akodo Posted June 20, 2010 Report Share Posted June 20, 2010 (edited) Estimados: Les presento la novela que estoy escribiendo. Se trata de fantasía épica, a la que he intentado darle mi propio toque. Cualquier crítica es bienvenida. ¡Saludos! Capítulo Uno: El demonio sacudió su cabeza, pensativo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que dirigió a las Legiones al glorioso combate? ¿Cuántos milenios habrían transcurrido desde aquella era de épicas gestas en la que su nombre era pronunciado con terror y odio por incontables miles de seres? Ya nada de eso importaba: estaba de vuelta, y la Creación volvería a sentir la garra del Segador de Almas. Había sido engañado. Su lugarteniente, aquel al que llamaban Muerte en el Viento, le había clavado su propia espada en la espalda, desvaneciendo de tal forma su presencia física, que esta solo lograría volver durante la llamada Conjunción de los Tres Soles. Por desgracia, el liderazgo de Muerte en el Viento no era tan grande como su habilidad en combate, y no logró unificar a las Siete Grandes Legiones bajo su mando. El caos se cernió sobre la Creación: las distintas hordas, cada una de ellas al mando de un Gran Demonio, antaño dedicado a servir al Segador, comenzaron a separarse y a pelear entre ellas. Al principio, estas discusiones no pasaban de palabras fuertes que se calmaban con una sola mirada de Muerte en el Viento, pero pronto se hizo patente que este no podría mantener tal autoridad indefinidamente. Así, los desórdenes comenzaron rápidamente a expandirse y las hostilidades se fueron volviendo cada vez más manifiestas hasta que, un día, Muerte en el Viento reunió a los demonios que estaban bajo su mando e intentó acabar con la desobediencia en forma definitiva. El choque resultante dejó a la Creación en su punto más bajo, transformando densos bosques llenos de vida en ciénagas putrefactas. Las orgullosas Ciudades Fortaleza de los Siete Señores quedaron reducidas a un montón de cenizas y ruinas, donde lo único que permanecía apilado en cantidades significativas eran los cadáveres de aquellos que combatían por la supremacía. Los Fae y los Nordheim, al ver que sus señores se encontraban demasiado atareados combatiendo entre sí como para preocuparse de ellos, comenzaron a organizarse, planeando la revuelta que finalmente habría de liberarlos. Con tal fin, procedieron en secreto a la creación de artefactos de gran poder, auxiliados por deidades demasiado antiguas y terribles como para ser recordadas. Fue con estas armas que ambas razas, unidas por primera y última vez, se reunieron en su totalidad en el Norte. El ejército que formaron era de unas dimensiones y poderío tan tremendos que incluso las Grandes Legiones bajo el mando del Segador habrían tenido problemas para hacerle frente. Pero el Segador había sido traicionado, y en su lugar solo había un montón de reyezuelos luchando por controlar las migajas de un Imperio antaño poderoso. Así, no prestaron atención a los rumores del gigantesco ejército que se dirigía contra ellos hasta que fue demasiado tarde: Aún cuando las terribles bestias voladoras montadas por los Fae podían ser vistas desde enormes distancias, y el temblor de la tierra acobardada por el imponente paso de las hordas de los Nordheim podía sentirse desde más lejos aún, no había nada que los Demonios pudieran hacer. Pese a su innegable poderío fueron derrotados y sus tropas destruidas como el árbol es destruido por el paso de un furioso elefante. Sin posibilidad de vencer, tanto los Siete Grandes Señores como Muerte en el Viento huyeron y utilizaron sus poderes para ocultarse de la vista de las razas más jóvenes, sumiéndose en un sueño más profundo que el causado por la muerte, a la espera del regreso del único que podía devolver a su raza el poder y la gloria de antaño: el Segador de Almas. Capítulo Dos: Pero ya era suficiente de recordar tiempos olvidados, y de un imperio que solo podría ser reconstruido tras titánicos esfuerzos. Con desgana, comenzó a abrir sus ojos a la oscuridad reinante, de momento impenetrable para sus sentidos. Extrañado, movió lentamente sus brazos, encontrándose con que se encontraban aletargados y cansados, como si no los hubiera movido jamás. Con un escalofrío comprendió que, en cierto modo, así era, ya que no se trataba de su anterior cuerpo, sino que de uno nuevo, creado por las energías liberadas al producirse la Conjunción de los Tres Soles. Con gran esfuerzo logró incorporarse, notando cómo el dolor recorría cálidamente sus crujientes articulaciones. Constató con satisfacción que sus ojos se acostumbraban rápidamente al entorno que lo rodeaba. Vio que se encontraba en el fondo de una caverna bastante estrecha, totalmente desnudo, y con un pasillo que seguía delante suyo, en cuyo final podía distinguirse una tenue luz, tal vez una salida. Torpemente, comenzó a caminar, descubriendo otro aspecto de su nuevo cuerpo. No se trataba de la forma de alguno de los demonios de antaño. No estaba dotado de la agilidad y fuerza que lo habían convertido en el más temido de entre los suyos. Sus ojos no brillaban con el maligno resplandor rojizo que delataba su auténtica naturaleza, y sus manos no se encontraban rematadas por garras capaces de destrozar un árbol de un solo golpe. Maldiciendo por lo bajo a aquel que lo había traicionado, continuó su andar hacia la luz, tropezando en numerosas ocasiones, cada vez más esporádicas, a medida que dominaba su torpe y débil cuerpo. Finalmente, llegó a la salida de la cueva, y se encontró con que en el exterior reinaba una noche plagada de estrellas. La luz que había visto resultó ser una fogata encendida varios metros más allá, donde se veía a un grupo formado por tal vez una docena de humanos ebrios, ataviados con extraños uniformes. La mayoría de ellos bebían y reían estúpidamente, mientras otros dos sujetaban a una joven, aparentemente perteneciente a la antes esclavizada raza de los Fae. Al mismo tiempo, un tercero comenzaba a rasgar sus ropas con la ayuda de un cuchillo, abofeteándole el rostro salvajemente cada vez que intentaba resistirse. Al ver semejante muestra de brutalidad, la sangre subió al rostro del recientemente encarnado demonio. A medida que la sed de batalla volvía a invadirlo, se irguió cuan alto era y, llenando sus pulmones, soltó un desgarrador grito de guerra al tiempo que se lanzaba contra los soldados. Su aullido causó un efecto devastador sobre los hombres. Al darse vuelta con el rostro lívido de terror, lograron divisar cómo aquel horrendo salvaje se lanzaba contra ellos, su cabello negro ondeando al viento, la espuma aflorando a sus largos colmillos, y el odio y la locura brillando en el fondo de sus ojos. Más por instinto que por auténtico valor, seis de los soldados desenvainaron sus espadas, mientras el resto se incorporaba. El que intentaba forzar a la joven le propinó un brutal golpe con el canto de su daga en la cabeza, haciéndola caer desvanecida. Inmune a toda vacilación, el Segador se lanzó contra el primero de ellos, que intentó clavarle su lanza en el torso. Grave error, que terminó siendo el último: veloz como el relámpago, el demonio se hizo a un lado, al tiempo que daba un giro con su puño en alto, impactando al pobre incauto en la sien. El cráneo del soldado reventó por la fuerza del golpe, sus sesos regando abundantemente a todos los que se encontraban cerca. Con un bufido de desprecio, el Segador tomó la lanza del caído y enfrentó al resto de los atacantes. Una sonrisa feroz adornaba su rostro, decidido a no dejar a ninguno con vida. Se lanzó contra ellos en un torbellino de golpes y estocadas que rápidamente redujo a los hombres a un montón de cadáveres mutilados. Poseído por el frenesí del combate, largó otro aullido, aún más terrorífico que el anterior, y observó cómo los guardias comenzaban a huir... ¿Acaso esperaban que les perdonase la vida? Les haría ver la extensión de su estupidez. Sin apenas pensarlo, corrió contra los indefensos hombres, matando a cinco de ellos con cinco brutales lanzazos. En ese momento, sintió un ruido a su espalda. Al darse vuelta, vio que el último de los soldados, aquel que estaba dispuesto a forzar a la joven y que parecía ser el líder, se encontraba de pie y la sujetaba, con un cuchillo apuntando a su esbelta garganta. Mirando con ojos desorbitados por el miedo al responsable de aquella carnicería, le dijo: "No te atrevas a dar un paso más, bastardo, o la mato... ¡Lo digo en serio!" La lengua que hablaba era la misma que los demonios habían enseñado a sus esclavos hacía tanto tiempo, pero la forma en que la pronunciaba resultaba completamente extraña. El Segador, ya saciada su sed de sangre, se irguió en toda su estatura y, mirando extrañado al osado hombre, lanzó una sonora carcajada, que retumbó de forma peculiar en las montañas cercanas. Intentando dar a sus palabras la misma aberrante entonación del idioma hablado por aquel imprudente, le contestó: "¿Qué te hace pensar que me importa su destino? Ya he matado a tus compañeros, y pronto te mataré a ti. Te arrancaré la piel y luego beberé tu sangre, sin importar lo que suceda con la muchacha." El hombre, espantado, dio un paso hacia atrás, aflojando la presa que mantenía sujeta a la doncella... Aquello era más de lo que necesitaba el salvaje cazador, que se abalanzó de inmediato sobre él. Con su mano libre aferró la mano que sostenía la daga, mientras atravesaba su cuello con la lanza. Tal fue la fuerza del golpe que la cabeza se separó de inmediato del cuerpo, cayendo al suelo con un ruido sordo. Ya eliminada la amenaza, centró su atención en la joven Fae, que lo observaba con un extraño gesto, entre de agradecimiento y fascinación, y en el que no se adivinaba miedo alguno. Capítulo Tres: "¿¡Qué!? ¡Yo no tolero que nadie hable así de mi madre, infeliz!" Así comenzaba una nueva pelea de taberna en El Cerdo Rampante, uno de los tugurios más sucios y peligrosos de toda la ciudad de Scheibeloch, que no era precisamente conocida por lo amistoso de sus gentes o lo seguro de sus calles. Esta pelea en particular tenía por principal protagonista a un extraño viajero. Se trataba de un hombre ya bastante entrado en años, de blanca cabellera, que no parecía afectado en lo más mínimo por el crudísimo frío que hacía fuera del edificio. De hecho, actuaba como si estuviera completamente a sus anchas, pese a estar provisto tan solo de una delgada capa color café oscuro, pantalones de pana, una camisa de lino, un discreto morral que solo parecía estar ahí para guardar alimentos, y una bolsa bien provista colgada al cinto. Evidentemente, al ver a un espécimen tan delgado e inofensivo, y una bolsa tan llena y resonante, los parroquianos (asesinos, proxenetas y ladrones en su mayoría), decidieron lanzarse a por tan suculento botín, utilizando la ya clásica artimaña de la intimidación y las amenazas encubiertas. Lamentablemente, el tiro les salió por la culata, ya que el forastero resultó ser bastante más duro de lo que su sencillo aspecto daba a entender. Indignado por cierta alusión a su progenitora, profirió el grito de guerra que abre el presente relato, estrellando su jarra de cerveza aguada contra la cabeza del imprudente más cercano y desencadenando el Pandemonium. Representa un extraño fenómeno el hecho de que en cualquier posada, a la más mínima señal de violencia, y al pronunciar algún listillo las mágicas palabras "¡Pelea de taberna!", las multitudes enloquezcan, los propietarios desesperen y, obviamente, el mobiliario sea brutalmente hecho pedazos. No fue esta la excepción, y en tan solo unos segundos las sillas eran destrozadas sobre las espaldas de los incautos, las dagas abandonaban sus fundas, y el extraño desconocido se escabullía cautelosamente por la puerta del local, maldiciendo por lo bajo. Tendría que haber sido más cuidadoso, se repetía a sí mismo el anciano Nordheim. Ya había logrado recorrer gran parte del trecho que lo separaba de su destino, y no era cuestión de que un grupo de humanos codiciosos frustrara su misión. No sabía exactamente de qué se trataba, pero sí sabía que era algún objeto o criatura de un poderío inimaginable, que se encontraba escondido en algún lugar en lo más profundo de los Reinos de Hielo, a la espera de cualquiera que fuera lo suficientemente valeroso o estúpido como para ir en su busca. Sus hermanos de raza creían que eran solo leyendas, pero él había visto los signos. Mientras esos idiotas se concentraban en su guerra sin sentido en contra de los Fae, él encontraría los medios para gobernar ambas razas sin oposición. Siguió caminando por los helados senderos que lo conducirían a través de las montañas al interior del mítico lugar: El punto de origen de toda su raza, y del que esta fue expulsada en una era ya legendaria por intentar oponerse a los designios de los Señores de Demonios. A medida que continuaba su viaje a través de las heladas tundras, fue notando que incluso sus extremidades comenzaban a perder la sensibilidad y a embotarse, debido al viento que recorría aquellos parajes como un coloso de tiempos pretéritos bramando por el poderío que ha perdido. Ignorando como buenamente podía el terrible frío que invadía su cuerpo, nuestro amigo siguió caminando. Cada paso era una creciente agonía, a medida que se acercaba al corazón de los hostiles Reinos del Hielo. Tras una eternidad de sufrimiento, divisó a lo lejos una extraña luz, que parecía estar llamándolo desde un lugar más allá de este mundo. a medida que avanzaba, su fulgor parecía aumentar, como si estuviera mostrándole el camino, guiando su paso por aquellas peligrosas tierras. Tras varias horas de tortura, logró distinguir el origen de la luz. Se trataba de una extraña estatua de hielo, en la que los rayos del Sol se reflejaban como si estuviera hecha del más puro de los cristales. Su elaboración era absolutamente perfecta, representando la imagen de un terrible demonio, con rostro felino y larga cabellera, alto y majestuoso. El viento que aullaba a su alrededor, así como la nieve que este acarreaba, daban la horrenda impresión de que se trataba de un ser vivo, encerrado en una terrible prisión. Pero, ¿Era esto por lo que había venido hasta aquí, desafiando la voluntad del Senescal? No podía ser. Tenía que haber algo más en aquella estatua que la inmaculada hechura, las perfectas proporciones que la marcaban como una criatura de leyenda, aquellos ojos que parecían mirarlo fijamente... Un momento, ¿Qué fue eso? ¿Era su imaginación o había un brillo en ellos que hace un momento no estaba? No podía ser, ¡Es solo un maldito pedazo de hielo! Pero entonces, ¿Por qué se veía incapaz de dejar de mirarlos? Intentó separar la vista de aquella execrable abominación, dar media vuelta y recorrer el doloroso camino de regreso a casa, pero simplemente no podía moverse. Era como si su cuerpo de hubiera congelado, volviéndose incapaz de efectuar el más mínimo movimiento. De pronto, un fulgor jamás visto en aquellos hielos eternos, el sonido del cristal al hacerse añicos, y una carcajada conteniendo una crueldad como el mundo no había tenido la desgracia de sentir desde hacía milenios. De pie frente a una estatua de hielo, representación perfecta de un anciano vestido con humildes ropas, aquel a quien alguna vez llamaron Muerte en el Viento murmuraba para sus adentros. "Así que has regresado, ¿No, Segador? Pues ya veremos quién es más fuerte". Con un solo movimiento de su brazo, partió en pedazos la estatua que yacía frente a él, y comenzó el largo peregrinaje en busca de sus hermanos. Capítulo Cuatro: El Segador asintió frente a las palabras de la joven Fae, sorprendido por la sabiduría que aquella raza había logrado desarrollar mientras él se encontraba fuera de este mundo. Utilizando extraños mecanismos astrológicos, habían conseguido averiguar el lugar exacto en el que iba a reencarnar. Asustados, los Maestros del Sueño – su casta gobernante- enviaron un nutrido séquito de guerreros a destruirle, pues su regreso representaba una amenaza intolerable. Desgraciadamente, los reinos de los hombres se habían vuelto tremendamente fuertes e insolentes en los últimos tiempos. Así, la partida fue ferozmente atacada en cuanto comenzó a adentrarse en sus territorios. Lentamente sus fuerzas fueron decayendo ante la superioridad numérica de los hombres. Pero ellos no iban a dejar que los patéticos humanos los detuvieran, por lo que siguieron avanzando pese a las pérdidas sufridas. Finalmente solo ella logró sobrevivir, ocultándose en medio de los cadáveres dejados por la oleada de atacantes que acabó con los restos de su unidad. Desde entonces, se dedicó a avanzar cobijada en las sombras, alejada de los ojos de los hombres. Viajaba de noche y se alimentaba de los frutos silvestres que lograba encontrar, continuando su camino hasta el paraje en el que había de aparecer el Segador. Por desgracia, al momento de llegar se encontraba demasiado debilitada como para esconder bien sus rastros, siendo detectada por la patrulla de la que el demonio había dado buena cuenta. Una vez hubo terminado su historia, el Segador dio un bufido de desprecio, al tiempo que comentaba "Veo que tu pueblo se ha vuelto fuerte y sabio con el paso de los siglos. Sin embargo, veo también que se ha vuelto temerario e imprudente, creyéndose invencible. Fue ese mismo error el que en su momento me costó la vida" La muchacha guardó un silencio reverente ante las palabras del Segador, esperando que continuara la historia. Pero este simplemente dijo "No conseguiremos nada quedándonos aquí. Será mejor que nos pongamos en camino". Sin pronunciar una palabra más, tomó las destrozadas ropas del guardia más fornido de la malograda patrulla, y se vistió con ellas. Hecho esto, comenzó a caminar en dirección Norte, hacia las heladas tierras donde las razas de los Fae y los Nordheim luchaban por conseguir la supremacía sobre la Eternidad. Sabiéndose incapaz de sobrevivir sola el viaje de regreso a su hogar, la joven rápidamente corrió en pos suyo, preguntándose qué aciagos acontecimientos esperaban a su raza ahora que el Segador había regresado. Capítulo Cinco: Con un grito de furia, el Segador descargó su puño sobre el cráneo del último bandido, enviando su espíritu al otro mundo. Estaba realmente exasperado. Además de lo irritante del clima que los rodeaba, era la tercera vez que eran atacados por esos rufianes, y aún no habían recorrido siquiera la mitad del camino que atravesaba las condenadas montañas. La joven Fae que lo acompañaba, una vez acabada la amenaza, fijó su atención en él, diciéndole: "Que bien, otra masacre que no deja ningún sobreviviente para ser interrogado. Muchas gracias, Segador". "Oh, ya cállate", fue la cortante respuesta de este "Sabes perfectamente que no hay nada en estos mequetrefes que pueda resultarnos de utilidad. Además, no representan ninguna amenaza". El tono de su voz no dejaba lugar a réplica, por lo que la joven bajó la cabeza, se arrebujó en su abrigo, y continuó guiando el camino hacia el Norte, hacia cualquiera que fuese el destino que el Segador tuviese planeado para su pueblo. Habían pasado ya casi tres semanas desde la conjunción de los Tres Soles, y ella aún no conseguía romper su silencio, salvo respecto de comentarios desagradables ocurridos con posterioridad a cada una de las masacres que causaba el antiguo Señor de Demonios. En estos momentos atravesaban las montañas de Kurmondar, que permitían un paso mucho más rápido hacia el helado Norte, si bien el viaje era llevado a cabo en uno de los climas más inhóspitos que podían encontrarse en toda la Creación. La única excepción tal vez la constituía la blanca pureza del continente de hielo al que se dirigían. Además, estaba el peligro siempre presente de los Señores Bandidos, que aprovechaban lo desolado de las montañas para establecer en ellas sus moradas, asesinando a todo el que osara adentrarse en sus dominios. Esta vez, sin embargo, aquella política no resultó ser una buena idea, pues los extraños que atravesaban su territorio eran muchísimo mas duros de lo que se habían atrevido a pensar en un comienzo. Tomando esto en cuenta, decidieron dejarlos en paz después de la tercera escaramuza. Y fue así que siguieron avanzando, sin ser molestados, pero sin recibir ayuda de los Señores que gobernaban aquellas regiones heladas. Capítulo Seis: Fuego, llamas, muerte. Una legión de demonios fanáticos que avanzan gritando su nombre, cayendo sobre gentes indefensas cuyo único pecado había sido el de negarse a reconocerlo como una divinidad. ¿Por qué sucedía esto? ¿Por qué se veía incapaz de devolverlo todo a los tiempos en que gobernaba con justicia sobre la Creación? Con un alarido, el hombre que alguna vez había sido el Segador de Almas se incorporó, jadeante y cubierto de sudor. ¿Dónde estaba? No acertaba a recordarlo. Estaba amaneciendo, y se encontraba en una tienda, en medio de una terrible ventisca. ¿Quién era esa mujer que ahora lo abrazaba, susurrándole al oído? De golpe recordó todo, y con un brusco empujón separó de si a la joven Fae, al tiempo que le decía: "Ten cuidado con lo que haces, muchacha, que muchos han muerto por mucho menos". Por toda contestación, Erandiril guardó silencio hasta que la tormenta comenzó a amainar, momento en el cual salió de la tienda. La ventisca había dejado el exterior cubierto por una gruesa capa de nieve, blanca y pura. Esto le hizo pensar en todo lo que había pasado en las últimas semanas. Sus compañeros habían muerto, casi había sido violada por una pandilla de soldados ebrios, y ahora estaba llevando a su hogar al mismo ser que había jurado destruir. Repentinamente, todo aquello parecía trivial. En el fondo de su alma, podía sentir la llamada de la Torre del Sur, la gigantesca construcción de mármol resplandeciente que separaba en forma definitiva los dominios de los Fae de los primitivos pero bullentes Reinos de los Hombres. Desde hace algún tiempo, estos acostumbraban efectuar expediciones de saqueo en las poblaciones fronterizas de los Fae. Estas incursiones, si bien eran cada vez más osadas, jamás habían atravesado la terrible construcción, puesto que no se había visto hombre alguno capaz de tolerar el terror que su sola visión les provocaba. De acuerdo con las supersticiones humanas, el día en que uno de ellos osara alzarse contra la milenaria fortaleza o poner pie en su sagrado suelo, uno de los Siete se alzaría de su descanso inmemorial, para volver a asolar este mundo. Estaba absorta en aquellos pensamientos cuando el Segador finalmente salió de la cabaña, ataviado con los ropajes arrebatados al soldado que había intentado asesinarlo. Sin pronunciar una palabra, el gigantesco hombretón comenzó a internarse en el laberinto helado que les rodeaba, en busca de una presa que les significara algo de alimento, pues las raciones arrebatadas a la última partida de bandidos ya comenzaban a escasear. Lamentablemente, no llegó a alejarse demasiado, pues de pronto cayó al suelo, fulminado como si hubiera recibido una terrible estocada en el pecho, descargada por un enemigo mil veces más espantoso que cualquiera de los seres que deambulaban por este mundo. Y así era en su mente, pues rememoraba el instante en que murió, atravesado por su propia espada, Hendedora de Enemigos, que había sido forjada en los fuegos del infierno, y cuya hoja había sido templada en el frío odio que los muertos albergaban contra los vivos. Y el que la enarbolaba era aquel a quien tan solo unos minutos antes se había referido como el más leal de cuantos le servían. Intentó moverse, contraatacar, escupir al traidor lugarteniente, pero sabía que era inútil. El aguijón que lo atravesaba era demasiado terrible, y el brazo que lo empuñaba era demasiado poderoso como para poder resistir. Le pareció que la eternidad caía ante sus ojos, hasta que finalmente escuchó la voz de Muerte en el Viento, que le susurraba en el oído: "Eras demasiado blando con aquella escoria, mi señor. Ahora seré yo quien tome las decisiones y lleve a nuestra gente a la gloria". El Segador sintió cómo la hoja abandonaba su cuerpo, esparciendo sus entrañas en el suelo, y entonces todo se volvió negro. Hielo eterno, inacabable, hasta donde abarca la vista e incluso más allá, arañado por los vientos más terribles de toda la Creación, y sin embargo mucho más bello que cualquiera de los palacios que alguna vez se hubieran construido en ella. Y en medio de esta vorágine helada, la estatua con la forma del más aborrecido de sus enemigos. Reía a carcajadas, burlándose de él y desafiándolo a encontrarlo para decidir de una vez y para siempre cual de los dos merecía el nombre de “Señor de Demonios”. Después le daba la espalda y comenzaba a caminar, en busca de aquellos que se le unieron tras haber traicionado a su legítimo soberano. Al ver esto, la ira comenzó a desbordar en el pecho del Segador, formando un torrente que amenazaba con ahogarlo todo. Incapaz de contenerse, sintió cómo su garganta lanzaba un horrendo grito, estremecedor hasta lo indecible. Cuando volvió a tomar consciencia de su cuerpo, se encontró con que estaba de pie, observando el cuerpo inerte de un gigantesco oso, y respirando trabajosamente debido a las terribles heridas que este le había infligido. A su lado, podía ver el rostro de Erandiril torcido en una mueca de espanto como jamás le había visto, pese a los peligros que habían sorteado juntos. Lentamente, hizo acopio de las escasas fuerzas que le quedaban y, mirando a la joven Fae, le preguntó: "¿Qué te ha pasado, muchacha? No sabía que en este mundo hubiera algo capaz de hacerte sentir miedo". Por toda respuesta, la aludida desvió a mirada hacia el oso que yacía a los pies del Segador. Solo entonces reparó este en que el cuerpo parecía haber sido rajado y hendido por terribles garras, aún más afiladas que las del enorme animal. Incrédulo, el demonio bajó su mirada hacia sus brazos, encontrándose con que las manos que los remataban ya no eran humanas. Se trataba de los terribles instrumentos de destrucción que llevaba al momento de su muerte, las garras que habían segado la vida de todo el que le había plantado cara en combate. El demonio en cuerpo de hombre se quedó como petrificado al ver esto. Estuvo así varios minutos, hasta que Erandiril rompió el silencio: "El oso acudió ante tu aullido de odio. Al verlo llegar, te incorporaste y te lanzaste sobre él, llevando la peor parte en la lucha. Sin embargo, cuando la bestia levantaba su zarpa para darte el golpe de gracia, sucedió algo extraordinario: Lanzaste otro aullido, y una luz enceguecedora te rodeó. Al mirar nuevamente, ya no estabas tú ahí, sino que aquel que alguna vez fuiste. Juro que vi la majestad del Señor de los Demonios, así como la crueldad de que era capaz, ensañándose con la ahora indefensa bestia que lo había atacado, desgarrando su piel y su carne incluso después de que hubiera muerto. Hecho esto, permaneciste de pie frente a tu presa, con respiración entrecortada, y lentamente comenzaste a cambiar de vuelta a tu nuevo cuerpo, permaneciendo las garras que puedes ver". Al terminar el relato, el sorprendido Segador se preguntó qué lo había afectado más, si la narración en sí o el tono tétricamente desapasionado con el que esta había sido hecha. Pero no importaba: Por un momento había recuperado su antiguo esplendor, y era posible que con el tiempo este volviera completamente. "Ya es suficiente" dijo al tiempo que se ponía en movimiento "No conseguiremos nada quedándonos parados como idiotas". Acto seguido, comenzó a arrancar grandes trozos de carne del oso con ayuda de sus garras "Con esto debiera sernos suficiente", comentó. Aún lívida de terror, la joven Fae tomó lo que el Segador le entregó y se dispuso a cocinarlo. Al día siguiente, con el sol ya alto en el horizonte, los dos caminantes proseguían su andar hacia el extremo norte del mundo. 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