Jump to content

Año nuevo - relato corto.


Reichen

Recommended Posts

Pasados unos veinte o treinta minutos de las cero horas del primero de enero del dos mil once, sigue sentado a la izquierda de la mesa que la familia arrendó para aquel especial de hipocresía, en un conocido restaurant bastante alejado de su casa. Era segundo año consecutivo que lo hacían, pero no por ello segunda vez que lo sentía. Lo había sentido siempre, cada vez que se veía a sí mismo -o mejor dicho, cada vez que no se veía a sí mismo- envuelto en aquellos mares de gente.

 

Estaba en la parte donde la sonrisa de Mona Lisa desaparece y da paso a una digna del Guasón más frenético, sólo que sin aún abrir la boca para dejar a la carcajada llenar la habitación. La transición demora. Si se le mira concentrado en cómo evoluciona la verdad es bastante impresionante. Cuando llega a la etapa del guasón da miedo, sin embargo; parece que en cualquier segundo su boca y dientes crecerán tanto que cubrirán la cara y la misma cabeza, reemplazando todo rastro de humanidad por una esquizofrenia y un frenesí claustrofóbicos.

 

No se aleja tanto de la realidad, la verdad. Si lo lograra –si su sonrisa fuese en realidad tan poderosa-, sólo sería la representación de lo que su cabeza acarrea. Quizás sería mejor que fuese así. Para él, digo. Después de todo, esquizofrenia y frenesí algo tienen que ver con humanidad.

 

Con la banda de turno destrozándole el aparato sonoro (izquierdo, específicamente) por completo -oídos interno, medio y externo; tímpano, cóclea, vestíbulo, cualquier membrana que exista, la mismísima oreja y el aro que portaba-, no precisamente por el volumen de la música, observaba a la masa de gente, ocupando la silla de aquella característica manera en la que deja de ser silla: la espalda en la base y la cabeza en el respaldo, con sus pies cruzado (el derecho sobre el izquierdo, nunca al revés), y sus manos entrelazadas sobre su barriga. Movía sus ojos de izquierda a derecha y viceversa, esperando que el cerebro trabajara de manera excepcional en cada una de las interpretaciones de las señales eléctricas. Sólo por si acaso miraba sus zapatillas de vez en cuando con el fin de entregarle un fotograma de algo simple, “como cuando luego de jugar algo en la computadora la dejas tranquila, para que no colapse”, pensaba. Otro punto en el cual realiza esta operación de prevención es una muchacha morena de unos 17 años, un metro y sesenta y tantos centímetros y sonrisa encantadora, que ha dejado de bailar hace poco. En la pista lucía su vestido morado al ritmo de lo-que-fuese de manera sutil y elegante, con gracia, con una sonrisa y felicidad tan sinceras que parecían falsas. La recuerda de algo.

 

O ese era el pretexto. Digamos que la muchacha lo miró directo a los ojos exactamente la primera vez que él hizo lo propio.

 

No lo entiende. Ve a la gente, su baile, sus sonrisas ridículas, sus bromas aburridas, sus ganas de interactuar, su absoluta dependencia, su torpeza, su normalidad. No lo entiende. Una vez más está fuera de lugar. No es que no quiera encajar, su mente juvenil lo hace ocupar unas veintiocho horas del día en mujeres, y sueña con la compañía de una. No sabe si la podrá mantener, pero un abrazo bastaría. Mirar el techo con alguien sosteniendo su mano. Recibir llamadas de alguien más que las multitiendas preguntándole por su padre. Reír por algo más que cómics de internet. Llorar… por la razón que fuese, llorar.

 

No lo entiende, pero sonríe. Sonríe como si lo entendiera. Y no entiende por qué sonríe.

 

Se acomoda en la silla cuando se da cuenta que su espalda estaba en el aire y la cabeza en la base. Todo de vuelta a su respectivo lugar: cabeza en el respaldo, espalda en la base, pies cruzados (el izquierdo bajo el derecho), manos en la barriga. Descansa su mirada en la muchacha de morado cuando la sobrecarga de colores generada por la cantidad de gente y los globos y papelitos volando por el aire y los collares y los sonidos emitidos por las cornetas y las voces le pone nervioso. Uno… dos… tres… -horas, le encantaría- segundos. Cuando dejaba su chaqueta en la silla para volver a bailar, ella lo mira. Él, porque no conoce otra forma de responder, deja de mirarla. Le teme al contacto. No sabe que es lo único que alguna vez lo ayudará. No es que yo lo sepa, pero ¿no es eso lo que pasa, lo que los libros y la gente dice? Al menos yo lo he escuchado. A pesar de mi omnisciencia, no puedo decir que él lo haya hecho.

 

(… ¡Diez!…) Cerró los ojos más de lo normal, sin pestañear. Morado.

 

(… ¡Nue-ve!...) Se alejaba de aquello morado. Nada nítido, pero algo incómodo. Está bien sentado.

 

(… ¡O-cho!… ¡Sie-te!… ¡Seis!... ¡Cin-co!...) Tres segundos para que la imagen en su cabeza se aclare. Luego quizás lo olvide. Le ha sucedido antes. Sólo recuerda que ha olvidado por las grietas de sus mejillas.

(…¡Cua-tro!…) La muchacha de morado se pone de pie, deja el tenedor con el pedazo de carne en su mesa y lo mira luego de lo que parece ser un chiste de su padre.

 

(… ¡Tres!… ¡Dos!...) “¡UNO!” – grita con alegría. No fue luego del baile. Fue en este segundo cuando se miraron por primera vez, recordó.

 

(¡Feliz año nuevo!)

 

Digamos que la muchacha se llamaba Fernanda.

 

Link to comment
Share on other sites

Create an account or sign in to comment

You need to be a member in order to leave a comment

Create an account

Sign up for a new account in our community. It's easy!

Register a new account

Sign in

Already have an account? Sign in here.

Sign In Now
×
×
  • Create New...