una camisa de manga corta con una chaquetita sin manga completamente desabrochada. Sus sonrisas mostraban la gracia típica de los niños de seis años. Y la niña usaba un vestido, de algún color, me dio la impresión que era rojo, pero nunca lo sabré, la foto estaba tomada en blanco y negro. Una coleta bien larga asomaba a un costado de su hombro, le caía justo encima de lo que en un futuro sería un pezón de mujer. Zapatitos negros con una tirita que pasaba por sobre el pie y un broche al final de éste. Seguí caminando y antes de llegar al frente de la puerta me fijé en otra foto, en ella, aparecía la misma mujer que había encontrado en la foto que vi en la escalera, llevaba jeans y una camisa amarrada a medio estómago, con un nudo que la hacía parecer que estaba en la playa. A su lado vi exactamente la misma bicicleta que había notado, muy a la rápida en la escalera, sobre ella, estaba la misma niña que se encontraba junto a los dos niños en la foto anterior. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, la mujer, cara de póker. Quizás no le caía muy bien el hombre que se encontraba inmortalizando la situación. Cuando hube llegado a la habitación donde vi que los hombres de negro entraron, me fijé en la mesita que se encontraba a un lado de la puerta, exactamente tenía las tres margaritas que vi a lo lejos, mientras permanecía en la escalera, y las dichosas revistas. Pude encontrar las revistas “Ercilla”, “Vanidades”, “Ritmo” y hasta “Paula”. Ésta última fue la que más me llamó la atención, ya que, suponiendo que esta era una organización ultra secreta, que se dedica, precisamente, a no hacer el bien, una mujer no encajaría dentro de este perfil. Porque, sí, es cierto, esa revista, va dirigida a las mujeres. Además de ver los nombres de las revistas, me fijé en la fechas, todas tenían una distinta. Una tenía fecha 23 de diciembre de 1971, otra 13 mayo de 1972 y las últimas dos eran del mismo mes y año, Julio de 1972. Asique, probablemente, me encuentro en el condenado año 72’. Continúa Parte II y epílogo Gracias por su lectura :banana: Link to comment Share on other sites More sharing options...
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